Demasiado tímida para oponerme (23)

El doctor Vergudez, me hizo la revisión sexológica más completa que una pudiera imaginar, dejándome muy contenta. Pero las ganas de mamar pollas continuaba. Y mi marido se tuvo que ir a trabajar. Por suerte, en la parada del colectivo, conocí a un joven que me miraba con simpatía...

Demasiado tímida para oponerme (23)

Por Bajos Instintos 4

bajosinstintos4@hotmail.com

¡Gracias, mis queridos lectores! He recibido tantas peticiones para seguir narrando mi entrevista con el sexólogo, además de otras peticiones que prefiero no mencionar, que aquí está la continuación de mi relato de nuestra primera visita al sexólogo.

El profesional era muy minucioso en la evaluación necesaria para su diagnóstico. El motivo de la consulta eran las seis o siete mamadas diarias que yo le había venido haciendo a mi adorado Armando, mi único amor verdadero. La cantidad había llamado la atención del terapeuta, así que hizo salir a mi esposo a la sala de espera, para examinarme más cuidadosamente. Una vez a solas me preguntó si a mí me gustaba mucho mamarle la verga a mi esposo, y dije que sí, naturalmente, ya que lo amaba. Me preguntó si me gustaría mamarle la verga a otro hombre, y le respondí, naturalmente, que no, ya que Armando era mi único amor verdadero. Pero el doctor Vergudez no se confiaba en las simples declaraciones de sus pacientes. Como buen científico que era, debía recurrir a la experimentación. Así que poniendo frente a mis narices su enorme bulto erecto bajo el pantalón, de modo que pudiera olérselo bien, me pidió que le diera un beso. Ya que se trataba de un experimento, le planté un beso con la boca abierta, en la punta de su gorda verga erecta. Y como esperaba que él me indicara el momento de interrumpirla, proseguí con el beso un largo rato, en el que –debo confesar- mi vagina se humedeció un poquito, porque una no es de hierro. Pero cuando el hombre comenzó a restregarme su envuelta erección por toda la cara, la situación me resultó un poco erótica, como si me estuvieran vejando, y traté de atraparle la cabeza de la polla con mi boca abierta, pero había un olor tan intenso a polla que entre eso y las frotaciones sobre mi cara, algo se me movió por allí abajo, y me corrí, aferrándome a sus caderas con mis manos engarfiadas por la desesperación de embocarle la tranca en mi boca. Creo que el doctor encontró satisfactoria mi respuesta, ya que dio por terminada la primera parte del experimento. Yo estaba abrumada por el olor a pija, pero me alegré de saber que las cosas iban progresando.

"Ahora vamos a la segunda parte del experimento, señora", dijo el profesional sacando afuera del pantalón todo su aparato genital, incluyendo sus huevos grandes y peludos. "¿Está segura de no haber experimentado ningún tipo de placer, recién?" Tardé un poco en responderle, porque sentía muy encharcada la faldita, bajo mi intimidad, pero le respondí categóricamente: "No" le dije, "porque si hubiera sentido algún tipo de placer eso hubiera sido una infid..." pero no pude completar la explicación porque me puso la cabeza de su pollón en la boca, interrumpiéndome. "Así debe ser el método científico", pensé mientras mi lengua salía ágilmente al encuentro del glande del doctor. "¡Eso es, actúe con espontaneidad!", aprobó el médico. Así que tranquila, por el aspecto científico de la experimentación, me dedique a chuparle el miembro como si el de mi marido se tratara, ya que al fin de cuentas esta entrevista era por el bien de mi matrimonio. Así que se lo lamí, olí, chupé, succioné y masajeé, casi diría con fruición. En un momento la emoción fue tanta que los ojos se me pusieron en blanco y encomendé mi alma a Dios, no se por qué, porque la situación no era algo que tuviera que ver con caer en un sentimiento de infidelidad, pero yo siempre que siento cosas como las que estaba sintiendo en ese momento, suelo elevar mis pensamientos al Señor, `por si las moscas. Y una vez más el Señor concurrió en mi ayuda, porque pese al embriagante olor a polla en mis fosas nasales, y al gusto que se estaba dando mi lengua, sólo me corrí dos veces, antes de empezar a saborear los primeros chorros con que el doctor premiaba mi éxito en la segunda parte del experimento. Así al menos lo interpreté yo, y traté de tragar todo lo que me entraba. Pero al final, el terapeuta sacó su porongota fuera de mi boca, y me tiró los últimos chorros en la cara. Ahí pensé en la devoción con que mi amado Armando que, esperaba en la sala, me había traído, y de pura emoción seguí succionando hasta los últimos chorritos del glande del doctor, mientras me iba corriendo con la visión turbia. El médico pareció conforme con mi conducta y dejó su gorda verga dentro de mi boca, hasta mucho después de haber terminado de emitir los últimos chorritos. El doctor no me la sacó, pero reinició su interrogatorio: "¿Y esta vez tampoco sintió placer alguno, verdad, señora?" Yo iba a explicarle que el único placer que había sentido era al pensar en la devoción mutua que mi esposo y yo sentíamos el uno por el otro, pero tenía la boca ocupada. Y de pronto siento que el pis comienza a fluir en ella saliendo de la ranura de la gruesa cabezota. Así que, entendiendo que el experimento aún continuaba, comencé a tragarlo. El hombre fue muy considerado, de modo que iba interrumpiendo los chorritos para darme tiempo a saborearlos, esperando a que hubiera tragado, para soltarme el siguiente chorrito, mientras su mano me acariciaba tiernamente la cabeza, como si fuera su hija. Así estuvimos durante más de dos minutos, ya que la carga de orina del especialista, era muy grande. Así que tragué y tragué y tragué, sintiendo resbalarse por mis mejillas las gruesas gotas de semen que aún restaban en mi cara. Nunca me había sentido tan protegida por un médico. Y cuando dejó de salir pis se la seguí chupando. El doctor me lo permitió, hasta que sentí que su polla crecía nuevamente dentro del cálido hueco húmedo de mi boca. Cuando me la sacó, lucía nuevamente portentosa y brillante por mi saliva.

"Entiendo que tampoco ahora usted ha sacado un placer sexual, señora..."

"Claro" le dije mirando su polla enhiesta, "porque eso hubiera sido infidelidad, y yo no soy una esposa infiel", dije soltándole un repentino besito juguetón en la punta de la polla.

"Es lo que suponía..., ahora vamos a la tercera parte del experimento. Sáquese la faldita, por favor, señora."

Yo estaba muy impresionada por la meticulosidad científica del profesional. Así que cuando tuve mis nalgas casi completamente al aire, salvo por el hilo dental de las braguitas, me enorgullecí de poder mostrárselas al especialista. Me aseguraría de devengar cada centavo de la visita pagada por mi marido. El doctor me hizo apoyar ambas manos en el escritorio y con sus manos me levantó las grupas y me corrió levemente la braguita, como para dejar mi entrada vaginal expuesta. Su delicadeza me impresionó vivamente. Y más aún cuando sentí su glande a la puerta de mi vagina. Debo confesar que, a pesar de la innegable actitud científica del médico, sentí un escalofrío erótico recorrerme, pero no me preocupé, porque un experimento médico no es de ninguna manera causa de infidelidad para una esposa devota. De modo que cuando su pollota penetró mi intimidad sentí cierto placer difícil de definir. Lamenté no disponer de un mayor vocabulario científico, cuando la sentí enterrarse hasta el fondo de mi vagina. Pero después dejé de buscar palabras, porque mi abierta vagina me enviaba señales que me alejaron del mundo de las palabras. Así que sólo emití un "ohh..." ronco y bajo, como para que el hombre tuviera alguna respuesta de mi parte. Y él se dio a un lento mete y saca, haciéndome sentir su grosor en toda su longitud a cada vaivén. Espero que mi marido no se entere nunca de esto, pero este médico tenía una poronga mucho mejor que la suya. Es una suerte que el amor no se mida por la cantidad de lujuria que la poronga despierta en una, pensé mientras sentía los vaivenes de esa caliente bananota que llenaba mi intimidad. Suerte, porque nunca había sentido tanta lujuria con mi amado Armando y su bananita, algo mísera en la comparación, por lo que me constaba otra vez y nuevamente, que mi amor por mi marido era puro, casi platónico y libre de lujuria.

Por otra parte, tampoco podía atribuir a la lujuria el trabajo que el especialista estaba haciendo en mi apretada conchita, porque siendo un profesional podíamos descartar esos sentimientos en él. Estaba en buenas manos. Y seguí con esas manos aferradas a mis caderas, recibiendo los cada vez más amplios vaivenes de su gran pedazo, hasta que sentí sus chorros saciándose en las profundidades de mi intimidad. Naturalmente, me corrí, mientras gemía y jadeaba.

Igual mi vagina seguía burbujeando, y cuando me sacó su nabo chorreante, casi diría que sentí pena.

"Bien, señora" dijo volviendo a correr el hilo dental a su lugar tapando la entrada de mi vagina, "vamos avanzando en su diagnóstico..."

"¡Qué suerte, doctor!" dije contenta, mientras me volvía a poner mi faldita cortona. Me acerqué al terapeuta plantándole mis tetonas en el pecho y poniendo mi boca anhelante al alcance de la suya, pero el profesional tenía sus límites y me los puso. "Por hoy terminamos, señora, debo darle el informe a su marido, pero necesitaré continuar con la revisación otro día..."

Cuando me acompañó a la sala de espera donde aguardaba mi Armando con expresión preocupada, el especialista lo tranquilizó: "No tiene nada grave, su señora, pero tendré que verla nuevamente, para profundizar el diagnóstico." Mi esposo asintió, al tiempo que pagaba los cuantiosos honorarios del sexólogo. Pero estaban bien ganados, pensé, satisfecha del tratamiento que había recibido.

Ya en la calle, la tarde estaba reluciente, "Tengo que volver a la oficina, pero si querés, antes podemos ir a tomar algo a un bar..." dijo Armando, siempre tan solícito conmigo. "No, mi amor, gracias, pero el doctor me dio bastante de beber."

Así que lo acompañé a la parada de su colectivo. Donde un muchacho bastante buen mozo me echaba miradas, quizá porque mis muslotes

estaban brillosos por el semen del doctor, que iba derramándose lentamente de mi intimidad, o quizá simplemente porque soy linda. Como sea le dediqué una hermosa sonrisa de agradecimiento por su admiración.

Cuando Armando se fue en el colectivo, el muchacho se me acercó sonriente. Y yo muy contenta, porque tenía ganas de socializar un poco. Y yo soy bastante dada en la calle. Y, bueno, en todas partes.

Estoy muy contenta con el tratamiento con el sexólogo, y tal vez tenga razón Armando y yo no debería hacerle tantas mamadas diarias, al menos a él. Y si así era, seguramente, iría surgiendo del tratamiento. Pero esa tarde, en la parada del colectivo, mientras el apuesto joven se me acercaba, sentí que mi boca todavía estaba ansiosa por seguir mamando. Pero, claro, era tan sólo el primer día del tratamiento.

Puedes escribirme tus impresiones sobre lo que acabo de contarte, pues sé que estarás impresionado por la seriedad con que encaré mi tratamiento con el sexólogo, porque ahí es donde se aprecia mi lealtad filial. Pero cuando me escribas, no me pidas fotos de mi desnuda, ni chateos privados, ni cosa alguna que una esposa fiel y enamorada no haría. Escríbeme a Bajosinstintos4@hotmail.com .