Demasiado tímida para oponerme (27)

He llegado a la conclusión de Armando, mi amado esposo la tiene un poco pequeña. Así que lo invité a una institución donde practican el sexo tántrico, para ver si le crece. No quiso venir, así que me fuí sola. Pero por lo que ví y sentí, el sistema funciona.

Demasiado tímida para oponerme (27)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

Mi padre confesor me sugirió que aprendiera algo de Tantra, es decir una disciplina del yoga concerniente a la sexualidad. Como siempre me han interesado las cuestiones espirituales, me aboqué a la búsqueda de una institución tántrica, hasta que descubrí una a pocas cuadras de casa.

Primera sesión.

Armando no quiso venir conmigo. Mi secreto deseo era ver si le crecía un poco el pene, pero no se lo dije. Y el desechó todo el asunto, diciendo que los occidentales no teníamos nada que aprender de una civilización anticuada y supersticiosa.

El lugar donde funcionaba el Centro Tántrico, era amplio y con un toque de sencillez, con humildes cortinitas de color naranja en las aberturas, y un perfume de incienso. Luego de cambiarme de ropa, lo que allí consiste en dejar toda la que una lleva en un armarito del vestuario, pasé a la salita de prácticas.

"Este será su compañero para la primera clase de Tantra" me presentó el profesor. "Su compañera no ha querido acompañarlo porque lo desprecia por la pequeñez de su miembro" Efectivamente, lo que el muchacho tenía, no era para impresionar a nadie. Un miembrito flaquito y pequeño, mucho más que el de mi marido. Compadecí a la pobre chica, y compadecí también a ese desperdicio humano que me había tocado por partenaire. "Él ha venido para aprender a controlar la eyaculación precoz y lograr un aumento en las dimensiones de su pene" concluyó la presentación el instructor.

"Ahora usted, joven, friccione su pene para ponerlo erecto"

"Ya está erecto" informó el muchacho, algo incómodo de que su erección nos hubiera pasado inadvertida.

"¿En serio?" se asombró el instructor, y cruzamos una mirada de compasión.

"Bueno, como sea. Colóquense así, frente a frente, con el yoni de la dama enfrentando al lingam del caballero. Y ahora usted, joven, coloque su lingam dentro del yoni de la señora."

"Ya está", dijo el pobre muchacho luego de hacer unos movimientos.

"No lo siento", dije yo.

"Acérquense más, hasta que la raiz del lingam presione la entrada del yoni"

"Ya está" volvió a informar el muchacho.

"Podría ser", corroboré yo, tratando de sentir algo.

"Bien, ahora usted relájese, señora, y deje que su yoni se adapte a las medidas del lingam del caballero, hasta que lo rodee como un guante."

"Parece difícil", comenté yo, con pocas esperanzas de que algo así llegara a ocurrir.

Sin embargo, a los dos minutos, mi vagina se había adaptado, al punto de apreciar que tenía algo adentro. "Creo que ya está" le dije al instructor.

"¡Síi!" corroboró el joven con sus ojos brillantes por la emoción. "¡Es la primera vez que siento las paredes de una vagina!"

"Manténganse así, quietos, sin mover sus zonas genitales" Y así nos quedámos. Yo me preguntaba adónde podía conducirnos aquello, pero me quedé estática, dejando que las paredes de mi vagina se volvieran conscientes de su pequeño visitante.

Para no desacomodarnos, cada uno abrazaba la espalda del otro, por lo cual mis grandes tetones estaban aplastados contra el pecho de mi compañero. La sensación era agradable, si bien la situación toda parecía poco prometedora. Pero nos quedamos así, pegados pelvis contra pelvis.

"Ahora el calor de la vagina de la dama nutrirá el lingam del caballero" prosiguió el maestro. "Quédense bien quietitos" dijo, y se fue, dejándonos solos.

Efectivamente, el calor de mi yoni estaba beneficiando al lingam del caballero, porque sentí que este se había endurecido y crecido un poquito más, lo que de un modo un poco tonto sentí como un halago. Y me quedé así, procurando no mover un músculo.

Pero la mujer propone y la vagina dispone. Porque mi yoni, con voluntad autónoma, comenzó a darle apretoncitos al lingam del caballero. Y al parecer éste también lo sintió, porque sus mejillas se ruborizaron. Estábamos mirándonos a los ojos, muy de cerca, de modo que pude apreciar como su respiración subió su volumen, echándome más aire caliente sobre mi cara. La situación me resultaba vagamente erotizante. Lo noté porque mi vagina comenzó a palpar con más gusto y dedicación a su visitante. Al muchacho le habían subido todos los colores a la cara, y eso también me erotizaba un poco. Continué mirándolo a los ojos con interés, y ví como estos empezaban a bizquearle, y luego a desenfocarse, y de pronto sentí unos temblores de su penecito en el interior de mi yoni, comenzando a regarlo con su modesta emisión de semen. Lo cual, debo reconocerlo, me emocionó un poco, por más eyaculación precoz que fuera, tenía lo suyo eso de ser regada tan pronto. Así que lo apreté contra mis tetonas un poco más fuerte, y continuamos mirándonos a los ojos. Al ratito volví a sentir su pene, y noté que las paredes de mi vagina recorrían su longitud, con contracciones como las de una serpiente cuando digiere a un animal, es decir comenzando por la base y siguiendo hasta la punta y volviendo a comenzar por la base, en un movimiento ondulante, repetido una y otra vez en forma vegetativa. Continué quieta, manteniéndolo firmemente apretado contra mis tetonas, mientras vigilaba sus ojos. Otra vez brillaban. Y luego de un ratito, otra vez bizqueaban, y su cara era de todos los colores, mientras parecía sentir como mi vagina saboreaba su miembro. Y luego su mirada se desenfocó, se volvió turbia, luego vidriosa, y sentí que mi intimidad estaba siendo regada nuevamente. Lo cual me humedeció un poco. Y lo abracé con algo más de fuerza. Su nabito había desaparecido del mundo sensible, pero estaba segura de que volvería. Mi respiración se había acelerado, también, un poco, y esto se lo estaba haciendo sentir al joven con mis tetones. Esta vez tardó un poco más en recuperarse, pero, aunque yo no la dirigía, mi vagina debe haber tenido una participación muy activa en eso. Cuando sentí su nabito nuevamente erecto y presionando hacia arriba, me alegré. Seguíamos mirándonos a los ojos, aunque su mirada se parecía más a la de un ternero degollado. Pero eso también me produjo cierta excitación. Nunca hubiera supuesto que jugar con un nabo tan diminuto podía producirme tales reacciones. Después de un rato bastante más largo, sus ojos no solo comenzaron a bizquear, sino que también se movían, de modos un poco extraños, hacia los costados y hacia arriba. La cara se le puso francamente colorada, seguramente por el esfuerzo a que mi diligente vagina lo sometía, sus jadeos se volvieron más y más agitados, y cuando su mirada se estaba volviendo vidriosa y sentí más chorritos regando mi yoni, me corrí yo también. Nos quedamos bien abrazaditos, aunque la que más apretaba era yo, para sostenerlo contra mis melones. Estaba decidida a continuar con este trabajo hasta el fin.

Cuando vino el instructor para preguntarnos como íbamos, mi partenaire estaba desvanecido, sostenido tan sólo por la fuerza de mis brazos. "Cuatro a uno" le dije, "cuatro polvos él, uno yo." "Está acabado" añadí, soltándolo de a poco para que no se diera la nuca contra el suelo. Y me levanté, dejándolo completamente desmadejado. El guía me felicitó calurosamente.

La clase había terminado. Tenía libre el resto de la tarde. Así que me fui al gimnasio de lucha entre mujeres donde me había graduado, para hacer el entrenamiento de segundo nivel. Pasé todo el tiempo con el enorme culo de la negra lustrosa sobre mi cara. El nivel dos tenía esa característica en todas las lecciones, y aprendí muchas cosas que ni había sospechado en el nivel uno. Me fui a casa muy satisfecha y tranquila.

Tan tranquila que no me importó que Roberto, el encargado del edificio, me arrastrara al sótano y me mostrara su enorme afecto repetidas veces con su entusiasmo habitual. Le he dicho tantas veces que el único hombre que amo es mi esposo, que ya no preocupo por aclarárselo más. Así que soporto sus embates con indiferencia y alguno que otro orgasmo, mientras elevo mi mente a la imagen de mi Armando, que si bien en esos momentos se ve un poco turbia, es el símbolo y emblema de mi fidelidad marital. El pobre Roberto no tiene ninguna chance conmigo, pese a los ímpetus conque cree estarme halagando, y él en el fondo lo sabe.

Salí del sótano algo turulata y con un agradable sentimiento de vejación, como siempre que salgo del sótano, y me encaminé con paso levemente tambaleante

hacia el ascensor.

Al entrar en el departamento encontré que Armando había preparado algunos bocadillos para cenar algo antes de irnos a la cama. Lo que me vino muy bien, porque estaba muerta de hambre. Pero así es Armando, siempre tratando de satisfacerme.

"¿Qué tal te fue, amor?" dijo atrayéndome por la cintura contra su pecho. "Estuve viendo pajaritos de colores" le dije mientras le plantaba un tierno beso en la boca.

"¿En la sesión de Tantra también?", se asombró. "No, la sesión de tantra fue cortita, diminuta. Así que me fui a lucha, ya estoy en el segundo nivel."

"Ah sí" contestó mientras me servía la comida, "ahí siempre ves pajaritos de colores."

Segunda sesión.

Cuando llegué a mi siguiente clase de Tantra estaba mi último partenaire cerca de la puerta, y pude apreciar su mirada de ansiedad y deseo al verme. Pero no fue el único, a medida que entré bamboleando mi culo bajo la pollerita cortona entre los discípulos del instituto, las miradas hambrientas me seguían. Se ve. que se había corrido la voz del éxito conseguido con mi compañero en la sesión anterior, y todos querían practicar conmigo.

Una vez cambiada sólo vestía mis zapatitos con tacones aguja, de modo que mis pechotes se bamboleaban tan libres como mi cola. Pude percibir algunas erecciones a mi paso, pero claro, ya me venían viendo de antes.

En la salita de prácticas me aguardaba el instructor con mi próximo partener. Un muchacho grandote, practicante avanzado, a juzgar por el tamaño de su polla, que se paró inmediatamente al verme. La velocidad de su reacción me sorprendió: en un instante pija colgante, al siguiente bruta erección.

Me acerqué viendo como ese grueso nabo seguía mi andar, apuntándome, como el tirador que sigue a su presa en la mira. Bueno, es sólo una imagen.

El instructor nos presentó, y mientras lo hacía no pude evitar echarle unas breves miradas de reojo a su pantalón, curiosa por lo que podría ocultar ahí, ya que la progresión del primer practicante al segundo, en lo que a miembro viril se refiere, despertó mi curiosidad por lo que tendría el maestro. Pensamientos lógicos en una alumna aplicada, nada más.

Nos hizo sentar frente a frente y comenzó nuevamente con eso de que el muchachón entrara su lingam en mi yoni. Cuando lo hizo, me embargó una oleada de emoción al apreciar la diferencia con el anterior practicante.

El lingam no tuvo ninguna dificultad para entrar en mi yoni, ya que las varias emociones que había tenido desde mi llegada al ver las erecciones a mi paso, la rápida respuesta eréctil del muchachón y el tamaño que mi yoni percibió admirativamente, me habían humedecido un poquito. Bueno, bastante. Pero se trataba de una práctica nomás. Y centré mi mente en que la razón de estar allí era ayudar a mi Armando a que mejorara sus dimensiones. Y a juzgar por lo que estaba sintiendo adentro, el lugar era el adecuado.

El instructor nos hizo estrechar más nuestra proximidad, para que la penetración fuera completa. Así que nos abrazamos, pecho a pecho, bueno, pecho a tetonas, aferrándonos por las espaldas y nos quedamos mirándonos a los ojos.

Las instrucciones, nuevamente eran que no hiciéramos movimiento alguno, y dejáramos que mi yoni nutriera su lingam, como el yin nutre al yang al rodearlo que con su protección maternal. O algo así. No entendí bien toda la explicación porque estaba algo distraída por las sensaciones que mi yoni experimentaba con semejante tranca adentro.

Y así nos quedamos con nuestros vellos públicos entrelazados, almohadita peluda contra almohadita peluda.

Mi compañero observaba mi cara con expresión neutra. Yo no tanto, porque se me había acelerado levemente la respiración, y estaba impresionada por la sensualidad masculina de su boca rodeada de pelos cortitos. Tragué saliva y procuré concentrarme en el ejercicio.

Pero, como debe de haber dicho Brama, la mujer propone y el yoni dispone. Porque percibí como mi yoni saboreaba su visitante. Claro que para apreciarlo mi yoni se lo apretaba con intermitencias. Pero esas eran respuestas involuntarias automáticas que no intenté detener.

Pude ver un aumento de brillo en los ojos del muchachón, posiblemente por las sensaciones que le producía el masaje involuntario de mi yoni a su estupendo lingam. Así que decidí no interferir en nada, ya que la voluntad conciente no debe dirigir las acciones, como nos había dicho el instructor.

Pero mi respiración se seguía volviendo más profunda y agitada, de modo que mis tetones trasmitían esos matices al pecho peludo al que se aplastaban. Y pronto me pareció que la respiración del hombre también se estaba agitando un poquito. Su cara estaba un poco más colorada, sus ojos más brillantes y mi yoni percibió en su interior un movimiento de mayor empinamiento de su musculoso huésped.

No sé por qué, pero mi yoni se apretó más contra la base de su lingam. Y me pregunté si eso no había sido un movimiento. Y dado que mi partenaire no se quejó del masaje que le estaba dando a su lingam con mi yoni, ni se molestó con el estrechamiento de mi yoni contra la raiz de su lingam, supuse que estaba todo bien.

Mi yoni, por su lado, estaba ahora masajeándole el lingam con estrechamientos ondulantes de sus sedosas y húmedas paredes, y eso también debía estar bien, porque al hombre se le cayó la mandíbula y su cara estaba cada vez más colorada.

La boca de mi yoni estrechaba la raiz de su lingam, como para asegurar que siguiera la erección. Pero mi compañero no tenía la resistencia necesaria, y su mirada a mis ojos se volvió algo desenfocada y vidriosa, mientras mi yoni le daba un masaje intensivo. Abracé mis tetonas contra su pecho con más fuerza, seguramente movida por la emoción. Y sentí en el interior de mi yoni algunos movimientos espasmódicos de su lingam y los chorros de semen con que regó mi intimidad. La respiración de ese peludo pecho había llegado a un máximo. Y por algún motivo que se me escapa, mi yoni respondió con una serie de estremecimientos espasmódicos en correspondencia a los suyos. Y la ola de emoción que subió desde mi yoni me informó que me estaba corriendo.

Las pulsiones de nuestros respectivos órganos hindúes se prolongaron intensamente por más de un minuto, y luego se fueron atenuando durante por lo menos otro minuto.

"Se supone que esto no debía ocurrir..." me dijo el hombrón con voz ronca. "¿n-no debía...?" pregunté incrédula.

"No, el objetivo de este trabajo es fortalecer mi pene."

"A mi me pareció bastante fuerte" comenté.

"Hemos fracasado" continuó, abatido.

"¿Y si hemos fracasado, por qué me siento tan bien?" pregunté asombrada.

"Porque tu yoni ha absorbido la fuerza de mi lingam..." Pues a mi me ha gustado mucho, pensé, pero no se lo dije por temor a que se molestara.

"Pero no te preocupes, tu lingam volverá a ponerse fuerte" lo alenté, abrazándolo con más fuerza. Y con un poco de picardía le restregué mis melones contra el pecho. Al fin de cuentas una es mujer.

Y nos quedamos así, sumidos en una afectuoso abrazo, casi diría cariñoso. Mis sentimientos eran muy tiernos hacia ese muchacho. Cada vez que un hombre descarga su leche dentro mío, me quedo con un sentimiento muy tierno. Esta bien que todo era una práctica de Tantra, no algo afectivo, pero por otro lado me descargó tantos chorros de semen que me pareció que una cosa compensaba la otra.

Sentí que tenía que animar a este joven. Y como habíamos mantenido la posición, aproveché y le planté un suave beso en su tentadora boca. "¡Eh, qué haces!" exclamó algo alarmado.

"Es que ya que terminamos el ejercicio, pensé que podíamos distendernos un poquito" dije mientras le plantaba otro beso, un poco más largo, y restregaba mi pubis contra el suyo.

"¡Pero yo quiero conservar mi semen!" protestó, tratando de deshacer el abrazo. "(¿Ah, sí...?)" pensé yo, que estaba teniendo otros planes al respecto. Al fin de cuentas una es mujer.

Así que pasándole los brazos por el cuello, atraje su cabeza y le di el más sensual de mis besos, largo y húmedo. Después repetí otro, y otro, y otro, hasta que abrió la boca. Y entonces comencé a entrarle mi lengua. Claro, la juventud del muchacho revivió dentro mío. "¿ves? Ya tu lingam está recuperando su fuerza..." le dije, continuando con los besos. Y le puse una de sus manos en una de mis tetonas. Su lingam se hizo sentir en toda su presencia. Y como ya habíamos terminado la práctica, me permití unos pequeños vaivenes de mi yoni alrededor de su lingam. El muchacho se quedó extásico. Y su mano comenzó a acariciar mi tetón, primero de modo algo indeciso, pero poco a poco fue adquiriendo el entusiasmo de una mano viril frente a una buena teta. Pero yo seguía ocupándome de su boca, lamiéndosela por dentro y cogiéndola con mi caliente lengua.

Cada tanto abría mis ojos para verle la cara. Lo tenía en mis manos, pobre. Así que seguí con los vaivenes de mi conchita sobre su tranca y con los besos en los que me estaba empeñando a fondo. Su lengua me estaba respondiendo. Estaba entregado.

Aproveché para darle más ánimos: "Ahora que tu tranca ha recuperado todo su vigor puedes retener tu semen" le dije con voz apasionada, haciendo los más amplios los vaivenes con los que le estaba cogiendo su polla. "Lingam..." corrigió él en un jadeo ronco. "Lo que digas" acordé, y le seguí metiendo la lengua.

Su pasión de macho estaba a pleno, pero tenía restringidos los movimientos de su pelvis por la posición. Para su asombro yo me desensarté y pasando mis piernas por sobre sus caderas, enterré su poronga entre mis glúteos, avanzando poco a poco con mi ojete en derredor de ella. Él lanzó un "oh" exclamativo y se dejó comer completamente por mi intimidad trasera.

Yo continué alentándolo para que guardara su semen, pero le daba tales enterrones con mi culo alrededor de su tranca, perdón, lingam, que pronto sentí a este latir y acto seguido comenzar a llenarme el culo de leche. Sentí que mi perfidia de mujer había tenido su premio. Y continué apretándole la polla hasta que me dio su última gota.

No es que no me haya sentido halagada, pero pensé en las cosas que tenía que hacer por mi marido, y me corrí.

Cuando volvió el instructor le dije: "Está acabado. Cuatro a seis, cuatro polvos él, seis polvos yo. Para dos horas no está mal..." opiné. El instructor miró la polla metida en mi culo, y nos recriminó, moviendo la cabeza en gesto de reconvención, recordándonos que la práctica no era así. "A mi no me reproche" respondí, "yo soy nueva en esto, y no tengo nada que ver" Pero cuando me desensarté y la estupenda poronga pringosa cayó sobre el vientre del semi desvanecido muchacho, el instructor comprendió que sería en otro momento en que podría explicarle el modo correcto de hacer la práctica. Yo, por mi parte, me escabullí hacia el vestuario, del cual luego partí para mi hogar.

La leche me iba saliendo por el culo durante todo el trayecto, y eso fue motivo de una meditación trascendente sobre la virtud de la mujer fiel.

Armando nunca sabría las cosas que yo estaba haciendo por su amor. Y ciertamente que nunca las sabría. No, mejor que no.

Recuerda: nada de pedirme fotos ni chateos privados, pero puedes hacerme llegar tus comentarios a bajosinstintos4@hotmail.com y los leeré encantada.