Demasiado tímida para oponerme (42)

Hemos iniciado una investigación periodística sobre la misteriosa desaparición de Julia, con vistas a su posible localización Para ello estamos entrevistando a sus allegados. A continuación la entrevista a su desolado esposo.

Demasiado tímida para oponerme (42)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

Este es el comienzo de una serie de reportajes hechos a los allegados de la señora Julia N. a causa de su misteriosa desaparición, con la esperanza de encontrar posibles pistas sobre el paradero de nuestra heroína, que se ha convertido en el emblema de la fidelidad para tantas mujeres casadas, que buscan seguir su ejemplo.

En primer lugar la entrevista efectuada a su desolado esposo, el señor Armando N., para tener un cuadro de su actual situación aflictiva.

Al penetrar en el hall de modestas dimensiones del edificio de la calle N. salió a nuestro paso el encargado del mismo, el señor Roberto F. cual fiel guardián de la seguridad de sus habitantes, y nos interrogó sobre nuestra presencia allí. Cuando le explicamos nuestro cometido de reportear al marido de la desaparecida dama, se demostró muy cooperativo, insistiendo en que nuestra movilera debía conocer el sótano del edificio, vaya uno a saber por qué razones. Al final, para acabar con su obstinada insistencia, indicamos a la señora Blanca, la esposa de nuestro colega Peli, que complaciera al fervoroso empleado, quien, sin perder un segundo, la tomó del brazo y la arrastró prácticamente en dirección a la puerta del sótano, a la voz de "venga que le muestro, venga que le muestro", a lo cual nuestra bella movilera accedió con su habitual solicitud, perdiéndose con el hombre en las profundidades del sótano. No nos imaginamos que sería lo que el hombre quería tan ansioamente mostrarle, pero confiamos en la pericia de nuestra movilera que, aunque primeriza, sabe dedicarse a fondo a su trabajo. Nosotros nos metimos en el ascensor, rumbo al departamento del señor Armando N.

El sujeto nos estaba esperando con la puerta abierta, alertado de nuestra llegada por el portero eléctrico. Su aspecto era bastante demacrado. Para quienes no han tenido ocasión de conocerlo, les contamos que el marido de la célebre defensora de la fidelidad marital, es un individuo de edad incierta y pelo algo ralo, de aspecto bastante común aunque tirando a un poco menos. Es la mejor descripción que podemos hacerles, ya que no hay en el hombre nada que lo distinga del montón, salvo el hecho de estar un poco abajo del promedio, de cualquier promedio. Al verlo valoramos mucho más la fidelidad empecinada de esa esposa tan leal, y recordamos la insistencia de la escritora en decir que su amor era el verdadero amor, ya que estaba totalmente exento de lujuria. "Eso es amor" nos dijimos al ver la cara del hombre.

Acompañaban a Armando su compañero de trabajo Ricardo, y por su jefe Julio, que estaban con la evidente intención de aliviar su soledad y acaso evitar que cometiera una tontería. "Él es mi compañero Ricardo" dijo Armando, "es de confianza, cuando tenía que salir de noche por un velorio o algo así, la dejaba con Ricardo para que no se quedara solita, y el la cuidaba..." "Bueno" acotó el susodicho, "fue una sola vez, no es tanto mi mérito. Pero eso sí, la cuidé muy bien, como ella se merecía..." "Ella quedó muy agradecida" acotó Armando, mirando con afecto a su compañero. "Sí" concordó el jefe, "era una mujer muy cuidable..."

Armando nos invitó a sentarnos en uno de los sofás de aspecto bastante transitado. Y dimos una mirada alrededor.

El departamento estaba decorado con una colección profusa de fotos de su amada esposa, algunas en paños menores y otras sin paño alguno, en posturas algo provocativas, por decirlo delicadamente. En particular dos cuadros hechos por dos pintores distintos que debieron haber puesto mucho arte para llegar hasta el fin de su obra frente a una modelo que adoptaba las poses que esta mujer exuberante lucía en ambos cuadros.

Se marido, miraba las fotos con ojos embelesados, aunque algo ojerosos Un hombre enamorado.

Me llamó la atención una serie de retratos donde la señora solo vestía sus zapatitos rojo con altísimos tacos aguja, que hacían lucir más largas sus hermosas piernas, resaltando la abundancia de sus soberbios glúteos. Armando siguió mi mirada. "Esa serie se la sacó un gran fotógrafo, aquí en casa. Conoció a ese hombre por la calle, y él insistió en hacerle esa serie de tomas. Tuve que salir porque me explicó que mi presencia podía inhibir a la modelo, pero que después podría ver las fotos. Quedaron preciosas, ¿no es verdad?. Y no quiso cobrármelas. Un verdadero artista."

"¿Y los cuadros?" quise saber. "Ese" dijo señalándome uno donde la dama ofrecía la cola desnuda en dirección al espectador, en una pose algo lasciva, en verdad. "Ese lo pintó un señor mayor, para lo cual tuvo que ir a su estudio, todas las tardes durante diez dias. Lamentablemente yo no pude asistir por razones de trabajo, pero quedó muy bien, me parece, aunque yo no entiendo mucho de esas cosas."

"¿Pero los fines de semana no pudo acompañarla al atelier del pintor?" pregunté, porque en diez días entra al menos un fin de semana.

"Le dije, pero Julia no me lo permitió, me dijo que el pintor ya estaba por terminar su obra, y no quería que se distrajera con mi presencia, porque ella quería que el hombre acabara bien, y mi presencia podía inhibirlo. Así era mi Julia..." Y tomando una fotografía de la serie de tacones altos, en la cual se apreciaba perfectamente el bello posterior de su esposa, se fue al baño, donde permaneció por diez minutos.

Cuando volvió nos señaló el otro cuadro, una vista del torso de su esposa, con sus grandes y hermosos pezones coronando, los enormes y erguidos pechos. Una obra de arte, verdaderamente. El retratista había captado la expresión de abandono erótico en el rostro de su modelo. Tuve que tragar saliva. "Esa se la hizo un pintor joven, pero muy talentoso. Fíjese que maestría en el color. Dos meses estuvo yendo al atelier de ese artista. Y debió serle bastante duro, porque cuando volvía a la noche, tarde, se derrumbaba en la cama y dormía a pierna suelta hasta el otro día." Y levantándose nuevamente fue otra vez al baño, con una foto muy cercana de la jugosa vagina de su mujer. Quince minutos.

Aproveché su regreso para solicitarle que me facilitara algunas de las fotos, de frente, de perfil y de atrás, para ilustrar a nuestros lectores, pero no hubo nada que hacer. "Ustedes sabrán disculparme, pero alguien podría darles un mal uso a estas fotos, y mi esposa valoraba su decencia por encima de todas las cosas..." Así que esperamos que nuestros lectores sepan disculpar esta omisión.

"Julia me amaba por mi exuberante virilidad" dijo repentinamente jactancioso, el pobre Armando. "Por mi temperamento apasionado y avasallador" agregó. "Porque ahí donde la ven, tan modosita, Julia es una mujer muy sexual". "¡Quién lo hubiera supuesto!" dijo Ricardo, cortésmente. "Las cosas no son lo que parecen..." agregué yo, por decir algo, mirando las fotos en la pared.

"¡Y además me pedía que le hiciera algunas cosas que uno jamás supondría en una mujer de aspecto tan recatado como el de ella!" dijo, entusiasmado por los recuerdos. "¡Era muy religiosa! ¡Pregúntele al Padre Gonzalo, que era su confesor!" Tomé nota y me prometí una próxima entrevista con el Padre Gonzalo.

Llevaríamos alrededor de una hora en esta interesante charla, cuando llegó Blanca de Peli, con sus ropas bastante ajadas, y una expresión soñadora en el rostro. "¿Lograste al fin desembarazarte del encargado?" le preguntamos jovialmente. Ella nos miró con una expresión de alarma en el rostro. "¿Embarazarme?, ¿desembarazarme?... ah sí, ...eso espero" dijo en voz baja, poniéndose un poco colorada. Y se sentó decorosamente en el sofá más alejado, procurando estirar su falda y acomodar mejor sus pechos algo desordenados bajo la blusa.

Y aprovechando su llegada, Armando se encaminó nuevamente al baño. Esta vez la foto era una toma sumamente íntima e interna de la grupa de su linda señora. Admirablemente bien iluminada, como para permitir ver bien todos los detalles.

Otros quince minutos. Empecé a comprender el significado de sus ojeras. Evidentemente el pobre marido estaba sumido en la nostalgia de su amada cónyuge.

Como hombres podíamos comprenderlo perfectamente. Como hombres de hogar, quiero decir.

Nuestro fotógrafo completó la serie de fotos en el interior del departamento, agregando algunas de Blanca de Peli, hechas desde más debajo de las rodillas de nuestra atractiva movilera, Innecesariamente a mi entender, pero él dijo que como estaba por terminar el rollo no quería desperdiciar película.

Volví a pedirle al triste marido, al menos una foto identificatoria de su señora esposa, pero volvió a negarse categóricamente. Ni siquiera me quiso prestar la del pezón en primer plano. Es una pena porque le hubiera dado un buen uso.

Abajo, el encargado del edificio, lucía una expresión de agotamiento, sentado en su sillita. Blanca tuvo el gesto de saludarlo muy calurosamente. Seguramente lo que el hombre le había mostrado sería inútil a los efectos periodísticos, pero ella no quiso que se sintiera menospreciado por ser tan sólo un encargado de edificio.

"Me habría gustado conocer a la señora Julia" comentó Blanca con su voz candorosa. "He leído todos sus artículos. Y me identifico completamente con su sentir. Ella es mi heroína. Mi ideal de mujer..." y salió, con movimientos gráciles de sus caderas, como una mujer contenta consigo misma.

Algún día tendríamos que hacer algo con los muchachos de la oficina, al respecto. Y con el fotógrafo.

Si tienes alguna pista sobre el posible paradero de Julia, escríbenos a bajosinstintos4@hotmail.com .

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