Dementia (0.5)

Se busca y no se encuentra. Se roza y ya no siente. Se pierde y se alegra. Una toma de contacto. Si gusta cómo escribo, la sigo.

Y fue tanto el desatino que torcióse en locura y buscaba en las estrellas y de alba en alba razón alguna que pudiera llenar su vacío y eliminar el dolor tan profundo que marcaba su corazón. Mas al no encontrar forma alguna de llevar a cabo su labor sin zozobra perdió la fuerza y se sacó el sangriento músculo del pecho, palpitante, y nunca más volvió a amar a ser terrestre.

Son las seis de la mañana y ya estoy en pie. Bueno, despierto, porque las sábanas de esta cama parecen hacer un esfuerzo sobrehumano para mantenerme enredado en ellas. He pasado una noche terrible entre vueltas y pesadillas. Entre calor y sudor. Entre sal y lágrimas. Y es que no comprendo cómo algo tan alejado en el tiempo puede seguir persiguiéndome de una forma tan cruel. Me duelen los huesos como si verdaderamente hubiera estado corriendo por callejones oscuros de alguna perdida ciudad en el punto más remoto de este vasto mundo. Pero sé que no es así. Que no me he movido y que son mis propios demonios los que clavan sus espadas en mi mente para demostrarme que siguen ahí, que no se han movido y no piensan hacerlo porque han establecido su morada en mí y se sienten muy cómodos. ¡Malditos bastardos! Como si no me doliesen ya bastante las cicatrices del alma. Pero no puedo seguir pensando en lo mismo. Debo avanzar.

Me giro en la cama y la típica erección mañanera hace acto de presencia. Creo que me va a costar bastante mear si no lo remedio, así que me quito los bóxers y me dedico a masajeármela lentamente recordando el último polvo. Hará unas dos semanas con aquél tío de aquella discoteca del centro. No fue una noche memorable, pero lo suficientemente buena como para hacerme una paja. Y por eso me entrego a mí mismo recordando cómo me la chupaba y termino por correrme. Ahora ya podré mear tranquilo, pero supongo que lo mejor que puedo hacer es ducharme. Entro en el baño y me miro al espejo. Tengo unas ojeras tan grandes que parece que me han pegado puñetazos en sendos ojos. Tengo una pinta de puta pena, pero si no duermo tampoco puedo pretender estar fresco como una rosa. Me miro el tatuaje del pectoral izquierdo. Quedó genial y me alegro muchísimo de habérmelo hecho. Al menos esta cicatriz si decidí tenerla, no como las otras. Me meto en la ducha y me preparo para el largo día que tengo por delante. Mañana empiezo el tercer año de carrera y tengo que conseguir algún que otro manual y encima he quedado para comer. Y yo lo que quiero es quedarme en la cama. O follar. Follar siempre es un buen plan si tienes a la persona correcta con la que hacerlo. Que ya que pierdes el tiempo que te hagan correrte de gusto y no salir corriendo de la pena.

Termino de ducharme y voy a la cocina. Mi madre ya se ha levantado y está haciendo café.

-¿Qué haces tan temprano despierto?- Me pregunta con su mirada inquisidora de mujer de medio siglo de vida.

-Tengo cosas que hacer. Ya sabes, mañana otra vez a estudiar y todos esos rollos. Ponme un poco de café que voy sin fuerzas.

Coge dos vasos y reparte el líquido oscuro entre ellos. Luego se sienta y suspira. Sé que me quiere decir algo que no se atreve a decir, pero que la come por dentro, así que me siento en la silla que está enfrente. Puedo ver que lleva tiempo dándole vueltas a lo que me tiene que comentar porque arquea la espalda con dificultad. Como si cargase con el peso del mundo sobre sus hombros e hiciese tiempo que se dio por vencida por intentar cambiarlo. Creo que estos veinte años me han dado tiempo suficiente para conocerla mejor que nadie. Al menos psicológicamente hablando.

-¿Sigues teniendo pesadillas?- Me mira con los ojos acuosos, rayados, con mucho dolor en ellos, aunque tuerce la comisura de la boca en un gesto que intenta ser una sonrisa pero que se queda en algo mucho menos agradable.

-¿Por qué me preguntas eso ahora?- Creo que estaba preparado para casi cualquier pregunta, pero no para esto. No, porque llevaba ya semanas ocultándolo y creía que lo estaba haciendo bastante bien, pero supongo que de la misma forma que yo la conozco a ella, ella me conoce a mí. Y por un momento me reconforta la idea de que haya alguien en este planeta que pueda comprenderme sin la necesidad de que yo abra la boca. Pero entonces suelta:

-Te escuché anoche nombrarlo en sueños.

Se derrumban todos mis buenos sentimientos y me echo hacia atrás en la silla. La miro a los ojos durante unos segundos que parecen eternos y le contesto, quizá demasiado fríamente:

-Está muerto. Al menos para mí. Y lo sabes.

Y se imaginó corriendo entre los restos de un bosque antaño espeso, pero ahora quemado en su totalidad. Y buscaba la madriguera del conejo, pero no estaba. Y en sus delirios cayó al suelo y lloró desconsolado. Pero sus lágrimas estaban tan heladas como su propio corazón.

Cierro la puerta a mi espalda y camino hacia el coche. Mi madre se ha ofrecido a llevarme, así que no puedo negarme. Al menos ha tenido la consideración de preguntarme si necesitaba que me acercase a algún sitio después de tantos silencios en la cocina. Son casi las nueve de la mañana y aún no han abierto las librerías, pero supongo que puedo pasarme por alguna cafetería y tomar un buen desayuno. Mi madre me deja en el centro de la ciudad después de veinte minutos de trayecto. Apenas nos hemos dirigido la palabra en todo el camino. Estoy seguro de que mis palabras le han afectado más de lo que quiere mostrar, pero no estoy de humor para ir pidiendo perdón por mi falta de delicadeza. Ya se le pasará. Siempre se le pasa. Quizá un día me encuentre con la sorpresa de que no es así y de que se ha hartado de cargar con mis malos modales, pero no estoy preparado para que llegue ese día y por consiguiente alejo los pensamientos de mi cabeza. Caminando he llegado cerca del centro comercial al que quería ir. Son apenas las nueve y media y ya hace un calor tremendo. No ha bajado nada la temperatura aunque ya estamos casi a mediados de septiembre. La gente lo achacará al cambio climático. Yo opino que esta ciudad es una mierda enorme y que hay que joderse.

Entro en una cafetería y me siento en una mesa. Se me acerca una chica con cara de no haber cagado en varios días y me deja una carta tan vieja que podría tener la misma edad que yo y llena de grasa por todas partes. Creo que no he tenido bueno ojo eligiendo dónde comer, pero no me atrevo a levantarme y marcharme sin haber pedido nada, así que me decido por un bocadillo de pollo y un zumo de naranja. La chica coge la comanda y se marcha, dejándome con el ruido de una televisión en la que hablan de la última noticia sin sentido del país y con mi mente que divaga con pereza por lo que tengo que hacer. Mi móvil vibra. Lo saco del bolsillo y miro las notificaciones. Es el grupo de gente con el que he quedado para comer.

María

Recordad, todos a las 2 en la puerta del restaurante. Que luego no hay mesas y nos quedamos con las ganas.

Carlos

¿Queréis que hagamos algo después de comer? Han estrenado una película de Jolie y me han dicho que es muy buena.

Lucía

Ah, sí, yo sí que quiero. Venga, me parece un plan genial.

Carlos

Pues si todos estáis de acuerdo hacemos eso.

Yo no voy

María

¿Por qué? ¿Ya tienes planes?

Sí. Después de comer me marcho.

Suelto el móvil porque la camarera me ha traído el desayuno y empiezo a comerme el bocadillo. Puede que la cafetería no sea la más nueva, o limpia, del mundo, pero la comida está jodidamente buena, así que la disfruto sin pensar demasiado durante más de media hora.

Y creía que podía volar como lo hacía antes, pero al saltar desde la ventana se vio a sí mismo cayendo y su única compañía fue la muerte, que se había convertido en su mejor amiga.

Me acerco a la librería y compro los manuales que me faltan por los que tengo que pagar cien euros. Me duele en el bolsillo pero no me queda de otra, así que me aguanto y me planteo que puedo hacer hasta las dos de la tarde. Supongo que la mejor opción que tengo es acercarme a casa de mi amiga Carolina. Es la única a la que puedo considerar como tal. Amiga. El resto no son más que conocidos con los que llenar mi tiempo vacío, que últimamente tengo mucho y muy vacío. Cojo un bus y en quince minutos ya estoy en su calle. He tenido la decencia de mandarle un mensaje antes para que se prepare, por si llegaba yo y estaba aún sobando o en bragas. Aunque bueno, después de todo este tiempo hay confianza para verla así y más. Pero no me habría gustado que estuviera echando un polvo con su novio y llegar yo a cortarles el rollo. Hubiera sido una situación verdaderamente incómoda.

Toco el timbre y ella me abre. Sigue en pijama. Piolín. ¡Já! Parece una cría todavía para tener 25 años, así que se lo hago notar con una mirada de arriba abajo. Se sonroja un poco y se echa a un lado para que pueda entrar, cosa que hago. Al pasar el umbral el aire acondicionado me golpea con fuerza, haciéndome tener un escalofrío por el cambio de temperatura.

-¿No está un poco fuerte el aire Ca?- le recrimino serio pero en broma.

-No seas friolero, está a veintidós. Como siempre.- me contesta con su sonrisa perfecta de niña rica. Porque sí, a Carolina nunca le ha faltado de nada y vive en una de las mejores casas de la ciudad. Grande, espaciosa, luminosa, con despacho, dos habitaciones, dos baños y una cocina ultramoderna que casi nunca utiliza porque no tiene ni la más mínima idea de cómo freír un huevo. Creo que he hecho más de comer en ella yo que ella.

Paso al salón y me siento. Ella va al cuarto y a los cinco minutos sale vestida con unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta suelta, sin sujetador. Lo dicho, confianza que a veces puede dar un poquito de demasiado asco. Pero bueno, ya hace más de seis años que soy amigo de esta chica tan alta que se acerca por el pasillo. Porque además es guapa. Muy guapa. Morena y de ojos claros, piernas largas como un verano sin lluvia y con buenas curvas. No flaca como la mayoría de chicas de su edad que se vuelven locas por parecer palos de fregona, no, con sus buenas curvas. Se sienta a mi lado y me pregunta:

-¿Qué haces por aquí a estas horas? ¿Te han echado de casa otra vez?

-No, de eso hace ya mucho Ca, no me lo recuerdes ahora. He quedado con los chavales de la universidad para comer a las dos y tenía que comprar unos libros, así que he venido antes aprovechando que mi madre iba a trabajar. Nada del otro mundo.- Le sonrío para que no note que sí que hay algo detrás de mi excusa, pero no funciona.

-¿Y esas ojeras tan grandes? Pareces un boxeador retirado.

-No dormí bien anoche. Simplemente.

-Ya claro. Ni anoche, ni la anterior y bueno, el fin de semana te lo habrás pasado follando, así que tampoco creo que hayas dormido demasiado.

-Joder tía, lo dices como si me pasara todos los fines de semana follando si parar y sabes que no es así. Llevo dos semanas sin echar un polvo, así que te has equivocado. El fin de semana salí, pero volví temprano a casa después de unas copas.- Digo esto último mirándola con muy mala cara.

-Pues puede que sea eso. Que no te han dado por culo y estás amargado estos días.

-Me cago en la puta.- Ya estoy de mala leche- Si todo en la vida fuera tan sencillo como follar o follar me iría genial, pero no, tengo pesadillas cada asquerosa noche recordándole. Cada noche la misma mierda. Y vengo a estar contigo para no vagabundear por esta ciudad llena de recuerdos y porque necesito apoyo y tú lo reduces todo a mi necesidad de que me metan una polla. Pues vale. Dile a tu novio que te pete el coño hoy que se ve que es todo lo que necesitas.

Me mira con la cara desencajada. Me he pasado. Otra vez. Llevo un día de puta pena.

-Lo… lo siento.- Tartamudea un poco, no sabe qué decir.

-Da igual, no pasa nada.

-Pensé que lo habías superado.

-Pues pensaste mal, porque como ves sigo hecho unos zorros emocionalmente.

-Pero tienes que pasar página, ¿no? Es lo que siempre dices, que el tiempo se encarga de curar cualquier herida.

-A veces hay heridas que necesitan puntos de lo grandes que son.

-No vale la pena morir por nadie. Y menos por él.

-Hay formas más duras de morir que la propia muerte. Y lo sabes.

-Cuando tiene que ver contigo nunca sé nada. Juegas con unas reglas completamente distintas al resto de tíos.

-Te diría que no soy como el resto, pero eso es lo que diría el resto. Simplemente vivo la vida a mi modo. Aunque a veces la vida me consuma de esta forma tan dañina.

-¿Y qué piensas hacer esta tarde delante de todos ellos?- Me mira preocupada. En el fondo es como mi hermana mayor.

-Fingir. Fingir sonrisas. Fingir que soy fuerte y que puedo con todo. Fingir que tengo los mejores muros y fingir que nada duele. Al final, puede que de tanto fingir se haga realidad.

Su corazón helado lo guardaba en una urna. Había quitado una rosa podrida manchada de sangre en sus espinas. Y aunque el calor lo agobiaba, el corazón permanecía en un frío eterno.