Demasiado tímida para oponerme (39)

Continua el seguimiento del detective que me ha puesto mi esposo. El tipo me sigue sin bajarse del auto. Así que yo, con maldad muevo bien el culo al caminar, como para castigarlo. Al final se baja del coche...

Demasiado tímida para oponerme (39)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

He recibido una carta de un lector, pidiéndome que le cuente la primera experiencia de infidelidad que tuve. Y no es la primera carta con ese pedido. Y yo me pregunto: ¿es que son sordos o ciegos? ¿Es que toda mi prédica contra la infidelidad ha sido en vano? ¿Es que no quieren entender que nunca he sido infiel? Ah, que cruel la incomprensión de los hombres... Pero no se preocupen, si alguna vez llego a cometer una infidelidad, ustedes serán los primeros en saberlo. Aún antes que mi esposo. Bueno, es tonto que lo diga, porque el esposo siempre es el último en saberlo.

Debo reconocer que la idea no me es del todo ajena. He acariciado a veces la posibilidad de engañar a mi amado Armando. Y he acariciado otras cosas también... Porque yo creo que la fidelidad que no es puesta a prueba no es fidelidad verdadera.

¿Y qué puede poner más a prueba la fidelidad de una que una buena tranca? Escucha bien, amiga: si tu puedes manosear una buena tranca y mantener tu espíritu fiel a tu marido, entonces nunca serás infiel. El amor es así.

Si tu puedes recibir una buena serruchada de parte de la tranca erecta de alguien que nos es tu cónyuge, y sin embargo mantener la imagen de tu marido en la mente, entonces tú no eres infiel, sábelo bien. No importa si la tranca entra por delante o por atrás.

O por la boca. Si tu puedes mamarle la tranca a un macho que no sea tu esposo, y tragarte su leche, y mantener tu conciencia de esposa fiel, entonces tu fidelidad está a salvo. Y el santo varón de tu marido puede dormir tranquilo. Es más, mejor que duerma.

Por eso es que me irrita tanto el seguimiento de que soy objeto por parte de un detective puesto por mi marido. No es que me moleste que me siga un hombre joven dentro de un auto, muy por el contrario. Si me molestara no menearía mi lindo culo para que tenga con qué entretenerse mientras me sigue. ¡Pero el tipo nunca se baja! ¿Qué clase de hombre insensible ha puesto mi esposo para que me vigile?

Al principio yo andaba un poco asustada por temor a que se mal interpretaran algunas de mis actividades. No digo las del sótano adonde me arrastra Ricardo, el encargado del edificio, cada vez que me ve, porque el detective está en la calle así que no se entera. Pero sí, cualquiera de mis otras inocentes actividades diarias. Pero finalmente decidí dejar que el hombre viera todo lo que hago. Si tiene una mente sana, comprenderá. Y no le llevará malas interpretaciones a mi esposo. Yo creo que una conducta honrada es la mejor defensa.

Ahora estoy usando el pelo largo, para contrabalancear el peso de mis dos grandes tetones, porque yo creo que el equilibrio es algo fundamental en una mujer. No dejo que crezca hasta más debajo de la cintura porque no quiero que me tape la cola. Para eso tengo la apretada faldita un par de talles más chicos, que parece a punto de reventar por la opulencia de mi soberbio trasero. Yo creo que hay que taparse el culo por una cuestión de decencia. Incluso cuando tengo que andar sin faldita, siempre tomo la precaución de llevar mi braguita roja de hilo dental. El problema es que mis falditas apretadas no me permiten dar pasos largos, a menos que me las arremangue un poco, entonces ando con pasitos cortos y mis tacos aguja hacen que mi culo se bambolee a cada pasito, para compensar. Porque el equilibrio es algo fundamental en una mujer, como te decía.

Pero los hombres no saben nada de equilibrio. ¡Vieras las cosas que me dicen! Pero bueno, ahí están las pruebas a las que decía que toda mujer decente debe someterse, para probar su condición de esposa fiel.

Por ejemplo el lunes. Iba a media mañana de ese hermoso día soleado, siempre con el cargoso detective atrás en su auto, cuando me encontré con Norberto, un querido amigo que conocí en la parada del colectivo a la que acompañe a mi amado Armando para que se fuera a trabajar.

Norberto es un muchacho muy efusivo, y se puso muy contento al verme, cosa que me demostró con un lindo beso en mi trompita. Yo me dije "que el detective piense lo que quiera, esto es un saludo entre amigos..." y rodeándole el cuello con mis brazos, pegué mis melones contra el pecho viril de Norberto, y le di un largo beso de lengua. "Así aprende ese detective", pensé, aunque ahora no recuerdo muy bien a qué me refería con ese pensamiento.

Bueno, una cosa trae la otra, y nos metimos en un hotel con Norberto, para recordar las viejas épocas. Tres horas estuvimos recordando. Y cuando salimos, un poco ojerosos, cierto, nos despedimos prometiéndonos un nuevo encuentro.

Y cosas así me pasaron toda la semana. Por ejemplo cuando fui a visitar a un plomero amigo que parece la versión humana de King Kong, y que apenas me vio, me tomó de un brazo, haciéndome entrar en su taller, para luego bajar la cortina. El tipo del auto se quedó con un palmo de narices, como se merecía por fisgón. Dos horas y media estuvo esperando hasta que me vio salir, tambaleándome un poco sobre mis tacones aguja. Es que el plomero es un poco arrebatado, y cuando me despedí me había dejado un poco tarumba. Por suerte el tipo del auto estaba leyendo su diario, para disimular el seguimiento, así que no debe haberse dado cuenta de mi estado, ni del estado un poco ajado de mis ropas.

Bueno, que seguí con mis andanzas normales de todos los días, recibiendo los habituales piropos a mi paso, devolviendo algunas sonrisas y haciendo alguna que otra amistad. Nada que ocultar, por supuesto. Porque cuando entraba a un hotel no había nada que mostrar tampoco. Así que el hombre debía estarse desmoralizando, al ver que sus persecuciones no tenían ningún resultado.

Comencé a notarlo cuando vi que ya no leía el diario al verme. Eso me agradó de él, así que le obsequié una hermosa sonrisa. No sólo porque me gustan los hombres que no actúan falsamente, sino porque el morocho tenía una cara muy viril.

Cuando le sonreí observé que se había puesto un poco nervioso. Claro, el cargo de conciencia, pensé. Le debía ser difícil sostener su papel de inquisidor frente a una señora con una sonrisa tan límpida como la mía. Y me fue, moviendo bien el culo, dejando al pobre hombre en sus tribulaciones.

Su trabajo estaba fracasando, ya que no tenía cosa alguna mala sobre mi comportamiento para contarle a mi esposo. Casi me dio lástima.

Esa noche, cuando Armando me preguntó cómo me había ido en el día, casi le comento del seguimiento del auto negro, para ver qué cara ponía y qué me decía, pero lo pensé mejor y me callé. Vaya una a saber cómo evolucionan los acontecimientos, me dije. Y el día que Armando venga a disculparse, quiero que me confiese por sí mismo su villanesca desconfianza.

Hice bien en no decir nada, porque al día siguiente el hombre se bajó del auto negro y me abordó, en plena calle. Yo arqueé la espalda, sacando tetas, para que viera que no le tenía miedo y esperé a ver lo que tenía para decirme. Era bastante fornido el tipo, y agradable de cara, aunque se lo veía un poco tenso.

"Julia, tenemos que hablar..."

"¿Quién le ha dicho mi nombre, caballero?, pregunté haciéndome la desentendida.

"Su marido, preciosa", dijo acercándose innecesariamente.

"Gracias" respondí halagada, "pero no entiendo..."

"Hace días que la vengo siguiendo..." comenzó. Yo me hice la sorprendida.

"Y ya la leche me está saliendo por las orejas..." dijo con voz ronca, mirándome intensamente. Yo bajé la mirada, pudorosa. Y entonces vi la enorme erección que el tipo presentaba en su pantalón. Entonces subí la mirada, pudorosa. Pudorosa pero impresionada. Porque a mí la honestidad me impresiona. Y la honestidad de este hombre parecía muy impresionante.

Acercándose aún más, tomó mi brazo desnudo con su mano caliente y viril. Por una de esas respuestas involuntarias, se me endurecieron los pezones, cosa que resultó evidente por la delgada tela de la remerita. "¡Le vengo viendo ese tremendo culo todos los días, a toda hora...!" me dijo apretándome el brazo con pasión. "¡Y esas tetazas, señora, esas hermosas tetas paradas...!" "¡Ay, gracias, señor!" dije con mi espontaneidad inocente, sin pensar que el hombre podía tomarlo a mal. Me tomó también el otro brazo, y quedamos frente a frente. "¡La he visto con todos y cada uno de los machos con que ha estado cada día! ¡Nunca he visto una mujer más puta, más putona, tan reputa...!" Tomé eso como un halago, los hombres tienen maneras muy curiosas de expresar su admiración y ya estoy acostumbrada.

Me acercó un poco más hacia él. "¡He visto, día tras día como se le mueven los melones bajo la remera, y como los saca para adelante cuando se cruza con algún hombre...!" Sentí que con tanta admiración, me estaba humedeciendo. Aunque quizá fuera, porque estábamos tan cerca que podía sentir si erección punzando contra mi intimidad. Lancé un suspiro.

"¡Su marido, el cornudo de su marido, me contrató para que la vigile y siga sus pasos! ¡Pero con tanto seguirle los pasos, estoy obsesionado con su soberbio culo, señora!" Compadecí al pobre hombre, y comprendí la tortura de su espíritu que lo forzaba a esta apasionada confesión. Tanto que se me aflojaron un poco las rodillas.

Pero el hombre seguía: "¡Quiero cojerte, darte por el culo, metértela por todos los agujeros!" Era tanto el entusiasmo del hombre, que se me enturbió un poco la vista.

"¡Pero señor, usted se confunde, yo soy una esposa fiel!"

"¡Sí, todo lo que digas, puta! ¡Pero si no me dejás garcharte bien garchada, le voy a dar un tremendo informe a tu maridito!" A esas alturas, el hombre me había llevado hasta un zaguán y me estaba apretando contra la pared, haciéndome sentir su poderosa tranca. Sentí que me estaba avasallando. Y, raro en mí, no me enojé. Es que comprendía su desesperación. Es más, podía sentirla, en su forma de presionar mi intimidad, y en los besos que había comenzado a darme en el cuello.

"¡De... tén... gase...!" gemí con mis manitas crispadas en el aire, mientras él apretaba mis tetones.

"¡¡Si no te dejás, le cuento a tu marido!!"

"¡Pero se... ñor... eso... se... ría... una ex...tor...sión...!" Me costaba un poco expresarme, porque el hombre me estaba metiendo mano en la conchita, y yo en circunstancias así me desconcentro un poco.

"¡¡Sí, mi vida, te estoy extorsionando...!! ¡¡¡Si querés que le haga un informe favorable a tu maridito, tenés que ser muy buenita conmigo...!!"

Quizá fueron esas últimas palabras las que me llegaron, además de su mano, claro. A mi me gusta mucho ser buenita con las personas. Además al ser extorsionada, no se podía decir que cualquier cosa que yo hiciera fuera una infidelidad, creo que eso fue lo que me convenció. Además de las caricias que mi apasionado vigilante me estaba dando en el coño. A estas alturas yo había comenzado a gemir y jadear, y el abusador al advertirlo arreció con su mano, lo que tuvo como inesperado efecto detener mis pensamientos mientras me corría bajo sus avances.

"¡Vení, putita, metete en mi auto, que te voy a llevar a un hotelito donde te voy a garchar bien garchada!" Tanta decisión en un hombre siempre me conmueve, pero además en esta situación ¿qué otra cosa podía hacer que someterme? Me ayudó a entrar al coche meciéndome toda la mano en el culo. A esta altura de los acontecimientos casi diría que me gustó, porque seguía demostrando su decisión y capacidad de mando. Y me permití un pequeño disfrute, al fin de cuentas estaba tratando de salvar mi matrimonio.

Ese tremendo hombrón me tenía completamente intimidada, así que le dejé hacer conmigo todo lo que se le antojaba en el coche, mientras conducía al hotelito que estaba casi en las afueras de la ciudad. Ahí estaba yo, una esposa devota, sintiendo su mano desvergonzada acariciando mi intimidad. Me dio tanta vergüenza que abrí las piernas despatarrándome para que el depredador siguiera restregando mi intimidad y metiendo sus dedos en mis mojados rincones. Tanto abusó el hombre, que dando gritos me corrí, con los ojos vueltos hacia arriba.

Pero la cosa no terminaba allí. Casi a los empujones me metió en el hotelito de mala muerte adonde me había llevado. Me fue tocando el culo durante todo el camino hasta la pieza. "Ay, si el pobre Armando supiera lo que le está haciendo a su mujercita el degenerado que él mismo contrato..." pensé, mientras mi culo acusaba recibo de la manoseada. Mi culo es muy cachondo. No es culpa mía.

Cuando me tuvo dentro de la pieza, el sinvergüenza comenzó verdaderamente a abusar de mí. Y por primera vez pude ver su tranca. Fue lo primero que sacó afuera, aún antes de sacarse los pantalones y el calzoncillo. Y lo comprendí, tenía de qué estar orgulloso. "¡La tenés mucho más grande que mi marido!" le dije con admiración. "¡Y te la voy a hacer sentir hasta el fondo, señora putita!"

"¡No me hables así!" le recriminé mientras le agarraba su grueso aparato con manos hambrientas, "¡Yo no soy ninguna putita!" le dije, refregándole mis redondas nalgas contra su polla enhiesta. Creo que mi recriminación le llegó, porque dejó de hablar cosas soeces, para comenzar a hacerlas. Agarrándome con ambas manos las nalgas, separó mis glúteos, y comenzó a enterrarme su virilidad en mi agujerito. "¡¡¡Ahhh....!!!" dije para expresar mi protesta, pero no me salió muy bien, porque fue la voz me salió bastante ronca. Creo que el hombre pensó que me estaba gustando, tal vez porque involuntariamente levanté el culo como ofreciéndoselo, lo que fue facilitando la penetración de ese grueso tronco caliente en mi ojetito. Estaba muy mortificada por la vejación a que este hombre me estaba sometiendo, así que seguí sintiendo como su tranca llegaba hasta el fondo. Pensé nuevamente en mi amado esposo, especialmente a cada vaivén de la poronga de mi abusador en mi muy abusado orto. Y el tipo dale que dale. Así que hice lo único que una esposa decente puede hacer cuando es vejada tan brutalmente por un abusador: gemí, jadeé y me corrí, apretándole la tranca con mi ojetito. Se ve que ante mi respuesta avergonzada, el hombre se sintió culpable, y me llenó el culo de leche. Y eso, apenas si habiéndome corrido la braguita de hilo dental. Yo creo que esas braguitas no son eficientes en casos así.

Cuando mi violador me sacó su nabo aún chorreante del culo, aproveché y me saqué la faldita para que no continuara arrugándose, la remerita, para que no molestara, y las braguitas por inútiles. Lo único que no me quité fueron mis zapatitos con tacones aguja, porque aún en los más difíciles momentos, me gusta mantener la elegancia.

El abusador me tiró en la cama, donde me quedé con las piernas abiertas y las rodillas recogidas. El hombre me miró la concha "¡¡¡No me comas la conchita, por favor!!!" le supliqué. Me miró algo desconcertado "¿Por qué, no te gusta?" "Sí, me enloquece, pero eso se lo dejo a mi marido", le expliqué mientras manoseaba su semi-erecto pene como para ponerlo en forma. Yo pienso que aún si a una la están vejando, debe colaborar. El hombrón lanzó la carcajada. "¡Está bien, putona, mamámela un poco que ahora quiero darte por la concha!" ¡Qué lenguaje! ¡Qué humillación! Pero ¿qué cabía esperar de un abusador desalmado como este? Así que le dije "Sentate en mis tetonas que te la mamo, nene" tratando de ponerme a tono con su lenguaje.

Dicho y hecho. El tipo sentó su peludo culo sobre mis tetonas, de modo que pude rodear la cabeza de su pringoso miembro con mi trompita. "¡Ahhh!" expresó su satisfacción el machote "¡Qué bien te la embocaste, puta...!"

A esas alturas yo ya había hecho de tripas corazón, y le estaba lamiendo la poronga como si me gustara. Debo reconocer que un poquito me gustaba, porque estaba muy rica. Así que yo meta lamer y chupar, mientras se la agarraba con ambas manitos. El tipo la movía para atrás y adelante, usando mis manos como para una paja, y mi boca como una concha. Por suerte no me la metía hasta el fondo, así que no tuve problemas para respirar, pero me estaba cogiendo bien la boca. "... ¡¡¡Y pensar que tu maridito quiere saber si no le sos infiel...!!!" Y me seguía cogiendo la boca. Yo sentía ese glorioso glande dándose el gusto a mis expensas, y me afané en darle el gusto, por aquello de a los locos hay que correrlos para donde corren. Bueno, no era enteramente por eso, porque cuando empecé a saborear su leche, me la tragué toda y me corrí como una loca. Sin culpa alguna, claro, porque estaban abusando de mí.

"¡¡Puta, reputa!!" dijo el tipo, "¡¡¡Me hiciste acabar sin que pudiera hacerte la concha, qué hija de puta!!!" Yo, por las dudas me callé, y continué mamando, sumisamente. "Meame, macho", le dije en un impulso un tanto atrevido.

El tipo se quedó unos momentos en suspenso, como sorprendido, pero enseguida reaccionó. Y de su miembro comenzó a salir un chorro de pis caliente, que fui bebiendo con devota sumisión. Y los ojos se me enturbiaron nuevamente al pensar en lo que pensaría mi amado Armando si viera esta escena. Así que aferrándole el grueso salame con ambas manos hasta tragar la última gota, me corrí. Qué vergüenza, Señor.

Bueno, no viene al caso que te siga contando las humillaciones que sufrí bajo el dominio de ese desconsiderado machote, durante las siguientes cinco horas. El hombre, de tanto verme, tenía mucho hambre acumulado de mis redondeces y mi apasionada belleza. Estoicamente, soporté todos sus abusos, con los ojos vidriosos una y otra vez. . Incluso dejé que me sentara el culo en la cara, bueno, en realidad se lo pedí, pero es porque el tipo estaba abusando de mí. Y se lo lamí bien a fondo, mientras con una mano le pajeaba la tranca. Después de seis polvos el tipo ya no servía para nada. No es que se hubiera saciado de mí, porque él quería seguir, pero ya no tenía con qué. Pero las ganas que me tenía no se le habían ido.

Así que le senté el culo en la cara, y mientras le reprochaba el cruel abuso a que me estaba sometiendo, le restregué mi ojetito contra la nariz, hasta que me corrí como una puta. Es terrible ser dominada así por un abusador. Cuando le saqué el culo de la cara, tenía una expresión de placidez en el rostro plagado con mis jugos y pendejos por aquí y por allí, y los ojos vidriosos. "¡¡¡Extorsionador...!!!" le recriminé, tendiéndome a su lado.

Cuando volvíamos para el barrio en su auto, el abusador venía manejando de un modo algo desvaído, como poco concentrado, como falto de energías. Debía ser la culpa por lo que me había hecho, pero tenía unas ojeras peores que las mías. Igual le hice prometer que le daría un informa favorable a mi marido. Y me juró que sí. Y yo le juré que estaba dispuesta a seguir soportando sus abusos hasta pagarla la deuda de no destruir mi feliz matrimonio. Se quedó unos momentos en silencio. "Sí, claro,... claro... puede ser..." dijo con poco convencimiento, lo que me resultó indignante. ¡Qué clase de abusador era ese...! ¡Teniendo una deliciosa víctima como una y mostrando desgano...! ¡¡Ahh, que rabia que me dio!! Así que durante el resto del viaje, de puro resentida, le estuve manoseando el bulto hasta que se le paró bien parado, y ahí le hice una paja, mientras él trataba de seguir manejando, hasta que le hice echar los séptimos chorritos de ese día. Las manos en el volante le vacilaron, y casi chocamos. Pero por suerte llegamos bien.

Me dejó con el coche a la vuelta de mi casa, y cuando me bajé lo vi con la cabeza volcada contra el respaldo. Estaba roncando.

Pero bueno, subí a mi departamento mucho más tranquila. Mi feliz matrimonio estaba a salvo.

Y esa noche no, pero a la mañana siguiente, iba a darle a mi Armando su sesión de lamida de conchita, una sesión bien larga, como para sentir que verdaderamente había castigado al desconfiado ese.

Ya vez las cosas por las que tiene que pasar una esposa fiel para salvar su matrimonio. Espero tus comentarios.

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Ambas cosas a bajosinstintos4@hotmail.com