Demasiado tímida para oponerme (32)

No sé por que me asedian tanto los hombres. Creo que son pruebas de Dios. Por suerte mi marido casi no me asedia. Así puedo dedicarme a mi cruzada religiosa educativa, para salvar a los jóvenes de los peligros de la lujuria.

Demasiado tímida para oponerme (32)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

No hay caso, no puedo serle infiel a mi marido, Armando.

Y no es porque no haya intentado. Pero es que estoy muy enamorada. Presa en sus garras. En las garras de mi amor por Armando.

Cierto que su polla no es una polla de concurso, como la de su compañero de trabajo, Ricardo, quien intentó propasarse una noche en que Armando tuvo que irse a un velorio y le pidió que me hiciera compañía para que no me quedara solita, Ni es tan fogoso como Roberto, el encargado del edificio, que siempre que puede me arrastra al sótado, para intentar abusar de mí. No sé por qué a tantos hombres les pasa eso conmigo. Por qué debo soportar tantos desafíos a mi virtud de esposa. A mi vecina Rosa no le pasa eso, por lo que puedo ver. Claro que ella nunca tuvo unos tetones como los míos, pero no se si esto tenga algo que ver, porque la señora María tampoco sufre tanto asedio. Puede que se deba a que ella no use una falta cortica como la mía, que apenas me tapa el nacimiento de los muslos. Pero no le quedaría bien a sus ochenta y dos años, eso debo reconocerlo. Pero quizá no debería usar faldas tan largas y tantas ropas encima, porque le dan un aspecto de persona vieja. El padre Gonzalo, mi cura confesor, opina que son mis tacos aguja los responsables de los frecuentes asaltos invasivos que suelo sufrir, porque hacen que mis redondeces anden bamboleándose a mi andar. Pero ya no me insiste más en que use remeritas menos ajustadas para que no se me marquen los pezones. Desde que le expliqué que yo necesito que mis pechos respiren, se calló la boca.

Así que para mí es un misterio lo que les pasa a los hombres conmigo. Creo que son pruebas que me manda Dios.

Bueno, decía que mi amado Armando no tiene "la gran" pija, siendo más bien moderado al respecto. Pero ese es su temperamento, absolutamente libre de lujuria, porque es un buen hombre. Lo único que lo entusiasma es cuando le pido que me haga mamadas de coño, que eso lo hace muy bien, desde que lo acostumbré. Y suelo tenerlo horas por allí abajo. Y nada más. Porque no le pido que me haga otras cosas. Eso me confirma en nuestro amor, porque nuestra relación está totalmente exenta de pasión carnal. Por eso sé que nuestro amor es verdadero.

Pero últimamente estoy un poco enojada con él, desde que se quejó por las seis mamadas diarias que yo le venía haciendo. ¿Por qué, me pregunto, yo lo dejo hacerme seis u ocho mamadas, y a veces le piso más, y nunca me he quejado, sino todo lo contrario, y él se quejaba de mis demostraciones de afecto hacia su nabito? Y no lo digo de modo despectivo, sino más bien descriptivo. Así que ahora no se la mamo más. Al menos en directo, ya que tengo un amigo que me presta su polla para que pueda mamársela a mi marido a control remoto. Norberto es un gran muchacho, y me presta ese servicio desinteresadamente. Como su amigo Gustavo, el grandote, que nos presta su departamento y se queda para ver. Cosas de muchachos. Pero él también es generoso como Norberto. Así que de mamadas ando bien. Aunque a veces debo aceptar ciertas libertades que se toman estos chicos con mi cuerpo, pero favor con favor se paga. Y además yo, mis orgasmos se los dedico a Armando, y procuro tenerlo en mente cuando me ocurren. Porque a mi amado esposo, mi ángel siempre lo llevo en mi espíritu. Más aún ahora que estoy llevando adelante mi revolucionaria cruzada para educar a los jóvenes, para alejarlos de los riesgos del sexo.

Ayer, cuando salí de mi trabajo de secretaria en el consultorio del doctor Martínez estaba un poco cansada. Había sido una tarde con mucho trabajo, y el doctor me había exigido mucho. Así que el culo me escocía un poco, aunque la crema que se iba escurriendo tenía efectos suavizantes. Estaba un poco cansada, sí, pero eso no iba a impedir que acudiera a la cita con mi feligresa, Daniela, una criatura de quince a la que estaba previniendo sobre los peligros de la vida, en mi carácter de miembro de la Liga Confesional Femenina. Tuve que inventar esa organización para que la niña me hiciera sus confesiones con confianza. Y al padre Gonzalo le pareció bien y me presta el confesionario. Ambos pensamos que si la Liga no existe, habría que fundarla.

En esta nueva confesión el padre insistió en quedarse conmigo en el cubículo del confesor, para poder escuchar él también la confesión de la niña, y ver que tal la estaba llevando yo. Me pareció bien, estábamos un poco apretados, pero supimos arreglarnos. El padre me hizo sentar encima suyo, lo que me hizo recordar las sesiones que tenía con mi abuelo de pequeña, y de no tan pequeña.

La nena comenzó su confesión con voz agitada. Se ve que le urgía contarme su lucha contra el pecado. O quizá era porque se había estado tocando. No sé. Por las dudas, antes de dejarle iniciar, verifiqué: "¿Tienes los deditos allí abajo, hija mía?" "Sí, madrecita, como siempre." "Muy bien, adelante."

"¡Volví a mamaresela a Hugo, madre!" Hugo es un amigo del novio que, a diferencia de este, tiene veintiún años, o sea seis más que ella. Estas cosas impresionan mucho a las jovencitas, más cuanto su novio tiene su misma edad.

"¡Pero sin que me llevara a bailar, porque estaba sin dinero!"

"¿Y dónde se la mamaste, hija mía?"

"¡En el baño del bar, madre!"

"¿El bar donde vas con tu novio?"

"¡El mismo, madrecita, pero mi novio estaba jugando al metegol con sus amigos!"

En eso sentí que el padre Gonzalo se había levantado la sotana, liberando su tranca que sentí contra mis muslos. Se la apreté con ambos, con todo el cariño que el padre me inspira.

"Cuéntame, hija mía..."

"¡Bueno, que en cuanto llegó, me lo llevé de la mano y lo metí en el baño! ¡Había mucho olor a pis, madre, porque no limpian mucho, pero a mí no me importó, la suciedad me estimulaba. Y se ve que a él también, porque cuando lo metí en el cubículo del inodoro y le saqué la poronga afuera, ya la tenía dura y parada! ¡Ay, madrecita...!"

"Te comprendo, hija, continúa..." El padre Gonzalo estaba frotando su tranca contra mi intimidad, sin sacarme la braguita. Cuando hace esas cosas siento que dentro de su inmaculada santidad, el padre es un poco perverso. Pero siento también los efectos de esas frotaciones, y me digo "no hay que juzgar..."

"Debes aceptar, Hugo, que sólo amo a mi novio..." Le dije, como usted me indicó, mirándolo a los ojos. ¡Y después me arrodille, madrecita!" "¿Se siente bien...?" Creo que había escuchado algún gemido de los que me estaba produciendo la frotación de esa gruesa y caliente tranca contra mi intimidad.

"Sí, hijita, continúa con tu confesión..."

"¡Usted no sabe madrecita lo que sentí con esa olorosa tranca frente a mi cara...!"

"... Me ima... gino... hi... ja..."

"¡Antes de metérmela en la boca, me la paseé por toda la cara, madrecita, y por el cuello! ¡Y se la besé todita todita, se la dejé bien llena de besitos!"

No le contesté nada, porque yo estaba teniendo los estremecimientos de mi intimidad que me anuncian el orgasmo.

"¡La verdad es que me sentí muy puta, madrecita, ahí arrodillada frente al amigo de mi novio, en ese baño sucio y lleno de olor a pis! ¡Y mi novio jugando al metegol a pocos pasos, detrás de la puerta del baño! ¡¡¡Y me puse como loca, y se la chupé y se la chupé y se la chu.. pé...!!! Per... do... ne… ma… dre… ci… ta… pero… me… es… toy… acor… dan… do…"

Pero yo estaba acabando silenciosamente, sintiendo las manos del padre amasando mis tetones. Así que no dije nada, para evitar alarmar a la niña con mis jadeos. Aunque a juzgar por los suyos, no creo que hubiera percibido nada. Estuvo un ratito en silencio, mientras sus jadeos iban amainando.

El padre había decidido comenzar con su habitual homenaje a mi ojetito, para lo cual me corrió la braguita, sin sacármela. Esas delicadezas tiene el padre.

"Pero a tu novio, hija mía, ¿se la ordeñaste, al menos?"

"¡Lo hubiera intentado, madrecita, pero no pude! ¡¡Porque Huguito no había acabado!!"

"Que pena, hija" comenté, compadecida por el buen muchacho.

"¡Nada de pena, madre! ¡¡Porque me hizo dar vuelta, me levantó la pollera tableada, y me puso la caliente poronga justo a la entrada de mi conchita!! ¡¡¡Ay, madrecita, qué momento!!! ¡Yo no sabía si dejarlo hacer o no, pero me empezó a dar unas pinceladas en los labios de la vagina, que aumentaron mi indecisión!"

Mi rebosante culo se estaba abriendo gozoso al paso de la santa tranca de mi confesor. "Continúa hi... ja..." dije con la mayor calma posible.

"¡Bueno, que con tantas pinceladas, mi conchita se llenó de jugos y de pronto, ¡zás!, me había metido un poquito de tranca!"

El padre había completado el enterrón en mi orto. De modo que hice lo único que me cabía hacer: con ambas manos separé mis redondos glúteos para que me la enterrara un poco más.

"Bueno, madre, ¡¡¡que me dejé!!! ¿Hice mal...?"

"No... hija... mía... ¿qué otra... cosa... hubie... ras... po... di...do... ha... cer...?"

"¡¡¡Nada, madre!!! ¡¡¡Cuando me tuvo completamente ensartada supe que no había nada que pudiera hacer salvo dejarme...!!!"

Yo estaba en las mismas. Así que sentí una corriente de simpatía hacia la chica. El padre me aferraba con ambas manos los tetones y le daba con entusiasmo a la pelvis.

"¡¡¡Y ahí estaba yo, madrecita, dejándome culear por un amigo de mi novio!!! ¡¡¡Y encima me salían gemidos de placer...!!! ¡¡¡Y... mi... no... allí... no... más... sin... saber... los... poron... gazos... que... me... es...ta... ban dando...!!!" Evidentemente la chica se estaba tocando. Pero yo no estaba en condiciones de aconsejar nada porque la tranca del padre me estaba llenando el culo de leche. Así que hice lo único que una mujer decente puede hacer en esos casos: me corrí.

"¡¡¡Y cómo... la... movía... Hu...gui... to... !!! ¡¡¡Me sen… tía… como… u… na… coc… tele… ra… madre!!! ... Y cuan... do... sen... ti... que... empe... zaban... a salir... los chorros.... me corrí, como una puta...!!!" "Madrecita, acabo de correrme, ¿está mal?"

"No..., hi... ja.... mía... Eres... hu... ma... na...!"

"Y ese día ya no me quedaban ganas de ordeñársela a mi novio..."

"Y al día siguiente lo hubiera hecho, aún sin ganas..."

"Así debe ser hija mía, hay que cumplir con el ser amado aún sin ganas..."

"¡Pero no pude, madre! ¡¡Porque al día siguiente vino a buscarme Huguito y me llevó a su casa, porque estaba solo!! ¡¡¡Y yo no se bien por qué, pero me fui con él!!!"

"¿Y al día siguiente, hija...?"

"Yo había quedado de cama, santa madre, así que no quise salir con mi novio..."

"¿Y el día después de ese, hija mía...?"

"Huguito me llevó a un hotel, donde me estuvo dando y dando. ¡¡No sabe cómo me dio, madrecita...!!!"

Bueno, que el amigo de su novio se la estuvo cogiendo toda la semana, pobre chica. Así que podía comprender su dificultad para ordeñársela al novio. Además me parecía que muchas ganas no tenía la chiquilla.

Pero de cualquier modo estaba avanzando. Ahora comprendía cosas sobre los peligros de la vida, que jamás había sospechado hasta que comenzó sus confesiones conmigo.

"Lo que es importante, hija mía, es que tengas bien presente que tu novio es tu único amor."

"... Er... si, madre. . Pero ahora me tengo que ir porque me está esperando Huguito afuera... "

"Ve, hija mía, y sigue manteniéndote firme en tu lucha por la virtud."

Yo había estado apretando con mi carnoso orto la verga del padre, así que había retomado su dureza y toda su longitud. Así que después de que la niña se hubo ido, nos quedamos un ratito más, bendiciéndonos mutuamente.

Al llegar a casa me di un buen baño y me perfumé por todas partes, así mi amado esposo encontraba a su esposita adorable como siempre. Y luego me derrumbé en la cama como un búfalo al que le han hecho un disparo. Y no me desperté hasta pasada la medianoche, cuando Armando me estaba haciendo su homenaje. Lo dejé, al fin y al cabo es mi amado esposo.

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