Demente violación

Mi primer trabajo para cuidar a un enfermo mental.

Había acabado mis estudios de enfermería y como no quería cargar a mis padres con mas gastos, decidí buscar trabajo para el largo verano que se avecinaba. Tenía 21 años en aquel momento. Así, después de indagar en todos los hospitales y clínicas de la ciudad, logré encontrar trabajo en una casa particular, cuidando un enfermo.

Eran las 4 de la tarde del 3 de Julio, con un calor sofocante, cuando me dirigía a la casa a presentarme y tomar conocimiento de mi trabajo a realizar. Llevaba un vestido ligero, con la falda por mis rodillas, y de tirantes, y aún así, llegué bañada en sudor. Era una mansión de tres pisos, enorme, y propiedad de los padres del hombre que tenía que cuidar.

Me abrió la puerta una criada que me acompañó inmediatamente al salón, donde me senté, reconfortada con el aire acondicionado, esperando a que alguien viniera. Al cabo de 10 minutos, cuando ya había dejado de sudar tan copiosamente, apareció el matrimonio, de unos 60 años, para explicarme mis funciones y el problema que padecía su hijo.

Estaba en el tercer piso, completamente aislado y atado a la cama. Su enfermedad mental, le había hecho cometer ciertas cosas las cuales no me pormenorizaron, que solo el poder de la familia había evitado que estuviera recluido en un psiquiátrico. Como estaba siempre atado, mi única función consistía en comprobar que estaba bien en todo momento y facilitarle las cosas en el caso que tuviera una necesidad fisiológica.

El hecho de ser un enfermo mental, me cortó bastante, pero al decirme lo que iban a pagarme y pensando que estaba bien atado, acepté. Durante el día había una mujer mayor y un hombre cuidándolo. Así podían desatarlo para que pudiera comer y estirar las piernas, por eso me dijeron que no debería entrar en esos momentos, debiéndome presentar al día siguiente a las 10 de la noche. Mi turno sería hasta las 10 de la mañana, momento en el que sería relevada por la pareja.

Eran las diez menos cuarto cuando llegaba a la casa. Me abrió el padre personalmente y me acompañó a la habitación. Me había puesto, a pesar del calor, un pantalón vaquero y una camisa. No quería ser provocadora con él, puesto que no sabía cuál pudiera ser su reacción. Cuando entramos en la habitación estaba atado fuertemente con correas, tanto los pies como las manos. Otra correa cruzaba de parte a parte su cuerpo a la altura de su estomago.

Estaba profundamente dormido, quizás por algún calmante. La pareja se presentó y me informó delante del dueño de la casa de donde estaban los medicamentos que debía tomar, de los platos y botellas para sus necesidades. Me avisaron que a las 2 de la mañana traerían algo para que cenara yo y alguna bebida para que se la diera a él. La puerta del cuarto de baño estaba en la misma pared que la cabecera de la cama.

Se marcharon y oí como cerraban la puerta con cerrojo. Eso me asustó un poco, pero después de asegurarme que estaba perfectamente atado me relajé lo suficiente como para sentarme en un sillón, muy cómodo que estaba junto a la cama. Había un aparato de televisión, pero me advirtieron que no lo usara si no lo pedía él, puesto que le ponía muy nervioso.

Tomé un libro e intenté concentrarme en la lectura, pero en esa habitación hacía bastante calor. Me prometí a mi misma ir con ropa más fresca en lo sucesivo. A la 1 de la madrugada despertó. Me miró descaradamente, de los píes a la cabeza, haciéndome sonrojar. No me habló directamente, sino que con un grito pidió que le pusiera la botella que quería orinar. Entre en el cuarto de baño, la cogí y me dispuse a la labor.

Estaba tapado con una sábana que le llegaba hasta la cintura. Cuando la aparté, me di cuenta que no llevaba ninguna ropa y su pene, bastante grande aunque fláccido apareció dispuesto. Lo tomé con una mano y lo dirigí a la boca de la botella. Orinó copiosamente, y una vez acabado, retiré la botella. Cuando volví del cuarto de baño, me volvió a gritar diciéndome que debía de lavarlo.

Volví al cuarto de baño y tomé una esponja enjabonada de un cuenco preparado al efecto, y volví a toda la velocidad pues continuaba gritando. Cuando se la tomé en la mano, empezó a crecer y me dio tal vergüenza que se me notó. Él me dijo que debería de hacérselo con la boca, lo que contribuyó aún más a mi sonrojo. No le hice caso y una vez lavado me volví a sentar en el sillón. Ahora estaba más inquieta puesto que sabía que estaba despierto.

De vez en cuando hablaba de forma soez. Me decía que había violado muchas chicas como yo, que les había metido a todas la polla por el culo, que más de una, había acabado reventada. Mi corazón estaba en un puño, y decidí no prestar atención a lo que decía, puesto que de lo contrario no podría aguantar mucho tiempo.

Después de habernos traído un criado mi cena y un zumo para él, se tranquilizó un poco. Aproveché para tomar algún bocado y me relajé en el sillón oyendo su respiración que indicaba aparentemente que estaba dormido. Fui al lavabo, puesto que posiblemente debido al miedo, tenía una necesidad inexcusable. Me dirigí al lavabo y cuando hube terminado y salí, me percaté de que estaba despierto.

Con una sonrisa en la boca, me dijo que quería limpiarme el culo con su boca. Solo el hecho de pensar que había estado escuchando, debido a que estaba el inodoro pegado a la cabecera, me llenó de rabia. Sentí mi intimidad violada y él aprovechó para decirme que no iba a escaparme, que acabaría por tragarme su polla por el culo y esas palabras aún sabiendo que estaba atado, me llenaron de congojo.

Pasaron 3 días de la misma forma y yo ya me había vacunado contra su palabrería y la noche anterior hasta había podido dormir un rato tranquilamente sentada en el sillón. Pero ahora tenía un problema. Estaba como ido, hablando cosas raras casi ininteligibles. Gritaba, pidiendo que le dejara ponerse de lado. Sudaba copiosamente y parecía estar muy enfermo, por lo que accedí a desatarle y volver a hacerlo en la otra parte de la cama, dejándole de lado.

Al cabo de unos instantes se quedó dormido, por lo que me relajé. Di gracias que se me ocurrió ponerlo de espaldas a mí, puesto que así me evitaba él verle la cara. Me quedé durante un momento traspuesta en el sillón. Ese día se me había ocurrido ponerme un pantalón corto de tela fina, que me marcaba la línea de la braguita y una blusa, debido al intenso calor que pasaba, y entonces me di cuenta de la sucesión de errores que había cometido.

Al haberlo puesto de espaldas a mí y las dos manos juntas, le había facilitado desatarse sin demasiados problemas. Al haberme quedado traspuesta, no me había permitido verle, ni oírle cuando salió de la cama. Al haber llevado esa ropa tan ligera había metido una mano por la pernera de mi pantalón y me estaba tocando el coño, mientras con la otra mano me bloqueaba impidiendo que gritara y que me moviera. Me dio un golpe en la cabeza y me desmayé.

Cuando desperté, estaba completamente desnuda, boca abajo, atada con sus ligaduras, las piernas abiertas y mis propias bragas introducidas en mi boca. Al mismo tiempo había atado un pañuelo para mantenerlas muy dentro, y así evitar que gritara. No dejaba de hablar, haciéndome sentir cada vez más miedo. Andaba alrededor de mí, me palmeaba las nalgas con violencia, después se sentaba en el sillón, relatándome lo que pensaba hacer.

Estaba en completa y plena erección cuando se puso encima de mí. Me aplicó lubricante en el ano y continuó hablando, explicándome que no deseaba romperme el primer día y que por eso me lubricaba, pero que no esperara esa bondad siempre. Estaba muy loco y me tenía a su disposición, por lo que ni siquiera intenté contradecirle en nada, aunque amordazada como estaba, lo hubiera tenido muy difícil. Cuando me penetró, lo hizo con fuerza, y en tres golpes estuvo clavado hasta el fondo de mi recto. Tengo que decir que fue muy doloroso, pero bastante menos de lo que yo hubiera pensado. Estuvo un instante quieto clavado profundamente e insultándome, después empezó el bombeo, que más parecía que provenía de una máquina que de un ser humano. La velocidad que adquiría en algunos momentos era insufrible.

Cuando noté que iba a eyacular, mi recto ardía literalmente. Se quedó allí clavado, llenándome por completo con su sémen. Como no se retiró al instante, empecé a sentir mis propios latidos en el ano y una sensación de picor casi inaguantable, pero cuando se retiró, todavía fue peor, pues parecía que me sacaba las tripas fuera.

Permanecí en esa posición, mientras el continuaba girando a mi alrededor, profiriendo palabras de aprobación de lo que había ocurrido, solo interrumpidas para abrirme las nalgas y comprobar los resultados de su violación. Durante esa media hora de constante asedio, mil ideas pasaron por mi mente, en cada una de las cuales, mi vida no valía un céntimo.

De momento y cuando menos lo esperaba volvió a hundirse dentro de mi, hasta el fondo, produciéndome muchas mas molestias que dolor y nuevamente comenzó el bombeo, constante, con el mismo ritmo en casi todo el tiempo. Llegó un momento en el que era tan frenético el ritmo que empecé a sentir un placer que se revelaba contra mí. Cuando volvió a eyacular, me sorprendió mi primer orgasmo. Fue tan violento que casi me ahogo con mis propias bragas.

Aún me lo hizo 2 veces mas esa noche y mis orgasmos se sucedían como si no fueran ordenes de mi cerebro, sino guiadas por su mente. A las 7 de la mañana, me desató y quitó la mordaza. Tuve que ir corriendo al baño para evacuar la gran cantidad de sémen que había en mi interior. En todo momento estuvo él presente, mirándome con ojos lascivos. Me senté en el bidet, intentando aplacar el ardor que sentía.

Me rogó que lo volviera a atar. De hecho me lo suplicó. Me prometió mil cosas si no contaba nada de lo sucedido. Al final, una vez atado, se quedó dormido y yo empecé con las cábalas acerca de lo que debía hacer. La última decisión fue no decir nada, pero dejar el trabajo. La razón que me decidía por esta opción, fue el recordar que a mi pesar lo había disfrutado al final.