Demasiado tímida para oponerme (49)

Desde mis primeras experiencias con mis primitos, mi tío y abuelo, supe que el afecto era muy importante para mí. Pero después de los 14 tuve mi primer novio, que me rompió el corazón- Los que siguieron me rompieron otras cosas, pero el que me rompió el corazón fué él. Por eso estaba muy contenta con mi amigo senegalés.

Demasiado tímida para oponerme (49)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@yahoo.com.ar

Después de los años de casada que llevo con mi Armando, con tantas experiencias felices que hemos tenido, yo puedo corroborar que la fidelidad al marido es uno de los secretos de una mujer dichosa. Antes de encontrarlo a Armando tuve, sí, algunas pocas relaciones. Pero en tanto esperaba al hombre de mi vida, no me pareció mal que tratara de entretenerme.

Todavía recuerdo el entusiasmo que sentí por mi primer novio, el primer amor nunca se olvida. Y la inocente fidelidad que me surgía por él, y también por su mejor amigo. Si no estaba con uno estaba con el otro. A veces parecía que se turnaran. Después conocí a un amigo de su mejor amigo, y con el paso del tiempo fui extendiendo mi red de relaciones. Pero cuando mi novio se enteró no le pareció bien, yo creo que él no entendía la noción de fidelidad. Pero por suerte sus amigos sí. Pero nunca me olvidaré de él, aunque ahora no me venga su nombre a la mente, pero entre tantos nombres una se confunde. Pero fue el primero y su incomprensión me rompió el corazón. Los otros, en cambio, no tuvieron ningún problema en comprenderme, y me rompieron otras cosas, pero el que me rompió el corazón fue él.

Fue una adolescencia inolvidable, aunque no hay que contar los años de los doce a los catorce, ya que ahí solo tuve incursiones con mis primitos. Y con un tío de veintinueve. Sin olvidar las cosas que me enseñó mi abuelo.

Recuerdo esas maravillosas mañanas de invierno cuando me hacía la rabona en el colegio, para escaparme a lo de mi tío. Lo adoraba. Y realmente nos aficionamos el uno al otro por el gran cariño que nos profesábamos. Yo acaba de iniciar el colegio secundario, y mi cuerpo esbelto aún no había alcanzado su altura definitiva, aunque mis redondeces eran la parte precursora de mi crecimiento. Y mi tío se encargó de hacérmelo notar, para mi orgullo y placer. Y tanto jugueteo entre tío y sobrina me hicieron notar su cosa, que me producía un gran entusiasmo. Así que nos lo pasábamos demostrándonos nuestro afecto mutuamente, en su cuarto, o a veces en el living, porque tío vivía solo, así que estábamos a nuestras anchas. Yo estaba loca por él, y especialmente por su cosa, que pronto me hizo conocer en vivo y en directo.

También mi abuelo me quería mucho, pero yo era más chica, y si bien le agarraba su cosota por encima del pantalón, nunca pasamos de eso. Aunque siempre terminaba con una mancha en los pantalones. Y a mi me gustaban esas cosas, porque todo lo que tenga que ver con el afecto a mi me puede. Y cuando mi abuelo me llevaba a su bungalow en el bosque, llenaba mis pulmones con el aroma fresco de los pinos. A mi siempre me gustó la naturaleza. Y con mi abuelo más. Me encantaba cuando jugábamos a Caperucita Roja y el lobo.

Pero para mí lo más importante era la amistad. Yo soy de las mujeres que creen que entre los hombres y las mujeres puede haber una sana amistad.

Por eso, cuando le acariciaba la polla a mi amigo senegalés, sentí que eso era lo mío.

Era un momento de intimidad entre dos amigos a los que el afecto había hecho sortear las diferencias idiomáticas. Allí no intervenía otra cosa que el afecto. Y seguramente mi Armando, al ver la enorme polla negra relajada lo habría entendido. Me hubiera gustado que se quedara con esa imagen de su mujercita.

Yo le acariciaba la polla a Penetón en reciprocidad a las caricias que él me hacía en la cabeza. Dada la diferencia de estaturas, su polla me estaba más a mano que su cabeza, que me quedaba muy lejos.

Además me gustaba mucho recorrerla con mi manita, en toda su longitud y en todo su grosor. Una piel muy suave y tibiecita, estoy segura que a él también le resultaba agradable el contacto. Y me encontraba muy a gusto dándole mi afecto.

Su polla tenía el tamaño de una gran morcilla, sólo que más linda y más larga, claro. Y más pesada, también, aún blandita. Bueno, blandita es un decir, porque su gruesa manguerota, aún en reposo, tenía una consistencia bastante musculosa. Podía evaluar su peso pues la sostenía por debajo con el cuenco de una mano, mientras con la otra la acariciaba por arriba, con todo el cariño.

Además, por la poca distancia que había hasta mi nariz, podía sentir el aroma que emanaba el gran don de mi amigo negro. Así que estuve pasando un momento de intimidad y afecto.

También las caricias que me brandaba mi amigo en la cabeza me hacían sentir una gran emoción. Y yo se lo demostraba con mis manitas. Y yo creo que Penetón también sentía esa emoción, porque su polla parecía estar creciendo. Contenta por el resultado de mi demostración de afecto, se la seguí brindando con la generosidad propia de mi carácter.

Cuando sentí la respuesta a mis mimos por parte de la turgente virilidad de Penetón, me sentí muy orgullosa. Yo no la había buscado, ciertamente, pero eso sólo demuestra como los sentimientos tienen su propio lenguaje.

Así que cuando la polla de mi negrote alcanzó su máximo lucimiento, mis manitas la siguieron, apretándola con algo más de fuerza, ya que se le había puesto muy dura. La expresión del rostro de mi amigo, era de completo deleite, totalmente subyugado por mi afecto.

Pensé que me gustaría que mi Armando guardara en su espíritu la imagen de ese momento que su mujercita estaba pasando con su reciente amigo. Pero dado el estado de erección de esa enorme barra negra, me pareció mejor que no, que no guardara esa imagen, con la anterior bastaba.

Cuando mi negrote comenzó a gemir y suspirar bajo mis tocamientos, sentí que estábamos transpasando los límites interraciales. Y ciertamente el hacerlo me resultaba completamente deleitoso.

Pude comprender el impulso de Penetón de acariciar mis enormes tetones, así que lo dejé, y hasta diría que en cierto modo lo disfruté, si no fuera porque eso podría sonar a infidelidad. Pero el modo en que sus manos iban tomando posesión de mis tesoros, me produjo una gran emoción, y algunos gemidos, debo reconocerlo. Y cuando luego, colocó su gran bocota de gruesos labios, muy abierta, en torno a mis pezones, una punzadita en mis híjares me indicó que lo que me estaba pasando era bueno.

El negro pasaba de un a otro de mis tetones, chupándolos con un cariño que hacía mucho que nadie me demostraba. Una de mis manitas fue a acariciar su cabeza mamante, en tanto que la otra seguía degustando el tacto con esa apasionante virilidad, con un entusiasmo cada vez mayor.

Instintivamente senté mi rotunda cola sobre uno de los muslos de mi amigo, haciéndole sentir bien las redondeces de mis soberbios glúteos.

La mano del negrito no se hizo esperar, y comenzó a acariciarme el culo con todo el sentimiento que yo le provocaba. Sentir la exploración que estaba haciendo de mis nalgas me resultaba muy erótico. Y cuando uno de sus gruesos dedos penetro mi ano, metiéndose muy adentro, las paredes de mi ojete se abrieron complacientes, Y más complacientes, todavía, cuando él comenzó a mover su dedo como si me estuviera cogiendo el culo. No era el caso, obviamente, ya que lo nuestro era una sana amistad en un momento de intimidad y afecto.

Pero por alguna causa que escapa a mi entendimiento, me corrí. Procuré que mi amigo no se diera cuenta, para que no sintiera que estaba traicionando nuestra amistad, pero por el modo en que le apreté la picha, debe haberlo sospechado. No importa, los amigos no se critican.

Y cuando Penetón me levantó por los muslos, colocando su pollota a las puertas de mi culo, sentí una fuerte sensación erótica. ¡Este muchacho estaba decidido a mostrarme su afecto bien hasta el fondo!

Abrí los glúteos lo mejor que pude, pero igual sentí el grosor de su aparato amistoso. Pero mi amigo se esforzó, y abriéndome con ambas manos las nalgas, logró que la cabeza de su dura morcillota penetrara un poquito entre las paredes acogedoras de mi culo. Yo me quedé bien quietita, por temor a que se le volviera a salir, pero su determinación era enorme y pronto tuve unos buenos diez centímetros transitando el camino de nuestra amistad. Los ojos se me fueron hacia arriba, seguramente para agasajar a mi visitante.

Y para cuando otros diez centímetros se adentraron haciéndome sentir más feliz, de mi boca salía un hilillo de baba. Nunca me pasó eso con mi amado Armando, pero decidí no contarle para que no me interpretara mal, porque podría ponerse celoso.

En ese momento me vino a la memoria el tramo de diez centímetros que no había podido entrar en el coño de la chica de la película, y me dio lástima. Pero entonces recordé las palabras de nuestro anciano anfitrión, en el sentido de que el culo era capaz de dar cuenta de toda la longitud de la enorme bananota de mi amigo. Así que abrí el culo lo mejor que pude y cuando me sentí completamente empalada por mi amigo, sentí que era un nuevo triunfo de la amistad interracial. A estas alturas, la boca de Penetón, me echaba su húmedo aliento en el cuello, y sus manos habían vuelto a ocuparse de mis tetonas. Yo comprendí que no tenía caso contarle a mi marido las emociones que me producían las tiernas embestidas en mi culazo y las caricias en mis pezones. Él difícilmente iba a comprender la intensidad de la amistad que el negro me estaba haciendo sentir. Así que me limité a seguir jadeando y gimiendo con ganas, como para demostrarle a mi amigo lo bien que me estaba haciendo sentir.

Siempre ensartada, el joven senegalés me puso en cuatro patas, con mi gran culo en pompa, y se dio a serruchármelo, sin prisa pero sin pausa. Al sentir los enterrones cada vez más amplios que me estaba dando con su enorme y gruesa porongota negra, los ojos se me había puesto primero bizcos y luego turbios, mientras me iba corriendo al ritmo del cariño que Penetón me estaba dando. Por suerte, él no tenía prisa, así que continuó con sus caricias en el interior de mi posterior, y con las frotaciones contra la enorme mata de vello con que me empujaba a cada empellón.

En cierto momento ya no tuve mente alguna para pensar en mi amado esposo, ni tampoco me vino otra imagen del Señor, que la de ese Señor palo que se estaba agasajando con mi intimidad más secreta. Así que continué corriéndome y corriéndome, hasta que sentí que esa gloria que me estaba haciendo sentir hasta el fondo, comenzó a donarme sus gruesos y potentes chorros en lo más profundo de mi ser. Tardó un buen rato en completar su descarga, y yo pensé en lo maravilloso que era tener un amigo así, tan tierno.

Y con su porongota aún enterrada, me dormí, sintiendo el gran cuerpazo de mi amigo relajado sobre el mío.

Al rato, sentí que mi amigo se había repuesto y había comenzado a brindarme su afecto nuevamente. A mi me pareció bien, ¿para qué, si no, son los amigos? Y luego, embriagada por el enorme afecto que me estaban haciendo sentir, dejé que mi amigo me hiciera las siguientes donaciones, que fueron dos.

Cuando me acompañó hasta mis dormitorio, las ojeras me llegaban hasta el piso. Y ya en el entresueño, y a medida que me iba adentrando en el mundo del cálido afecto recibido, pensé en mi amado esposo, y lo que se estaba perdiendo, sin bien no pude completar el pensamiento antes de quedarme dormida.

Me gustaría que me hagas llegar tus comentarios: bajosinstintos4@yahoo.com.ar , menciona el número del relato o descríbemelo para que yo sepa a que relato te refieres. Hasta la próxima.