Demasiado tímida para oponerme (30)

La quinceañera está progresando en su aprendizaje. Mi cruzada educativa para salvar a los jóvenes sigue adelante. Y el padre Gonzalo me apoya, ¡y cómo!

Demasiado tímida para oponerme (30)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

A veces me pregunto cuál es la causa de tanto desastre en el mundo en que vivimos. Tantas desigualdades, tantas injusticias. Y yo creo que la causa es la falta de moral, de una moral sólida que nos preserve, como me ha preservado a mí, de cometer errores e infligir daños al prójimo. Y naturalmente me pregunté qué podía hacer yo por mis semejantes, para cambiar este estado de cosas. Estuve dándole vueltas a la cosa durante un tiempo bastante largo. Pero al fin arribé a una conclusión. Lo mío es la educación. Advertirles a los jóvenes sobre los riesgos de una conducta incorrecta, abrirles los ojos a los peligros del libertinaje, de la falta de fe, de la infidelidad. Insuflarles la fe de una Teresa de Calcuta, de una Juana de Arco capaz de enfrentar la hoguera por sus convicciones. Creo, por las cartas de mis lectores, que algunos de ellos también quisieran verme en la hoguera, y otros quisieran otras cosas, pero no soy merecedora de tamaño honor. A veces tengo imágenes de Dios, especialmente en ciertos momentos, cuando me empeño en salvar mi fidelidad conyugal, pero no escucho voces. De cualquier modo creo que puedo emprender mi propia cruzada para salvar a los jóvenes.

Como a Daniela, esa chica de quince años rodeada de peligros para su virtud. El padre Gonzalo, mi confesor, me presta su confesionario para que pueda llevar adelante mi valerosa cruzada.

Le he dicho a la niña que yo pertenezco a la Liga Confesional Femenina, para facilitar la apertura de su corazón ante una hermana mujer. Las mujeres nos abrimos más entre nosotras. No sé si hay una organización como esa, pero si no la hay, debiera haberla. Los avances que hice con esa criatura durante su primera confesión lo ameritan. Al principio estuvo algo reticente, pero luego se fue entusiasmando con su confesión. Claro, la chica no sabía lo que era "tocarse" y cuando le expliqué puso manos a la obra. Bueno, es un decir, lo importante es que puso mano. O mejor dicho deditos. Y claro, se fue entusiasmando. Yo mientras tanto la iba sometiendo a un interrogatorio minucioso sobre sus pecados, enunciándoselos uno a uno. No llegué muy lejos, cuando le pregunté si se la había mamado al novio, tuve que explicarle el concepto de mamada. Y cuando le pregunté si el novio se la había mamado a ella, no entendía. Nueva explicación. Y lo que es peor, me parece que se excitaba con mis explicaciones, o quizá fuera pos sus deditos. Y cuando le pregunté si algún amigo del novio se la había apoyado mientras bailaban, tardó pero al final mencionó a un tal Hugo, de 21. Cuidadosamente, para no dejar nada sin examinar, le pregunté si no había tenido ganas de meter la manita entre los cuerpos de ambos y aferrarle el miembro duro al tal Hugo. Y la chica comenzó a jadear cada vez más. Así que para mí a idea no la había disgustado. Esta chica estaba peligrosamente cerca de la perdición, me di cuenta. Y cuando le expliqué en detalle la operación de ordeñarle la tranca al muchacho a través del pantalón, me parece que se corrió, lo que confirmaría mi impresión. Por las dudas, le pregunté si había seguido tocándose, y me dijo que estaba empapada. Quedamos en que volvería a confesarse la semana siguiente.

A mí el asunto me siguió preocupando toda la semana y si no fuera por Roberto, el encargado del edificio habría tenido que usar mis deditos mucho más. Igual los usé, claro, pero más que nada por costumbre, para poder dormir mejor, por las noches. Desde que se murió el viejo que venía todas las mañanas a hacerme mamadas, trato de que Armando, mi amado marido, realice esa función por las noches. Y cuando tengo su cabeza entre mis muslos, le concheo la cara que da gusto, aunque él queda medio noqueado al final. Pero yo duermo mejor, que es lo que importa.

Por las mañanas bajo al sótano con Roberto y allí, resignadamente, dejo que nuestro vigoroso encargado, me deje lista para el nuevo día. La rutina de la esposa fiel.

El miércoles tenía la siguiente confesión de la nena, así que el martes fui a confesarme con mi sacerdote. El padre Gonzalo me hizo pasar a su lado del confesionario donde, en un clima de intimidad religiosa, estuvimos considerando las estrategias a seguir con Daniela, que a sus quince añitos podía caer en manos inescrupulosas. El padre me dio algunas demostraciones muy didácticas sobre lo que podía pasarle a la criatura, y cuando llegó a la última yo estaba suficientemente ilustrada al respecto, por suerte, porque mi noble confesor ya no estaba en condiciones de seguir ejemplificándome nada. Quedó con la sotana para arriba, despatarrado en el confesionario y con su miembro chorreante y colorado por el esfuerzo didáctico, y esa simpática expresión desfalleciente que siempre luce cuando terminamos con nuestras confesiones. Cuando salí del confesionario, alisando mi pollerita cortona y bamboleando mis redondeces al paso de mis tacos aguja, me sentía rebosante de fe. Por todos lados.

Pero ya estaba lista. El santo padre me había dado muchas ideas sobre los peligros que debía ayudarle a evitar a nuestra niñita.

Así que esa noche, después de nuestro habitual ritual nocturno con mi Armandito, le saqué mis pendejos de la cara, me toqué un poquito, y me dormí como la santa que soy.

Apenas entró al confesionario noté que Daniela estaba ansiosa por comenzar su confesión. "¡Madrecita, el sábado me sacó a bailar Hugo!"

"¡Un momento!" la interrumpí, "¿tienes tus deditos puestos ahí donde corresponde?" le pregunté en tono severo.

"¿Hoy también?" su voz se escuchó insegura.

"¡Claro, criatura! ¿De qué serviría una sola vez si no reiteras la experiencia?" Me aseguré que entendiera que no toleraría ninguna indisciplina.

"Bueno, madrecita, ya está" dijo obediente, la niña.

"¿Hiciste las meditaciones nocturnas que te indiqué?"

"Si, madre, todas las noches y con los deditos, como usted me enseñó. Pero los deditos siempre terminan acariciándome..."

"Está bien", la tranquilicé. "¿Y la meditación...?"

"Me gustó. En cada meditación concentré mi mente en la situación que usted me dijo, madrecita. Me imaginé que bailaba con Hugo mientras mi novio charlaba con sus amigos, y sentía el bulto de Hugo contra mi intimidad, y entonces metía mi mano entre nuestros cuerpos y le aferraba la tranca por encima del pantalón. Me estoy mojando de nuevo, madrecita..."

"Sigue acariciándote, hija, que ese es el remedio. Recuerda: siempre que te mojes, acaríciate." Dije, sentenciosa.

"Gracias madrecita. Y todas las noches hice la meditación. Y a veces por las tardes, cuando me venían las ganas en clase." "Muy bien, criatura, la constancia es una virtud."

"Bueno, y cuando llegaba a la parte en que imaginaba que le daba apretones en la tranca hasta que le brotaba la leche, mis deditos se aceleraban, me da vergüenza confesarlo, madre, pero ahí, cuando pensaba en como la leche le salía a borbotones por la tela del pantalón y yo se la sentía con la palma de mi mano, ahí siempre me corría. ¿Está mal, madrecita?"

"No criatura, si te ocurre así, así está bien".

"El problema es que de tanto concentrarme en la idea, dejó de parecerme mal..."

"Continúa, hija mía."

"!Y el sábado a la noche Hugo me sacó a bailar!"

"Ajá..."

"¡Y cuando sentí que se le había puesto dura, en vez de apartarme, dejé que me la apoyara! ¡Qué vergüenza!"

"Sigue, criatura"

"¡Y cuando Hugo vio que yo me dejaba, siguió frotándomela contra mí ya sabe qué, madrecita! ¡Y así durante varias piezas! ¡Y mi novio estaba a pocos pasos, charlando con los amigos!"

"¿Y entonces...?"

"¡Empecé a tener ganas de aferrarle la tranca, madrecita!"

"¿¿Y??"

"¡No pude!. ¡¡¡Porque de pronto sentí que su cosa estaba pulsando contra mi intimidad, y que él se estaba viniendo en los pantalones...!!! ¡¡¡Le sentía cada pulsación, madrecita!!! ¡¡¡Y tuve que abrazarme fuerte a su cuerpo para no caerme, porque me temblaban las piernas, y ahí mismo me corrí!!!"

Sin advertirlo, mis propios deditos se habían puesto a trabajar. Me emocionaba la entereza de esta niña.

"¡Hugo se dio cuenta, madre, y me apretó bien fuerte mientras me sostenía con la nariz apretada contra los vellos de su pecho!"

"Eso fue muy cortés de su parte", comenté.

"Después me llevó hasta la mesa, y se sentó para que no se le viera la mancha en el pantalón, y cada tanto nos cruzábamos alguna miradita. "¿Cree que debería contarle a mi novio, madrecita?"

Tardé un poco en responderle, porque mis dedos se habían puesto muy activos.

"¡Jamás, ...hija ...mía! ¡Los... hom ...bres ...no sa ...ben ...interpre ...tar es ..tas ... co ...sas!" La emoción me había invadido a tal punto, que me desbordó.

"¿Y qué debo hacer, madre?"

"Debes citar a Hugo a un encuentro en otra parte, y explicarle que tu no quieres ser infiel a tu novio."

"¿No quiero...?"

"No quieres" dije categórica. "¡Eso debes tenerlo muy claro!"

"Ah", dijo la niña con la voz algo decepcionada. ¡Tenía tanto que enseñarle a esa débil criatura...!

"Dile que te lleve a bailar a algún lado que sepas que tu novio no frecuenta."

"¿¿Sí...??" Su voz había recuperado repentinamente el entusiasmo.

"Y deja que te saque a bailar..."

"Qué bueno", dijo la niña, "quiero decir, ¿y entonces...?"

"Explícale, mientras bailan, que tú sólo quieres a tu novio y quieres serle fiel. Pero deja que te apoye su miembro, para que no se sienta rechazado el pobre. Ya bastante duro es lo que le vas a decir..."

"Sí... bastante duro, muy duro..." escuché meditar a la chica. "¡Ah! ¡"Lo que le voy a decir", ya entiendo! ¿Y entonces...?"

"Deja que te apoye la tranca, que te frote con ella, y en el momento oportuno, explícale lo que sientes por tu novio..."

"Me parece un buen plan", comentó la niña. Me gustó el modo en que asimilaba mis enseñanzas. Pero eso no era todo, debía prepararla para su responsabilidad moral.

"Pero ¿y tu novio...? ¿No crees que debes hacer algo por él?"

"¿Algo como qué?", preguntó algo desorientada.

"Sácalo a bailar, mete la manita y ordéñalo. Es lo menos que puedes hacer por él." Daniela se quedó unos momentos silenciosa, debía estar sopesando la situación. "Pero, ¿y si se molesta?" "No se molestará, si te ama, no se molestará. Si se molesta es que no te ama, esa es la prueba de fuego, hija mía."

"Me da un poco de temor, madre... pero lo haré"

"No te arrepentirás hija mía, Una mujer enamorada debe hacer lo que debe hacer, y nunca tendrá motivos para arrepentirse. Yo nunca me he arrepentido de nada"

"Gracias, madre, le contaré la semana que viene."

Cuando le conté al padre Gonzalo sobre mis consejos a la niña, se entusiasmó, y me llevó a la cabina de confesiones dándome palmaditas en la espalda para expresarme su admiración, casi diría que de colega a colega. O mejor sería decir "de colego a colega". Ya dentro de la cabinita siguió palmeándome la espalda en la parte más baja, donde tanto le gusta, que a mí me pone un poco cachonda, porque me acuerdo de las caricias de mi abuelito, y además el culo es una de mis áreas sensibles. Y me hizo sentir su total compenetración con mi método educativo, me la hizo sentir toda realmente. Y cuando salí del confesionario lo hice con la sensación de haber sido muy compenetrada. Porque el padre me lo hizo sentir con tacto, mucho tacto, el tacto nunca falta, y todo lo demás tampoco, gracias a Dios. Y cuando iba por la calle, con el gusto del semen del padre todavía en la boca, como resultado de su última bendición, pensé que el Señor había guiado mis pasos por el buen camino, haciéndome encontrar a la persona adecuada para desarrollar mi vocación didáctico- religiosa y hacerme sentir muy, pero muy, bendecida.

Esa noche me sentí muy reconciliada con mi marido. No tendrá una gran polla, no sabrá moverla muy bien, tampoco, pero es un gran mamador de concha. O por lo menos lo enseñé bien, porque algo de mérito yo también tuve en su aprendizaje. Ahora le gusta tanto, que puedo tenerlo por horas ahí abajo. Y me hace sentir muy, pero muy, pero muuuy, amada.

Te preguntarás de donde viene mi vocación religiosa, creo que del amor que recibí en mi infancia, principalmente de mi abuelito, aunque no sólo de él. Como sea, si quieres escribirme, hazlo a bajosinstintos4@hotmail.com , y háblame de religión, de fidelidad y de otros temas que tan bien domino.