Demasiado tímida para oponerme (38)
Creo que Armando, mi esposo, mi único y verdadero amor, sospecha de mi fidelidad, y ha puesto un detective a seguirme. Los hombres son terribles... Y encima me encuentro con José que tantos buenos recuerdos me ha dejado, y sigue con ganas de seguírmelos dejando...
Demasiado tímida para oponerme (38)
Por Bajos Instintos 4
a Jaime Uribe, que fue el de la idea.
"¿Adonde fuiste Julia?" "¿De dónde venis?" "¿Con quién estuviste?" Estas y otras preguntas que desde hace un par de semanas me viene haciendo Armando, mi amado esposo, me hacen pensar que está sospechando de mi conducta. Creo que piensa que podría estarle siendo infiel. Qué barbaridad.
En principio no tendría que haber problema, porque yo soy una esposa fiel. Así que yo podría decir "por mí que investigue todo lo que quiera, total ¿qué puede descubrir? Yo no tengo nada que ocultar." Y que haga lo que le parezca. Sería una buena lección para él descubrir que ha sospechado de una mujercita intachable, y sentiría una gran vergüenza. Y se lo tendría bien merecido.
Pero en estos últimos días he observado un automóvil negro estacionado frente a la puerta del edificio dónde vivo, con un hombre joven frente al volante, que siempre parece estar leyendo el diario. Y me pregunto si Armando no me está haciendo seguir, ya que también he visto ese coche a la salida de mi trabajo en el consultorio del doctor Martinez, frente a la iglesia donde el padre Gonzalo me confieza, y a todas partes donde voy. Así que ando un tanto nerviosa por las calles, y el bamboleo de mis redondeces motivado por los tacos aguja se me ha acentuado. Como siempre, recibo un montón de comentarios elogiosos de los caballeros con los que me cruzo. Pero ya no los premio con una sonrisa, porque si estoy siendo vigilada, eso podría mal interpretarse. Sé que muchos me miran el culo y entonces apuran el paso para emparejárseme y abordarme, como siempre ha ocurrido. Pero por prudencia sigo caminando con la vista al frente, sin contestarles a las cosas que me dicen. Es una pena, porque algunos me dicen cosas muy inspiradas y bastante cachondas, que me causan gracia, pero lo que antes solía ser el principio de una hermosa amistad, ahora termina ahí, pese a lo mucho que me gusta hacer amistades. Así que me conformo con seguir moviendo mi soberbio culo, apenas cubierto por mi breve faldita y sigo sola mi camino. Ni hablar de contestarles, porque una cosa trae la otra, y si me llevan a un hotel para conversar más tranquilos, como me ha ocurrido a veces, eso podría ser muy mal interpretado por mi seguidor. ¡Las cosas por las que tiene que pasar una esposa fiel, para mantener contento a su marido...!
Por suerte el detective ese no puede entrar al consultorio del doctor Martinez, porque si me viera cuando se la mamo cada mañana, ¿quién lo convence que es una cuestión del trabajo cotidiano? Lo mismo con el rato de sano esparcimiento que paso con Gustavito, el hijo menor del doctor, quien se ha encariñado con mi cola desde que tenía doce años, y ahora a los dieciséis, ¿quién lo convence de que hacerme el culo no está bien? No yo, desde luego, y no porque no lo haya intentado, pero es un chico tan cariñoso que me desarma. Además que no quiero traumarlo con un rechazo drástico a esta altura de los acontecimientos y de su juvenil vida. Así que me limito a recordarle que yo soy una esposa fiel a su marido, y me dejo dar. Lo mismo con el hijo del medio.
A última hora el doctor me pide algún servicio extra, el día que no lo hacemos lo extraño. Una vez le pregunté si eso podía considerarse una infidelidad a mi marido, pero el doctor me tranquilizó: se trataba de trabajo, nada más. Además, generalmente a esa hora me llama Armando, así que mientras hablo con él por teléfono, el doctor me hace lo suyo. Y todos contentos.
Pero cuando salgo del consultorio, ahí está el coche negro con el hombre leyendo el diario. Me pregunto cómo será su cara.
Los martes me voy a la iglesia para atender, en mi carácter de miembro de la Liga Confesional Femenina, de la que soy única miembro y fundadora, a mi feligresita de quince, a quien voy guiando en la difícil tarea de hacerle conocer los peligros de la infidelidad que la acecharán a cada paso del camino.
La pobre criatura, en la primera confesión que le oí desde el cubículo del padre Gonzalo, parecía un dechado de depravaciones, y por lo que entendimos con el padre Gonzalo, hasta mantenía relaciones con su futuro suegro. Así que decidimos que yo tenía que hacerme cargo de la niña. Tan subidas de tono nos parecieron las declaraciones de la niña, que el padre tuvo una violenta erección, de la que, naturalmente, me hice cargo en mi condición de feligresa en ascenso.
Pero en su primera confesión conmigo comprendí cuan equivocados estábamos sobre la pobre niña. La criatura no sabía siquiera lo que era masturbarse. Le expliqué ahí mismo. Nada peor que la ingenuidad para caer en manos de los peores individuos. Por suerte, Danielita aprendió muy bien el asunto, tanto que se corrió de su lado del confesionario. Estaba satisfecha, pero el trabajo apenas comenzaba. Tenía que hacerle conocer a fondo los peligros de la infidelidad.
Fue difícil, porque la niña ni siquiera había registrado que Hugo un amigo de su novio León le había apoyado el bulto cuando la sacaba a bailar. Hugo tiene veintiuno, así que su bulto no tiene nada de olvidable. Pero poco a poco la fui haciendo recordar. ¿Cómo iba a defenderse de los peligros si ni siquiera los reconocía?
Fue un trabajo arduo, pero después de algunas semanas ya la tenía follando con el tal Hugo. Se entusiasmó, claro. Con su novio León, de quince, no había pasado de algunas manoseadas y algunos besos a boca cerrada. La experiencia con Hugo la alucinó, tanto que tuve que recordarle que su verdadero amor era León. Es muy importante para una mujer fiel, recordar quién es su verdadero amor.
Como vi que se estaba entusiasmando demasiado con Hugo, que se la cogía todos los días, le fui sugiriendo que conociera otros aspectos de la infidelidad, para lo cual disponía de los otros amigos de su novio. Me costó convencerla, pero pronto confraternizó con todos los chicos de la barra de León, incluso su hermanito menor. Estaba loca de la vida, la nena. Bueno, y con mi ayuda fue haciendo otros avances, como ya te he contado. Tantos que vino a verme Hugo, porque se sentía un poco abandonado el pobre muchacho. También me hice cargo de eso. Lo mío es un apostolado.
Pero estos días, al salir de la parroquia, estaba el fatídico auto negro con su fatídico lector de diarios. Ni siquiera podía ir a lo de Hugo para ayudarlo en su deprimente problema.
Así que me encamino a casa, con el coche siguiéndome lentamente todo el camino. Eso sí, le muevo bastante el culo, para que sufra.
Por la noche dejo que el amor de mi vida me coma la conchita, que es lo que le sale mejor, o por lo menos lo que más me entusiasma de su reducido repertorio. Yo no le digo nada sobre el auto que me sigue, pero le sujeto la cabeza entre mis piernas abiertas, para que siga y siga, hasta que yo me canso, cosa para la que tardo bastante. Queda totalmente turulato el pobre. Bueno, pero para eso es mi marido, ¿no?
Y me duermo pensando en como poder verle la cara al tipo del auto. Realmente me tiene intrigada.
Para colmo esta mañana me encontré inesperadamente con José, el novio de mi cuñada, a cuya casa cerca de la playa fuimos con Armando en estas vacaciones. Fue una gran alegría, ya que guardaba gratos recuerdos de él.
Una rápida mirada alrededor me reveló que el tipo del auto estaba allí, estacionado, con su diario cotidiano. Espero que sea el del día, al menos. "¡José! ¡No esperaba verte aquí, en la ciudad! ¿cómo está Fanny?" Antes de contestarme, José me dio un abrazo de esos, bien apretados, que la hacen sentir a una muy apreciada. Por lo menos mis tetazas fueron muy apreciadas, porque no pude evitar que se apretaran contra su musculoso pecho. Me gustó, y me dije "no tiene nada de malo un abrazo entre miembros de la familia" Y la palabra "miembro" me parecía muy atinada en lo que a José se refería. Y le conté a José lo que me estaba pasando. . "¿Así que el tarado al fin está desconfiando de vos? ¡No lo puedo creer!" La cosa le provocó una gran hilaridad, no sé por qué. Pero le indiqué en voz baja donde estaba el auto negro, para que tuviera cuidado. Se dio cuenta de que la cosa iba en serio y que no era que yo estuviera paranoica.
"¡Qué macana! ¡Tengo tantas cosas que contarte...!"
"Yo también, José, pero sacá la mano de mi ombliguito porque se me pararon los pezones..." le advertí. Realmente que metiera su mano por debajo de mi remerita fue un atrevimiento de su parte, dadas las circunstancias. Pero era un viejo amigo, y a los amigos se les perdona todo. Pero igual me sentía un poco intranquila con las posibles interpretaciones del intruso del auto.
"¡Ya sé lo que podemos hacer! ¡Subite a mi coche y te llevo al bulín, y allí nos despachamos a gusto, sin temer que nos mire nadie!"
La idea me pareció buena, si el detective le contaba a mi marido, yo por mi parte le contaría antes, que me había encontrado casualmente con José. Así que nos metimos en su auto. Sería bueno poder charlar con un amigo que me aconsejara en esos difíciles momentos. Y se lo dije. Por toda respuesta, con su mano derecha comenzó a acariciar mi muslo izquierdo mientras manejaba. Yo no le dije nada al respecto, porque se trataba de un casi pariente, de modo que podía permitirle ciertas confianzas. Además esto no era una infidelidad, de esas que me sospechaba mi esposo. Así que seguí contándole mis cuitas. Por el espejito retrovisor vi que el auto negro venía detrás nuestro. "Por suerte no tiene visión de rayos equís" pensé.
El departamento de José estaba al otro lado de la ciudad, así que estuvo un buen rato manejando, pero tal era la cordialidad de José, que en ningún momento su mano abandonó el contacto con alguna parte de mi cuerpo. Al principio creí que se quedaría en recorrer mi hermoso muslote, y si bien la caricia me estaba poniendo un poco cachonda, lo disimulé lo mejor que pude, para que mi casi cuñado no creyera que yo recibía sus manifestaciones de afecto con un espíritu sensual. Claro que cuando comenzó a acariciarme el otro muslo, instintivamente me arrimé a él, para que pudiera hacerlo mejor. Era algo inocente, claro, pero mi vagina había comenzado a burbujear. Y mis pezones se notaban claramente a través de la fina tela de la remerita. De cualquier modo, aunque algo agitada, seguí reflexionando con él sobre los posibles motivos que podían haber llevado a mi marido a sus absurdas sospechas, tan injustificadas sobre mi conducta. José me contestaba con comprensivos monosílabos. Cuando pasó el brazo por sobre mis hombros, me acurruqué junto a su lado, conmovida por su expresión de afecto. Y cuando su mano derecha fue bajando hasta mi tetón derecho, me conmoví aún más. Él tuvo la delicadeza de tocármelo a través de la remerita, una y otra vez. Pero tuve que dejar de hablar porque estaba ensimismada en mis sentimientos de gratitud, además los jadeos me lo hacían incómodo. Por el espejito no pude ver al auto negro, pero eso quería decir que él tampoco podía verme a mí. Mejor.
No me llamó la atención cuando José desvió el auto hacia un bosquecillo que había en el camino, porque en ese momento no estaba muy concentrada en el viaje. Pero cuando se detuvo dentro del bosque, sí que me di cuenta. Pero igual estaba un poco ida, por el cálido afecto que me estaban dando sus manos. Porque ahora que había estacionado, me brindaba su afecto con ambas manos. Yo no dije nada, aunque gemí, para que viera que agradecía sus atenciones. Y al volver mi rostro hacia él, me dio un beso. ¡Qué lindo era volver a encontrarse con un viejo amigo! Además no tenía que temer que interpretara mal mis gemidos, porque era el novio de mi cuñada, y además su beso me pareció que tenía algo de sexual. Por lo menos el modo en que me revolvía su lengua en la boca, y me chupaba los gruesos labios de mi trompa mientras su mano jugaba con mis pitones, pellizcándomelos y retorciéndomelos mientras me amasaba los tetones. Bueno, que tanto afecto me conmovió y suspendiendo mi aliento sentí como mi bajo vientre comenzaba una serie de estremecimientos y temblores, que recibí con los ojos turbios. No tenía ni idea de donde estaba el auto negro con su entremetido ocupante, pero en esos momentos no me importaba.
Cuando pude volver a ver, José había sacado su tranca fuera del pantalón. Me pareció excesivo como demostración de afecto filial. Pero cuando metió su mano entre mis muslos y comenzó a acariciar mi intimidad, dejó de parecérmelo. Así que se la agarré, Seguramente el no interpretaría mal mi gesto, así que se la comencé a apretar. Cuando metió la mano debajo de mi remerita para acariciarme los melones piel a piel, mi mano comenzó a moverse frenéticamente, como para devolverle tanto afecto. Y yo creo que él lo sintió. Porque luego de un par de minutos, sacó su boca de la mía, y tomando mi cabeza por la nuca, la bajó hasta embocar mi boca con su hermosa poronga. Yo, naturalmente, seguí chupando, pero pronto entendí por qué la urgencia en bajarme la cabeza, porque su polla comenzó a echarme chorros de leche que me llenaron la boca. Tragué, y me la volvieron a llenar. Así que otra vez, con los ojos turbios, me corrí, mientras seguía mamando.
Cuando terminó, me hizo bajar del coche, arrodillarme y volver a recibir su poronga algo menos enhiesta en la boca. No entendía bien el motivo, pero a los amigos no se los critica. Después de unos momentos de estar de pié con su poronga en mi boca, comenzó a dejar salir el pis. No me ofendí, porque ya me lo había hecho una vez y sabía que le gustaba hacer eso. Así que le seguí chupando el pis, mientras los ojos volvían a ponérseme vidriosos, y estuve tragando toda su abundante emisión, mientras volvía a correrme. Es notable el afecto que me producen las efusiones de este muchacho.
"Gracias, tenía que descargarme en algún lado", me dijo, volviendo a guardarla dentro del pantalón. Y me llevó, hecha una zombi, adentro del coche. Estaba un poco tarumba, pero pude ver a unos cien metros el auto negro y me pregunté qué pensaría el hombre del espectáculo que le acabábamos de ofrecer. Bueno, yo podía aducir que había estado ayudando a José con su bragueta que no cerraba bien, o cualquier otra cosa de esas que hacemos las concuñadas decentes. En fin, pensé, ya se me ocurriría algo. Por otra parte podía ser que hubiera estado leyendo el diario y no nos estuviera prestando atención, pensé mientras saboreaba las últimas gotas del pis de José, dentro de mi boca.
Ya en el asiento, me despatarré con las piernas abiertas. Así que el resto del viaje, mi casi cuñado me estuvo rascando la concha con su mano derecha. Y yo entré en el limbo de los afectos filiales desenfrenados. Por suerte todo estaba vinculado familiarmente a mi marido, que sino...
Para mi sorpresa, José había dado la media vuelta y me había dejado de nuevo en la puerta de mi casa. "Otro día te llevo a mi casa" agregó, "por hoy, algo hicimos..." y me entregó su tarjeta con el teléfono. Antes de bajar le pregunté por Fanny. "Terminamos con Fanny, se la garchaban todos sus amigos y eso me ponía un poco celoso", aclaró.
¡Había terminado con Fanny! ¡Ojalá que Armando no lo supiera, sino toda esta situación podría haberle resultado sospechosa, cuando se la contara su espía! Si José ya no era un pariente, ¿cómo explicarle a mi marido algunas confianzas que había permitido que se tomara...?
El tipo del auto negro seguía leyendo el diario, ahora frente a la puerta de mi casa. Lo único que pude verle fueron las manos, muy fuertes y viriles. Suspiré y al pasar frente a él, saqué pecho para que mis tetonas se marcaran bien, y entré en mi edificio moviendo el culo. Es que una es algo vengativa.
Sé que compartes conmigo el sentido de profunda injusticia de esta vigilancia a la que estoy siendo sometida. Mi condición de esposa fiel debería estar más allá de toda sospecha, sobre todo por parte de mi marido. Pero ya vez como son los hombres de desconfiados... Puedes escribirme para darme tu apoyo a bajosinstintos4@hotmail.com . Y también si quieres inscribirte en mi taller virtual de narrativa erótica, pídeme la información a la misma dirección.