Demasiado tímida para oponerme (51)

(con fotos) A veces pienso que Armando, mi amado esposo es un poco celoso. ¡Como si yo le diera motivos! ¿Es que ya no me tiene confianza?

Demasiado tímida para oponerme (51)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@yahoo.com.ar

Hay veces que Armando, mi amado esposo, me hace agarrar unas rabietas bárbaras. Por lo general Armando es comprensivo y tolerante; nunca me lleva la contraria, pero a veces me enerva. Por ejemplo con mi nuevo vestidito. Armando opina que se me pega mucho al cuerpo. "Es lógico" le digo, "es un tipo de tela muy livianita". "Pero te marca un poco las formas", dice mi marido.

Al final me cansé de discutir con un muro, y me fui a la calle con mi vestidito nuevo. Armando se quedó mesándose los cabellos. Peor para él. Ni que fuera celoso.

"¿Es qué" yo me pregunto "se ha acabado el romance en nuestro matrimonio?" ¿Es que ya no despierto sentimientos dulces y comprensivos? ¿Ya no hay lugar para la ternura en mi vida?

Con estos penumbrosos pensamientos me fui un rato a la plaza, a ver si se me despejaba el ánimo.

En mi camino ocurrieron varios accidentes. Escuché frenadas, un ciclista que venía detrás de mí se estrelló contra un colectivo y dos autos se subieron a la vereda. Se ve que era un día propenso para los accidentes. Por suerte a mí no me pasó nada, es que creo que tengo un ángel guardián.

Pero es una pena que Armando se ponga de ese modo, porque una necesita de un poco de romanticismo. Pero el romanticismo se ha ido de este mundo, no sólo de mi matrimonio.

Pero la mañana estaba maravillosa. Y el pobre Armando ya estaría rumbo a su trabajo. Yo tenía el día libre, así que podía disfrutar del paseo. Noté que mi ánimo estaba cambiando, por el movimiento de mis caderas, que se volvió más vivaracho, pese a mis tacos aguja. Aunque me producen un bamboleo de todas mis cosas que puede resultar algo perturbador para los demás.

"¡Qué culo, nena! ¡Te lo estaría serruchando hasta morir!" Era un señor de aspecto distinguido, pero su lenguaje dejaba algo que desear. De algún modo, no me pareció suficientemente romántico.

"¡Dejame lamerte el culo, bombón, te voy a dar vuelta como una media¡" Ese piropo, más delicado ciertamente, logró despertar un sentimiento romántico en mí. No "romántico" a la manera en que siento esa palabra con mi esposo, pero sí romántico como para dejarme lamer el culo. Y la verdad es que me dieron ganas. Al fin de cuentas, tratándose de un homenaje con la lengua no se podía pensar en infidelidad. Y yo necesitaba elevar mi ánimo, después del disgusto que había tenido con Armando. Así que le obsequié al hombre mi más encantadora sonrisa, como para que viera que la clase de sentimiento que había despertado en mí. "¿De veras le inspiro ese deseo, señor?" Porque algunos hablan por hablar, y una debe tener cuidado con esos hombres. porque pueden defraudarla en sus ilusiones.

Pero por la expresión de su cara me di cuenta de que este hombre decía la verdad y era honesto en sus propósitos. Y para mí, un hombre honesto es algo muy romántico. Pero igual le pedí que me explicara lo que me pensaba hacer, para estar segura. Y me lo explicó con todos los detalles y para cuando terminó me había convencido completamente, tanto que me había puesto algo cachonda, perdón, quiero decir romántica.

Una vez que el hombre tuvo mi acuerdo con sus intenciones, se apuró por poner manos a la obra. Y me propuso ir a un hotelito cercano. "Está bien, pero tenga presente que soy una mujer casa y muy enamorada de su marido, si bien hoy tuvimos una discusión..."

"¿Y por qué discutieron, si se puede saber?"

"Él cree que este vestidito me queda un poco provocativo..."

"¡Qué barbaridad, pobrecita, ese hombre es un desconsiderado!"

Me agradó su solidaria comprensión. Y también me agradó su mano en mi cola cuando me hizo entrar en el hotel. Me dio una sensación cálida, en parte supongo que es porque su mano estaba bastante caliente, pero creo que lo que más me gustó fue el gesto, protector y simpático.

"¿Y usted no tiene esposa?"

"¡Sí, pero ya no importa nada!" Su voz había enronquecido, mientras proseguía con su tierna caricia en mi cola.

¡Ah, como me conmueven los hombres honestos y respetuosos! Este hombre me había dicho la verdad respecto de su matrimonio. Debía tener una vida muy desgraciada el pobre. Por suerte yo tengo un matrimonio feliz. Pero pensar en su desdichada vida me conmovía, eso, su honestidad, y la mano que me acariciaba la cola. Porque ser una mujer fiel no significa que una no sea compasiva y sensible. Y yo en esos momentos estaba muy sensibilizada. Además que recibir un poco de la ternura que me había ofrecido el hombre era algo que me hacía falta. Por suerte las cosas estaban claras respecto a mi condición de mujer fiel, así que no iba a haber equívocos.

Cuando estuvimos en la habitación, que estaba amueblada en forma cálida y simpática, el hombre se sentó en la cama y me pidió que le acercara la cola. Me levantó la parte baja del vestido, y como no llevaba braguitas, pudo poner su boca en contacto directo con mis nalgas. ¡Ah, que agradable sensación...!

Sentí que nuevamente había romanticismo en el mundo. Quizá hasta pudiera perdonarlo a mi amado Armando. Al fin de cuentas no era su culpa si tenía celos patológicos. Y la boca caliente y suave de mi nuevo amigo recorriendo mis nalgas, me reconcilió con el mundo en general y con Armando en particular.

Mientras el caballero que me lamía el culo seguía con su tarea, mi mente se elevó hacia mis mejores recuerdos.

Recordé los primeros tiempos de nuestro matrimonio, cuando Armando andaba metido siempre por mis zonas bajas, en las que soy tan sensible. Y no lo digo porque mis tetonas sean insensibles. Puedo acabar con que sólo me hagan una manoseada, de esas largas y entusiastas, con mucha atención a mis pezones. Un compañero de Armando, Ricardo, solía hacerme acabar con sus manoseadas de mis pechos. Era un muchacho muy apasionado, y eso estaba bien, pero el problema era que no tenía modo de detenerlo. Por más que le decía que yo era una mujer fiel y enamorada de mi marido, Ricardo seguía y seguía manoseándome los pechos y claro, una no es de madera. Así que después de un ratito de resistencia, sintiendo el excitante picor de mis tetas, bajo el trabajo implacable de las calientes manos de Ricardo, terminaba jadeando y finalmente orgasmando por el placer enervante que Ricardo producía en mis tetones. Cuando finalmente me tumbaba en la cama y abalanzaba su hambrienta boca sobre mis pezones, yo elevaba mis pensamientos hacia Dios, rogando que no me hiciera caer en el pecado de infidelidad, y me echaba unos polvos tremendos. Nunca le conté eso a Armando porque podría haberlo interpretado mal. Máxime que Ricardo no se conformaba con la apasionada atención que le brindaba a mis tetas. Porque después, pelaba su polla y me la introducía haciéndome ver pajaritos de colores. Yo me dejaba, claro, porque Ricardo era un compañero de mi esposo y hubiera quedado mal que yo armara un escándalo. El pobre Ricardo no se merecía eso. Y yo ya le había aclarado que era una esposa fiel, para que no se hiciera ilusiones conmigo.

Por eso, creo yo, Ricardo respetó muy bien mi condición de esposa de su amigo. Si bien me acababa adentro, pero no se puede culpar a un hombre por eso. Lo que pasa es que lo podía la pasión.

Yo siempre fui muy comprensiva en esa cuestión. Aunque me eché muchos polvos de novela, por el culo. Pero nunca consideré que eso fuera infidelidad. Y lo mismo con todos los demás amigos de mi esposo. Cuando una es fiel su virtud es inconmovible, no importando las serruchadas que se tenga que comer.

Pero, volviendo al presente, debo reconocer que la lengua de mi nuevo amigo me estaba conmoviendo. Ahora se había ido abriendo camino entre mis glúteos, a fuerza de lamidas y ya estaba entrando su gorda y caliente lengua en mi agujerito más íntimos, produciéndome un deleite que iba más allá del cariño reconfortante que estaba necesitando. No es que tuviera impulsos de infidelidad, claro que no. Pero cuando mi amigo reemplazó su lengua por su polla sentí que no tenía corazón para detenerlo. Al fin de cuentas él sólo quería hacerme un gran favor, devolviéndome el ánimo y la autoestima, que se me habían dañado por la discusión con Armando, mi adorado.

Y dio resultado. A la tercer follada que me dio por el culo, mi ánimo se había restablecido maravillosamente.

Volví a mi casa habiéndolo perdonado a mi Armando, y sin guardarle rencor alguno. Al fin y al cabo yo no había hecho caso de su enojo y había salido a la calle con mi vestidito nuevo y no me había pasado nada malo. Todo lo contrario. Yo creo que Armando va a terminar comprendiendo al fin, que los celos no son buenos para nuestra pareja.

Si quieres mis consejos para salvar tu matrimonio, no vaciles en escribirme a bajosinstintos4@yahoo.com.ar . Me encanta ayudar a la gente, y soy muy comprensiva...