Demasiado tímida para oponerme (29)
He decidido emprender una cruzada educativa para prevenir a los jóvenes de los peligros de una sexualidad desenfrenada. Mi larga experiencia de esposa fiel me avala. Y he comenzado con la quinceañera cuya confesión me resultó tan turbadora, pobre criatura.
Demasiado tímida para oponerme (29)
Por Bajos Instintos 4
Al Peli, que fue el de la idea.
Hace unos días el padre Gonzalo me hizo pasar de su lado en la cabina del confesionario, ya que me considera una feligresa de confianza. Y ciertamente que me hizo sentir muy en confianza.
Y mientras el padre me mostraba la confianza que me tenía, tuve ocasión de escuchar las confesiones de otros, incluyendo a una señora gorda, una jovencita quinceañera y mi propio esposo. La señora gorda estuvo hablando mal de su cuñada, bastante aburrida la gorda. Armando estuvo contándole el cura que tenía problemas conmigo y que pensaba que no me comprendía. Y el sacerdote, que me tenía ensartada con su santo apéndice clerical, concordó enfáticamente con Armando en que este no me comprendía ni remotamente.. Creo que los tres estábamos de acuerdo. Así que esto tampoco me molestó.
Pero en cambio, la confesión de la nena porque para mí una chica de quince años es una nena- me conmovió profundamente, es más: me tuvo preocupada por varios días. La criatura confesó algunas cosas escandalosas. Evitando detalles que me imaginé perfectamente, contó las cosas que hacía con su novio. Y eso no hubiera estado mal, ya que yo misma, cuando tenía su edad, hice cosas muy atrevidas con mi novio, ya no me acuerdo cual. Bueno, con todos. Pero la criaturita esta ¡había hecho cosas con todos los amigos del novio, sin que este lo supiera! Claro que esto tampoco me hubiera preocupado, ya que yo a su edad no me limitaba a los amigos de mis novios, sino a los amigos de sus amigos. Ya sabes como es la sangre joven de las niñas, y el entusiasmo juvenil. Yo era muy entusiasta. Así que eso no me alarmó. ¡Pero resulta que la niña también había tenido relaciones con el papá de su novio! ¡Y yo nunca había hecho algo así hasta que me casé! Además de que el papá de Armando es un sesentón muy buena persona y que vive con las carencias de la soledad. Y a mi esposo le gusta que yo sea gentil con su padre, y está muy contento con mi actitud, claro que yo nunca entro en detalles, pero Armando sabe que yo atiendo bien a su padre.
¡Pero esta criaturita, que ya a los quince años estaba haciendo cosas así...! ¡Además de que el papá de su novio debía andar por sus cuarenta años tempranos...! De sólo imaginarme la situación de ese padre cogiéndose a la chiquilla, se me produce una turbación inmanejable. Al padre Gonzalo también se le producía una turbación, o quizá sea mejor decir "una tumefacción", ya que dentro de mi culo pude sentir como se le endurecía la tranca. Es que esta chica contaba cosas muy turbadoras. Tanto que yo, para no hablar, me sacudía sobre la falda de mi confesor, para mostrar mi desaprobación. Y el sacerdote acompañaba mi protesta, ya que se vino en mi culo, aunque quizá sea más correcto decir que acompañaba a mi culo. Pero, como sea, me llenó el culo de leche. Eso no me molestaba, ya que al menos era una señal de que nuestras emociones concordaban.
Y aquí yo me pregunto: Una niña de quince que se la mama al novio, y a los amigos del novio y hasta al padre del novio, y que no es mezquina a la hora de entregar sus orificios inferiores. Y que, no sólo eso, sino que parecía que ¡hasta le gustaba, a juzgar por la frecuencia con que lo hace y el entusiasmo con que lo contaba! Bueno, decía que yo me pregunto ¿qué clase de puta llegaría a ser esa niña cuando tuviera mi edad? Claro que afortunadamente era una creyente, pero ¿la salvaría su fe, como a mí me había salvado la mía en tantas ocasiones?
Lo dudo. Las imágenes suscitadas por su confesión daban vueltas y vueltas en mi cabeza de esposa fiel, luego que mi esposo se dormía. Y tuve que tranquilizarme muchas veces de la preocupación que me infundían. Usando los deditos, claro. Pero esa criatura me preocupaba seriamente.
Así que sentí que no podía permanecer indiferente ante los riesgos que estaba corriendo esta criatura. Y de hecho: estaba cualquier cosa, menos indiferente. Y después de varios días decidí que tenia que hacer algo, tenía que hacer algo con esta nena. Se lo comenté al padre Gonzalo, y él también me dijo que tenía ganas de hacer algo con esta nena. Para salvarla de un futuro ominoso. Y me consta que el padre estaba preocupado, porque tardó un buen rato en venirse, pese a que estábamos ambos en su lado del confesionario. Aunque cuando se vino fue abundante. Una bendición interna, como la llama él, y estoy de acuerdo, porque a mi me hacen sentir muy bien.
Bueno, que esperé a la nena en la puerta de la iglesia y la intercepté cuando estaba por entrar. "Hola, jovencita, yo pertenezco a la Liga Confesional Femenina", se me había ocurrido esto para que la criatura pudiera abrirme su corazón, una mentirilla blanca. "¿Tienes algo que confesar?"
La chica vaciló: "...es que yo venía a confesarme con el padre Gonzalo..." "Luego podrás hacerlo" le contesté, "Pero antes, me gustaría que pruebes las ventajas de la Liga Confesional Femenina" Y la llevé al confesionario que el padre Gonzalo me había dejado libre.
"Cuéntame, hija mía"
La chiquilla vaciló un poco al comienzo. Pero poco a poco se fue lanzando. Pero su confesión era decepcionante, no pasaba nada. Decidí animarla: "dime, hija mía, qué cosas haces con tu novio..." "¡Ay, me da vergüenza confesarlo, madre, pero nos damos besos!" "Y ¿qué tipo de besos?" "Besos, besos en la boca" "Ajá, entiendo, besos de lengua..." "¿...de lengua?" "¡Síi, con las lenguas enroscándose, con las bocas abiertas!" "Qué raro, nunca se me ocurrió eso. Suena un poco asqueroso." Ese comentario despertó mi indignación. "¡No hables así de una práctica que no conoces!" la reté. "No, madre, discúlpeme". "Está bien" concedí. "Y ¿se la mamas?" "Eso ¿qué quiere decir, madrecita?" La ignorancia de esta jovencita era inaudita, no podía creer que me hubiera equivocado tanto en mi apreciación anterior. Le expliqué que quiere decir "mamar". "Ay, madre, me parece un poco perverso..." dijo un poco agitada. "¿Y él a ti?" "¡Pero si yo no tengo esa cosa, madre!" Entonces tuve, pacientemente, que explicarle ese nuevo concepto. "¡Eso me excita, madrecita! ¿Está mal?" "No, hija mía, nada está mal si después te arrepientes. Dime ¿acostumbras tocarte?" Pero era inútil, ni siquiera sabía que quería decir "tocarse", era indignante, pero no era su culpa ser tan ignorante. Así que le expliqué, para que supiera de qué peligro tenía que resguardarse. "Tienes ya tus deditos a la entrada de tu cosita, criatura?" "Sí, madre, está húmedo..." "Así es como debe ser. Ahora acaríciate suavemente..., mientras continúas con tu confesión..."
"¿Y con los compañeros de tu novio, qué hiciste?" "Jugamos a las cartas, a las damas, bailamos..." Ahí me pareció que habíamos llegado al punto. "¿Te sigues tocando?" "Ay, sí, madrecita..." su voz se había endulzado un poco. "Y cuando bailas con los amigos de tu novio, ¿nunca les sentiste las pollas?" Hubo un momento de silencio, yo interpreté que la niña me estaba ocultando algo, así que presioné: "¿Nunca nunca...?" "No entiendo madrecita, sentirlas como?" "¡Algo duro, nena! ¡por allí abajo!" respondí con impaciencia. "...N-no, no sé, me parece que una vez, con Hugo sentí algo así mientras bailábamos..." Se ve que las caricias que se estaba dando estaban produciendo sus efectos, por el tono de su voz y el ritmo de su respiración. "¡Hablemos claro, hija mía! ¿No tuviste ganas de agarrarle la poronga a través del pantalón?" "Ahh..., ma... dre... ¡qué... co... sas ... dice...!" Jadeó la chiquilla. "¡Síi! ¿acaso no tu hubiera gustado agarrarle la poronga a través del pantalón...? ¿Aferrar ese duro pedazo con toda tu manita y apretarlo?" Del otro lado sólo se escuchaban jadeos de la niña. Temí que no me estuviera escuchando, así que insistí: "¿No tuviste ganas de meter tu manita entre ustedes y comenzar a darle apretones en la polla?" "¡Ay... ma... dre... cita..., no sé, pero... es un a...mi...go... de... mi... no... vio...!" "Nadie es tan amigo como para que no le guste..." dije sentenciosa. Del lado de la niña solo se escuchaban gemidos y jadeos. "Si tu le imprimes una serie de apretones rítmicos en la polla verás que después de un ratito el muchacho se derrama, y puedes sentir su leche a través de la tela del pantalón." Era importante que la chica tuviera una idea exacta de los peligros de la situación. "¡Aaaayyyy... ma... dre...ci... ta...! ¡Ahh, ahhhh, aaahhhhhh!" exclamó la niña con voz entrecortada. Y se quedó en silencio, mientras su respiración iba retornando a la normalidad.
"¿Has seguido tocándote, mi niña?" "Estoy empapada, madrecita". "Muy bien, hija mía, quiero que todas las noches medites en lo que hemos hablado. Quiero que te imagines la situación con Hugo. Lo que sentiría tu manita al aferrarle la polla, y lo que sentiría el tal Hugo a medida que lo fueras ordeñando..." "Y mantén tus deditos allí mismo, donde los has tenido durante esta confesión, y deja que hagan lo que quieran, si no te quieren acariciar que no lo hagan." "...¿Por las noches, madre...?" "Sí, todas las noches. Aunque si te acuerdas a la tarde, a la mañana, o en la escuela, puedes buscar un lugar donde pasar un momento a solas, para meditar en este tema."
"Te espero la semana que viene, y hablaremos de las relaciones con el papá de tu novio. A propósito: ¿qué edad tiene el tal Hugo?" "Veintiuno". Yo tragué saliva. "Entonces quédate tranquila, a él no le hubiera molestado que hicieras lo que hablamos." "¿No,... madrecita?" La criatura comenzaba a comprender.
Cuando se fue, había quedado cierto olor a flujo femenino, que se filtraba a través de la ventanita del confesionario, y más aún, cuando corrí la cortinita.
"Padre" le dije al padre Gonzalo a la salida, "no veo culpa en esta niña, es un ser completamente inocente. Bueno, quizá ahora, no "completamente"..."
¡Y pensar que yo estaba ayudando a esta criatura a proteger su virtud, justo cuando yo estaba vacilando acerca de seguir luchando denodadamente por la mía...!
Este pensamiento me conmovió tanto que le pedí al padre que me confesara. Por suerte no había ningún feligrés cerca y pudimos meternos los dos en el cubículo del padre.
Mi Armando nunca sabría de la cruzada de fervor religioso de su mujercita, ni del modo en que estaba empeñada en salvar el alma de esta niña y de todos cuantos se cruzaran en mi camino.
Por suerte estaba el padre Gonzalo, que me hacía sentir su comprensión bien profundamente.
Seguramente, estarás considerando la posibilidad de emprender tu propia cruzada religiosa. Si es así, cuéntame. Espero tus cartas a bajosinstintos4@hotmail.com