Demasiado tímida para oponerme (21)
Cuando nos visita mi cuñado, Miguel, es una fiesta. Realmente lo adoro. Y él lo sabe y hace que lo adore a su peculiar manera. Todo sea en nombre de la unión de la familia...
Demasiado tímida para oponerme (21) por Bajos Instintos 4
Cuando nos visita el hermano de Armando, es una fiesta. Es el hermano mayor y mi marido siente una verdadera devoción por él. Y yo también. De modo que cuando me lleva al baño y me hace chuparle la tranca, lo hago con verdadero gusto. Miguel tiene una poronga más grande que la de mi marido, incluso más grande que la de su papá, que en estado de erección es bastante respetable. Pero, sobre todo, es muy olorosa. Y el sabor de los jugos pringosos que van saliendo a medida que se la voy chupando, es muy sabroso. Así que siempre estoy dispuesta a dejar que me lleve al baño.
¡Y cómo larga leche! Me llena la boca. Y después me la trago, para no despreciar, además de que es muy rica. Pero es demasiado calórica, y me parece que siempre que viene Miguel, cuando se va he engordado un poco.
Me extrañó que mi cuñado no haya tratado de trincarme, como su padre. Pero no es que yo lo desee, ya que eso sería un pensamiento de infidelidad de mi parte, y yo soy muy fiel a mi marido.
Pero en las semanas en que Miguel nos visita, me tiene mamándosela varias veces por día.
El otro día yo estaba debajo de la mesa, entre sus piernas, mamándosela a través del pantalón. Estuvimos de acuerdo en que no la sacara afuera porque si venía mi esposo, podría interpretar mal la situación. Tenemos una mesa grande, y siempre que viene Miguel le pongo el gran mantel que llega casi hasta el piso, porque, como le digo a mi Armando, "A tu hermano quiero atenderlo bien." Armando está muy contento con mi actitud hacia su familia.
Bueno, como te contaba, el otro día yo estaba debajo de la mesa, entre las piernas de Miguel, chupándole su enorme erección a través de la tela del pantalón. ¡Menos mal que tuvimos esa precaución! Porque en eso llegó Armando. Y se sentó a la mesa bajo la cual yo le estaba chupando la poronga a su hermano. Hubiera quedado mal que yo saliera de debajo de la mesa, así que después de meditarlo durante unos cinco segundos, seguí con lo que estaba haciendo.
Mientras ellos charlaban yo aferraba a través del pantalón esa gran pieza caliente y mientras le chupaba la cabeza, lo iba pajeando con las manos. No pude atender muy bien a lo que estaban charlando, porque el olor y el sabor de esa polla, aún a través del pantalón, atrapaba todos mis sentidos. Creo que Miguel tampoco pudo atender muy bien a la charla, pero hizo lo que pudo, mientras yo se la continuaba chupando.
Yo procuraba no hacer ruido al mamarlo, evitando todos los chasquidos y ruidos salivales que normalmente produzco con la boca cuando atiendo de esa manera a mi cuñado. Miguel estaba un poco nervioso, noté, porque tardó mucho más tiempo que de costumbre en derramarse. Pero cuando lo hizo fue con la abundancia de siempre, y a través de la tela, con mi boca en su cabeza, pude tragar la mayor parte de su emisión. Me dio pena que le quedara algo adentro, así que entreabriéndole la bragueta, seguí con mi lengua limpiándole el semen del lado interno de la tela, y también del calzoncillo, antes de correrme silenciosamente bajo la mesa.
Siempre que podía, yo estaba oliéndosela, a veces en la misma presencia de Armando, agachándome a recoger una servilleta y aprovechando para acercar mi nariz al delicioso olor de la verga de mi cuñado.
En esos días yo andaba como en el paraíso, pero el problema era que al no tener prenetración, al terminar el día yo estaba muy motivada. Y por las noches lo montaba a mi marido apasionadamente. Primero con el coño, luego con el culo, y finalmente le refregaba la concha en la cara. Armando quedaba completamente planchado, como si le hubiera pasado por encima una aplanadora, lo cual era bastante aproximado a la realidad. Todas y cada una de las noches durante la visita de su hermano mayor.
Además de las frecuentes visitas mutuas que nos hacíamos cuando uno de nosotros iba al baño, teníamos otros lugares donde yo podía atender a mi cuñado con todo el afecto que merecía por ser familia. Por ejemplo, cuando él estaba en el garaje ocupándose del coche, yo metía mi cabeza por entre sus piernas, sacándola del lado de su preciado miembro, y desabrochándole el pantalón, me daba a olerle y chuparle las peludas bolas y el sabroso miembro. Miguel trataba de seguir con lo que estaba haciendo, pero noté que su concentración fallaba. Así que procuraba hacerlo eyacular pronto, claro que luego compensaba la brevedad del polvo, haciendo que se echara otro. Mientras yo engordaba por ese suplemento nutricional en mi alimentación, Miguel en cambio enflaquecía día a día. Por suerte su nabo no, que parecía por el contrario haberle crecido bastante. Claro, la gimnasia hace al órgano, y nunca tan bien aplicada la palabra "órgano". Si no fuera porque eso sería infidelidad confesaría que en más de una ocasión tuve ganas de tener ese pedazo duro y caliente dentro mío. Pero por suerte no pasaron esos pensamientos por mi mente.
Salvo en una ocasión, en la que no me había cogido a mi marido abundantemente la noche anterior, porque Armando no se sentía bien, y decía estar agotado, así que me tuve que conformar con masturbarme con su cara, y me quedé bastante caliente. Eso tuvo sus consecuencias. Al día siguiente, durante la quinta mamada que le estaba haciendo a la maravillosa poronga olorosa de Miguel, la vista se me desenfocó de pronto y me corrí con los ojos vidriosos. Por suerte, cuando sentí lo que estaba por ocurrirme, elevé mis preces al Señor de los Cielos, pidiéndole que evitara que yo me convirtiera en una esposa infiel. Porque una tiene sus tentaciones a veces.
Otra cosa que le gustaba a mi cuñado era que le chupara el culo. De modo que siempre que podía le daba el gusto. Comenzaba besando y lamiendo sus peludas nalgas, y después adentraba mi lengua entre ellas hasta llegar al ojete y, entonces, se lo cogía con entusiasmo. Era un placer escuchar los gemidos del hermano de mi esposo cuando se sentía cogido y lamido por mi caliente lengua. Naturalmente se le empinaba el nabo de una manera brutal, y entonces yo, comprensiva, se la mamaba y obtenía otra abundante ingesta de calorías. Lo que debe interpretarse como una actitud heroica de mi parte.
Por su parte, Miguel se había debilitado bastante, y presentaba un aspecto bastante chupado, lo que era literalmente correcto, si uno lo considera. Y a veces intentaba detenerme cuando yo iniciaba mi cariñosa caricia. Pero yo, fiel a mis principios, seguía agasajándolo como merecía el hermano de mi amado esposo.
A fines de la segunda semana comenzó a tener desmayos, y yo pensé si no sería por las seis mamadas diarias que le estaba dando. Y por tres días bajé el ritmo a cuatro mamadas. Pero concluí que no debía tener nada que ver porque los desmayos continuaron. Así que volví al ritmo habitual. Pero por poco tiempo, lamentablemente, porque una mañana me levanté y ya no estaba. Armando me dijo que la despedida de Miguel parecía la huída de un prófugo de un campo de concentración. Ambos nos preguntamos a qué podía deberse tan rara actitud y estuvimos de acuerdo en que parecía bastante desmejorado y muy pálido el pobre muchacho.
Por suerte no era nada, y a los seis meses volvió con un aspecto sano y rozagante y lo primero que hizo fue contarme que me había extrañado. Así que enseguida nos fuimos juntos al baño.
El amor a la familia es algo maravilloso, y todo lo que una haga por mantener la unión es bien visto a los ojos del Señor. Y es la obligación de toda buena cónyuge. Y espero que la meditación sobre esta historia te lleve a mejorar tus relaciones familiares.
Si quieres comentarme tus sentimientos al respecto, escríbeme a bajosinstintos4@hotmail.com , pero eso sí, nada de pedirme fotos. Si quieres enviarme las tuyas las miraré con mucho gusto.