Demasiado tímida para oponerme (40)

Encontré un aviso clasificado en que un señor mayor bastante depravado, según él, buscaba una mujer complaciente. ¡Qué locos que son algunos hombres...! ¿Qué querria significar con "depravado"? Para sacarme la curiosidad, fingí estar interesada y le escribí.

Demasiado tímida para oponerme (40)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

Hace unos días encontré un aviso clasificado: "Se necesita dama voluptuosa y complaciente para saciar lujuria de señor mayor bastante depravado. La candidata deberá someterse a una prueba previa con joven padrillo. La elegida será premiada con dinero en efectivo y un trabajo con muy buena remuneración. Escribir a..."

Naturalmente, el aviso despertó mi curiosidad, por lo raro. No es que yo considerara ni por un instante postularme para el trabajo. No sólo porque soy una mujer casada y felizmente enamorada de su marido, sino porque aún de soltera nunca me interesaron las depravaciones y mucho menos los depravados. Me pregunté a qué clase de cosas se referirían con ese concepto. Pero mi falta de experiencia en las cosas del sexo no me sirvió de gran ayuda para imaginarme acciones "depravadas"

A la noche le pregunté a mi amado esposo, mientras lo tenía entre las piernas comiéndome la conchita, pero no supo contestarme. Tal vez porque le tenía la cabeza por la nuca para que no dejara de chuparme. Puede ser, pero el caso es que Armando no tenía la respuesta.

También le pregunté al detective que Armando había puesto a seguirme, seguramente por un imperdonable momento de desconfianza y sospechas sobre su amante esposa. Pero en ese momento me estaba meando dentro de la boca, y como yo se la estaba chupando, el pobre estaba falto de concentración, y ni siquiera sé si me escuchó la pregunta.

Así que, para salir de dudas, y no por ningún otro motivo, escribí a la dirección de e-mail que figuraba en el aviso, fingiéndome interesada. Lamentaba engañarlos, simulando un Interés en su propuesta que ninguna mujer felizmente casada con el hombre que ama, podría tener. Pero si no simulaba interés y simplemente les preguntaba a que tipo de actividades depravadas se referían, seguramente no me tomarían en serio, y yo seguiría en ayunas. A veces, en la vida, es conveniente fingir.

En esos días, mientras esperaba la respuesta, andando por la calle con el taconear de mis altos tacos aguja, tan coquetos, y bamboleando mis perturbadoras redondeces, un caballero muy gentil me dijo un piropo de esos que no se olvidan: "¡Nena, que culo! ¡Vení que te como los soretes!" Me pareció un poco procás y no del todo de buen tono, porque la palabra "sorete" no me cae muy bien, pero igual le sonreí, porque un piropo es un piropo, y lo que vale es la intención. El hombre no era culpable de tener poco vuelo poético. Pero yo sé entender esas cosas.

Al ver mi sonrisa, el gentil caballero se me vino al humo. Y comenzamos un agradable intercambio de palabras que terminó con una gentil invitación del caballero a acompañarlo a su mansión. No tuve problemas en ir porque mi detective guardaespaldas estaba en su departamento durmiendo a pierna suelta, tal como lo había dejado. Sino se habría puesto un poco celoso.

La mansión del caballero resultó realmente lujosa. Y por un momento, al verme allí, rodeada de todos esos cuadros en las paredes representando escenas sexuales de corte bastante subidas, tuve miedo de que el hombre quisiera aprovecharse de mí. Pero hice mal en dudar de su honestidad.

Aún me surgieron dudas cuando me pidió que me quedara con el culo al aire, pero algo en su mirada me dijo que tenía intenciones honestas, así que me saqué la faldita y la braguita, rogando que el hombre no me estuviera engañando y tuviera en realidad intenciones sexuales. Armando, mi amado esposo y único amor, no se merecía que a su mujercita la abusara otro hombre, por más caballeroso que este fuera.

Pero no tenía nada que temer. El hombre tenía, verdaderamente, intenciones honestas. Y tal como dijo, se limitó a tirarse en la cama boca arriba y pedirme que le pusiera el culo en la cara. Ahí temí nuevamente que fuera un degenerado de esos que quería que le removiera el culo en la cara, porque a mí esas cosas me calientan y podría acabar en un orgasmo, valga la redundancia.

Pero mis temores fueron vanos. El hombre sólo me pidió que me esforzara en sacar un buen sorete. Y a esas alturas de los acontecimientos me pareció que sería una gran descortesía de mi parte decepcionar sus expectativas infantiles, a los niños suelen gustarles esas cosas extrañas. Al fin de cuentas, el caballero no me estaba pidiendo nada sexual. Así que, separando mis redondos glúteos con mis manitas, hice la fuerza necesaria y fui sacando un sorete. Y el caballero, pegando su boca a mi ojete, se lo fue comiendo. Yo me sentí un poco rara, porque si bien la cosa era algo divertida, y me recordaba las cosas que hacíamos con mis primitps de niña, me extrañó ver que su polla, aún dentro del pantalón de su traje gris, se sacudió repetidas veces, para luego proyectar una mancha cremosa sobre la superficie del pantalón. O sea que para el señor la cosa tenía algo de sexual, concluí. Aunque también pudiera haberse debido a una casualidad, a una coincidencia, claro.

Cuando acabé de soltarle un largo chorizo, el caballero tuvo la cortesía de limpiarme el ojete con la lengua, de modo que ni siquiera tuve que usar papel higiénico. Luego me condujo hasta la puerta de su mansión, poniéndome un billete dentro de mis tetones, junto con su tarjeta. Me agradeció "el gran servicio prestado" y me despidió, rogándome que lo llamara nuevamente la semana siguiente. Una vez en la calle, miré el billete: era un cheque por mil dólares. Lo llamaría.

A mi me pareció que la conducta del hombre había sido bastante rara, pero no dejaba de ser un homenaje a mi culo, dentro de todo. Y ni por un momento tuve sentimientos de infidelidad, aunque eso de tener mi hermoso culo sobre la cara del caballero mientras le iba largando el sorete, tuvo un no-se-que de erótico. Seguramente Armando no lo habría aprobado, pero creo que hubiera sido por que no le gustaría que ponga mi culo desnudo sobre la cara de ningún otro hombre, salvo él, claro. El eterno egoísmo posesivo masculino. Bueno, no tendría por qué enterarse. Además él nunca me había propuesto comerme un sorete, y no por eso yo pensaría que no me ama. Aunque tendría que hablarlo con él.

Si yo, alguna vez, llegara a serle infiel, pienso que entonces sí tendría que enterarse mi amado esposo, y yo misma se lo diría. Pero una tontería como esa con un caballero excéntrico no era el caso. Y que yo hubiera sentido cierto placer al poner mis nalgas desnudas sobre la cara del hombre, tampoco era el caso. Sino una no podría hacer nada por temor a las malas interpretaciones de su pareja.

Como sea, a los tres días me llegó la respuesta del señor del aviso. Al fin tendría una idea de lo que era la depravación.

Me contestó el representante del señor mayor, explicándome que su jefe era un excéntrico millonario, cuyo nombre debía reservarse, pero que tenía una fortuna que hubiera hecho palidecer a la de Onassis. Me alegré por el pobre hombre. Me proponía un encuentro pues las fotos que le había enviado le habían parecido interesantes. Elogió el modo en que mis grandes tetones se mantienen parados aún sin sostén, y muy entusiasmado por el tamaño de mis pezones. Me sentí halagada, claro, pero me dio un poco de pena el hombre. Debía de haberse hecho ilusiones, sin saber que aunque yo jamás envío fotos mías, le había enviado estas sólo para asegurarme la respuesta. La de mi culo, según él, lo había alucinado. Cortesías que dicen los hombres. Es gracioso ver como se los puede manejar con un par de fotos...

Por su parte, en reciprocidad, él me envió una foto suya. De tres cuartos de perfil, de modo que podía notársele muy bien el tamaño de su erección, la abundante musculatura de su robusto cuerpo, y el vello en el pecho, vientre y genitales. Lo digo como una observadora clínica. Porque a mí la foto no me movió un pelo. De cualquier modo la imprimí, para mirarla con más detenimiento en el baño.

Estuve tentada de mostrársela a mi Armando, para reirnos juntos de la tontería de este hombre, que creía que mostrándome una foto suya conseguiría que me interesara en él. ¡Qué tontos que son algunos hombres que piensan que las mujeres nos impresionamos por un cuerpo, sin saber que lo que nos interesa es la sensibilidad, los sentimientos, la ternura...! Pero pensé que mejor no comentaba el asunto con Armando, porque podría sentirse incómodo al ver el tamaño de la polla del señor de la foto. Y al marido nunca hay que acomplejarlo. Así que me limité a volver a ver la foto yo sola, en diversos momentos, para reirme a solas de su ingenuidad.

Pero al final me sentí un poco culpable. ¿No estaba yo jugando con los sentimientos de ese desconocido? ¿No lo había yo provocado inocentemente, en cierto modo, al mandarle mis fotos? Está bien, había servido para conseguir su respuesta. Pero sentía que de algún modo lo estaba defraudando. Y cuando miraba su foto por décima vez en el baño, decidí que le escribiría nuevamente. Por suerte no lo había teniendo sufriendo mucho tiempo al pobre individuo, ya que sólo habían pasado dos horas.

Así que le escribí, pidiéndole que me explicara lo del señor mayor depravado, pues no entendía el concepto. Y le mandé media docena de fotos más, como para mantenerlo interesado. La del primer plano de mi concha pensé que le gustaría mucho, al fin de cuentas una es coqueta, como toda mujer...

Y me llevé su foto a la cama, para reflexionar en como haría para decepcionarlo sin producirle un impacto emocional doloroso. Me ayudaron mis deditos, y creo que de algún modo se había establecido una conexión telepática entre nosotros, porque en menos de una hora tenía su respuesta en mi casilla de e-mail.

Me decía que no podía explicarme nada sobre la depravación hasta que nos encontráramos. El pobre hombre insistía. Realmente me dio pena. Y encima, con la ilusión de convencerme, envió media docena de fotos suyas. Todas de su polla. Era una secuencia de una paja que se había hecho, al parecer en mi honor. En las primeras tres se veía como con su mano corría el forro de su tranca en un típico movimiento de paja, dejando a la vista un glande como para concurso. En la cuarta se veía como le salía un gran chorro de semen de la ranura. En la quinta se veía otro chorro de semen saliendo de su gran polla erecta, todos primeros planos. Y en la última se veía la foto de mi concha, que acababa de enviarle, donde habían impactado los chorros de semen. Sentí como que me estaba diciendo algo. Así que imprimí todas las fotos y me fui a verlas al baño. Faltaba menos de una hora para que llegara mi marido, así que tuve que apurarme.

Las estuve viendo una y otra vez, y luego salí del baño y las escondí bajo el colchón, porque ya estaba llegando Armando.

Esa noche le monté la cara y le estuve restregando la concha casi toda la noche, tratando de olvidarme de las fotos. Hasta que me quedé dormida.

Armando quedó hecho un guiñapo, pobre. Creo que abusé un poco de él.

Esto no podría seguir así. Decidí que le pondría fin en el próximo e-mail, así tuviera que encontrarme con ese pobre hombre.

Sé que compartirás conmigo esta decisión de poner fin a este asunto para que ese pobre hombre no se siga haciendo ilusiones conmigo. Y me gustaría que me lo confirmes.

Escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com

Y si quieres inscribirte en mi taller virtual de narrativa erótica, escríbeme a la misma dirección y te cuento.