Demencial two.

Continuación de Demencial One. El protagonista sigue perplejo ante los acontecimientos, pero estos no parecen detenerse.

A la mañana siguiente no sabía si todo había sido un sueño, un dulce y brutal sueños cargado de sabores más allá del azúcar y las mieles de una simple relación sexual. Me hallaba solo en la habitación y el sol entraba hiriente por una ventana con la persiana a medio levantar. Mi polla yacía flácida a lo largo de los muslos, recostada sobre mis testículos. Flácida pero inflamada, con la piel diría que irritada y con el glande arrugado y amoratado. Me incorporé pesado llamando quejumbrosamente por su nombre a mi mujer. El agua de la ducha del aseo contiguo se oía caer.

Entré desnudo al aseo y allí estaba Felicia, desnuda y hermosa, pero verla así no despertaba en mí nada más allá del reconocimiento de la belleza que proporciona la naturaleza. Me encontraba desfallecido.

—Cariño, ¿anoche…– comencé a preguntar.

—Lo soñaste —fue su única respuesta.

Abrí la tapa del váter para mear y oyendo caer el chorro concluí que efectivamente, y dada la contestación de mi mujer, lo que recordaba de la noche anterior había ocurrido verdaderamente. De pronto alguien golpeó en la puerta de la habitación, por lo que corrí a ponerme los pantalones del pijama rápidamente para ir a abrir, pero cuando pregunté de quien se trataba y contestaron mi suegra y mi cuñada un arrebato de duda me asaltó sobre abrir la puerta o no. Se me caería la cara de vergüenza al mirarlas a los ojos. Insistieron instigándonos a que saliésemos pronto para ir a desayunar; mi mujer me exhortó para que les abriese la puerta y yo, seguramente con la cara roja como un tomate les abrí. Y allí estaban las dos, más frescas que una lechuga, como si lo sucedido horas antes fuese lo más normal del mundo, como si no hubiese ocurrido.

Mi mujer salió de la ducha desnuda y yo carraspeé por ese gesto, pero ella como si tal cosa. Serían su familia, pero mostrarse abiertamente en pelotas no lo veía yo demasiado correcto.

—¿Por qué pones esa cara Félix?— me soltó.— A estas alturas de la película ya no te debería sorprender nada. ¡Anda vamos, que hoy nos espera un día duro a los cuatro.

Qué película, qué día duro me dije yo. Pero todo cobró explicación cuando después de un desayuno en el que las tres mujeres comieron con fruición, y lo que es más, a mí me obligaron a comer mucho más, regresamos los cuatro a la habitación. Ahora todo ocurriría a la luz del día y sin ingesta de alcohol de por medio, para que luego mi memoria no atribuyera a la borrachera la confusión de fantasía y realidad.