Demasiado tímida para oponerme (53)
Eduardo, el verdulero, me da tales sacudidas y empellones con su inmensa pollota (ver fotos) que me hace sentir muy puta. Espero que mi condición de esposa fiel a mi Armando no peligre.
Demasiado tímida para oponerme (53)
Por Bajos Instintos 4
No sé qué hacer. Uno de los vecinos ha tomado la costumbre de montarme. Tiene manos muy fuertes y grandes, y cuando me pone en cuatro patas y me agarra férreamente por la cintura ya sé que estoy perdida. Corriendo apenas la braguita enfila su caliente salchichón en alguno de mis dos agujeritos y se va abriendo paso con su gordo miembro. He tratado de explicarle que soy una mujer fiel a su esposo, pero siento sus manos fuertes y calientes doblegarme y su lascivo miembro entre mis glúteos, siento que me abandonan las ganas de resistir y el vecino me monta.
No sé que pensaría mi amado Armando, si viera como el vecino me monta.
Cuando siento su bananota haciendo sus largos vaivenes en la intimidad de mi conchita, me pregunto si no estaré siendo infiel a mi Armando.
"Analicemos esto", me digo, sintiendo como mi intimidad se abraza con ansias a ese musculoso pedazo de carne caliente. "Este señor tiene un miembro de más del doble de grueso y largo que el de mi Armando"
"Y lo mueve tan bien que no puedo menos que correrme"
En algunos de esos momentos mi cuevita comienza a estremecerse con espasmos involuntarios y me corro irremisiblemente, mientras el caballero me sigue bombeando. Fíjate que he dicho "espasmos involuntarios", de modo que queda claro que no es una situación de infidelidad. Y si me quedo mientras él me sigue bombeando es por la firmeza con que me aferra por la cintura mientras me sigue dando y dando. Además de que ya estoy un poco tarumba de tantos empujones que me da por detrás. Así que me quedo recibiendo los impellones con la mayor paciencia. Y entonces prosigo con mi reflexión, aunque un poco menos tensa porque la vibrante acción de esa porongota, me va aflojando y quitando un poco de concentración.
"Bueno, volvamos, estábamos en que la pijita de Armando no tiene ni punto comparación con la de este señor"
"¿Pero es eso todo?" (perdón, me desconcentro un poco porque el señor acaba de cambiar de agujero y ahora me la está dando por el ano...) "¿Es que el amor que le profeso a mi marido no es nada al lado de ese cilindro musculoso que ahora se está enterrando en mi culo?" Por otra parte el hombre me besa la zona del cuello, echándome su aliento húmedo y caliente con cada aliento. Yo tengo el culo tan abierto que me pregunto si alguna vez podré caminar como antes. Lo siento tan apasionado al pobre que giro la boca para que me la pueda embocar con sus besos. Era lo único que le faltaba embocar, así que mejor hacerla completa.
Ojo, no confundir esto con un gesto de infidelidad por mi parte.
Recuerdo la primera vez que Eduardo me folló. Justamente se cruzó con Armando que salía para la oficina. Eduardo me traía la verdura porque estaba lloviendo ese día. Por el modo en que detuvo sus ojos en mis tetazas, como sopesándolas con la mirada, a través de la delgada tela de la remerita, me di cuenta de que yo le caía bien. Eso, unido al esplendor de mis muslazos apenas cubiertos por la faldita cortona, daba una buena combinación. Así que cuando extendí mi mano para pagarle, me atrajo contra sí, de modo tal que mis tetones quedaron pegados a su pecho. "¿Quién es el cornudo?" "Mi marido", le dije, pero luego corregí: "pero no es ningún cornudo". Evidentemente Eduardo no estaba de humor para discusiones, así que apretándome contra él por la cintura comenzó a acariciarme los pechos con todas las ganas. Yo iba a protestar, pero el me dio un beso que me dejó tambaleando. Y claro, con la boca así ocupada no le pude responder. Con el apretón, pude sentir la dureza de su polla contra mi intimidad. No acababan de transcurrir dos minutos desde la despedida de Armando y este muchacho ya me había puesto a ver pajaritos de colores. Su avasallaje fue vertiginoso. Y como me movía el cuerpo contra el duro bulto de su polla, las sensaciones me estaban pudiendo.
En un resquicio entre sus besos pude jadear que yo no era una mujer infiel. Como toda respuesta, Eduardo me dio vuelta, y levantándome la faldita, puso su gorda y caliente polla a la entrada de mi conchita, que ya estaba burbujeando. Con toda soltura, me enfiló de enorme tranca por mi tierna vaginita. Yo solté un suspiro de rendición y me corrí mientras me la estaba metiendo. Él debe indudablemente de haber notado los temblores cataclísmicos de mi bajo vientre, pero haciendo caso omiso comenzó a cogerme. No habían pasado ni seis minutos y este hombre me había hecho recorrer el paraíso escuchando los cantos de los pajaritos de colores. Preferí no pensar en Armando, especialmente la segunda vez en la que el bombeo apasionado del fuerte verdulero me estaba remontando nuevamente.
Cuando sentí los chorros de su poderosa verga inundando mis entrañas, me volví a correr. Su acabada me desbordó completamente.
Entonces me la sacó y me puso de rodillas. Yo entendí que tenía que limpiársela con la lengua. Son intuiciones que tiene una como mujer. Así que metiéndomela en la boca pude disfrutar de los últimos chorritos esporádicos que aún le brotaban. Después se la continué lamiendo hasta dejársela completamente limpia. Y nuevamente empalmada. Bueno, que me estuvo cogiendo toda la tarde. Terminé completamente derruída y con unas ojeras que me llegaban hasta el piso.
Con el resto de fuerzas que me quedaban le aclaré que yo era una mujer fiel y que no se confundiera conmigo.
Cuando se fue me dejó hecha una piltrafa sobre la alfombra, y como pude me arrastré hasta la cama.
"Mi marido no es ningún cornudo" alcancé a musitar antes de dormirme rendida.
Por la mañana las cosas se me presentaron claras. Eduardo había tenido un desborde, que debemos atribuir a la exhuberancia de mis formas, y el pobre hombre sucumbió a sus impulsos. Sucumbió tantas veces que a mi me dejó turulata de tantos orgasmos. Pero eso no es su culpa y, desde luego no me convierte en una esposa infiel.
Por eso cuando al despertarme noté que mi amado Armando estaba tratando de follarme, lo recibí con mi mejor disposición. Sin embargo noté un problema: no lo sentía. Claro, su pijita entraba con tanta facilidad en el agujero de mi vagina, que no había roce alguno. Entonces la guié hacia mi agujerito trasero. Una leve mejora, pero casi insignificante. Por allí también habia entrado Eduardo, así que el miembrito de mi esposo también bailaba.
Pero yo estaba decidida a cumplir con mis deberes de esposa fiel, así que hice que me chupara el clítoris. Y lo sentí maravillosamente. No hay nada que una mujer enamorada no haga para satisfacer a su hombre. Así que, con su cabeza entre mis piernas abiertas, me di a restregarle el coño en su cara con todo mi amor.
A medida que me iba entusiasmando, le apretaba la nuca con más fuerza. Hasta que, con la conchita bien abierta, como una sopapa, me sobrevenía un polvo tremendo que el pobre soportaba estoicamente, tragando lo todo lo que le venía.
Cuando ví que al tercer polvo tenía los ojos extraviados, puse mi parte de colaboración, montándole el rostro hasta que él también acabó, quedando totalmente despatarrado y semi inconciente.
Cuando salí de la ducha, Armando todavía estaba viendo pajaritos de colores.
Estaba satisfecha pero sentía que me faltaba algo. ¡Ya sé, me dije, tengo que comprar fruta!
Como ya tenía algo de confianza con Eduardo, me fui a su frutería. Siempre es grato charlar un poco con un comerciante amigo.
Bien bañadita y perfumadita, me puse mi faldita cortona que, aunque me resalta un poco el culo, hace juego con la remerita finita que cubre mis tetones. Y, por supuesto los tacos altos, rojos. Porque yo pienso que aún para ir a la frutería o al almacén, una debe verse elegante.
Claro que mis zapatitos de taco altísimo producía un bamboleo de mis abundancias que dejó a unos cuantos hombres parados viéndome pasar. Pero ya estoy acostumbrada a eso. Especialmente el modo en que se mueve mi sensual y rotundo culo los deja locos. Eso es lo que no le gusta a mi Armandito, y se pone un poco celoso. Peor para él. A mi mente vino su rostro con la expresión bobalicona que le queda siembre que lo hago pasar por mi coño, y decidi que en esos momentos mi amor no estaba en condiciones ni siquiera de estar celoso. Eso es lo bueno de la felicidad.
Por la hora que era, Eduardo estaba solo, sin sus ayudantes. Me alegré al verlo. Él, por su parte, fue inmediatamente a bajar la cortina. Y tomándome de la mano me guió hacia el cuartito de atrás, donde tenía una camita de una plaza como único mueble. A mi me pareció que se estaba confundiendo, pero el calor de su mano era tan vital que me dejé llevar. Por otra parte, a su solo contacto mis piernas se sentían inseguras.
De cualquier modo el no anidaba ningún tipo de malas intenciones. A menos que consideres que un beso puede anidar tales intenciones. Bueno, fueron varios besos, en realidad. Me cubrió la cara de besos. El cuello, las mejillas, los párpados, la boca. Muchos besos. Y yo lo dejé porque su conducta afectiva me encantó. Claro, espués de un par de minutos de eso el rostro se me había arrebolado y sin casi darme cuenta puse cada vez más en el camino de sus besos mi carnosa boca. Y él se dio a besármela casi con exclusividad. A mi me pareció que para expresión de afecto se estaba pasando un poco de la raya. Pero insensiblemente fui entreabriendo los labios, y su lengua se abrió paso. A esas alturas mi boca comenzó a devolverle los besos. Y al minuto estaba rodeándole la cabeza con mis sensuales brazos.
Pude sentir su ruda prominencia presionando contra mi intimidad, y ahí confirmé que Eduardo se estaba confundiendo, pero el temblor en mis piernas estaba aumentando. Instintivamente saqué su pieza de la bragueta.
Estaba enorme, húmeda y muy caliente, y mi mano la rodeó con fuerza hasta donde alcanzaba.
Esto también era un gesto que excedía la amistad, pero él empezó primero. Y cuando levantándome la faldita, empezó a pincelarme con su tranca mi caliente cuevita, todo mi cuerpo comenzó a estremecerse.
Sintiendo mi reacción, Eduardo comenzó a darme empellones con su polla. Yo respondí hundiendo mi lengua en su boca, mientras respiraba cada vez más agitadamente.
Sus manos se posesionaron de mis redondos glúteos, elevándome hasta el cielo.
Los golpes en mi intimidad me superaron. Y me corrí en sus brazos. Por suerte, mi marido estaría durmiendo.
Eduardo me levantó una pierna, por el anverso de la rodilla, luego la otra, y presentando su poronga a la entrada de mi vagina, corrió a un costado el hilo dental de la braguita, y me la introdujo en dos golpes hasta el fondo. Los ojos, todavía turbios, se me fueron para arriba, mientras de mi boca salían gemidos entrecortados. El grosor de ese tronco era increíble. Era fácil comprender por qué la pija de Armando bailaba allí.
No pude resistir mucho más y cuando Eduardo me enterró su tranca hasta el fondo, echándome sus chorros de semen, acabé dando alaridos, rodeándole la cintura con mis muslos.
Luego nos quedamos lamiendo nuestas bocas por dentro, llenos de ternura y sensualidad. De Armando, ni el recuerdo.
En la cama se abocó a chuparme y amasarme las tetazas. Me sentí la más puta de las mujeres, y con una mano le acariciaba esa maravillosa virilidad, que pronto vino a parar a mi boca.
Le saqué mucha leche con esa paja y la recibí toda en mi rostro.
En ese momento me pregunté si Armando interpretaría eso como una sana amistad.
Cuando volvía para mi casa, sentía mi hoyo delantero abierto como nunca y la boca un poco hinchada de tanto besuqueo y mamada.
Mi paso era un poco temblequeante sobre mis tacos aguja, pero con la garchada que me habían dado, se comprendía.
Me preguntaba si me pasaba algo con Eduardo, lo que no era posible, ya que mi único y verdadero amor es Armando. Por otro lado los hoyos que me había abierto Eduardo no tenían ni punto de comparación con los que me dejaba la pijita de Armando. Lo que me ayudó a esclarecer un poco la cosa fue mi decisión de volver a la verdulería el día siguiente.
Esa noche lo puse a Armando a mamarme la conchita, ya que otra cosa no tenía caso.
Al día siguiente hervía de ganas de ir a lo de Eduardo. Armando no entendía por qué se me había dado por traer tantas verduras y frutas. Pero lamerme la concha lo tenía muy contento.
Así que cuando partió para su trabajo, me fui taconeando por esas calles para la casa de mi nuevo amigo. Francamente, mi conchita lo extrañaba. Extrañaba revolcarme con él.
Me sentía un poco puta, debo confesar. Saber que estaba buscando la garcha de Eduardo por cuarto día consecutivo me daba sensaciones en mis dos agujeros, y eso se traducía en los movimientos de mis caderas.
Cuando echó a sus dos empleados apenas si podía esperar a que bajara la cortina de enrollar.
Pero por suerte enseguida me abrazó y comenzó a comerme la boca. Yo lo dejaba hacer, y él manoseaba u apretaba mis tetones. Yo sentía un sabroso picor por todo el cuerpo. Él sabía que yo estaba allí para que me cogiera. Con total deliberación evitó amasarme el coñito, para evitar que me corriera enseguida. Y todo mi voluptuoso cuerpo se puso a temblar. Traté de recordar a mi amado esposo, para comparar, pero las manoseadas de Eduardo me estaban poniendo en órbita. Sus besos y caricias me tenían cada vez más caliente y excitada y comencé a devolverle los besos con total lujuria, con mis brazos rodeando su cuello.
Claro que entonces pude sentir la dureza de su trancota. Pero le hice tal trabajo restregándole mi cuerpo que percibí que estaba por correrse. Entonces, de cuclillas puse su polla, enfundada por el pantalón, dentro de mi boca y me fui tragando, chorro a chorro, pulsión a pulsión, sintiendo como pasaba su semen a través del pantalón. Ya no había dudas de que yo era una puta. Cuando le saqué la poronga afuera todavía estaba gorda, y muy pringosa. Eduardo quedó derrumbado sobre la cama.
Entonces decidí pasar al ataque. Y le hice un sesenta y nueve con mi concha en su cara. No le dí tiempo para tomar iniciativa alguna y mientras le hacía una cubama entre mis tetazas, le refregaba mi concha y mi culo contra su rostro, sin dejarlo reaccionar. Su pija se paró como un resorte, pero la atrapé entre mis tetazas calientes y el pobre no tuvo más remedio que dejarme hacer. Seguramente no se esperaba semejante dominio de mi parte. Y entre mis conchadas y culadas, su nabo alcanzó su máxima plenitud u ahí me costó muy poquito sacarle sus chorros pajeándolo con mis enormes tetones.
Quedó completamente planchado el pobre.
Pero yo aproveché su rendición, para levantarle las piernas y comenzar a lamerle las nalgas peludas. Luego me fui al agujerito, y a los diez minutos lo tenía loco cogiéndole el culo con la lengua. Eduardo sólo atinaba a gemir y gemir. Y su tranca respondió obediente. Yo se la agarré con toda la palma de mi mano suave y caliente y le hice una de esas pajas que ningún hombre puede olvidar. Cuando le saltaron los chorros le rodeé el gordo glande con el interior de mi boco y me dí un festín con su semen.
Me vestí y me fui con mis ropitas coquetas, taconeando por la calle. Al darme vuelta antes de salir por la puerta vi que no estaba en condiciones ni de saludarme. Pero igual me sentí muy puerca.
Esa noche, en casa, lo tuve a mi Armandito lamiéndome el culo, la concha y las tetonas varias horas, durante las cuales se corrió cuatro veces. Cuando lo pongo a mamarme las tetazas en apenas unos pocos minutos se corre. Si le aprieto la cara contra mi culazo tampoco resiste mucho las culadas, de modo que por ahí también lo puedo. Pero cuando le restriego la cara con mi concha se pierde, y tengo que tener cuidado de no dejarlo muy débil, ya que al otro día tiene que trabajar.
Después de acabarlo estuve usando mis deditos, recordando como lo había dominado a Eduardo. Y después me los estuve chupando.
Por supuesto que al día siguiente, después que se fue mi marido, me fui a lo de Eduardo. Fue un error porque después de kis primeros dos polvos ya no estaba en condiciones de seguir. Pero, para mi sorpresa, hizo venir a los empleados, que esperaban en la otra pieza.
Grandotes y pijudos ambos. Al principio yo pensé en irme, pero cuando les vi las porongas lo pensé mejor y dejé que Hugo me montara por el culo. ¡Cómo me abrió el orto!
Estuvo no menos de veinte minutos haciéndome sentir el grosor y la dureza de su enorme polla. Cuando me descargó su leche, dejándome el orto abierto como una cacerola, lo reemplazó Tito, por mi cuevita delantera. Ahí tardó menos de diez minutos en hacerme rebalzar la concha, pero en compensación me echó dos polvazos seguidos. Me dejaron los dos agujeros tan abiertos que me quedé diciendo incoherencias.
Ahora sabía lo que sentía una puta bien puta. Me sentía reputísima. Así que se las mamé a los dos hasta que me entregaron su leche espesa y abundante.
Todo había comenzado por iniciativa de Eduardo, y si bien yo un poco había colaborado, mi marido no podría decir que le había sido infiel. Especialmente si no le contaba nada al pobre ángel.
Así que de aquí en más podría ir todos los días a que me garcharan mis amigos, y algunos que otros invitados de ellos.
Total a Armando lo tenía para todo lo que fuera lamerme y chuparme. Así que realmente no le quité nada de lo que legítimamente le corresponde, es decir, todo lo demás. Eso era ver el asunto de la fidelidad desde un nuevo ángulo que me permite afirmar coherentemente que no le soy infiel a mi marido. Mientras le pueda poner mi coñito en la boca, o mi culo en la cara, y lo siga haciéndo echarse polvos, mi Armando no tendrá motivos para tener el menor atisbo de infidelidad atribuible a mí.
Hace algún tiempito Eduardo me propuso traer algún que otro desconocido para que me cogiera a cambio de dinero.
Estableció varias tarifas: concha un polvo, dos polvos, tres polvos, culo igual, mamada igual, lamida de clítoris, sesenta y nueve, manoseo de tetazas, etc. Por supuesto, a los amigos los sigo atendiendo por amistad. Pero hay tardes en que me hacen bancar diez o doce garchadas, manoseadas, etc. Y cuando acabamos me siento muy viciosa. Anteayer, sin ir más lejos, cuando iba camino a casa, mi look de puta era tan fuerte que un hombre me invitó a subir a su coche para que le chupara el nabo. Y después me llevó a un hotel, para dármela por el culo. Lo hace tan bien que se ha convertido en un cliente habitual.
Aunque termino bastante destruída, de tan enviciada. Por suerte lo tengo a mi esposo que todas las mañanas me lame mis partes bajas.