Demasiado tímida para oponerme (33)

Le cuento a Ricardo, el compañero de trabajo de mi esposo, mis deseos de averiguar si podría serle infiel a Armando. Y me citó para el día siguiente. Pero me encontré con que había invitado a un montón de compañeros de mi esposo y amigos suyos.

Demasiado tímida para oponerme (33)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

A veces pienso que las mujeres fieles deberíamos tener elementos de comparación. Experimentar con otros hombres, pero eso es casi imposible si una está tan enamorada de su marido como lo estoy yo de mi Armando.

Pero la determinación de una mujer enamorada no conoce obstáculos. Y después de cavilar durante semanas, mi mente se posó en el recuerdo de Ricardo, el compañero de trabajo de mi marido. Sé que le gusto, porque varias veces intentó conquistarme, sin éxito por supuesto. Pero debo confesar que él no me resulta del todo indiferente. Básicamente lo que me acerca a él es un sentimiento de amistad, desde la noche que se quedó a hacerme compañía porque Armando tenía que irse a un velorio y le pidió que viniera, para no dejarme solita...Armando es así de cuidadoso conmigo. Pero su amigo intentó propasarse conmigo, aunque ahora que lo miro a la distancia, comprendo que se vio irresistiblemente atraído por mis abundantes dones físicos y mi virtud. Sólo así puedo justificar que, después de acariciárselapor sobre el pantalón en el sofá de enfrente mientras conversábamos, atrayendo mis miradas sobre su accionar, soltara su enorme pájaro al aire, dejándolo ante mis azorados ojos en toda sus imponente desnudez. Ese fue uno de sus intentos por seducirme. Pero no le resultó. Cuando fui, caminando en cuatro patas, a examinar ese oloroso monstruo de cerca, se lo mamé, es cierto, y también es cierto que me corrí mientras lo hacía, pero su intento de conquistarme falló, como era de prever. Y lo mismo con sus demás intentos de esa misma noche.

Al día siguiente me cité con él para dejarle bien en claro, aún si eso le rompía el corazón, que yo era una casada muy enamorada de mi marido, su compañero de trabajo. Pero se me dificultó un poco porque en el bar donde nos encontramos, me tomó las manos y me dijo sus sentimientos, con expresiones como "puta mamona" y cosas así, y yo ante tanto apasionamiento no sólo no me atreví a herir sus sentimientos con un rechazo, sino que además me corrí. Creo que fue por la pena que sentí por él. No es mi culpa despertar semejantes pasiones en los hombres, pero de algún modo siento que debo hacerme cargo. Por eso dejé que me llevara a un hotel, cerca de la oficina de mi marido, y permití que me hiciera chupársela a través de la tela del pantalón. Y claro, con la boca llena no podía explicarle lo que me pasaba. Y luego, cuando me estaba dando por el culo, ya no me acordaba que era lo que quería explicarle. Bueno, pero que lo intenté lo intenté.

Lo mismo en el cine, cuando vimos Matriz, que llegó acompañando a mi marido. Yo dejé que me tocara el trasero en la cola para entrar, porque no quise alarmar a mi esposo y además, dejarse tocar la cola no es ser infiel. Pero después, cuando dentro del cine puso su mano vuelta hacia arriba debajo de mi culo y comenzó a trabajarme las zonas más íntimas de mi naturaleza femenina, me puso a jadear y gemir, cosa que Armando interpretó como debidas a la aprensión que me producía la película. Pero el romanticismo de Ricardo no conocía límites, y sacando su caliente tranca afuera y puso mi mano a pajeársela, hasta que justo cuando estaba por eyacular, me agarró por la nuca y llevó mi boca hacia su polla, llenándomela de su leche. Todo esto me puso bastante nerviosa, así que cuando en medio de la proyección se fue para el baño del cine, lo seguí, para recriminarle por su accionar. Ya no recuerdo bien lo que ocurrió en ese baño de hombres mientras mi marido veía la película dentro del cine, pero debo haberme hecho entender de alguna manera, porque días más tarde me citó en el mismo bar, me presentó al jefe de Armando, y entre ambos me llevaron al departamentito de este último, y me hicieron sentir sus respetos y amistad unas cuantas veces, y muy a fondo.

Así que al final guardo un cálido sentimiento hacia ese hombre, que respetó a mi marido y me presentó sus respetos tantas veces. Ricardo había dejado una huella en mi interior, una huella que a veces se llenaba de nostalgia. Varias huellas en realidad.

Él no fue el único que intentó abusar de mí, sin duda azuzado por la pasión que le provocaban mis encantos. Pero aunque mi condición de esposa fiel no peligró en ningún momento, la corriente de simpatía que fluía de mi corazón, o de donde quiera que fluyera, hacia Ricardo, aún subsistía.

Y entonces pensé ¿quién mejor que él para ver si me atrevía a engañar a mi marido? Yo estaba segura de gustarle, y él en verdad me gustaba un poquitito, despertaba en mí cierto sentimiento romántico. Si con alguien podría engañar a mi Armando, ese sería Ricardo.

Así que lo llamé por teléfono. Se alegró tanto que no pudo contener las cosas soeces que le surgían siempre que me hablaban. A mi me hicieron recordar las viejas épocas...

Le expliqué lo que me estaba pasando en relación a mi fidelidad, y tal como había esperado, accedió a verme para ver en que podía ser de ayuda. Pero me citó para el día siguiente, porque me dijo que tenía que "hacer algunos arreglos". Me decepcionó un poco, porque tenía cierta ansiedad por hacer la prueba, pero me resigné a esperar, ya que una no puede esperar que todo el mundo esté a su disposición sólo porque tiene grandes tetonas.

Así que esa noche me límité a hacerme mamar el clítoris por Armando, que para eso es mandado a hacer. Aunque como estaba un poco ansiosa me lo hice mamar varias veces, y cada vez que pensaba en lo que le estaba haciendo hacerme a mi marido, y en lo que iba a hacer al día siguiente, me agarraba un sentimiento tan loco que me corría, y lo obligaba a que me siguiera mamando. Pero como él, cada tanto también se corría, no me sentí demasiado pecadora y al final terminé montándole la cara y haciéndome varias pajas frotándosela con mi concha, mientras pensaba en su compañero Ricardo. Las mujeres somos así, puro sentimiento.

Ricardo me dio la dirección de su apartamento. Pero cuando entré me sorprendí al ver a varios compañeros del trabajo de mi marido, sentados en el living, departiendo amablemente. Me sonrojé bastante, porque yo esperaba un encuentro íntimo con Ricardo, y no algo tan público. De cualquier modo, hice de tripas corazón, y estirándo hacia abajo mi breve faldita, para que me cubriera al menos el principio de los muslos, me erguí sobre mis zapatitos rojos con tacones aguja y me resigné a que los muchachos miraran mis tetones apenas cubiertos por la remerita, con expresión hambrienta. Por suerte, no todos eran de la oficina de mi marido. Había algunos que no había visto nunca, así que serían de algunas otras oficinas, o de quién sabe donde. Seguramente, amigos de Ricardo. Pero igual me preguntaba qué hacían todos ellos allí, qué estaban esperando y por qué Ricardo los había citado justo a la hora de nuestro encuentro.

Pronto tuve la respuesta. Haciéndome pasar al otro ambiente de su departamento, que era un dormitorio, me explicó su idea. Si lo que yo quería era experimentar y comparar, lo que me convenía era la variedad. Y él estaba dispuesto a proporcionármela. "Vos esperá en esta pieza y yo los iré haciendo pasar uno por uno" "¿Son todos compañeros de la empresa?" le pregunté. "No, el negro alto es del equipo de basket" "¿Y el grandote bigotudo?" "Es de la delegación de pesistas rusos." Por los otros no le pregunté, porque me dí cuenta que Ricardo tenía muchas amistades y no era cuestión de interrogarlo por todas.

"¿Y cuando pasan, qué debo hacer?" pregunté un poco inquieta por temor a un mal desempeño. "Vos nada, lo que te surja. Dejá que ellos hagan lo que les parezca..."

Así que fue hasta la puerta del dormitorio y llamó "Guillermooo" A Guillermo ya lo conocía de la oficina de Armando, así que me pareció un buen gesto de parte de Ricardo, hacerlo pasar primero. Cuando entró Guillermo, entregó un dinero a Ricardo, y este nos dejó solos. "Raro momento para pagar deudas", pensé. Pero después no pude seguir pensando mucho, porque Guillermo prendió su boca de mis tetonas y comenzó a mamar mis grandes pezones como si estuviera muerto de hambre. Al principio me sentí un poco violenta, porque apenas si nos conocíamos, pero enseguida la chupada de mis soberbias glándulas mamarias me puso a mil. Es bastante extraño eso de sentirse mamada por un casi desconocido, pero a mí me produjo cierto sentimiento como de lujuria, así que le agarre la cabeza y se la apreté contra el pezón.

Cuando Guillermo se retiró, luego de dejar su leche en mi concha, entró un señor que debía ser del barrio, de unos cincuenta años. Que se ve que también estaba en su día de pagar deudas, a juzgar por el dinero que le dio a Ricardo en la puerta.

El señor de cincuenta me hizo sentir algunos aspectos del sexo con maduros que ningún jovencito podría haberme hecho sentir. Durante los veinte minutos que tardó serruchándome hasta venirse, me hizo sentir su firmeza con admirable tenacidad. Me hizo correr tres veces. Pero fue porque me apretaba muy fuerte.

El siguiente fue un muchachito delgado, que luego de pagar su deuda con Ricardo en la puerta del dormitorio, se puso a besarme el culo con un entusiasmo contagioso. Así que me contagié. Pero para él todo el asunto parecía pasar por comerme el culo a mordiscones, besos y lamidas, sin intentar penetrarme por ningún lado. Igual me corrí, porque eso de que un jovencito que no conocés te chupe el culo con tanta devoción tiene lo suyo.

Luego entró el negro, y cuando se fue me dejó cantándole loas a la WNBA.

Después del séptimo y el octavo, todos ellos deudores de Ricardo, yo, la cama, mis tetas, mi boca, mi concha y mi culo, estábamos tan encharcados en semen que eso parecía una lechería después del ordeñe. Pero a esas horas ya no me importaba nada.

Después de algunos más, llegó el pesista ruso, que fue el último. Después de saldar su deuda con Ricardo, se abalanzó sobre mí y mis encantos, haciéndome sentir varias veces toda la pasión rusa, como si estuviera en un terremoto. Me dejó como si me hubiera pasado una aplanadora por encima. Lo cual es literalmente cierto, porque debía pesar sus ciento cincuenta kilos de puro músculo.

Cuando todos se hubieron ido del departamento, entró Ricardo y viendo que estaba hecha una piltrafa, me acarició dulcemente la cara y me dijo "descansá, pichoncita, estuviste muy bien. Y esta es tu mitad." Y me dejó un montón de billetes sobre las tetas. Me quedé dormida, semi-desvanecida, más bien, pero contenta porque esa demostración de afecto de Ricardo me hizo sentir muy apreciada. Además de la avalancha de las demás demostraciones de afecto que había recibido.

Cuando por fin me levanté y me vestí, sintiéndome bastante demacrada y agotada, me ayudó a sostenerme en pié sobre mis altísimos tacones aguja, me ayudó a meter todo ese montón de dinero en mi carterita y me dijo "otro día lo repetimos, corazoncito, vamos a ganar un montón." Me dejó que le diera un beso de agradecimiento, y me despachó a la calle con mi paso incierto y tambaleante.

Mientras volvía hacia mi casa, intenté un balance de la situación. ¿Había o no logrado al fin, serle infiel a mi esposo? Algo había que no me convencía en todo eso. Al final entendí lo que era: pese al desgastante torrente de orgasmos e inundación de espermas que había tenido, al único al que le había sido infiel era a Ricardo. Y él no contaba, porque no era mi marido.

Y mientras arrastraba mis enormes ojeras que me llegaban casi hasta el piso, comprendí que no había logrado resolver mi duda ¿podría alguna vez serle infiel a mi marido?

El destino de una esposa fiel no es envidiable.

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