Demasiado tímida para oponerme (4)
Me sentía algo incómoda con la tranca de ese desconocido enterrada en mi culo, pero mantuve mis pensamientos puros y fieles a mi esposo.
Demasiado tímida para oponerme (4).
Por Bajos Instintos 4
Para quienes recién llegan a estas páginas
debo decirles que soy una mujer felizmente casada y muy enamorada de su marido, e incapaz de serle infiel, como pueden atestiguar todos aquellos que me conocen de cerca (Y no son pocos .)
Yo no entiendo a esas mujeres incapaces de respetar
la promesa de fidelidad implícita en el matrimonio.
Y me pregunto como pueden violarla con tanta ligereza,
como si buscaran a propósito cometer infidelidad. ¿Es que no respetan a sus maridos? ¿Cómo pueden vivir con su conciencia tranquila? Yo no soy así. Soy incapaz de buscar cometer una infidelidad. Y por más que me asalten las tentaciones, procuro mantener mi conciencia libre de manchas.
Mi cura confesor me objeta las falditas cortas y apretadas pues dice que marcan demasiado las formas de mi culo, pero lo que ocurre es que he engordado un poco desde que me las compré, pero como no soy para nada gorda, todo está bien. Cierto que me dejan buena parte de los muslos al aire, especialmente cuando me siento. Pero ese no es mi problema sino el de los hombres que todo el tiempo buscan acercarse. Pero una mujer fiel no tiene miedo de sucumbir.
El Padre me dice que mis remeritas también son dos tallas más pequeñas que la que necesito ahora y que me marcan demasiado los pezones. Pero, bueno, si tengo las tetas y grandes y paradas, y los pezones gordos, no es culpa mía, no voy a renovar todo mi guardarropas, pues eso sería un gasto muy grande para el sueldo de mi marido. Y, aunque yo también trabajo, soy muy considerada con él. La única concesión que le hago a la coquetería son mis tacos aguja, pero me encanta el modo en que elevan mi altura y me alargan las piernas. Y el modo en que todo se me bambolea cuando camino. Yo sé que eso resulta un poco provocativo para los hombres, y por alguna razón que se me escapa, siempre quieren abusar de mi. Pero no temo, pues sé marcar muy bien la línea que no deben transpasar.
Puede que transpasen todo lo demás, pero la línea nunca.
Había sido un día de trabajo bastante fuerte en el consultorio del doctor Martínez, y no veía la hora de llegar a mi hogar donde me esperaba con los brazos abiertos mi amante esposo, mi Armandito. Y a pesar de que era la hora pico, opté por el subte, que aunque tenía que recorrer prácticamente todas las estaciones, era el mejor medio, por lo veloz. Además me iba a permitir ensoñar con la fidelidad que le profeso a mi cónyuge. Pero creo que no fue del todo una buena idea.
Yo estaba bastante incómoda con esa enorme tranca cilíndrica taladrando mi culo. Lo que me molestaba no era la tranca, que por cierto, no era la peor parte del asunto, sino el hecho de que pertenecía a un perfecto desconocido que me había abordado en la calle y luego perseguido por todo mi camino, sin cesar de tratar de convencerme para poder brindarme su amor. Muy insistente y cargoso. Yo le expliqué que soy una mujer casada y fiel a su marido. Pero, en ese momento estábamos en el subte, y este hombre no dejaba de sobarme las nalgas. Yo hacía como que no me daba cuenta para no dar lugar a una escena violenta, ¡pero él le dio un ajetreo a mis posaderas como hacía mucho tiempo que no tenían! La verdad es que me subieron los colores al rostro, pasando en el camino por los tetones.
¡Tenía que hacer algo para detenerlo! En nombre de lala fidelidad a mi esposo asumí que debía quitar mis glúteos de su alcance, para lo cual hice lo más sencillo: me di media vuelta, quedando frente a él. ¡Esta vez lo había embromado! El subte estaba muy lleno y no podría realizar la operación de volver a ponerse detrás de mí.
Así que enfrenté su rostro con una mirada neutra, como de indiferencia. No era un hombre desagradable, por el contrario era bastante guapo, si no fuera por ese modo tan insistente de actuar. Pero, bueno, el asunto estaba solucionado.
Eso creí, porque aprovechándose de mi nueva posición comenzó a sobarme los tetones. Mis tetones, además de grandes y parados, son muy sensibles, y los pezones reaccionaron enseguida, poniéndose duros. Seguramente el hombre no estaba al tanto de esto, así que decidí advertirle. Y acercando mi cara a la suya le susurré: "¡no haga eso, por favor, que soy muy sensible!" Pero el estúpido aprovechó para darme un beso en la boca. Me tomó de sorpresa y no atiné a retirar la boca. Lo que pasaba es que la sobada en mis tetones me quitaba un poco de concentración. Para cuando pude reaccionar, el muy bestia me estaba comiendo la trompa con un apasionado beso de lengua. ¡Y qué lengua! Así que no pude reaccionar. A lo único que atiné fue a bajarle las manos, sacándolas de mis pechos, pero el beso me estaba volviendo loca. Digo, en mi condición de mujer casada que detesta estas confianzas. ¡Pero no sabía como pararlo, ya que me tenía muy bien aferrada!
¡Y de pronto siento una de sus manotas tocándome la entrepierna! Inadvertidamente se me escapó un gemido ahogado, mientras su lengua me seguía trabajando, y su mano comenzaba a restregarse contra mi más secreta intimidad. Me quedé completamente desconcertada, sin saber que cosa hacer, ni como impedir que siguiera adelante. Con la otra mano me atrajo por la cintura contra su cuerpo. Y pude sentir su aroma de macho y su cuerpo tan recio. Y en un movimiento acomodó su tranca contra mi intimidad. Y me la frotó un poco. Y ahí, contra todos mis deseos, me corrí, aferrándome a sus fuertes hombros, con manos desesperadas, para no caerme.
Sentí una gran vergüenza, porque en mi condición de esposa fiel se supone que no debían pasarme cosas así. Aún aferrada a su cuerpo y con su tranca frotando mi intimidad, y su mano libre manoseándome los tetones logré separar mi trompita de esa boca devoradora, y entre jadeos le dije que por favor se detuviera, que yo era una mujer enamorada de su marido. Por única respuesta me dio vuelta de modo de quedar mi culo pegado a su tranca y con sus manos siguió sobándome los pechos, que a estas alturas me mandaban sensaciones como para elevar a una monja. La gente de alrededor no se daba cuenta de nada, tal la cancha de este hombre. Y yo me quedé quietecita para no levantar la perdiz. Pero él tenía sus pensamientos en otra parte. Y tomando mi breve faldita con una mano, la subió, dejando mi sabroso culo al aire, cubierto tan sólo por mi braguita roja de hilo dental. Entonces escuché su jadeo ronco y su respiración caliente en mi oído: -¡por mí podés estar todo lo enamorada de tu marido que quieras, pero ahora me vas a dar el orto !- y de un tirón me sacó la braguita. "Lo que usted diga, señor." Musité comprendiendo que no sería bueno llevarle la contraria. Y elevé mis oraciones al Señor, rogándole me permitiera sobrellevar este duro trance. ¡Y vaya si estaba duro!
Con sus dos pulgares me separó las nalgas y comenzó a enterrarme su rígida tranca. Luego volvió a mis tetones con una mano y a mi conchita con la otra. Las sensaciones me sobrepasaban, pero centré mi mente en la imagen de mi amado Armando, para recibir fuerzas. O al menos traté de centrarla, porque lo que estaba recibiendo tenía mucha fuerza. Mi cola bien abierta se apretaba contra sus vellos púbicos, con toda su tranca adentro de mi agujerito. Y él la movía con pequeños vaivenes enérgicos. La imagen de Armando iba y venía a la deriva de las sensaciones, cada vez más borrosa. En mi cuello sentía el aliento jadeante del apasionado desconocido y de mi boca abierta caían en cámara lenta hilillos de saliva que habían quedado fuera de control. La situación, como ya dije, me resultaba incomodante, pero me resigné a que el hombre saciara sus bajos instintos con su tranca apretada entre mis suaves y carnosos glúteos. "¡Cómo te estás dejando, puta!" me susurraba en el oído, mientras me besaba el cuello. Y todo junto era demasiado para una mujer fiel como yo, y mi cuerpo comenzó a correrse, mientras mi boca dejaba escapar gemidos y jadeos. Esto lo excitó: "¡Ya de corriste de vuelta, putona! ¡También con ese culo y esas tetonas se veía que estaban buscando guerra!" Y sus vaivenes eran cada vez màs largos y profundos, lo que entre otras cosas me produjo un desenfoque total de mi vista, que es lo que me ocurre cada vez que mis ojos, fuera de control, bizquean. "¡Así que la señora le es fiel a su esposo !", dijo el sinvergüenza y enterrándomela hasta el fondo comenzó a descargar una catarata de chorros en mi ojete, tan fiel a mi marido. Cuando sentí cómo me lo estaba llenando me abandoné completamente a su abrazo y sostenida de los tetones por sus manotas, y del culo por su tranca, me corrí, ya ni sé cuantas veces.
Cuando volví en mí me encontré en un asiento del andén, con un papelito en una mano, con el teléfono del desconocido, que se llamaba Tony. Quería una cita el hombre. "Bueno", pensé mientras me encaminaba a casa, "que el hombre quisiera una cita no era algo tan malo, después de un viaje juntos en subte, por lo menos la cosa no pasó a mayores". Posiblemente lo llame para dejarle las cosas bien en claro.
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