Demasiado tímida para oponerme (47)

Estuve viendo la película del senegalés y la chica enamorada de su novio. Yo juraría que la pobre ni se acordaba del novio ya. Pobre, suerte que yo soy más fuerte en mi fidelidad. Y eso que tenía al negro desnudo en la butaca de al lado.

Demasiado tímida para oponerme (47)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@yahoo.com.ar

Me desperté con una idea penetrante: ¿qué había sido de la novia apasionada con la polla del senegalés? Pobre chica, que triste final para su fidelidad. ¿Qué había ocurrido luego con esta grácil criatura?

Siempre me dieron pena las mujeres incapaces de defender su fidelidad.

Durante el desayuno, mi anfitrión procuró tranquilizar mi preocupación por la suerte de la chica. "Ella está contenta, Julia. Y eso es lo importante."

Luego me invitó nuevamente a la salita de proyecciones. Esta vez, el imponente negro no se sentó a mi lado. Se había apostado contra una de las paredes del recinto, a unos doce o quince metros de la butaca en la cual me encontraba. Eso me tranquilizó, es más fácil defender la virtud cuando una no tiene semejante miembro en el asiento de al lado. Igual pude ver, antes de que las luces se apagaran completamente, que el senegalés estaba masajeando su descomunal tranca erecta.

En la pantalla estaba la bella chica, todavía dormida. Sus formas eran graciosas y abundantes. Podía comprender que su novio estuviera enamorado de ella. Al parecer ella había llegado hasta lo del anciano depravado, por el mismo aviso que me había llamado la atención. Por lo que me dijo mi anfitrión, la chica le había pedido permiso al novio para acudir al empleo, a fin de sacar algunos pesos para poder casarse. En su mesita de noche se apreciaba una foto de la parejita, y a ella se la veía feliz. La cámara se alejó un poco y pude apreciar el cuerpo dormido del gigante senegalés. Su negra toronja reposaba relajada y enorme sobre uno de sus muslos.

Entretanto, en la sala, el negrote continuaba acariciando con fuerza su orgullosa virilidad. Yo traté de concentrarme en la pantalla.

Aún adormilado, el gigante negro se había vuelto de costado hacia el lado de la chica. Su gran morcillota fue a caer entre los muslos de la chica, justo por debajo del comienzo de sus preciosas nalgas. La imagen me resultó un poco fuerte. A pesar de que no había acción alguna en la pantalla, el suspenso era inminente, y mi cuevita tan sensible como es, respondió con un poco de humedad.

La chica fue la primera en advertir la situación. Claro, semejante morcillota era capaz de despertar a cualquier chica sana que estuviera en su lugar. No lo digo por mí, ya que afortunadamente mi fidelidad me protege de tales tentaciones. La gruesa poronga del negro, comenzó a reaccionar instintivamente ante la suavidad del cuerpo de la chica. Esta abrió los ojos, reconociendo lo que tenía en las inmediaciones de la cola. La niña acomodó su cola como para hacerle un nidito a la cabeza de la enorme polla negra. Me pregunté si estaría mal que usara mis deditos un poco, y me respondí que no, que no estaría mal, ya que yo no estaba teniendo relaciones sexuales. Así que, delicadamente, llevé mi mano izquierda a la raya de mi cuevita.

Entretanto el miembro de su compañero de cama, se había erectado completamente, con sus temibles treinta y cinco centímetros expandidos en todo su esplendor. La chica se acurrucó, esperando.

Con suavidad, el senegalés condujo la cabeza de su gran pollota por debajo de la unión de los glúteos de la chica, como buscando su cuevita.

Yo estaba tocando la mía casi con frenesí.

A lo lejos, contra la pared de la salita, el membrudo negro se afanaba en lo que ya era una soberbia paja, que el negro parecía estarme dedicando, ya que su polla estaba apuntada en mi dirección. Era curioso eso de tener al negrote en dos lugares, en la pantalla y en la salita.

En la pantalla el hombre había evidentemente alcanzado la entrada de la cuevita de la chica, a juzgar por la expresión de lujuria en el rostro de esta. No obstante sólo podía haber introducido la cabeza de su bravo miembro, pero a la chica eso le había alcanzado para correrse ante esa polla conquistadora. Se corrió con la boca abierta, con un hilillo de baba cayéndole por la boca, y los ojos desenfocados. Pese a los estremecimientos de su cuerpo, el negro no detuvo su accionar. Con pequeñas oscilaciones hacia delante y atrás ¡el negro se la estaba cogiendo!

Esto fue demasiado para mi sensible naturaleza y por mi bajo vientre se expandió una onda orgásmica que me hizo llenar de jugos el asiento. En eso estaba cuando recibo en mi cara un chorro caliente y espeso. ¡Era el negro que me estaba echando su semen en varios largos chorros desde la pared contra la cual estaba apoyado! Instintivamente moví mi boca abierta por el orgasmo para ver si podía embocar los siguientes chorros. Lo conseguí y mi lengua pudo degustar la espesa crema con una delectación cercana a la lujuria. Por suerte nada más que cercana, ya que mi condición de esposa fiel me hubiera impedido otra cosa. Pero me tragué todos los chorros, salvo los últimos que fueron a caer primero sobre mi remerita, luego sobre mi breve faldita y finalmente sobre mis piernas desnudas. Afortunadamente al tener la faldita arremangada para facilitar el trabajo de mis dedos, el semen del negro cayó, abundante, sobre mis muslos, evitando que me manchara la faldita.

En la pantalla la increíble tranca del negro había logrado colarse unos quince o veinte centímetros más, cosa que podía advertirse también por la expresión entre alucinada y viciosa del rostro de la chica. Podía verse la longitud de la bananota entrando y saliendo por debajo de la cola de la chica. Una segunda cámara enfocaba el lugar de la penetración y podía apreciarse la espectacular dilatación que la niña estaba experimentando un su cuevita, de la cual entraba y salía el lustroso miembro de su conquistador. Una tercera cámara nos permitía ver las expresiones morbosas que alteraban las facciones de la chica. Una podía ver, a través de las tres cámaras, los amplios vaivenes que el negro daba a su enorme polla, el trabajo que esta le estaba haciendo en la entrada de su concha, y la crispada expresión de deleite que hacía coro a cada movimiento.

No quisiera hacer una afirmación irresponsable, pero tuve la completa impresión de que esta chica no estaba pensando en su novio. Y me dio pena por ella, bueno mucha pena no, pero mientras seguía saboreando el semen que aún tenía en la boca, con los ojos un poco extraviados, pensé en la suerte que tenía mi Armando de que su mujercita le fuera tan fiel.

Si, no me parece osado afirmar que la chica no tenía muy presente a su novio, ya que al menos iría por su octavo orgasmo.

Para no ser menos, yo iba por mi tercero, pero no se me escapó que de la trancota habían desaparecido otros diez centímetros, con lo cual la chica llevaba dentro no menos de veinticinco centimetros que la tenían completamente empalada. Sabedor del su poderío su conquistador no insistió en seguir enterrándole su enorme apéndice, conformándose con llenarle de chorros la cuevita. La cara de la chica mientras recibía los chorros de la enbestida final en sus entrañas mostraba el placer extremo, próximo al desvanecimiento por el placer que le había estado haciendo sentir el negro.

Cayó derrengada en la cama desecha.

En eso veo que el negro se me acercó, con su enorme pollota hasta mi cara. "No tema, Julia, él sólo quiere que usted se la limpie con la lengua". Sentí un gran alivio al ver que sólo eso se pretendía de mí, por un momento llegué a pensar que el hombre venía a tener relaciones, y ahí sí que no hubiera sabido qué hacer. Me pareció que se lo debía, luego de la atención que había tenido conmigo. Además, ya había acabado así que no debía temer un nuevo ataque. En un par de minutos habría terminado. Así que dejé que el senegalés me acariciara el rostro con su enorme miembro. Pasándolo por las mejillas, los labios y todos los lugares de la cara, dejando en todos ellos su huella pringosa con todo el olor de su sexo. A los dos minutos de eso, no sólo no había terminado de limpiársela, sino que ni siquiera había comenzado, pero la situación me había puesto a mil. A los cuatro minutos de sentir la restregada de su polla contra mi cara, los ojos se fueron poniendo turbios y lentamente me fui corriendo. Cuando el negro comenzó a frotar su glande contra mis gruesos labios, dejé que estos se entreabrieran y probé el sabor de su hendidura con mi lengua. El negro parecía encantado con mi respuesta complaciente, y logró que la mayor parte de su glande se cobijara en la cálida humedad de mi boca, agasajada por mi lengua, que se mostraba verdaderamente entusiasmada.

A esta altura ya no esperaba que el negro diera por terminada su limpieza, sino que rogaba porque siguiera adelante en mi boca entregada.

Elevando mis ojos al cielo agradecí las abundancia que me había brindado la vida, como la abundancia del amor de mi esposo, de los chorros de leche que el negro me había embocado en la boca, y la abundancia del glande con el que el negro me cogía con leves avances y retrocesos mi abierta boca. Sin duda tenía la mirada extraviada, pero mis manos aferraban con fuerza la espectacular tranca, mientras los gemidos iban surgiendo de mi interior. Entonces, con delicadeza, el negro quitó ambas manos de su polla, pero igual me la tenía embocada en la boca. Cuando sentí que su gloriosa virilidad comenzaba a saltar en los preámbulos de su eyaculación, dejé mis manos a un costado del cuerpo, con las palmas hacia arriba, como una mujer que se ha rendido. Y al comenzar los primeros chorros dentro de mi hambrienta boca, los estremecimientos me recorrieron todo el cuerpo y volví a correrme con un sentimiento de adoración. De cualquier modo, los movimientos de su polla se hicieron tan violentos que terminó su eyaculación en mi cara, mis ropas, mis piernas y mis cabellos, dejándome tan regada como una mujer pudiera soñar. Nuevamente agradecí al Señor por la abundancia.

"¿Vio que el negro no pudo metérsela toda a la chica?" Yo no había visto gran cosa ya que el negro me había tapado la visión, pero lo último que recordaba eran unos buenos diez centímetros fuera del cuerpo de la chica. "Sí, es una suerte, pobre chica..." "Claro, toda esa tranca no podía haber entrado en el coñito de la chica, por más dispuesta que esta estuviera."

"Pero muy distinta es la capacidad del culo, Julia. Seguramente le interesará verlo..."

Tardé un rato en darme cuenta de lo que me estaba queriendo decir el hombre.

Esa noche me fui a dormir temprano, con una sensación erótica en las intimidades de mi culo, que se me antojó premonitoria.

Por suerte había llevado la linterna a la cama, y un poco de vaselina, que hicieron más llevadera mi soledad. Pensé "Armando, amor mío, cuanto te extraño" Aunque no pude atinar a saber a qué me estaba refiriendo. Seguramente por el sueño. O por la linterna.