Demasiado tímida para oponerme (28)

No me lo creerás, pero estoy dudando de si debo hacer tantos esfuerzos para serle fiel a mi amado Armando. Pero, ¿sería yo capaz de engañar a mi marido con otro? Debo hacer la prueba, me dije.

Demasiado tímida para oponerme (28)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

Estos días no hemos andado muy bien con Armando, mi esposo. Y me he preguntado si tenían sentido todos mis esfuerzos por serle fiel. Tanto sacrificio. Porque una no ha estado exenta de tentaciones...

Por ejemplo, el otro día, cuando el muchacho ese, Norberto, me estaba serruchando con tantos ímpetus que a cada enterrón me levantaba en el aire, separando mis rodillas y manos del suelo, debo confesar que si no cedí a la tentación fue por mi esfuerzo de esposa fiel. Porque cada enterrón era un golpe de su pelvis contra mi culo, que me conmocionaba toda la zona. Así que tentaciones tuve. Pero me mantuve firme, como cuando se las mamé a Norberto y a su amigo Gustavo, en el departamento de este. Y me concentré con cada polla pensando que era la de mi marido, pese a lo difícil que me resultaba creer eso, dada la gran diferencia de tamaños. Pero igual me tragué los chorros de semen. Y más de una vez. Y ese fue el modo de honrar a la polla de Armando, mamándosela a distancia. Y así fueron todas las otras veces con ambos muchachos y también con algunos amigos que trajeron. Siempre con la imagen de mi fidelidad en la mente, no importa cuantos orgasmos involuntarios me hicieran tener. ¡Eso es el amor a un marido!

Incluso debo confesar que algunas fotos que me enviaron mis afectuosos lectores, me dejaron pensando. Pero corté esos pensamientos: ¡si a algún hombre yo le mamaría la verga sería a mi Armando, así tuviera que ser por control remoto!

Pero mi marido no me lo agradecía. Claro que para eso yo habría tenido que contarle. Pero igual eso no es excusa.

Y cuando Ricardo y el jefe de mi marido me llevaron al bulín de este último, para hacerme sentir su protección y su afecto profundamente, y varias veces, yo sentí que estaba protegiendo la seguridad laboral de Armando, aunque no fue lo único que sentí, claro.

Y cada vez que Roberto, el encargado del edificio, me arrastró hasta el sótano para darme sus respetos por adelante, por atrás y por arriba, yo nunca hice un escándalo, para que Armando no tuviera que avergonzarse. ¡Y eso ocurría varias veces por semana! Y siempre mantuve mi dignidad de dama enamorada de su esposo. No importando las ojeras con las que terminara.

Y cuando ese plomero gigantesco me restregó contra su peludo cuerpo, como si yo fuera una esponjita de baño, y cuando me sentó a caballito sobre su poderosa tranca, no pude reprimir los orgasmos, no, porque eso está fuera del control conciente de una esposa fiel, pero me dejé penetrar por mis tres agujeritos, que ya nunca fueron los mismos, pero sin protestar. Y es más: aún guardo un buen recuerdo del plomero. Porque mi alma es incapaz de resentimientos. Y todo eso por mi alma de esposa fiel.

Pero ¿tu crees que mi esposo reconocía algo de todo eso? ¡Noo! Gracias a Dios no, pero eso no es excusa, repito. Un marido tiene la obligación de saber los esfuerzos que hace su mujer para serle fiel.

Pero Armando ni siquiera me quería poner la crema en la playa. Y me la tuvo que poner el vecino de la carpa del al lado, Carlos. ¡Y bien que me la ponía! Muy a conciencia, hasta el interior profundo de la vagina, y para eso tenía que embadurnarse la poronga de crema, para untármela por dentro. ¡Y bien que me la untó!

Pero mi marido ni siquiera me dejaba que se la mamara. Bueno, una o dos mamadas por día me dejaba, pero cuando se la comencé a mamar seis o siete veces diarias, tuvimos que ir a lo del sexólogo, porque a mi marido le parecían muchas. Ahí sentí que él ponía un límite al afecto que yo quería brindarle. ¿No es injusto?

Y me confieso tres veces por semana. Y le cuento a mi padre confesor todas las tentaciones a que he estado expuesta. Él insiste en que mi modo de vestir, con mis falditas cortonas y apretadas a mi hermoso culo, y mis remeritas finas directamente sobre mis tetonas son una provocación para los hombres que me rodean, especialmente por mis tacones aguja. Pero yo he seguido firme en mis convicciones. Y al final he vencido. El otro día el padre me invitó a pasar a su lado del confesionario. Y desde allí escuché la confesión de mi esposo, mientras el pastor de almas me contenía con su santa polla en mi culo. Fue muy emocionante, como si estuviera tomando la comunión. Y recordé los días de mi infancia, en que el padre de mi parroquia también me contenía. ¡Y cómo me contenía!

Bueno, pero es inútil que me deje llevar por los recuerdos románticos. También tuve mis momentos románticos con Armando. Pero últimamente me he estado preguntando qué sentido tienen tantos esfuerzos para serle fiel. Mi problema es que estoy perdida por él.

Pero no dejaba de preguntarme que se sentiría de ser infiel. La idea me estremecía. Pero la curiosidad continuaba. ¿Sería yo capaz de tener relaciones con otro hombre? Yo meditaba una y otra vez sobre esto, ayudándome con los deditos, pero no era lo mismo, me daba cuenta.

Al final me decidí: tenía que averiguarlo.

Me vestí con mi habitual decoro y bamboleando mis redondeces me metí en la estación del subte a la hora pico. Ya en el andén hice de tripas corazón y le dediqué mis más sensuales sonrisas a un hombre muy apuesto que esperaba a mi lado.

Cuando se abrieron las puertas del vehículo, entré bamboleando el culo, como para despertar algo de interés en el caballero. Y me dio resultado. Inmediatamente lo sentí apoyándome en medio de la muchedumbre. Yo abrí el culo y se lo chanté contra su tranca, que inmediatamente se puso dura. Y para que no hubiera dudas, lo moví lateralmente varias veces, como para que apreciara la redondez de mis glúteos. El hombre picó. Me agarró de la cintura, y haciéndome sentir su dura prominencia, me susurró con voz ronca en el oído "¿Qué tal si nos vamos a un hotel, bomboncito...?" Yo no dije nada, pero le restregué mi culo un poco más, para que no perdiera el entusiasmo. Y no lo perdió. Tomándome por el brazo me sacó a la fuerza viva del vehículo y me llevó a un hotel. Yo no decía nada, para que el hombre no pensara que yo estaba regalada, así que sólo le permití que me diera algunos besos por el camino, que yo le devolví, porque no me gusta quedarme con nada ajeno.

Una vez dentro de la habitación, se puso a besarme y a magrear mis tetonas, yo procuré no hacerme la difícil y lo dejé, y de mientras le agarré su durísima tranca y se la apreté a través del pantalón. Pero los besos de lengua del caballero me estaban de verdad excitando, (lo siento Armando), así que al ratito le saqué la verga del pantalón. Lo que no preví era que el hombre estaba tan excitado que con esa iniciativa mía, al sentir la piel de mi palma contra la de su nabo, luego de algunos apretones tipo paja, se corrió, llenándome la faldita y la remera con manchas de leche.

Arrepentida, decidí reparar lo que había hecho, y me arrodillé a limpiarle la tranca con la lengua, bueno, que me la metí en la boca y se la chupé. Enseguida se le volvió a parar. Y mientras yo se la chupaba me decía que puta que era y cosas así. A mi no me molestó, porque eso es lo que yo había querido que pensara. Y además comprendí que el hombre me estaba expresando su entusiasmo y admiración. Es más, cuando me sacó la remerita y su puso a besar mis tetones, en cierto modo me gustó, así que seguí agarrándole la tranca para retribuir a su entusiasmo.

Y cuando me sacó la faldita y las braguitas, también me gustó, casi diría que estaba excitada. Lo supongo, porque cuando metió su tranca en mi conchita, entró muy facil por lo mojada que estaba. Y ahí mismo me corrí. Así que yo interpreto eso como que es posible que estuviera algo excitada. Pero a él le faltaba todavía, y bueno, yo me lo había buscado, así que dejé que me diera todos los enterrones que le inspiraba mi belleza, y me volví a correr. Y el hombre se tiró arriba de la cama conmigo, es decir, teniéndomela enterrada y sin dejar de cogerme. La sacaba por completo y volvía a metérmela hasta el fondo, y ¡a qué ritmo! Nada que ver con el ritmo calmoso de Armando, pensé, y volví a correrme. Claro, al ratito había un olor a cogida en esa cama, que te daba vuelta. Después que me chorreó por dentro, el caballero quedó rendido por un rato. Y yo, por hacer algo, me puse a besarle la poronga, hasta que volvió a ponérsele tiesa. Entonces, poniendo vos de puta, le dije: "¡Ponémela, papito, que la de mi marido no la siento...!" Y el hombre volvió a entusiasmarse conmigo, y cuando le moví el culo frente a los ojos entendió la indirecta, y aferrándome por las caderas comenzó a darme por el culo. Ahí comencé a ver pajaritos de colores. Habrá estado veinte minutos choteándome el culo, y la verdad es que me corrí un montón de veces, porque la situación tenía un no se qué de erótica. ¡Ahí estaba yo, una mujer casada, recibiendo por el culo! ¡Y por un desconocido del que ni siquiera sabía su nombre! ¡Si mi Armando supiera...! Y ahí fue, cuando sentí en mi orto los chorros de su descarga, que caí en la realidad: ¡yo no amaba a este hombre, sino a mi marido! Así que cuando, después de hacerme correr otra vez me la sacó, se la mamé, por cortesía,, y le chupé hasta el último chorrito, pero después le dije que no podíamos continuar viéndonos, ya que yo era una mujer casada y enamorada de su marido. Él me miró con los ojos algo desenfocados, como tratando de entender. Pero había quedado tan despatarrado que no intentó detenerme cuando salí del cuarto de hotel.

Y ya en la calle reflexioné sobre el gran error que había estado a punto de cometer. Y agradecí al Señor su protección siempre presente. Y me fui a la parroquia a confesarme. Por suerte estaba mi cura confesor, y cuando le conté del error que casi había cometido, me hizo pasar a su lado del confesionario y me tranquilizó repetidas veces. Salí de allí con el culo un poco escocido, pero con el alma rebosante de satisfacción. Y el sacerdote se quedó derrengado, sobre el asiento del confesionario, y con una sonrisa tonta en el rostro, y sin haber guardado su sagrado chorizo todavía chorreante, bajo la sotana. Le mandé un beso y él me hizo un vago gesto en cruz con los dos dedos de su mano derecha, como bendiciéndome. Ya me había echado varias bendiciones antes, así que no hubiera sido necesario. Pero me pareció que estaba poco lúcido en esos momentos. ¡También con la de confesiones que el hombre tiene que escuchar, cualquiera llega cansado al final del día!

En casa estaba Armando preparando la cena, pero yo me fui derecho para el baño sin decirle nada. Yo había comprendido que no tenía otra opción que la fidelidad de una esposa enamorada. Pero no estaba mal, mostrarle un poco de enojo para que se sintiera inseguro. Además tenía que quitar las manchas de leche en mi faldita y en mi remerita. Y si quería hacer que me chupara la concha para congraciarse, convenía que la tuviera bien limpita y sin olor a semen.

Y esa noche, mientras Armando me hacía los honores, yo comprendí que aún persistía mi duda, y que al día siguiente tendría que hacer algo al respecto. Quizá con dos muchachos.

Como vez, estoy atrapada por mis sentimientos en las garras de la fidelidad conyugal. Si quieres consolarme escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com para darme tu apoyo, cualquier tipo de apoyo que quieras darme.