Demasiados secretos

Sabella tiene una aventura con su amor de juventud, mientras su padre y su marido supervisan a ambos. Uno de sus reclutas les vio, y no lo saben. El padre de Sabella tiene una amante, y no lo saben. El marido de Sabella es sospechoso, y no lo saben... empieza a haber demasiados secretos.

-…La guerra del Jump terminó, coronel. Hoy día, es una sustancia prácticamente legal, su consumo está despenalizado… El Imperio acabará por legalizarla por completo un día u otro. – dijo la doctora.

-Vamos, doctora… - sonrió el Coronel Ulises. El ambiente en la cena era distendido, aunque el coronel Antonio “Ulises” Bonnetti y la Doctora Randall hubieran sacado un tema tan controvertido como las drogas y la política. – Usted sabe que lo que se consume ahora, no es verdaderamente jump, es chicle… son puros caramelitos. El jump, tal como lo conocimos, es peligroso y usted lo sabe.

-El jump que usted y yo conocimos, el que luchamos por erradicar en las playas de Xaú-Biget, no es jump, es una adulteración de una planta… - Las batallas de Xaú-Biget habían sido cruentas y terribles, prácticamente un planeta entero luchando por las plantaciones, y los narcotraficantes defendiéndose como lo que eran: desesperados, mientras las Fuerzas Imperiales avanzaban metro a metro, hasta la feroz batalla de los Seis Días. Ciento cuarenta y cuatro horas interminables en las playas, hasta llegar a lo que los Traficantes de la Muerte llamaban “Las Fortalezas del Placer”. Un bastión prácticamente inexpugnable que les servía a la vez de refugio, cuartel general, prostíbulo y centro de refinamiento de la Sustancia. La hoja de la jampis, la planta que producía el jump, era allí empapada, exprimida, rebajada su savia para obtener el licor alucinógeno conocido como “las lágrimas de Venus”, y el residuo de la hoja era tostado, molido y mezclado con otros ingredientes para producir el jump, u otra droga aún más potente, el minx, de la que se decía que producía adicción sólo con olerlo, y podía matar a la tercera dosis – La planta en sí, la hoja mascada, o tostada y fumada, no produce adicción, ni daños… sólo es un relajante suave.

-Nadie dice que no. – admitió Milar, el marido de la coronela, la hija de Ulises – Pero usted sabe que, el permitir el consumo de la hoja mascada o fumada, sería abrir la puerta al consumo de la sustancia adulterada. El jump debe ser arrasado y su consumo prohibido y fuertemente perseguido y penado, el coronel Bonetti tiene razón… como siempre, por otra parte.

-No hace falta que me hagas tanto la pelota, hijo – Sonrió el coronel, y Dan, el capitán de la base, no pudo evitar una sonrisa, igual que la coronela Slade, la esposa de Milar. – La verdad que, dejando aparte que el consumo de la planta pura pueda ser inocuo, la receta para fabricar el jump es “vox populi”… es tan común como hacer una mahonesa, puede hacerse en casa sin necesidad de tener muchos medios, no requiere gran esfuerzo ni demasiado tiempo… Si el consumo de la hoja se legaliza por completo, ¿cuánto tiempo tardará alguien codicioso en ponerse a refinarla? Se puede ganar muchísimo dinero con ella, los antiguos enganchados, por rehabilitados que estén, reconocen que serían capaces de matar por un último chute, por probarla una vez más, sólo una… Cuando hay demanda, aunque sea latente, no tarda en llegar la oferta.

-Pero, papá… - terció la coronela Sabella Slade, a quien los muchachos de Fuerte Bush III habían rebautizado Coronela Bragas de Hierro – tú mismo lo has dicho: los antiguos enganchados. Ellos, sí… pero todo el mundo sabe que el jump refinado, es tóxico, es un suicidio a largo plazo. Los rehabilitados tienen secuelas para toda la vida, algunos están paralizados, otros ciegos, deformados, o locos, y tienen que tomar medicación durante toda su vida, o el residuo del jump les matará como un veneno. No es ninguna broma. Que esa sustancia se tomara cuando no se conocían sus efectos secundarios, pase, pero hoy día, ¿quién se tomaría un veneno, por muy buen viaje que dé? Para conseguir alucinaciones fascinantes sin peligro, ya están los programas de DreamScience.

El coronel Bonetti rió brevemente. “Es su risa de lobo viejo…”, pensó la doctora Randall, sentada junto a él, y de pronto, pareció muy centrada en su plato, sabedora de que si se le ocurría mirar a Ulises en ese momento, se le notaría en la cara la mirada de feroz deseo que sentía por él.

-Sabella… Ojalá yo todavía tuviera tu fe. Debe ser maravilloso poder creer en la especie humana, pero la Humanidad, por definición, es estúpida. Somos la especie más estúpida del Universo, y con diferencia. Quizá los únicos más imbéciles que nosotros, sean los gusácaros, los piojos de los piojos, que necesitan más de mil repeticiones para aprender a distinguir la comida del dolor. Pero nosotros, no les ganamos por mucho, créeme. No, hija, la humanidad en masa correrá detrás de su propia destrucción y la suplicará a gritos, si piensa que puede ser divertida… es así. La gente no pensará en las consecuencias de ingerir una sustancia tóxica, sólo pensará en el bienestar que pueda producirle, eso es todo. No pensamos en… “si tomo esto, dentro de pocos años, quizá meses, me convertiré en un paralítico, estaré ciego o necesitaré un bastón para caminar y no podré hablar, o tendré un horrible tumor en el rostro, o moriré…”. Sólo pensamos en “si tomo esto, me lo pasaré muy bien ahora mismo”. Pensamos así, pensamos sólo en el placer y en el ahora. Si las consecuencias no van a ser inmediatas, no nos importan. Si a alguien que sepa los efectos secundarios del jump refinado se lo ofrecen, te garantizo que ese alguien lo querrá probar, y lo probará. Porque el efecto principal, es diez veces un orgasmo, durante más de dos horas. Porque las consecuencias, siempre pensamos que no son para nosotros. Que a nosotros, no nos va a pasar, que podemos librarnos…

-Coronel, con todos mis respetos, pero yo no creo que TODOS seamos tan estúpidos… es posible que una persona sí quiera probarlo, dos tal vez, pero no TODOS… - intervino el capitán Dan Stillson, responsable máximo de Fuerte Bush III y, desde hacía pocas semanas, amante de la coronela Slade, la hija de Ulises. El marido de ésta, Aniano Milar, quien no había separado la vista de su suegro y no dejaba de asentir a todo cuanto decía, desvió ahora la mirada para censurar a Dan con ella. Parecía casi ofendido porque llevase la contraria a Ulises. – Yo, no querría probar un veneno, por mucho placer que me diese su ingestión. La coronela tiene razón, si queremos tener sueños preciosos, tenemos tecnología para lograrlo sin malgastar la salud…

-Tiene razón, capitán – apoyó la doctora Randall, mientras también Sabella asentía, sonriendo casi imperceptiblemente. – Hoy día, no es como hace diez o veinte años. La gente está educada, la gente sabe. No niego que haya algunos cretinos, siempre los hay… pero la mayoría, no es como usted la describe, coronel.

-¿No les parece…? – sonrió Ulises, mirando al uno y la otra alternativamente, con su sonrisa de astucia resabiada – Les pondré un ejemplo… Si existen los programas de sueño consciente, como me han recordado, que nos sirven para vivir en primera persona las fantasías que deseemos de forma totalmente convincente y realista… ¿por qué la gente sigue corriendo riesgos para tener… aventuras extramatrimoniales, por ejemplo?

Dan se puso como el papel. Sabella, con algo más de disimulo, apoyó la cara en la mano, para que su esposo, sentado junto a ella, no viese que se sonrojaba casi con violencia. El coronel había lanzado la pregunta al azar, pero no sospechaba cómo había ido a dar en el blanco… o al menos, Dan rezaba porque no lo sospechase.

-La respuesta es sencilla – continuó Ulises – Porque nos gusta el riesgo, el morbo de lo prohibido. Eso, la máquina no nos lo da, jamás podrá dárnoslo. En un programa de DreamScience, podemos soñar que volamos, que atracamos bancos, que asesinamos a nuestro jefe o dominamos el mundo… pero sabemos que es mentira. Es lo que antiguamente llamaban una película, una novela, sólo que vista con nuestros propios ojos, pero mentira a fin de cuentas. Lo que nos excita, es llevarlo a cabo. Con el jump, sucederá lo mismo. Puede haber mucha gente juiciosa… pero siempre habrá un idiota, siempre lo hay. Y los idiotas se multiplican. “No pasa nada… no seas gallina… no seas bebé…” muchos chicos se atreverán a probarlo, a sabiendas de que es tóxico, sólo por no quedar mal frente a los demás idiotas que llevan la voz cantante. Y una vez que lo prueben, estarán condenados. Somos así, nos limitamos al placer al ahora, no queremos saber nada del precio del más tarde. Nos limitamos a no pensar en las consecuencias. – sonrió, dando una intensa calada a su cigarro puro.

-¿Igual que sucede con el tabaco, coronel…? – sonrió la doctora, con una pizca de coquetería. Ulises le devolvió la mirada, y sonrió.

-Touché, doctora. – reconoció.  “¿Se…? No, no puede ser… pero yo diría que… que se están tirando los trastos…” Pensó Dan, olvidando por un momento el lío en que estaba metido.

El capitán Daniel “Dan” Stillson dirigía Fuerte Bush III, residencia militar masculina que llevaba muchos años sin producir más que tropas base, ni un solo ingeniero ni cargo prometedor salía de sus filas; el centro se había convertido casi más en una especie de correccional militar para adolescentes vagos que en el prestigioso centro de entrenamiento de tropas que había sido en el pasado, motivo por el cual, el Alto Mando había mandado a la coronela Slade, recientemente rebautizada Bragas de Hierro por los muchachos, a supervisarle. Lo que el Alto Mando no sabía, era que ella y Stillson habían tenido un tonteo siendo adolescentes, y al reencontrarse y aclarar los malentendidos, bueno… digamos que Dan podía enumerar todas las bragas que obraban en posesión de la coronela, sin equivocarse. La pega es que ella, no estaba soltera, Aniano Milar, quien había sido rival de Dan tanto en los estudios como en lo amoroso desde que estudiaban, era su marido. Según decía ella, se habían casado por conveniencia, su padre le había hecho que contrajese matrimonio con él. Y también el padre de ella, el legendario coronel Antonio “Ulises” Bonetti, estaba allí, precisamente para supervisar todo Fuerte Bush III en general, y el trabajo de su hija en particular. Claro está que, si el coronel descubría que los informes de su hija habían sido… suavizados a base de caricias, es muy probable que ella, por obvias razones, saliese más o menos ilesa, pero él, iba a quedar poco menos que como un violador, y no sólo tendría que enfrentarse a responsabilidades penales, sino a un padre enfurecido y a un marido celoso. No, las cosas no pintaban realmente bien… sólo esperaba que Ulises quedase satisfecho, Milar distraído, y que ninguno de los dos, sospechase nada.


“¿Qué debo hacer…? ¿Se lo cuento a su marido, se lo cuento a su padre, me lo callo…?” Pensaba el joven recluta Rieguer, sentado en su mesa y comiendo su cena, aunque no se enteraba mucho de a qué sabía, estaba mirando la mesa principal, donde se sentaban los altos cargos y, en este caso, los invitados. Por un accidente, Rieguer se había enterado que la relación que mantenían el capitán Stillson y la coronela Bragas de Hierro, iba mucho más allá de lo profesional… vamos, que los había visto echando un polvo salvaje en el despacho de ésta, y el tontobaba de Don Perfecto Stillson no había tenido mejor idea que agarrar un bolígrafo digital en pleno placer y grabar la mitad de la escenita… A Rieguer no le caía demasiado bien el capitán, no era la primera vez que intentaba subirse a su espalda, o directamente intentaba meterlo en un lío lo bastante gordo para que lo echaran. Ahora, tenía la oportunidad en la mano, lo sabía. Pero… ya no se trataba tan sólo de Stillson, se trataba de la coronela, y aunque el guarro de Stillson se la estuviese tirando, a ella no deseaba hacerla daño…

La cosa estaba clara: si confesaba, tanto al coronel Ulises, como al teniente Milar, lo que había visto, se libraría de Stillson para siempre. Pero si se lo contaba a Ulises, como era su padre, es posible que fuese más suave con ella… Milar era su marido y le caía tan mal como Stillson; lo había visto llegar a la base, todo pretensiones, todo presunción, mirándolo todo por encima del hombro, porque, claro, el señorito era de Aeroespacial, la realeza… Infantería en comparación, era la mierda… Si se lo decía a él, sin duda ella pasaría mucha más vergüenza. Pero se lo dijera a quien se lo dijera, ella sufriría. Y si no lo decía… ¿qué interés tenía saber cosas si no sacabas provecho de ellas?

-Rieguer, baja de la nube… ¡te está mirando! – le dio un codazo Leblanc, su mejor amigo, un chico negro muy alto.

-¿Quién? – respingó Rieguer, temiendo que fuese Stillson, o Milar quienes le mirasen.

-¡Pues ELLA, bobo! – El joven supo de inmediato a quién se refería, y miró hacia la mesa principal. Cualquiera hubiese pensado que el famoso coronel Ulises, la leyenda viva, sería quien atraería las miradas… pero lo cierto es que la jovencita aprendiz de doctora, le robaba el protagonismo por razones obvias. La doctora que acompañaba al coronel Ulises, venía a su vez acompañada por su discípula, una jovencita de unos diecinueve años, quizá menos, guapísima, de rostro delicado y, por lo que había parecido, con muchas ganas de hacer amigos… miraba a Rieguer, y cuando se dio cuenta que el joven le devolvía la mirada, le sonrió y le saludó discretamente con la mano. - ¡Serás cabrito… le gustas!

-¿Yo…? ¡Yo… yo qué le voy a gustar, Leblanc, no seas tonto! – Rieguer notó que se ponía colorado.

-Rieguer, por favor… si… si la besas, ¿nos contarás qué se siente? – suplicó Estéfano, al que llamaban Ardilla, sentado a su otro lado. Ardilla era el más joven de la promoción, apenas llegaba a los diecisiete, era delgado, bajito y tímido, y estaba convencido de que sus compañeros, algún día, dejarían de masturbarse… pero él, tendría que seguir haciéndolo.

-Ardilla, no digas chorradas tú también – masculló - ¡Te repito que yo no le gusto! ¡E-es una semililius, los lilius son amables con todo el mundo, eso es todo! – En parte era cierto. La joven Rina era mestiza, su padre era humano, y su madre una lilius. Los procedentes del planeta Lilium-Arcadia, eran una raza pacífica y amistosa por excelencia, ellos habían hecho popular el culto a la Diosa, una deidad sin nombre que sólo pedía el amor entre todas las criaturas vivientes, y por tanto, ellos consideraban el orgasmo como el más hermoso acto de fe, y el sexo, en todas sus formas, una manera de rezar.

-Sí, son amables con todo el mundo, pero ella te está mirando a TI – recalcó Meucci, primo del Ardilla, sentado frente a él.

-Es cierto. Fuimos a saludarla los tres, podría ser amable con los tres, pero te ha saludado a ti solo…. –subrayó Leblanc - ¡yo creo que le gustas, está bien claro! Si yo fuera tú, después de cenar iría a hablar con ella.

-¡Qué suerte tengo de no ser tú! – contestó Rieguer – Después de la cena, iré a hacer los recados que me mande el pesado de Stillson, y luego a dormir. Os recuerdo que mañana, querrá entrenarnos Ulises… más nos vale a todos lucirnos, o nos empalarán, entre Stillson, Bragas de Hierro y su papaíto. Será mejor que yo me marche ya… anteanoche, Stillson me hizo quedarme hasta casi medianoche picando datos… Hasta luego, tíos.

-Hasta luego… - contestó Leblanc. Éste sabía que su amigo decía la verdad, después de la última gamberrada, que consistió en una salida de extranjis del campamento, la visita a un bar que acabó en pelea e incendio y que estuvo a punto de costarles la expulsión a todos, el pelotón se había llevado buenos castigos, consistentes en ayudar a reparar el bar, trabajos extra… pero Rieguer, por instigador y cabecilla, seguía teniendo al menos dos horas de castigo diario, tiempo que Stillson aprovechaba para mandarle recados, generalmente limpiezas o trabajos administrativos especialmente tediosos… Pero Leblanc también sabía lo astuto y mentiroso que podía ser Rieguer… - Ardilla, ¿conseguiste aquello?

El chiquillo sonrió, y asintió, sacando un botecito de su guerrera, que entregó a Meucci, quien sonrió abiertamente.

-No fue fácil… El laboratorio está en el quinto piso, pero estaba en el armarito donde me dijiste

  • Estrógeno puro… - Meucci dedicó a su primo pequeño un cabeceo lleno de orgullo -  Añadiendo esto a la máquina, ya podrá detectarlo. Así, sabremos.

Leblanc les sonrió, una sonrisa llena de dientes blancos que le daba cierto aspecto de carnívoro.

-Ardilla, eres un canijo que no tienes ni media leche, y Meucci, eres el tío más feo del mundo, pero entre los dos, sois un gigante. – la pareja de primos sonrió, casi con orgullo, porque sabían que su uno por agilidad, otro por inteligencia, esas eran sus únicas bazas. Es cierto que ambos eran rubios y de ojos azules, pero ahí se terminaba todo su atractivo… Stéfano era guapillo, pero no llegaba al metro sesenta ni con los zapatos puestos, era todo piel y huesos y sus hombros eran casi inexistentes; Meucci era fuerte y de cuerpo nervudo y robusto, pero era narigudo, cabezón, de ojos pequeños, boca muy ancha y mofletes algo caídos, y bastante crecido ya para darse cuenta que la única mujer que jamás le encontraría guapo, era su madre.


Rieguer llevaba el maletín de archivos, desde el despacho de Stillson, al de la coronela, y eso le extrañó. Generalmente, Estirao Stillson solía mandarle tareas administrativas o limpiezas, o… pero nunca nada que pudiera hacer él mismo enviando unos cuantos archivos por Red, o yendo personalmente a entregárselos, si la información o el protocolo lo exigían, “y seguro que él tendría mucho interés en verla a solas…” pensó pícaramente el joven. Por mal que le cayese Stillson, no podía dejar de fantasear en la idea de… hacer sexo con una chica, así que no dejaba, no podía dejar de recordar la escenita que había visto entre el capitán y Bragas de Hierro. Casi enseguida, cambió en su imaginación el rostro de Stillson por el suyo propio, ufff… pensar en hacerlo con una mujer algo mayor y experimentada, y encima de cargo tan elevado, qué caliente le ponía… Pero se dominó, llegaba al despacho de la coronela, y era preciso mantener la cabeza fría. Llamó a la puerta y la voz de la mujer dijo “Adelante”.

-Buenas noches, señor. Le traigo esta documentación, me manda el capitán Stillson, señor.

-Lo sé, soldado, pase. – la coronela sonrió, y Rieguer se sintió aún más extrañado… Iba a pasar algo, no cabía duda, pero, ¿qué?

-Siéntate. Rieguer… ¿Cuánto tiempo llevas en Fuerte Bush III?

-U… Unos cuatro meses, señor. – Rieguer comprobó que la coronela tomó el maletín, pero ni miró su contenido, se limitó a dejarlo a un lado.

-¿Qué crees haber aprendido en ése tiempo? – Rieguer se encogió ligeramente de hombros, sin saber qué contestar. - ¿Eso, quiere decir “nada”?

-No, no señor. – se apresuró a responder – Es sólo que… no sabría por dónde empezar.

La coronela asintió.

-A mí me parece que has aprendido algo importante. Has aprendido que toda acción tiene consecuencias. Tu “excursión”, estuvo a punto de costaros la expulsión a todos, y en un principio, no tuviste agallas para confesar. Pero casi enseguida tuviste valor para hacerlo, y para hacer algo más: pedir una segunda oportunidad. Decir que querías reformarte y ser mejor, y, conociéndote, eso debió costarte mucho, porque la expulsión hubiera significado librarte para siempre del ejército al que detestas.

-Bueno, yo…

-Lo detestas. A mí no puedes engañarme, piensas que el ejército es para lelos que no sirven para nada más, Administración te merece aún peor opinión, e Ingenieros piensas que es demasiado trabajo para ti. – Rieguer, algo encogido en la silla, notó que se sonrojaba… La coronela tenía razón en todo, él sólo había insistido en quedarse por cuestión de pura honrilla, para clavarle el “Apto” a Stillson en la frente tan pronto se lo diesen, pero no porque le gustase en absoluto. Tenía una opinión pero que muy pobre del ejército, pero sus padres le habían metido en él, porque la práctica totalidad de las profesiones o estudios, le merecían similar desprecio, pero en un cuartel, podrían obligarle a hacer cosas que no desease. – Óscar Rieguer, padeces la Maldición de los Inteligentes. Eres un VAGO.

-Señor, yo…

-Tú sabes perfectamente que te digo la verdad. Sabes que eres inteligente, y precisamente por eso, te recuestas y no te esfuerzas nada, porque sabes que mirándote los temarios un poco la noche antes, sacarás de sobra cualquier examen… Llevas toda tu vida haciendo eso, nada te atrae, porque nada representa para ti una dificultad… pero cuando sí lo hace, tampoco te atrae, porque sabes que tendrás que esforzarte, y ya te has acostumbrado a ser cómodo. Te has hecho un vago, y vas a desperdiciar tu inteligencia en convertirse en un sinprovecho, por pura pereza. Eres un sucio tramposo. Pero lo peor, no es que engañes a Stillson, que me engañes a mí o a tus propios compañeros. Lo peor, es que te engañes a ti mismo.

Rieguer agachó la cabeza. Aquello se lo había dicho su padre miles de veces, pero jamás le había creído. Siempre pensaba que… daba por sentado que, con lo listo que era, podría arreglárselas sin esforzarse demasiado, siempre se las arreglaba. En la educación elemental, en secundaria… siempre. No había sentido por sus maestros más que desdén, ninguno de ellos fue capaz de llegarle jamás… pero la coronela le había picado el amor propio, precisamente quien menos parecía conocerle, quien sólo había hablado con él una o dos veces… y resulta que le conocía cual si le hubiese parido. Le había cogido totalmente desprevenido.

-¿No tienes nada que decir…? – continuó ella - ¿Vas a limitarte a aguantar el chaparrón, y cuando salgas por esa puerta, dirás “me la suda”, y seguirás tal como hasta ahora…?

-Yo… señor, es que yo no… no sé…

-Yo sí sé. – la coronela sonrió – Rieguer, eres un sinvergüenza, un vago y un calavera…. Pero no eres malo. Eres inteligente, pero has usado siempre tu inteligencia para hacer el gamberro y librarte, para ser un comodón, has crecido pensando que el mundo, es tu patio de recreo… y de repente, te encuentras en un sitio que ya no funciona así. Eso te pone furioso, e intentas de nuevo salirte con la tuya, pero-y aquí llegamos a lo que aprendiste-te das cuenta que tu calaverada, tiene consecuencias, ya no sólo para ti, sino para tus compañeros, tus padres y tu mismo centro de estudios. Te picó el orgullo, te sentiste culpable, no me importa si no lo admites, tú sabes que fue verdad… el caso es que tuviste valor para pedir una segunda oportunidad, eso, no mucha gente lo tiene. Yo no esperaba que lo tuvieras tú. Pensé que simplemente te rendirías, te marcharías de aquí fingiendo irte con el rabo entre las piernas, y después te felicitarías a ti mismo de lo listo que eras por haberte librado una vez más, sin querer darte cuenta que eso, te conducía un paso más cerca de un porvenir cada vez más cerrado y menos halagüeño… Pero elegiste bien. – La coronela se recostó en su sillón, sonriendo – Es por eso que el capitán Stillson y yo, hemos decidido probarte. Vamos a darte no sólo algo que te estimule, sino también algo que te pruebe que hay gente dispuesta a confiar en ti. No hay cabo estudiante en tu pelotón, de modo que vas a ser ascendido. – Rieguer palideció y estuvo a punto de titubear algo, pero la coronela elevó un poco la voz – No es una sugerencia, Cabo Rieguer.

La coronela se levantó de su sillón. El muchacho la seguía con la vista, y no se acordaba de cerrar la boca. ¿Cabo estudiante, ÉL? Pero si… pero si…. Pero si era un gamberro, mal estudiante, le llamaban el señor del escaqueo, no recordaba haber terminado una sola tarea desde que llegó… “Salvo ahora” se dijo “Desde que Stillson te castigó a ti, a cambio de dejar que todos os quedarais… desde entonces, sí estás cumpliendo las tareas, mal que te pese y por mucho que te fastidie, porque sabes que no es sólo por ti, es por todos”.

-Vamos a llamar a tus compañeros para darles la noticia, porque esta noche el nombramiento ya es oficial y no dormirás con ellos… tienes barracón propio, y no quisiera que montarais una fiestecita de despedida en el barracón común. Mañana, el coronel Ulises va a entrenaros y os quiero frescos y madrugadores. Firma aquí. – señaló la pared, en la que se proyectaba el documento digital de su nombramiento. El joven la miró, casi pidiendo clemencia, pero la coronela le sonrió con cierta maldad, y el muchacho suspiró. Sacó del pecho su placa identificativa y la orientó hacia la pared. La accionó con su huella digital y activó la opción de firma. El láser quemó el infrarrojo y estampó su firma en el documento: Óscar Rieguer.


-¿Entonces, de acuerdo, todos aceptamos?

-¡Sí!

-¡No más “pelotón de los inmaculados”!

-¡Perfecto! Entonces, todos los que acepten, rogamos depositen diez créditos en la hucha… y gracias al ingenio de nuestro querido compañero Meucci, podemos estar seguros que nadie hará trampas. ¡El primero que pierda la virginidad, será el ganador de la hucha! – Voceó Leblanc, y todos le corearon. Los treinta muchachos, de unos dieciocho-veinte años, salvo Ardilla, que contaba sólo diecisiete, estaban hartos de aguantar bromitas de los reclutas de cursos superiores, o de sus amigos y hermanos cuando iban a casa, porque seguían siendo vírgenes, ninguno de ellos había ni siquiera besado a una chica, al punto que algunos mayores les habían colocado como mote El pelotón de los inmaculados. Al principio, había sido cosa de uno o dos matones, pero ahora se había generalizado, y no había chico de cualquier otro grupo que no los llamase así, incluso aquéllos que, pese a estar en otro curso, también seguían siendo vírgenes.

-¿Podemos estar seguros que no fallará, Meucci….? No me gustaría que, mágicamente, Leblanc, o Rieguer, o tú mismo, perdieseis la virginidad mañana…. – preguntó otro de los chicos.

-El Cerebro lo tiene todo previsto… - terció Leblanc. – Cuéntaselo, Meucci.

-No es posible engañar al detector. – contestó el chico – Mirad. Cuando yo mismo, o cualquier otro entramos por la puerta… - salió y entró por la puerta del barracón, y de inmediato empezó a sonar, no muy alto, una pieza de música clásica, Like a virgin. - ¿Veis? La música se activa, porque no detecta estrógenos en mi cuerpo. Ahora, si entra alguien que acaba de tener contacto sexual con una chica, el detector captará el estrógeno, y la música no sonará.

-¿Y qué pasa si entra una chica…?

-El detector está programado para captar estrógeno en una determinada cantidad… a partir de esa cantidad determinada, sabe que se trata de una mujer, y no suena.

-¿No sería mejor que el detector estuviese callado y sólo saltase cuando entrase alguien que ya no sea virgen?

-Sí, claro, entonces, cuando entre por esa puerta Stillson, por ejemplo, empieza a sonar Like a virgin, el Estirado se piensa que es una indirecta, y ya tenemos arrestado a todo el pelotón.

-Sí, tienes razón…

-¿No hay modo de engañar al detector…? Quiero decir… si alguien consigue estrógenos como tú, del laboratorio, y se unta con ellos el pito, ¿no podría engañarlo…?

-Lo que queda en el cuerpo después de hacer el amor, es una cantidad pequeña, un residuo… si te untas de estrógeno, el detector sabrá que es una cantidad excesiva, pero como también detectará tu testosterona, sabrá que no puedes ser una mujer, así que también sonará. No perdáis el tiempo intentando trampas, ya las he previsto todas. Usad el tiempo en encontrar chicas, y no subterfugios… a fin de cuentas, ¿qué os interesa? ¿Estrenaros, o llevaros unos cuantos créditos? Porque si lo que os interesa es pasta, coño, pedidla en casa, que trescientos créditos no son nada…

Todos asentían, cuando sonó el zumbido del intercomunicador, y la imagen de la coronela se proyectó en la pared. Todos los chicos se llevaron un buen susto, se levantaron del suelo, y varios, que estaban en calzoncillos, se taparon las piernas con mantas o chaquetas de pijama.

-Buenas noches, muchachos.

-…eeeh… nas noches, coronela… - musitaron todos, sorprendidos. ¿Qué era tan importante para llamarles por intercomunicador visual a aquéllas horas…?

-Tengo que comunicaros una noticia a todos. Vuestro compañero Rieguer, es ahora vuestro cabo estudiante. Salude, Cabo. – Un Rieguer pálido y con más cara de “lo siento” que de “me alegro”, apareció en la pared y les dedicó un saludo a todos, llevándose la mano de lado a la frente.

-¿Que es qué? – preguntó Leblanc.

-Vuestro cabo. – recalcó la coronela. – A partir de ahora, si tenéis cualquier problema, o consulta, o duda que queráis transmitirnos, deberéis decírsela a él para que nos la haga llegar. En ausencia del capitán Stillson, él es el hombre al mando. Es un compañero que os tiene afecto y con el que debéis tener confianza y amistad, pero también respeto. Se despide ahora de vosotros, porque esta noche ya no le veréis, dormirá en su barracón privado. Ahora, os aconsejo que os acostéis cuanto antes, mañana os espera un duro entrenamiento. Buenas noches.

La comunicación se cortó. Todos los reclutas estaban sorprendidos… nadie podía esperarse que Rieguer, el irresponsable, el gamberro número uno, el que había conspirado incluso para librarse de Stillson…

-¡Menudo chupamedias, pelota miserable, nos ha traicionado…! – gritó Rossi, y Ardilla se lanzó contra él. Leblanc le paró en el aire.

-¡Quieto!  ¡Rossi, capullo, cállate!

-¿Porqué, por que digo la verdad? ¡Es un tiralevitas, que se la ha estado mamando a Stillson, hasta que le han ascendido! ¡Como no le salió bien la jugada de intentar librarse de él, se ha unido a él, y nos ha dejado en la estacada a todos!

-¡Mentira! – gritó Meucci - ¡Tú sabes que Rieguer no haría una cosa así, él pidió clemencia para todos, y se ha estado comiendo castigos él solo! ¡No tiene la culpa que el Estirado le haya cogido de cabo, él no se ofreció!

-¿Cómo lo sabes, Meucci? ¿Cómo sabes que no se ha enterado de que iban a dar el puesto y se lo ha callado, y que sus castigos no han sido peloteos para medrar?

-¡A juzgar por esa idea, eso sería lo que se te habría ocurrido hacer a ti! – gritó Leblanc. - ¡Sabemos que son castigos, porque el mismo Estirado Stillson lo dice! ¡Si hubiera habido una promoción equitativa a cabo, él y Bragas de Hierro lo hubieran hecho saber! ¡Le han concedido el cargo por alguna razón!

-¡Claro que sí! ¡La de vigilarnos a todos como un puto policía e ir corriendo a chivarse de todo lo que vea!

-Rieguer no haría eso jamás, y tú lo sabes.

-No, no lo sé. Y tú tampoco lo sabes. Conocíamos al recluta Rieguer, pero no conocemos al cabo Rieguer. ¿Quién te dice que no le interesa más seguir subiendo que conservar la amistad de unos chicos a los que conoce desde hace unos cuatro meses…? ¡Para empezar, nos va a chafar la apuesta! ¡En cuanto se entere, nos impedirá que salgamos del campamento para intentar ligar!

-En eso Rossi tiene razón. – dijo Nero, otro de los chicos – No sabemos cómo se lo va a tomar ahora que es cabo… si nos pescan fuera, la culpa sería suya, así que no se pondrá en peligro. Nos lo impedirá, o se chivará. En cualquier caso, no podremos hacerlo ya.

Leblanc permaneció pensativo. Era cierto, ya no se trataba de un compañero como antes, ahora Rieguer era un superior, y si cometían alguna infracción, y él estaba enterado y no lo había impedido, o reportado… se la cargaría con todo el equipo.

-Escuchad: seguiremos adelante, pero SIN Rieguer. Él no se enterará de la apuesta, nadie le dirá nada. Iremos adelante con el plan, cada fin de semana, dos de nosotros saldrán del campamento a escondidas, e irán a intentar ligar a la colonia, y volverán antes de que amanezca. Si a alguno lo pescan…

-Cobain no lo quiera… - susurró Meucci.

-Cobain no lo quiera, pero si a alguno lo pescan… Rieguer no está enterado, y no sabe nada. Podrá decir sin mentir que no sabía nada.


Rieguer abandonó el despacho de la coronela, sin saber exactamente cómo se sentía, pero apenas salió por la puerta, una voz cantarina le frenó.

-¡Hola, Rieguer! – el citado respingó. Era ELLA. Rina, la chica que había venido con la doctora del coronel Ulises. – perdona, no quería asustarte. Sé lo que te han dicho.

-¿Lo sabías? – la joven asintió.

-Sí. Oí hablar a la coronela y al capitán Stillson, por eso vine aquí a esperarte, quería ser la primera en felicitarte… pero tú no pareces muy contento con el cargo.

Rieguer resopló y echó a andar, seguido de la chica. Ojalá no lo hiciera, ojalá no le siguiera ahora, ya era bastante difícil pensar que ahora era cabo estudiante, como para encima, hablar con una chica guapa como ella… y sabiendo que según sus compañeros, él le gustaba. Óscar intentó pensar en algo que decir, en explicarla, explicarse a sí mismo qué pensaba de ser cabo… pero tenía un buen barullo mental. Él no se dio cuenta, pero Rina desplegó las pequeñas antenas retráctiles que llevaba ocultas en el cabello, y emitió por ellas ondas relajantes. Rieguer respiró hondo y tuvo la sensación de que su cerebro empezaba a hablar él solo, como si hubiera encontrado un extremo de la enredada madeja que tenía en el coco, y empezase a tirar suavemente de él, deshaciendo los nudos.

-¿Contento con el cargo…? – dijo, y suspiró -  No lo sé. No lo quiero. No quiero ser cabo. No lo quiero, porque sé que eso, significa que ya no dormiré con los chicos, que si hay algún marrón, seré yo quien se lo coma, porque sé que tendré que… tendré que estudiar más, esforzarme y ser bueno en todo, o si no, me degradarán. Significa que tengo una responsabilidad, y es algo que siempre he detestado. ¡No sirvo para ser responsable! En realidad creo que no sirvo para nada…

Otra persona quizá hubiera interrumpido a Rieguer, diciéndole que no se tratase a sí mismo con tanta dureza, que no era cierto que no sirviese para nada… Rina sabía que Rieguer no deseaba ser contradicho, que estaba pensando, y ese pensamiento le llevaría a descubrir por qué pensaba eso de sí, y le permitió continuar.

-Llevan diciéndome toda la vida, desde que puedo acordarme, que tengo “un gran potencial”. Que soy muy inteligente, pero que soy un vago. “Puedes hacerlo mucho mejor”, me han dicho siempre. Qué… qué más daba si llegaba a casa con notas altas, si la profesora siempre les decía a mis padres que yo era un vago y podía hacerlo mejor. Claro, mis padres querían que yo estuviese en el Cuadro de Honor, si no estaba, con mi gran potencial, es porque era un vago, un maldito perezoso, y no habría cine, ni Sueños, porque estaba desaprovechando mi cerebro, y eso estaba mal… Odio ser inteligente. ¡Yo no pedí ser inteligente! Hubiera querido mil veces ser tonto, sólo para que me dejaran en paz… porque si fuese tonto, entonces, sacando las notas que sacara, todo el mundo diría “bueno, hace lo que puede”, y me dejarían tranquilo… Nunca estarían detrás de mí diciéndome “estudia, trabaja más, esfuérzate más, puedes hacerlo mejor, tienes que hacerlo mejor porque estás capacitado…”. Cada vez que me decían eso, me quitaban por completo cualquier gana de estudiar… Llegó un momento, que no quería hacer nada, porque cada vez que empezaba algo, tenía que ser el mejor. No podía hacerlo sin más, tenía que hacerlo mejor que nadie, porque, eh, yo TENÍA UN GRAN POTENCIAL… no podía desaprovecharlo siendo mediocre, tenía que destacar, más aún, tenía que ser el puto número uno.

Rieguer apenas era consciente ya de la presencia de Rina, y eso era bueno, la joven lo sabía. Contra menos cuenta se diese que ella lo estaba escuchando, mayor sinceridad habría en sus palabras.

-Y entonces, me mandaron aquí. Yo no tenía ganas de venir, nunca me gustó el ejército. Pero mis profesores y mi familia estaban convencidos de que era lo que yo necesitaba: mano dura. Y al principio, todo fue más o menos como siempre, yo sólo dejaba que pasasen los días, haciendo lo menos posible, escaqueándome como quería, como he hecho siempre… tal vez sea eso lo único que se me dé bien: mentir, tirarme faroles y montar jaranas. Sólo esperaba que pasase el tiempo de instrucción obligatoria, no sabía qué haría después, y no me importaba… pero ahora, de pronto,… resulta que soy ese puto número uno que no me he esforzado por ser, y que ni siquiera yo quería ser. – Rieguer suspiró, y una pequeña sonrisa triste afloró a sus labios – Creo que nadie me ha felicitado nunca. Por nada. Hasta ahora. Creo que es la primera vez que alguien me dice “eres bueno”, en lugar de “puedes ser mejor”. ¿Tienes una idea de lo que eso significa para mí, tienes la más ligera idea…? Significa que por primera vez, alguien está confiando en mí. Confiando en mí, tal como soy ahora, no me están pidiendo que cambie, me están diciendo que lo estoy haciendo bien… y eso me acojona, de verdad. Porque nadie me lo había dicho nunca. Cuando nadie confía en ti, no corres el riesgo de defraudar a nadie; cuando fracasas, la gente simplemente te mira y dice “lo sabía, esto yo ya lo sabía, Óscar es un vago. Es muy inteligente, pero no le da la gana”. Todos SABEN que no lo harás… pero ahora hay alguien que SÍ espera que lo haga… Y me da miedo no ser capaz. Me da miedo no tener de veras ese gran potencial del que todos me hablan siempre… a fin de cuentas, creo que jamás lo he puesto a prueba… Tal vez sea eso. – una expresión de temor le brilló en los ojos – Quizás he tenido miedo siempre… Miedo a no ser tan bueno como me decían, miedo a sí ser tan bueno y tener que trabajar muchísimo para mantenerme arriba… ¿Y si resulta que no soy un vago, sino… un cobarde? – El joven permaneció callado unos segundos y concluyó – No me importa ser un vago irresponsable, el ser un vago es divertido, ser irresponsable es cómodo… pero nadie va a llamarme a mí cobarde. Nunca.

Rina sonrió abiertamente, mientras sus antenas se ocultaban de nuevo. Rieguer, aún ajeno a su presencia, apretó el brazo donde ella llevaba un ratito agarrada, y él ni siquiera se había dado cuenta. Sólo cuando llegaran a su barracón, notaría que estaba colgada de su brazo y se pondría como un tomate antes de balbucir un “gracias”… pero mientras, Rina se sentía flotando al caminar agarrada a él.


-Mmmh…. Me encanta ver cómo te tocas… - sonrió Sabella, y Dan alzó la mano para fingir que pellizcaba los desnudos pezones de su compañera. En realidad no estaban juntos, pero podían verse. Hablaban por el fonohológrafo, de modo que cada uno veía una imagen holográfica tridimensional del otro, y aunque sólo fuera una imagen de luz, servía para hacerse la ilusión de que estaban juntos. Con el padre y el marido de Sabella en el fuerte, esa forma de comunicación era la más prudente, por estar cifrada. - ¿Alguna vez te habían hecho sexo oral, Dan…?

-Nunca, sólo tú. – sonrió el capitán. Era mentira, en una ocasión, una lilius se lo había hecho. No tenía ningún lío con ella, para una lilius era tan normal como para una humana ofrecer un café, era una simple cortesía… pero eso, no hacía falta que lo supiese Sabella. La coronela sonrió, se bajó de la cama donde había estado sentada, y, poniéndose de rodillas, fingió lamer la imagen del miembro erecto de Dan. En su barracón, Stillson vio el holograma de Sabella meterse su pene en la boca, y aunque desgraciadamente las imágenes no daban sensaciones, el pensamiento de que ella realmente lo hiciera, le sacaba de quicio… - Mmmmh, sí, chúpame…

-Quiero hacerte esto… quiero ponerme entre tus piernas y lamerte de principio a fin, muy despacio, y ver cómo te estremeces… acariciarte los muslos, hacerte cosquillas suaves… y mirar todas las caritas de gusto que me pones… hasta que te derritas entre mis labios… - Dan se acariciaba con fuerza, mirarla y oírla decir esas cosas era demasiado, no aguantaba más, iba a… iba a….

¡DING-DONG!

¡MIERDA! Pensó Dan. Y no fue el único. Sabella se puso en pie de un salto, apagó el botón de video, pero dejó el de audio, para que la comunicación no se cortase, se puso el camisón y corrió a la puerta mientras se ataba la bata blanca, todo en menos de tres segundos. Dan se mantuvo a la escucha, sin mover la mano. Quería correrse para ella, no a solas… tenía la esperanza de que fuese algún recado administrativo, quizá una nota de su padre… pero la posibilidad que más temía, se materializó cuando oyó:

-¿Aniano? ¿Qué haces aquí a estas horas?

-Tenía que verte… Te he echado mucho de menos…

-Milar, por fav… - pero la voz de Sabella se cortó. Dan se pegó el aparato a la oreja, con creciente cabreo. La comunicación, no se había cortado, pero sólo se oía respiración. Eso, sólo podía significar una cosa… El sonido de un chasquido, se lo confirmó. Sintió su pecho desgarrarse de rabia y celos – Aniano, cariño, lo siento… pero no puede ser.

-Oh, por favor, sólo uno rápido. Por la Diosa, Sabella, ¡hace casi un año que no te veo! ¡Voy a reventar si no lo hacemos!

-No puedo, estando aquí, no puedo… Soy la coronela de éste pelotón, no puedo permitirme que me pierdan el respeto, viéndome como a una quinceañera enchochada.

-¡No eres una quinceañera enchochada, eres una mujer casada, Sabella! ¿Acaso los otros mandos no hacen vida marital?

-Estando de servicio, no.

-Sabella, ¿porqué siempre has de hacerme suplicar?

-¿Por qué tú siempre tienes ganas cuando no puedo? ¿No puedes entender que estoy de servicio? Cuando yo fui a visitarte a Base Séptima, el señorito no tenía ganas, y yo me tuve que aguantar, pero ahora, si no puedo por razones profesionales, encima soy yo la mala.

-No me recuerdes lo de Base Séptima… Tenía… mucho stress entonces, fue una operación muy importante…. Tenía a tu padre muy encima de mí, no me podía permitir distraerme.

-Mira, justo lo mismo que me sucede ahora a mí, ¿tanto te cuesta entenderlo? Anda… sé comprensivo conmigo… ven mañana, cuando ya mi padre haya hecho el entrenamiento, estaré más relajada, y podré estar contigo con ganas… ¿quieres?

-¿Y por qué no dejas que te relaje yo, eh, quieres?

-¡Bah! ¿No me vas a dejar en paz, verdad? ¡Eres incapaz de entenderme, sólo te interesa vaciar la polla! ¡Pues venga, haz lo que te dé la gana, pero date prisa! – de muy mala gana, Sabella se arremangó la bata y el camisón y se inclinó, apoyándose en una silla, mientras cogía el bolígrafo digital de su escritorio y lo orientaba hacia el asiento de la misma, y empezaba a repasar resultados y notas.

-¿Pero vas a leer? – preguntó Aniano, frotando su miembro semierecto contra el sexo desnudo de su mujer.

-Ya te he dicho que estaba ocupada y cansada, que mañana estaría con ganas. Has querido hoy, pues hoy, pero no me pidas encima que participe.

-Aaah… joder, algo de tu parte… ya podías poner…

-Sí, sí, lo que tú digas, soy muy mala. Venga, despáchate deprisa. – Cualquier hombre con un mínimo de sensibilidad, o un poquito de autoestima, hubiera desfallecido hace rato… pero Milar sólo podía pensar en que llevaba varios meses sin estar con una mujer, y en que su suegro no dejaba de tirarle puntaditas acerca de la carencia de hijos en su matrimonio… Al principio, Milar se había escudado en que ella no deseaba ser madre aún, porque eso la distraería de su carrera, pero últimamente, Ulises no dejaba de hacer chistes estúpidos, sin nombrar a nadie, pero dejando muy claro a quién se refería, como… “cuando uno se compra una Ferrari, tiene que asegurarse de sacarla a pasear regularmente, porque si siempre está aparcada en la calle sin moverse, tarde o temprano, alguien pensará que no tiene dueño, y se la robarán” o “la abstinencia sexual es peligrosa, produce cuernos”… Con lo poco que coincidía con su hija, no podía consentir estar juntos y no dormir con ella; si Ulises se enteraba (y SIEMPRE se enteraba), el recochineo no lo pararía nadie. - ¿Te queda mucho aún?

Milar intentó concentrarse en las nalgas de su mujer, si no acababa pronto, lo más fácil es que se le acabase bajando… Sabella estaba prieta por dentro, cálida y dulce, pero su actitud era gélida y distante, ni siquiera se movía y respiraba con toda calma, ignorándole por completo. Le vino un terrible deseo de pegarla, de obligarla a participar… pero si se atrevía, mañana lo someterían a consejo de guerra. Mmmfh… bueno, ya casi estaba… pensar en maltratarla, le ponía muy cachondo, y se imaginó golpeándole la cara con la mano del anillo, haciéndola sangrar por la nariz y mirando las  lágrimas correr por sus mejillas, sí, sí, harás lo que yo te ordene…

¡DING-DONG!

-¡MIERDA! – gritó Milar, y Sabella se incorporó tan deprisa que le tiró al suelo.

-¡Cállate, maldita sea!

-¿Qué pasa? ¿Es que no puedo estar aquí, no soy tu marido y tengo derecho a estar aquí?

-¡Estando yo de servicio, no! – masculló la mujer, mientras se arreglaba la ropa para ir a abrir - ¡Guárdate esa ridiculez!

-¡Sabella…! ¿No pretenderás dejarme así?

-Haber acabado antes ¿Te dije que te dieras prisa, o no? ¡Venga! – Sabella no gritaba. No le hacía falta. Abrió, y fue una suerte que Milar estuviera tras ella, porque la enorme sonrisa que brilló en su cara, la hubiera delatado al momento.

-¡Capitán Stillson…! – estuvo a punto de decir “qué agradable sorpresa”, o algo semejante, pero se contuvo, recordando que a su marido, allí presente, le había dispensado una bienvenida mucho menos cordial – Supongo que tendrá un motivo de peso para presentarse en mi puerta a estas horas de la noche.

-Buenas noches, señor. Sí, lamento molestarla a estas horas, pero me era imprescindible hablar con el sargento Milar, y en centro de mando me han indicado que podía hallarle aquí. Confío en no haber sido inoportuno.

-Oh, en absoluto, capitán. El sargento Milar sabe que yo, estando de servicio, permanezco con la puerta abierta para mis hombres a cualquier hora del día o de la noche. Diga.

-Gracias. Pues… se trata de una cuestión de disciplina. – Milar le miró, inquisitivo. Dan llevaba un pijama rojo y su batín azul, y conservaba las manos en los bolsillos, como si… - Los soldados, en especial los más jóvenes, han tomado al sargento poco menos que como motivo de burla, porque pertenece a Aeroespacial. Al parecer, juzgan que los de Aeroespacial “se lo tienen creído”.

-Hum… la eterna disputa. Los de Aeroespacial son los mimaditos del ejército, y donde van los niños ricos que pueden comprar el acceso, y los de Infantería son los retrasados tontos del bote, que sólo sirven para carne de cañón, porque son gilipollas – convino Sabella.

-Descubre quiénes han sido los que me han faltado, y expúlsalos. Así aprenderán a tener respeto – intervino Milar.

-En un principio, fue lo que pensé, pero luego me dije, que había un medio para acabar con esa estúpida rivalidad entre ambos cuerpos… - sonrió Dan – En concreto, que vinieras con nosotros a entrenar mañana.

-¿Qué?

-Sí, todo Infantería se piensa que los de Aeroespacial, no sabrían ni caminar si no les enseñaran al nacer, que no hacen nada de ejercicio físico, porque eso de sudar, queda para “los perdedores de Infantería”, no para ellos… si vienes con nosotros, les demostrarás que eso no es cierto, que tú eres tan fuerte y estás tan en forma como cualquiera de ellos. ¿Por qué castigar? En su lugar, eduquemos. Sé que no te negarás a defender tu orgullo, demostrando que no te achican unos reclutas en un entrenamiento de rutina.

-A mí me parece una buena idea… pero, por supuesto, la última palabra, la tiene Aniano.

“Cabrón” pensó Milar.

-¡Sí, claro, naturalmente, iré!

-¡Perfecto, salimos mañana al amanecer! Con su permiso, me retiro, señor. – Dan sacó la mano derecha del bolsillo para hacer el saludo marcial, y Aniano lo vio claro. Estaba erecto. O al menos, lo medio estaba, ese bulto no podía ser su miembro en reposo, le había visto desnudo muchas veces cuando compartían duchas siendo estudiantes y Dan aún no era cabo, y sabía que ése, no era su tamaño.

-Buenas noches, capitán. Buenas noches, Aniano. – como deferencia, estrechó la mano de su esposo. Éste la miró con odio. No podía probarlo, pero era mucha casualidad que, justo cuando estaba con ella, llegase tan rápidamente él…

-Buenas noches, querida. – Milar se dio la vuelta y echó a andar de mal talante. Dan y Sabella intercambiaron una sonrisa con los ojos que apenas duró una fracción de segundo, y cuando el capitán se volvió, la mano de la mujer, veloz como un rayo, le sacudió un pellizco en el culo, y cerró la puerta de inmediato. Dan respingó, y una gran sonrisa iluminó su cara. “Un bonito modo de decir “gracias”…” pensó.


-Aquí lo tengo… me ha costado cinco años y pelearme con mi hija, pero al fin voy a cazarlo… - sonrió Ulises, consultando en remoto los archivos secretos del sistema informático de Milar.

-Lo que no entiendo es… ¿porqué casaste a tu hija con él? ¿No podías hacerlo sin esa condición? – preguntó la doctora, vestida sólo con un picardías rosa con adornos de encaje, sentándose junto a él.

-Qué más hubiese querido yo. No, no puedo. Para lograr acceder a estos archivos, tenía que saberlo todo sobre él, y una de las condiciones de acceso a su cuenta bancaria, es ser él mismo, o familiar directo. Puso esa condición porque sus padres habían muerto, y no le quedaba ningún familiar vivo… pero al casarse, mi hija es un familiar directo. Yo no lo soy, pero mi hija tenía permisos para autorizarme al ser familiar de ella, y eso es exactamente lo que hizo. Mira estas cuentas… ¿te parece que, por bien que paguen en Aeroespacial, puede tener estos ahorros…? – la doctora silbó. No, no se lo parecía – Eso mismo pienso yo. Se está dedicando a otra cosa en sus viajecitos, y creo que sé muy bien qué es… pero no puedo probarlo. Todavía no. Por eso me viene bien tener a mi hija casada con él.

-¿Por….?

-Le distrae. Le hago creer que estoy loco por ser abuelo, y eso le obliga a pasar tiempo con ella. A salir por las noches, dejando sus pertenencias desprotegidas, sus secretos a mi alcance… Como ésta noche. – Ulises, sin dejar de mirar la pantalla proyectada, accionó la búsqueda de archivos en el bolígrafo digital. De inmediato, la pantalla se puso de un bonito color verde brillante.

-¿Es… es lo que creo que es? – preguntó la doctora. Ulises sonrió. Milar no había sido un alumno especialmente brillante, pero su padre fue anticuario, y él tuvo acceso a muchas cosas que hoy día, ya ni existían, como por ejemplo, papel. Un compuesto de fibra vegetal que asoló muchos bosques, y que hoy, ya no se usaba, salvo… - ¿TAMBIÉN fumas tabaco liado? ¿Qué no fumas tú, pequeño vicioso?

Ulises sonrió con una pizca de malignidad, mientras sacaba su librito de hojas de papel de arroz, para liar tabaco, y lo acercó a la luz verde brillante. El papel adquirió el mismo tono verde vivo… pero además, se conservó verde cuando Ulises lo apartó de la luz.

-Imposible. – dijo ella – No puede… no se puede…

El coronel cruzó las manos en la nuca y dejó escapar un suspiro de satisfacción. Así es como lo conseguía. Ahora tenía que cogerle con las manos en la masa, pero ya sabía a qué se dedicaba y cómo lo hacía.

-Bueno… se acabó el trabajo por hoy, con esto, de momento, me puedo dar por satisfecho. – Ulises se puso meloso, acariciando la pierna desnuda de Kat, que miraba el papelito por todas partes – Y, después de laborar, lo mejor es amar… - se inclinó para darle un beso, pero la doctora se levantó de un salto.

-¿Estás de guasa? ¡Ahora no puedo, tengo que analizar esto! – sonrió, y se dirigió al laboratorio que le habían cedido en su barracón, dejando a Ulises con un palmo de narices… Lo peor del caso, tenía que reconocer, es que si la doctora no tuviera esa forma de ser, a él no le habría llamado la atención… ni hubiera conseguido seducirla en su día.