Demisexual follado

Mis fantasías morbosas con un vecino transexual me llevan a mi primera experiencia... bueno, a una nueva experiencia desconocida hasta este momento para mí

No sé si sabréis exactamente qué es un demisexual, yo tampoco lo sabía, siempre –más bien en mi madurez- he tenido claro lo que me pasaba, pero no acertaba a definirlo, hasta que me encontré  con este término en un reportaje periodístico sobre nuevas opciones sexuales: se trata más o menos de quienes sienten atracción sexual solo hacia personas con las cuales mantienen una relación cercana, frecuentemente romántica –pero este no es exactamente mi caso-.

Aunque en mi juventud era el típico machote obsesionado con hacerle cuantas más muescas mejor a mi revólver, con el tiempo me fui dando cuenta que cuando tenía relaciones sexuales esporádicas, con gente desconocida, rollos de una noche, incluso alguna que otra prostituta, aquello no me satisfacía plenamente, no había conexión, “feeling” con esa otra persona y aunque ambos llegábamos al orgasmo, aquello no era lo mío, cada vez lo tenía más claro, aunque tardé unos años en llegar al convencimiento –con el ocaso de las hormonas- de que no merecía la pena buscar el sexo por el sexo, que para mí únicamente es satisfactoria la relación sexual con mujeres con las que al menos existiera eso que yo denomino “la complicidad”.

Esto no ha sido un proceso de un día ni de dos, pues la sociedad en la que nos desenvolvemos nos obsesiona con follar a cuantas más hembras mejor, en un vulgar remedo de comportamientos más propios de machos alfa en celo, aunque mirando atrás yo no era mucho más evolucionado que un ciervo en la época de la berrea o un oso grizzly en celo, incluso hube de llegar al convencimiento de que ni la más deliciosa puta de lujo podía satisfacerme, hasta el punto de sufrir algún indecoroso gatillazo, asombrándome de no conseguir una erección ante una hembra de ensueño que sin embargo no guardaba conmigo esa “complicidad” necesaria.

El hecho de considerarme demisexual no significa que sea un mojigato en cuestiones de sexo, no me he privado de tener mis amantes durante todos estos años, pues si existe esa conexión, el sexo me resulta tanto o más placentero que en aquellos lejanos años de mi adolescencia.

El caso es que desde hace tiempo vengo leyendo relatos de transexuales en esta página, atrayéndome sobremanera esa dualidad de la mujer atrapada en un cuerpo de hombre, que se rebela ante ese error de la naturaleza y le da un giro a su vida, aunque siempre queda esa reminiscencia de su pasado como varón, ese miembro viril oculto ante el último velo que no saben qué reacción provocará en sus amantes ante su revelación final. La verdad es que bastantes veces había morboseado con verme en una situación de esas, pues soy una persona a la que siempre le ha encantado que mis amantes jugasen con mi culo, bien practicando el beso negro o bien jugueteando con uno o varios dedos en su interior mientras recibía extraordinarias mamadas; aún recuerdo con erecciones cómo mi amante Rebeca y yo recibíamos castigo anal uno del otro, mientras el sodomizado juraba vengarse del delicioso castigo inflingido nada más acabar de sufrir el mismo –amenazas vanas, pues ambos llegábamos a gratificantes orgasmos siendo sodomizados que nos sumían en un placentero nirvana y nos incapacitaba para vengarnos durante un tiempo-.

Pero claro, una cosa es dejar que tu amante femenina te meta la lengua o un dedo en el ojete y otra verte arrodillado ante una polla, por mucho que su propietaria sea una hembra de ensueño, y mamarla y/o dejar que te follen.

Toda esta situación me provocaba muchos sentimientos contradictorios, si bien no llegaba muy allá en consideraciones, toda vez que no debe ser fácil dar con una de estas bellezas ancladas aún al último vestigio de su desterrada masculinidad.

Pero todo cambió cuando, por razones de vecindad, conocí a Anuka y a Irene. Ambas son transexuales y practicaban la prostitución en una calle cercana a mi domicilio, aunque por su simpatía, corrección, educación y sencillez nunca han tenido ningún tipo de problema con casi nadie en el vecindario.

De hecho a Anuka, bastante más veterana que Irene, siempre me la encuentro en el mercado, o por la calle y, si no llevamos prisa, nos echamos nuestra parrafada como buenos vecinos, ayudándola en lo que se tercie, pues es buena gente.

Irene es de trato algo más distante y circunspecto, aunque desde el primer día que la vi en aquella esquina un sentimiento contradictorio afloró en mi, pues me sentí inmediatamente atraído por aquella belleza morena, alta, de cara un poco pecosa y picarona, larguísimas piernas, culo de infarto y pechos generosísimos. Ella se daba cuenta perfectamente de mi turbación, sonriendo siempre enigmática cada vez que pasaba por su lugar de trabajo y las saludaba, aunque siempre era Anuka la que llevaba la voz cantante en nuestras conversaciones.

Un buen día Irene desapareció del lugar, enterándome por otra vecina de que había encontrado trabajo en un hotel, abandonando aquella vida un poco aperreada de la calle y de tener que aguantar carros y carretas con el primer desaprensivo que, por 50 eurillos, se creía con derecho de joder al maricón en el peor sentido de la palabra.

Ni que decir tiene que seguí fantaseando con los relatos de transexuales, incluso exploré las páginas de contactos profesionales en mi ciudad, dejando volar mi calenturienta imaginación hacia situaciones en las que me veía fajándome con uno de aquellos bellezones mercenarios que prometían rebuscar en el fondo de tu recto hasta hallar tu verdadera sexualidad reprimida, aunque yo sabía que esa es una vía muerta para un demisexual como yo, pues sólo me llevaría a gastar pasta y a volverme a casa con mis testículos cargados de amor.

En esas estábamos cuando hace pocos días volví a encontrarme por el barrio con Irene. Seguía estando bellísima, aunque había engordado un poquito y se había puesto un poquito de “lomo ancho” –sí ya sé que todas odiais poneros así, pero no os imagináis lo atractivas y hermosas que os ponéis justo antes de empezar a engordar en exceso-.

-Hola Irene, ¿Qué tal estás? Hacía mucho tiempo que no te veía por el barrio ¿va todo bien?

-Pues si, Paco… la verdad es que me apetecía dejar de trabajar en lo que hacía y cambiar de aires, así que conseguí un puesto de camarera de piso en un hotel y no me va nada mal, me han hecho un contrato fijo y ya estoy de encargadilla, con opciones de optar en un futuro al puesto de gobernanta cuando se jubile mi jefa, que es ya algo mayor y con la que me llevo estupendamente.

-Vaya, pues no sabes cuánto me alegro, porque aunque sabes que yo nunca os haría de menos ni a Anuka ni a ti por vuestra profesión anterior, comprendo que es una vida jodida y sin largo recorrido, has hecho muy requetebién en darle ese giro a tu vida, te felicito. Además, para celebrarlo te invito a una cerveza, que me he alegrado mucho de verte y que te vaya bien.

Irene aceptó complacida mi invitación, aunque prefirió tomar la cerveza en una zona algo más alejada del vecindario, por aquello de no tener un encuentro fortuito con algún antiguo cliente. Nos desplazamos un par de manzanas hacia el centro, zona donde me explicó que se había comprado un pequeño apartamento con los ahorros de sus años de prostituta, suficiente para ella y con todas las comodidades, un tanto alejado de mi barrio aunque muy céntrico, bien situado.

Nos tomamos un par de cervezas, hablando de trivialidades, de cómo le había ido en el par de años en que había desaparecido del barrio, en lo difícil que era establecer una relación estable con “su problema”…

Pero yo estaba un poco en otra onda desde la segunda cerveza, pues le seguía la conversación a Irene pero a duras penas, pues me encontraba excitado y embelesado a partes iguales, luchando denodadamente con el embarazo que me producía sentirme atraído por una mujer que sabía que no era tal, al menos no al 100%, aunque aquello era una tontería y lo sabía, pues lo único verdaderamente cierto es que Irene era una persona, una persona que me atraía… y ella lo sabía perfectamente, pues no dejaba de sonreírse a medias con esa mirada picarona que tanto me ponía, para inmediatamente desviar su mirada hacia otra parte, retomando la conversación, imagino que temerosa de que el flirteo nos pudiera poner en una situación incómoda a uno de nosotros o a los dos.

-Irene, ¡qué hermosa eres!

¿Era yo el que había dicho aquello? No me lo podía creer, pensé que lo estaba imaginando, pero acababa de espetarle aquella verdad como un puño a Irene, para directamente enrojecer como un colegial y desviar mi mirada hacia la superficie del velador, al tiempo que engullí de un solo trago mi cerveza helada, a ver si de esa manera aminoraba el calor y la zozobra que me embargaban en ese momento.

Irene seguía mirándome fijamente, impasible y muy pensativa, como midiéndome, un poco indecisa en cual sería su próximo paso.

Hurgó en el interior de su bolso, sacó una libreta y un bolígrafo con el logo de su hotel, garabateó algo en una hoja, la arrancó de la libreta y me la entregó doblada, más bien la introdujo en el bolsillo de mi camisa, pues yo seguía petrificado.

-Mira, Paco… tengo claro lo que te gusta y también tengo claro lo que te asusta o, al menos, lo que te provoca incertidumbre. No creas que no te comprendo… ahí te dejo mi teléfono y la dirección de mi casa. Cuando te apetezca me llamas o te pasas por allí. Si decides no hacerlo tampoco pasa nada, lo comprenderé perfectamente y me seguirás cayendo tan bien como siempre.

Me estampó dos cálidos besos en mis sonrosadas mejillas de adolescente inexperto y se alejó de la terraza contoneando su espléndida figura, realzada por el ajustado vestido de lino blanco que lucía, sabedora de que mis ojos estaban hipnotizados por el bamboleo de sus cautivadoras nalgas.

Dos obreros enfundados en monos azules con los que se cruzó no dudaron en girarse para contemplarla a satisfacción, comentándole uno al otro cuando se encontraban andando a mi altura:

-¡Joder, qué riquísima está y qué culito tan redondo.. estaría horas metido ahí dentro!

“Y yo, y yo…” pensé, respondiendo mentalmente a los dos garrulos que compartían mi admiración  por el escultural cuerpo de Irene.

Pasaron varios días en los que me debatí en eternas y absurdas dudas que inútilmente trataban de  combatir el deseo que bullía en mi interior y que me empujaba a llamar a Irene y dar rienda suelta a lo que ella despertaba en mi: ¿Pero y si se ha operado en estos años y ahora es una mujer? Peor aún, me querría morir de vergüenza si una vez en situación ella tenía un pollón de esos que había visto en travestis de las páginas de contactos, o un micropene… o qué sé yo… lo que fuera que finalmente me hiciera desistir, pues la atracción y la repulsión se encontraban en mi interior y pugnaban por ganar la pelea…

Una mañana ociosa, mientras desayunaba relajadamente en la terraza de mi bar favorito del barrio, la vi: Irene caminaba elegante y majestuosa por la acera contraria, deteniéndose en algún escaparate, remolona y coqueta, llevaba un vestidito negro muy ligero, de tirantas, cortito de manera que exhibía sus bellísimas piernas, realzadas por unas sandalias de plataforma. ¡Qué guapísima iba y cómo me había puesto en un momento! Estuve a punto de levantarme, cruzar la calle y abordarla para que sucediera lo que tenía que suceder, pero me contuve y reflexioné, pues me pareció más conveniente que nadie nos viera en el barrio en una situación un tanto comprometida.

Traté de acabar mi desayuno lo más tranquilamente que pude, tras lo que fingí detenerme a leer con atención la prensa diaria, mientras me debatía entre el deseo de llamarla para quedar con ella y la sensatez de no emprender una aventura tan incierta que podía acabar en desastre e importunando a aquella chica que me caía tan bien.. ¡Un carajo, Paco, deja de engañarte, no te cae bien, te tiene cachondo perdido!

Pagué la cuenta y decidí dar un paso que me aclarase las ideas y rebajase el fuego que Irene había despertado en mi interior. Deambulé sin destino –eso creía yo, ingenuamente- hasta que de pronto me vi en la esquina de la calle donde residía Irene. Me quedé petrificado, pues inconscientemente mis pasos me habían encaminado a donde mi deseo anhelaba y mi razón se oponía. Ya no cabía dar vuelta atrás, pensé, por lo que saqué mi cartera, rescaté la hoja plegada con el teléfono y la dirección de Irene y marqué su número, todo con prisa, antes de que comenzase a buscar subterfugios y excusas para no hacerlo.

-Sí, dígame.

-Hola Irene, soy Paco.

-Vaya, por fin te has decidido a llamarme, me alegro.

-Estoy cerca de tu casa, vaya, debajo mismo, creo.

-Huuumm…

Se hizo un incómodo silencio, no sabía si la chica estaría ocupada, si se había arrepentido de haberle dado el teléfono a un panoli indeciso como yo…

Perdido en estas elucubraciones me sentí observado, por lo que dirigí la vista hacia arriba y allí estaba, de pie en el balcón de su piso, con el teléfono pegado a su oreja, sonriendo enigmática, dejando ver sus esculturales piernas casi hasta permitir que mi vista se deleitase con su ropa interior. Mi corazón estaba a punto de salirse por la boca, espoleado por el deseo y por la incertidumbre del prolongado silencio telefónico de Irene.

-Sube, te abro.

Me dirigió la orden por teléfono y desapareció del balcón. Anduve nervioso hasta el portal de la vivienda, que se abrió ante mi con un zumbido electrónico, franqueándome el paso al vestíbulo. Llamé al ascensor y emprendí la subida hasta su piso debatiéndome en mis dudas en el corto trayecto. ¿Qué estás haciendo Paquito? Te vas a encontrar una polla y lo sabes, mayor o menor pero una polla… ¡Déjate de tonterías, te gusta y lo sabes, deja de joderte a ti mismo con milongas sobre si es tío o tía… te gusta y basta!

La puerta de su piso estaba entornada, pero nada más que llegué ante ella se entreabrió y apareció Irene sonriente ante mi.

-Esto… yo.. verás Irene.. estaba por aquí cerca…

-Anda, pasa.

Nada más entrar Irene cerró la puerta, se plantó delante mía, me miró a los ojos, tomó mi cara con sus manos y me estampó un beso en los labios, que me sorprendió pero derritió en milésimas de segundo cualquier reticencia que aún albergase, pues la abracé y comencé a saborear su boca, cuya lengua juguetona ya empezaba a jugar con la mía, al tiempo que me abrazaba firmemente, dejándome sentir su magnífico pecho contra el mío. Pero lo mejor estaba por llegar, pues cuando traté de comenzar a acariciar su culo que tan de cabeza me había traído siempre, Irene apartó mis manos de él y me hizo girar, poniéndome de cara a la pared, apretando su pecho contra mi espalda y… ¡joder! Me estaba poniendo un rabo en toda regla, sentía su duro pene juguetear entre mis nalgas a través de nuestras ropas.

-Paco, tú hoy no has venido a follarme como un machote, tú hace tiempo que estabas buscando esto que notas en tu trasero.

  • Irene, yo…

-Calla putito, que hoy vas a gozar como una reina.

Al tiempo que me trataba así –cosa que me desconcertó y excitó a partes iguales- volvió a darme un puntazo con su erecto pene que me hizo jadear como una perra en celo. Ni yo mismo me conocía, allí estaba: aguantando puntazos en mis nalgas, obediente y sumiso, además de deseoso de que aquello siguiera, pero sin telas de por medio.

Irene se separó de mi retaguardia y comenzó a andar muy sensualmente por el pasillo, al tiempo que me miraba de forma muy sugerente:

-Ven al dormitorio, Paco, que te voy a hacer mi putito.

Ni repliqué, me limité a seguir hipnotizado aquel culito mientras mi ano palpitaba pidiendo más de aquello que había recibido como mero anticipo.

Irene se despojó de su vestido lentamente, al tiempo que andaba delante de mí, quedando sólo con un tanga bellísimo, de encaje negro, y sus sandalias de plataforma que realzaban aún más sus esculturales piernas. Al llegar al dormitorio se giró hacia mi junto a su cama, ofreciéndome una magnífica panorámica de los espléndidos pechos que gastaba, a los cuales me dirigí sin demora, comenzando a besarle uno de ellos mientras acariciaba el pezón del que quedaba libre, pero nuevamente me vi detenido por Irene a las primeras de cambio.

-Siéntate, Paco, que hoy no has venido a comerme las tetas.

No bien me hube sentado en la cama, junto a ella, pude observar claramente cómo sobresalía la punta del prepucio del tanga de Irene, ya que la prenda a duras penas podía contener la erección que le había provocado juguetear entre mis nalgas.

-Bájame un poquito el tanga, Paco, que me está haciendo daño, ya no quepo en él.

Yo ya no era yo, allí estaba, sumiso y modosito bajando el tanga de aquella diosa para liberar…

-¡Joder Irene, vaya pollón que te gastas! Pero si tienes más polla que yo…

-Claro, ¿Pues qué te creías? Comencé a hormonarme muy tarde y ya había desarrollado. Además, no veas el éxito que tenía entre mi clientela cuando veían lo que calzo.

-No.. no me extraña.. pero yo.. esto…

-Calla, Paquito, que estás loquito por disfrutarla, pero yo no pienso hacer nada más hasta que te decidas a dar el paso, aquí la tienes, cuando decidas ser mi putito, agárrala.

Acompañó estas palabras con un empellón que terminó de erectar su magnífica polla ante mis ojos. La verdad es que se me estaba haciendo la boca agua, pues la tenía perfectamente depilada, sin un solo pelo en todos sus genitales, lo que contribuía a que visualmente pareciera aún más larga. Le calculé unos 19 cmts, con un tronco venoso y un prepucio completamente brillante y destilando alguna gotita de líquido preseminal. No pude evitar entreabrir mi boca y relamerme, sacando un pelín la lengua para humedecerme los labios.

-Venga, putito, estás loco por empezar a mamar, pásale la lengua por la punta, ya verás cómo te gusta saborear mis líquidos.

No me lo pensé más; saqué mi lengua y le di una pasada a la polla de Irene por la punta, notando inmediatamente un sabor extraño, sin duda el de su líquido preseminal. Continué lamiéndole todo el tallo, sin detenerme demasiado a pensar cómo podía estar chupando una polla un machote como yo, porque toda mi concentración era para administrarle a aquella deliciosa verga todas las caricias bucales que sé que nos encantan a los hombres, por lo que sin demora le agarré la base del miembro con una mano, con la otra la así por una de sus orondas pero duras nalgas y me introduje su rabo en la boca hasta que me chocó con la campanilla, tras lo que inicié una mamada ensalivada, rítmica y profunda, jugando con mi lengua en su glande, como recordaba que habían sido las más placenteras mamadas con las que me habían gratificado mis distintas amantes a lo largo de mi vida.

-Mmmm… así putito, qué bien mamas, parece que hubieras estado toda tu vida comiendo pollas… ahora sácatela y chúpame los huevos… así, así… sácate ese y chúpame el otro.. bieeeeeeenn.. ahora los dos, putito, venga, inténtalo que tú puedes.. oooooooohhhhh, mmmmmmmmmm

Irene comenzó a darme golpecitos con la polla al tiempo que yo seguía con sus pelotas dentro de mi boca, ensalivándolas y dándole toquecitos con mi lengua, matándola de gusto, al tiempo que mi calentura llegaba a límites insospechados.

Me sacó los huevos de la boca y empezó a darme pollazos en las mejillas, a tallarme la cara con la punta de su ensalivada polla.

-Ahora te voy a follar la boca un ratito, ya verás cómo te gusta, putito.

Me agarró la cabeza con sus manos –lo menos femenino de su anatomía junto a la magnífica polla- tras lo que me volvió a introducir la polla en la boca y empezó a bombear moviendo rítmicamente su pelvis. Yo trataba de acompañarla y darle placer, pero aquello era demasiada polla para tan poca boca, porque apenas me había introducido algo más de la mitad y ya la notaba en la campanilla, por lo que puse mi mano en su vientre para intentar que no siguiera profundizando.

-Relájate, putito, que aún te tengo que follar más esa boquita tragona que tienes.

Con las lágrimas saltadas continué soportando el castigo al que me estaba sometiendo Irene, que bombeaba sin misericordia su pollón cada vez más profundamente, impidiendo con ambas manos en mi cabeza que me zafase de la follada oral. Casi no podía respirar, las babas resbalaban por la comisura de mis labios y desde la barbilla caían sobre mi ropa. No podría soportar mucho más tiempo aquel maltrato, aunque mi polla y mi culo opinaban lo contrario, pues estaba excitado como un auténtico mariconazo con aquella polla en mi boca ¡Que diablos, estaba disfrutando y eso bastaba! Irene me ponía y no hacía falta  ponerle etiquetas a aquello.

-Putito, me voy a correr dentro de poco, me está dando mucho gusto follarte la boca… mmmmmmm… tú mismo…

Soltó mi cabeza y dejó de bombear, sometiendo a mi albedrío la decisión de escoger dónde y cómo se correría, pero para mi ya no había dudas ni marcha atrás: le agarré la base de la polla con la mano para comenzar a pajearla al tiempo que chupaba como si se fuera a acabar el mundo, al menos eso sí tenía claro que nos encanta a todos los tíos como traca final de una mamada. Y vaya traca: comencé a notar las primeras contracciones en la polla de Irene, señal inequívoca de que su orgasmo se aproximaba, circunstancia que cortésmente volvió a avisarme:

-Paco, ya no puedo más, me voy a correr…

Ni caso, seguí mamando como un ternero aquella polla que me tenía loco de deseo, obteniendo en pocos segundos la recompensa a mi mamada. Irene descargó varios chorros de denso esperma que fueron directamente a mi garganta. No me lo pensé ni un momento, tenía claro que quería tragarme aquella corrida, pero era demasiado para un putito principiante como yo, por lo que no tardé en atragantarme, sacando el pollón de Irene de mi boquita tragona. Ella, que seguía corriéndose como un toro en celo, me agarró del pelo y, masturbándose junto a mi cara, siguió escupiendo leche, esparciendola por mis mejillas, flequillo, nariz… esta chica era un verdadero surtidor de leche, no cabía duda. Cuando acabó de correrse volvió a introducirme la polla, aún erecta, en la boca.

-Límpiamela, saborea mi leche, putito… así, limpia bien mi sable, que no quede ni una gotita, déjamelo bien brillante… muy bien, eres un buen mamador y muy obediente.. ahora recoge mi leche de tu cara y trágatela también, no dejes nada.

No me conocía, allí estaba, recogiendo semen de mi cara, rebañándolo con los dedos y saboreándolo como si fueran natillas… ¡pero qué rico estaba y qué caliente me había puesto Irene!

-Anda, desnúdate.

Obedecí sin rechistar, tras lo que ambos nos tumbamos en la cama, desnudos completamente, acariciándonos… pero Irene no cedía la iniciativa ni por un momento:

-Date la vuelta y abre las piernas…