Demasiado tímida para oponerme (24)

A mi Armando, mi amado esposo, le molesta que se la mame. Pero él no sabe lo empecinada y creativa que soy. Así que se la mamé por interpósita persona, sin que él siquiera lo sospechara, usando la poronga de mi recién conocido y servicial amigo. No es lo mismo, lo reconozco, pero fué casi mejor.

Demasiado tímida para oponerme (24)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

El otro día fuimos con mi esposo Armando a lo del doctor Vergudez, para que se convenciera de que mi gusto por mamarle la verga era algo normal en una mujer enamorada. Aunque fueran seis o siete mamadas diarias. Naturalmente, en la primera sesión no arribamos a ninguna conclusión, y el problema continuaba. Todavía sentía ganas de seguir mamándosela, pero él tuvo que irse al trabajo, así que lo acompañé hasta la parada del bus, y luego que lo hubo tomado, allí me quedé, solita, y todavía con mis ganas. Bueno, solita es una manera de decir, porque en seguida se me acercó un apuesto joven que me había estado mirando admirativamente, y al que premié con varias sonrisas, mientras aún estaba mi marido, porque yo creo que hay que ser cortés con la gente que nos admira, y no como tanta gente famosa que desprecia el acoso de su público por la calle.

Cuando se me acercó el joven me alegré, ya que realmente necesitaba algo de compañía, así que contribuí gustosa a su intento de iniciar una charla. Mirando mis sabrosos muslazos, el hombre me preguntó: "Eso es semen, ¿no?" Me sorprendió la pregunta, pero tenía razón, de mi vagina venía descendiendo una lenta catarata de semen que el sexólogo había depositado su interior, durante uno de los experimentos científicos que llevó conmigo a fin de diagnosticarme adecuadamente, mientras mi marido esperaba afuera. "Sí. Es que recién estuve en lo del sexólogo..." respondí con mi mejor sonrisa. "Ah, claro" dijo el buen mozo, como si eso lo hubiera explicado todo. "¿ Y cuál fue el motivo de su consulta?, Si puede saberse..." Me gustó el modo directo en que él había encarado el tema, y decidí que merecía que fuera honesta con él. "Resulta que a mi me gusta mucho mamáresela a mi esposo..." comencé. "Una deliciosa costumbre" aprobó el hombre. "Pero Armando se queja de que se la mame tanto..." no pude reprimir un gesto de enojo en mis ojos. "¡Qué desconsiderado!, ¿y quién es Armando?", se interesó, aproximándose un poco más. "Mi marido, el hombre al que se la mamo", no tenía sentido dejar partes oscuras en mi explicación. "Y ¿no ha pensado en mamársela a otro hombre menos melindroso...?" Me sorprendió lo atinado de su pregunta, pero claro, él no sabía la clase de esposa que yo soy. Hay otras que se la andarían mamando a cuanto macho se les cruzara. Pero yo no soy de esas. "No, porque yo estoy muy enamorada de mi marido. Se la chupé al sexólogo, pero porque él me estaba diagnosticando..." le aclaré, no fuera cosa de que me confundiera con una mujer licenciosa. "¿Y qué tal estuvo?", preguntó mi casual interlocutor, acercándoseme un poquito más. La imagen y el sabor de la gruesa cabeza del porongón del terapeuta se presentó en mi imaginación. "¡Muy bien!" no pude menos que mostrar mi admiración. "¡Muy olorosa y rica! ¡Y no se imagina cuanta leche...!" Una expresión de cálida simpatía se dibujó en su rostro, muy cálida simpatía, en verdad. Y se acercó tanto que pegó su cuerpo al mío. Me pareció un poco raro, porque había mucho espacio alrededor nuestro, pero no retrocedí para que no me tomara por una mal educada. De modo que pude sentir una dura prominencia contra mi muslo. El hombre me había tomado por el codo, como para asegurar el contacto, pero a mí no me pareció mal, porque fluía una corriente de confianza entre nosotros. "Y ya se le fueron las ganas de mamar vergas, supongo...", dijo dándome un confiado beso húmedo en la mejilla. "Bueno..., en realidad no, pero mi marido se fue a trabajar...", dije sin poder evitar cierto matiz levemente lastimero en mi voz. "¡Pobrecilla!" se compadeció el hombre aferrando con más fuerza mi brazo. "¡Me gustaría poder hacer algo por usted!" dijo, dándome un beso suave en media boca. Eso me gustó, porque sentí que él sólo quería expresarme afecto, y porque su boca se sentía caliente y húmeda. Viendo que sus muestras de compasión no eran rechazadas, mi ya casi amigo, me dio algunos besos más, algunos de ellos en mis gordos labios, aferrándome ahora sí, por la cintura. Yo estaba encantada con mi facilidad para hacer amigos. "Y ¿no le gustaría que yo la dejara chupármela...?" Me sentí inflamada de agradecimiento por su solidario ofrecimiento, pero tenía que rechazarlo. "Me gustaría mucho" contesté, "pero eso sería como serle infiel a mi marido" mi tono de voz le mostraba cuanto lamentaba tener que declinar tan generosa oferta. Pero el hombre tenía más recursos de lo que yo pensaba, y girándome de modo que quedáramos frente a frente, con su duro bulto apoyado contra mi intimidad, me sugirió: "¿Y si mientras me la mama piensa que es la de su marido...?" después de lo cual, para darme tiempo a pensar, siguió dándome sabrosos besos en la boca. Yo me sentí agradecida, porque el hombre no me estaba apurando a tomar una decisión. "Y, si a usted no le molesta, esa podría ser solución..." respondí entre beso y beso. Me gustó que el hombre fuera capaz de resignar su orgullo y su ego, por ser solidario con mi necesidad. No le importaba que no pensara en él cuando le mamara la verga, sino en mi amado esposo. "Eso es respeto", pensé, apreciando el calor del bulto que presionaba contra mi ya caliente intimidad.

"Venga conmigo" dijo guiándome por la cintura, "aquí cerca hay un lindo hotel donde usted podrá darse el gusto, ya que su marido está trabajando"

"¿Un hotel? Pero yo no tengo dinero..." exclamé angustiada por la posible dificultad.

"No se preocupe, los gastos corren por cuenta mía." Un caballero, pensé.

Así que dándome besitos en el cuello, la mejilla y alguno que otro en la boca, me fue encaminando, hasta que estuvimos en el hotel. Tal vez quede mal decirlo, pero al entrar en la pieza me sentía levemente cachonda. Seguramente por saber que iba poder saciar el deseo por mi marido, aunque fuera con la pija de otro. También puede haber contribuido un poco, el hecho de las caricias en el culo que mi nuevo amigo había venido brindándome desde que habíamos entrado en el hotel. Siempre he notado que las caricias y tocadas en el culo me ponen cachonda, en el buen sentido de la palabra, quiero decir.

La habitación del hotel tenía luces tenues y muy agradables. Y no veía llegar el momento en que pudiera mamar la verga de este hombre, y así honrar con el pensamiento a mi marido. Pero debía esperar, todavía. Norberto, que así se llamaba mi nuevo amigo, tenía otros planes. "Primero tengo que ayudar a que te relajes un poco", dijo advirtiendo mi ansiedad. Y comenzó a acariciar mis tetones a través de la delgada tela de mi remerita. Sus manos se sentían calientes, fuertes y sensitivas. Y estuvo un rato sobándome las tetas, hasta que sentí que la tensión me estaba subiendo más allá de los límites soportables. Me pregunté si este muchacho sabía realmente lo que hacía, ya que yo no me estaba relajando, sino todo lo contrario. Pero él seguía besándome y besándome, el cuello, la boca, y entrándome la lengua de vez en cuando, así que me dejé llevar por su confortante ímpetu. Luego se sentó en el borde de la cama manteniéndome de pié entre sus muslos abiertos, se dio a acariciarme el trasero con movimientos circulares, que me hicieron entrar en una especie de mezcla entre el vértigo y el placer. De modo que, cuando su otra mano, se posó sobre mi intimidad, aún cubierta por la faldita, mi bajo vientre comenzó a estremecerse y temblar, y me sobrevino un orgasmo que había ido creciendo con tanto toqueteo y gentileza.

"Ya estoy relajada" le dije en cuanto me repuse, "¿Te puedo chupar ya la poronga?" Me atreví a tutearlo, porque a esas alturas ya me sentía en confianza con el muchacho. Siempre que alguien me hace echar un buen polvo, me siento en confianza con esa persona, aunque el polvo haya sido ajeno a mis deseos, que es siempre el caso cuando esa persona no es mi marido.

Norberto se rió por lo bajo, "No seas tan ansiosa, Julia..., debo asegurarme de que estés bien, pero bien relajada, para no correr riesgo de que me la muerdas..." Yo nunca había mordido una verga, pero me pareció comprensible su razonamiento, Así que dejé que me despojara de mi faldita, la braguita de hilo dental, y la remerita, dejándome completamente en bolas salvo por mis tacones aguja. Me agradó aquel gesto de respeto. Y cuando, habiéndose sacado su propia ropa, pude ver su vibrante tranca, un estremecimiento en mi vagina me indicó que el hombre tenía razón, todavía no estaba completamente relajada. Así que, resignadamente me tendí en la cama con las rodillas levantadas y los muslos bien abiertos, dejando que esa caliente y rígida porongota me penetrara, abriéndome en canal. Mi vagina, por alguna causa que se me escapa, estaba muy mojada, de modo que mi compañero me pudo ensartar fácilmente, pese a su grosor, y en dos o tres de los amplios vaivenes que le dio a su polla, volqué nuevamente. Reconocí que mi amigo había tenido razón, todavía no estaba lo suficientemente relajada. Y así seguía, ya que seguían los amplios y entusiastas vaivenes de sus enterrones, un íntimo picor subía desde el fondo, una y otra vez llevándome de orgasmo en orgasmo. Sentía la vagina y el clítoris bastante irritados, pero curiosamente eso era causa de nuevos orgasmos. Así que hice lo único que podía hacer en esa circunstancia: jadear y gemir sin control. No tuve que elevar mis pensamientos a Dios, porque esa no era la parte en que podía caer en la infidelidad. Esa vendría después, cuando pudiera por fin mamarle la verga a mi amigo, en que tendría que mantener mi mente fija en la imagen de mi esposo. Además que con tanto traqueteo que me estaba dando este joven, hubiera sido difícil concentrarme. Sentía su pecho musculoso y mojado por el sudor, mientras sus caderas se movían adelante y atrás con un ritmo entusiasta y entusiasmante. Así que me resigné a tener orgasmo tras orgasmo, echarme polvo tras polvo, durante tanto tiempo como este decidido joven dispusiera seguir cogiéndome. Mis ojos se habían puesto vidriosos hacía largo rato ya, y así continuaron, renovando su humedad una y otra vez.

Cuando por fin, estrechándome en un abrazo posesivo, descargó su leche en las profundidades de mi conchita, volví a correrme en medio de alaridos de placer. Suerte que esa no era la parte en que podía caer en la infidelidad. Pero se la sentí hasta el fondo, pulsando chorro tras chorro, y eso me emocionó mucho.

Cuando me repuse, aproveché su estado yaciente para echar mano a su porongota, que al fin para eso habíamos venido. Aún estando más blanda, seguía viéndose enorme. Aferrando con ambas manos su pringosa superficie, la encaminé hacia mi boca, encomendando mi alma al Señor para que me mantuviera libre de pensamientos impuros de infidelidad, y pensando "es la polla de mi amado Armando" comencé a chuparla. Me costaba un poco mantener la convicción de ese pensamiento, porque esa blanda porongota que saboreaba mi boca, aún era mucho más grande que la de mi amado marido. Pero mi entereza de mujer fiel, pudo con eso. Y a fuerza de decirme "es la de mi marido, es la de mi marido" casi llegué a creerlo, y pude chupársela con ganas.

Aunque Norberto había hecho una gran descarga, su joven naturaleza respondió rápidamente a mis atenciones. O quizá debiera decir, la joven naturaleza de su polla, ya que esta comenzó a empalmarse nuevamente, mientras el gentil muchacho yacía aún semi desvanecido por su abundante eyaculación. "No importa", me dije mientras se la mamaba con ganas, "yo no vine aquí a tener relaciones con este muchacho, así que puede seguir todo lo ausente que quiera". Él me había prometido el préstamo de su poronga, para que yo, imaginando que era la de mi amado Armando, pudiera darme el gusto un rato. Así que permití que mi boca hambrienta de mamar polla, se diera el gusto. Y mientras tanto yo me tocaba con los deditos, claro, mientras pensaba "como te amo, Armando". Para mayor comodidad, ya que a mi amigo se le empinaba en dirección a su cabeza, me monté en un sesenta y nueve, y me aboqué a lamer ese maravilloso glande, sosteniendo su miembro con ambas manos, para mantenerlo dentro de mi succionante boca.

Lo que no preví es que al ponerme en esa posición tan cómoda para mí, le estaba dando a mi nuevo amigo una visión en primer plano de mi culo, que además se retorcía frente a sus ojos dado el entusiasmo que me provocaba la idea de estarle mamando el miembro a mi esposo.

De modo que luego de un rato de eso, tuve la sorpresa de sentir sus fuertes manos aferrando mis glúteos, y su lengua poniéndose a trabajar entre ellos. Eso me desconcentró un poco, porque no era el tipo de cosa que Armando solía hacer, pero adapté mis pensamientos como mejor pude, y repitiéndome "se trata de mi Armando, se trata de mi Armando", seguí mamando hasta que me corrí, bajo las caricias de esa lengua caliente.

Otra cosa que no esperaba, porque mi Armando nunca tiene ese tipo de reacción después de un orgasmo, es que mi partenaire me alzara en vilo y poniéndome en cuatro patas comenzara a cogerme el culo. Esto me sorprendió, realmente, aunque no en forma desagradable, debo reconocerlo, ya que su salame, abundantemente lubricado por fuera por mi saliva, y por sus jugos preseminales por dentro, no tuvo dificultad alguna en abrirse camino por las apretadas paredes de mi ojete, dado que estas habían sido afortunadamente bastante transitadas en el pasado. Así que el muchacho comenzó a darme una frenética cogida por el orto. Y cuando digo "frenética" me refiero no sólo a su velocidad, sino al impacto de su pelvis contra mis nalgas que, a cada enterrón, me hacía saltar sobre mis rodillas. ¡Zás Fás! y mi grupa se levantaba a cada impacto de su pelambre contra mi perforado culo. Me levantaba en peso con cada porongazo. Y no es que me molestara, todo lo contrario, sino que estaba más bien sorprendida, ¡Zás Fás Zás Fás Zás Fás! Y me corrí locamente, con mi cuerpo en el aire, sostenido por la verga con la que me lo tenía ensartado. Nunca había tenido un orgasmo así, de modo que no tuve tiempo de encomendar mi alma a Dios, y la imagen de mi Armando se había ido volando quién sabe adónde, en medio de los empellones. Pero cuando recuperé algún control de mis pensamientos, le dediqué silenciosamente ese escandaloso orgasmo a mi amado esposo, deseando que él hubiera estado allí para compartirlo... bueno, no, eso mejor no. Y continué dedicándole todos los orgasmos que siguieron, sostenida por el ojete ensartado con la fuerte verga de mi nuevo amigo, que seguía sacudiéndome como si fuera una muñeca de trapo.

Cuando al fin me llenó el culo de leche, agradecí al Señor tanta dicha y quedé hecha un guiñapo. Pero haciendo un esfuerzo por el amor a mi marido, me encaramé como pude y volví a mamar en su nombre aquella soberbia poronga. Estaba próxima a la extenuación, pero hice lo más que pude, hasta que pajeada, mamada y succión mediante, el miembro de Norberto me obsequió sus últimos chorritos.

Y me quedé así, con la gruesa poronga ablandándose lentamente dentro de mi boca.

Cuando nos vestimos, insistí en que Norberto me diera su teléfono, ya que un amigo tan desinteresado y servicial no se consigue todos los días.

Y me encaminé hacia mi casa con el culo rebosante de leche, el sabor del esperma de mi amigo en la boca, las sensaciones de las intensas sacudidas que me dio, y la sensación del deber cumplido.

Cuando Armando llegó al departamento, me encontró durmiendo a pierna suelta, me despertó con un tierno beso en la mejilla, y volví a dormirme sin siquiera intentar mamársela.

El tratamiento del doctor Vergudez estaba funcionando.

Sé que estarás admirado de los recursos que, como mujer fiel a su marido, he puesto en juego, para poder mamarle el pito a mi esposo, aunque sea a control remoto. Pero así somos las esposas enamoradas. Puedes hacerme llegar tus comentarios y fotos a bajosinstintos4@hotmail.com , pero no me pidas las mías, ni chateos ni nada que no esté dentro de las buenas costumbres de una esposa bien portada.