Demencial one
¿Se puede concebir semejante suerte? ¿Puede un hombre desear esto? ¿Hasta donde estarían ellas dispuestas a llegar?
Ni en tus mejores sueños, o tus peores pesadillas, podrías vivir algo como aquello. Algo que sucedió de verdad, tan cierto como que hemos de morir. Pero yo por de pronto creí morir de placer en aquella ocasión. Tiempo habrá de analizar porque ocurrió; componentes como el desánimo, el desamor y el amor a un tiempo, la desesperanza, el deseo claro está, el alcohol quizá, alguna pastillita alucinógena, no sé, y un punto de locura. Tres mujeres: mi mujer, su madre y su hermana. Tres hembras: mi esposa, mi suegra y mi cuñada. Calurosas vacaciones de un matrimonio, mi recientemente enviudada suegra y mi también recientemente divorciada cuñada. Lugar de playa paradisiaca y problemas que olvidar; nuestros hijos de campamento y una familia anímicamente rota. ¡Júbilo!, les digo, para animar a mi suegra y a mi cuñada. ¡Una juerga, un fiestón! De vuelta al hotel tras esa cena los cuatro y unas copas en un local de salsa, nos dirigimos a nuestras habitaciones, pero las animo a tomar algo más del mueble bar en nuestra habitación. Sentados en el borde de las camas tomamos una copa más, pero mi suegra se derrumba y se echa a llorar, sus hijas la abrazan para consolarla; mi cuñada, que también se siente sola rompe igualmente a llorar. Mi mujer las anima, pero según las otras dos, para ella es muy fácil decirlo con el marido que tienen. Me halagan pues a mí. Ojalá hubiese un hombre así para cada mujer – dice la una. Eso sería una delicia – dice la otra. Y yo no sé muy bien que decir, pero mi mujer por alentarlas supongo lo dice todo: Esta noche lo compartiremos. A mí eso no me suena a nada concreto; será una forma de decir que pueden contar con mi apoyo; pero ¿sabéis qué? Esas dos mujeres, mi suegra y mi cuñada, me miraron de una forma extraña; es más mi suegra se ruborizó un poco y desvió la mirada. Cómo no me pude dar cuenta. Mi mujer amodorrada a mí me besaba el cuello y sin advertirlo había extraído mi pene a través de la bragueta del pantalón.
-¡Joder! –exclamo- ¿qué haces nena, estás loca?
Mi cuñada observa con ojos de esas vampiresas que han visto un brote de sangre. Pero es mi polla erguida lo que ve. Mi suegra respira agitadamente; su pecho parece que vaya a estallar de un momento a otro. Silencio total, si acaso el sonido de la gente que discurre por los pasillos del hotel. Tras la puerta de nuestra habitación ya somos ajenos al mundo exterior. Felicia, mi esposa, se ha arrodillado en el suelo y comienza a hacerme una mamada. Lo hace en tan contadas ocasiones que creo que me voy a derretir, muy caliente ha de estar, que sea lo que Dios quiera, que contra los designios divinos no se puede luchar, pero quién iba a pensar que mi suegra y mi cuñada iban a ser un día espectadoras de honor de una relación sexual entre su hija-hermana y yo. Mi cuñada pasa pronto de ser espectadora a actora de los hechos; mi esposa la invita a arrodillarse ante mi alcanzándole la mano. Increíble. En cualquier otra ocasión me hubiese levantado y hubiese salido disparado de allí. Pero esa noche no. La excitación sobre todo, pero también la curiosidad, me obligaban a permanecer sentado. Con las boquitas de las hermanas turnándose para darme gusto en la polla, no puedo hacer otra cosa que mirar a los ojos de mi suegra. Ambos estamos aturdidos, ante todo ella. Con la mirada le imploro que entienda, que de algún modo acepte y se una al juego.
-¿Por qué no se desnuda usted? –le pregunto audaz, sopesando si alguna de las tres se indignará por hacerle esa proposición a la vieja. Hace calor –añado.
Mi cuñada ni se inmuta y sigue tragándose el chupachups. Es mi mujer la que se gira hacia su madre y le dice:
-Anda, no seas tonta, enséñale las tetas a mi marido, seguro que le encantarán.
Tras pensárselo un poco mi suegra, aunque se toma una eternidad de tiempo para hacerlo, se va desabrochando la camisa para quitársela y desproveerse tímidamente después del sostén. Inmediatamente en sus tetas, ya caídas pero enormes, reconozco genéticamente de donde son espejo las de mi mujer. Y las de mi cuñada ¿se asimilarán también?
-Andad chicas, poneros cómodas.
Ni cinco minutos después ya estamos los cuatros semidesnudos. Tan excitado estoy que exclamo casi a gritos:
¡Os voy a arrancar a las tres las bragas a mordiscos!
Se ríen tanto que se lo toman en serio y me obligan a ello casi de forma literal. Tan mojados están sus coños que la fragancia no pasa desapercibida a mi olfato y la habitación se impregna de ella. Intento no correrme demasiado pronto, porque si he de ser sincero a esas alturas de la película ya concibo la esperanza de poder follármelas a las tres, con el permiso de mi esposa eso sí. Pero puede que todo se quede en una travesura. Por si acaso les digo que ya vale de chupar, que yo quiero acariciar. Se quedan expectantes y me lanzó a tocarle las tetas a mi cuñada, para comprobar que sí, que pertenecen dada su fisionomía a la familia. Las tres mujeres, están cortadas con el mismo patrón, si bien la edad de mi suegra la desfigura con respecto a sus hijas, aunque a mi me excita igualmente verla en cueros. Las chicas están por la labor de alegrarle la noche a la madre y me empujan hacia ella para que la sobe un rato. Me sale un estúpido con su permiso señora, y vaya que si me permite. La tumbo en la cama y me faltan manos para tocarla entera. Su chocho necesitará un poquito de lubricación y la historia necesitará de una segunda y más excitante parte.