Demasiado tímida para oponerme (19)

Dejé a mi marido semi inconsciente, derrengado en el sofá, luego de la sexta mamada de ese día y me fuí a lo de Fanny que había arreglado otro encuentro con los muchachos. Me alegraría ver a mi amigo Andrés el de la fabulosa poronga. ¡Las cosas en que se mete una por mantener la unión familiar...!

Demasiado tímida para oponerme (19) por Bajos Instintos 4

Bajosinstintos4@hotmail.com

La salida con Fanny y sus dos amigos para ir a bailar, había estado muy buena. Me pasé la semana recordando el tremendo tamaño de la polla de Andrés, el compañero que me había tocado en suerte, ¡Y qué suerte! Ese falo de concurso había quedado grabado en mi mente, y su olor aún permanecía en mis fosas nasales, y mi lengua se relamía con el recuerdo de su sabor.

Armando, mi marido, creía que yo me había pasado la noche acompañando a su hermana Fanny, que "no se sentía bien". Y durmió toda la noche como un bendito, tranquilo al saber que su hermana la había pasado en buena compañía. Yo sentí que los lazos familiares se estaban consolidando. Así que no me pareció mal cuando Armando me contó que Fanny le había pedido mi compañía para la noche del sábado siguiente. Naturalmente, accedí. Yo creo que es parte de las obligaciones de una buena esposa, ayudar a los miembros de la familia de su cónyuge.

Armando estaba muy tranquilo, porque yo me había pasado la semana mamándole la pija, para sacar de mi espíritu la pija de Andrés, como manda mi condición de mujer fiel. Así que estuve ordeñándolo dos o tres veces por día, a veces cuatro, si la imagen de la porongota de Andrés rehusaba desaparecer. Entre las mamadas de la noche y la de la mañana, mi marido andaba como entre nubes, y así seguía todo el día. Era lo único que hacía con él, ya que en mi trabajo como secretaria del doctor Martínez, Gustavito, el hijo de 16 del doctor, solía jugar todas las mañanas, cuando aún estábamos solos, a acariciarme y manosearme la cola hasta que esta, sensibilizada por tanto afecto, se abría al paso de su pujante tranca. Manteníamos este tipo de relación afectiva desde sus doce años. Por aquella época yo no quise detener sus avances, por temor a traumar su naciente sexualidad infantil. Así que ya llevaba cuatro años dejando que me cogiera el culo. Y aunque su aparato ya no podía calificarse de "infantil", nunca consideré que ese simpático juego entre el niño y yo manchara mi condición de mujer casada y muy enamorada de su esposo. Podía ser que manchara otras cosas mías, pero nunca mi condición de esposa fiel.

Bueno, que lo tuve loco a pajas y mamadas a mi amado esposo, porque entre el niño, el hermano mayor y el padre, mis agujeros terminaban el día habiendo sido bastante transitados, y no era cosa de que también mi marido me los siguiera transitando. Por suerte Roberto, el encargado del edificio, había salido de vacaciones, y el sifonero había mandado un reemplazante con el que todavía no teníamos confianza.

Armando es víctima fácil de mis caricias, su pene se endurece fácilmente al contacto con mis dedos. Y puedo demorar sus orgasmos para jugar con su juguete cuanto quiero. Él se rinde fácilmente a mi amor y a veces tiemblo al pensar lo que pasaría si lo agarrara otra con menos escrúpulos que yo. Pero acostumbro a vaciarle sus bolas cada día, de modo que no tenga ímpetus hacia otras mujeres. Pero sé que no debería preocuparme, porque mi marido me es fiel, como yo a él.

El sábado me empeñé especialmente en dejarlo calmado y bien desagotado, de modo que cuando al anochecer partí para la casa de Fanny, mi amado Armando yacía semi inconsciente sobre el sofá donde acababa de hacerle su sexta mamada.

Yo, por mi parte, no estaba tan calmada, porque ese día no había ido al consultorio, ya que los sábados el doctor no atiende. Así que cuando llegué a lo de Fanny recibí con agrado su afecto filial de casi cuñada. Despojándome de mi faldita cortona, me hizo extender con las piernas abiertas y las rodillas levantadas, apoyando mis tacos aguja sobre el colchón y comenzó a hacerle festejos a mi concha. Me llené de jugos inmediatamente, de modo que tuvo mucho que tragar. Aferrando su querida cabeza de casi cuñada, la ayudé a mantenerse fija a mi concha, salvo por los rozones que le daba en la cara por mis involuntarios movimientos, mientras que iba avanzando de orgasmo en orgasmo. Entre lamida y lamida en mi intimidad, me iba contando: "Andrés quedó muy entusiasmado con vos" mi clítoris estaba recibiendo un tratamiento de reina por su caliente boca chupante y su lengua lamiente, pero registré la mención a Andrés, viniendo a mi mente la imagen de su tremenda poronga. "Anda diciendo que le gustaría meterte su miembrote, hasta dejarte bien harta de pija" continuó, mientras uno de sus dedos me tanteaba el agujerito del culo. La sola mención del deseo de Andrés, y la imagen imposible de su tremenda tranca penetrándome por alguno de mis agujeros, me llenó de pánico, tanto, que estuve durante varios minutos corriéndome.

Me pregunté si eso no escondía un secreto deseo de infidelidad, pero lo deseché de inmediato. Era mi condición de esposa fiel la que me había llevado a la casa de la hermana de mi marido en misión solidaria, y esa misma solidaridad era la que había sentido mientras ayudaba a que Andrés pudiera desembarazarse de la terrible erección que le había producido el jugar con mis pechos. Así que no había modo de cuestionar mi fidelidad marital, no importando cuantos orgasmos se le produjeran a mi sano cuerpo durante el proceso. Armando podía descansar tranquilo. Además ya me había ocupado de eso.

Fanny comenzó a meterme un hermoso consolador en la concha. "¿No te quedaste obsesionada con Andrés y su enorme porongota?" Yo empecé a negarlo, pero me interrumpió: "¡Yo estuve dos meses con el pensamiento colgado en cogerme esa tremenda polla!" "¡Y eso que mi novio José me tenía muy bien atendida!" le estaba dando con entusiasmo al pollón sustituto, así que yo no tenía muchas ganas de discutirle nada, y menos sobre mis sentimientos hacia Andrés y su tremenda tranca. "Yo no lo llamaría obsesión", pensé, pero al no ocurrírseme otra manera de llamarlo, dejé de pensar. Fanny seguramente estaría pensando que yo concordaba con ella, pero no me importó, no quería hacer nada que pudiera interrumpir la sabrosa cogida que me estaba dando con el maravilloso aparatito. "¡Y cuando José no estaba, estaba el petizo, el amigo de Andrés, que tiene su buena manguera, también!" Yo, a esas alturas ya no estaba en condiciones para nada que requiriera una mente inteligente.

Después de este rato de sano esparcimiento, nos quedamos charlando. "Yo pensaba que era la más puta de las putas, hasta que te conocí a vos. ¡Qué puta que sos, mi vida! ¡Y qué feliz debe estar mi hermano de haber encontrado una mujercita así!" Y me vino a la cabeza la imagen de Armando, derrengado sobre el sofá en que lo había dejado, y estuve de acuerdo en que estaría feliz. Al ver mi sonrisa, Fanny siguió: "¡además que te tragás cuanta pija se te cruza y tenés la conciencia de una mujer fiel! ¡Ah, cuanto te admiro!" "Es que la infidelidad tiene que ver con que una busque ese tipo de cosas, Fanny. Y yo no las busco, vienen solas. Y siempre les aclaro a los hombres que estoy enamorada de mi marido", le expliqué. "¿y entonces qué pasa?" "Se entusiasman más. Y yo por delicadeza no los detengo, para que no se sientan mal" Fanny lanzó una carcajada "¿y cuándo les decís eso?" "Mientras me aprietan los tetones y me la están metiendo. Yo ¿qué culpa tengo?" "Ninguna, corazón, es que los hombres son unas bestias..." "Sí", concordé tristemente, "no entienden la delicadeza." "¡Y te meten garcha que da miedo!" se rió mi casi cuñada..

La casa de Fanny tiene una hermosa pileta de natación atrás. Así nos refrescamos nadando desnudas mientras la noche traía sus sombras sobre el jardín lleno de plantas. Fue un momento agradable, y no me molestó que el hombre de la casa de la derecha se quedara clavado, tras la cerca divisioria. Y tampoco el hombre de la casa de la izquierda. Ya sabemos como son los hombres..., siempre pendientes de nosotras. Así que cuando salimos del agua nos quedamos exponiendo nuestras redondeces a sus lujuriosos ojos. Me sentí un poco puta, debo reconocerlo, pero no había nada de infidelidad a mi cónyuge en que dejara que los vecinos de Fanny se regodearan con la visión de mi culo y mis tetonas. Así que procuré que tuvieran una vista buena y caliente, adoptando poses que realzaran mis tetones y sacando hacia atrás mi lindo culo, sintiendo sobre mí cuerpo la energía de sus miradas lujuriosas.

Luego cenamos frugalmente, para no ir a nuestras citas con el estómago vacío, por si teníamos que tomar alcohol. Y a las once de la noche lo llamé a mi esposo. Tardó un rato para atender, y cuando lo hizo la voz se le notaba vacilante y el pensamiento algo desorganizado. "¿Estabas durmiendo, mi vida?" "¿Dur-dur-miendo?" preguntó como si aún no hubiera terminado de volver en sí. "Pero si re-recién te fuiste..." Evidentemente esa última paja lo había dejado planchado para toda la cosecha. "No, mi cielo, ya son las once!" Se quedó en silencio, todavía atontado. "Nosotras nos vamos a dormir, cielo, así que ya no llames... Pero si pensás en mi..." dije con voz pícara, "no me molestaría que te hagas una pajita en mi nombre" Y lo dejé, seguramente ya se estaba tocando.

Los muchachos llegaron casi a las doce de la noche, exudando virilidad, como siempre. Apenas me vio, Andrés me apretó entre sus brazos, dándome un afectuoso beso de lengua. Realmente me gustó que él sintiera hacia mí un afecto parecido al que él me despertaba. La amistad es un gran sentimiento. Él sabía que yo era una mujer casada que amaba a su marido, y que jamás le sería infiel. Pensé en el rostro de mi Armando, y comprendí que ya iría por su séptima u octava paja en mi nombre, y me sentí feliz por él. O quizá me sentí feliz por el beso que me seguía dando Andrés, desde hacía ya varios minutos. O quizá fue el sentir como me estaba tocando los tetones mientras me besaba. Cuando por fin me soltó yo estaba muy conmocionada por su demostración de cariño, y me tambaleaba sobre mis tacones aguja. Me di cuenta de que Fanny y el petizo habían abandonado la sala, pero los ruidos apasionados que provenían del dormitorio me hicieron saber que todo estaba bien.

"Vení", me dijo Andrés llevándome hacia la puerta que daba al fondo, con su mano apoyada en mi culo, "vamos a dejarlos solos, seamos discretos" Yo estuve de acuerdo con mi nuevo amigo, en quién sentía que podía confiar completamente. Y salimos al jardín, donde ya se habían enseñoreado las sombras. Andrés me tenía tomada de la cintura y caminamos como dos amigos abrazados. Como el jardín no era demasiado grande, dábamos lentas vueltas a la pileta, siguiendo sus sinuosas curvas decorativas. Y Andrés me iba contando sus sentimientos por mí. Aunque en ningún momento me dijo que me amaba, porque respetaba mi condición de esposa fiel. "Estuve toda la semana pensando en vos" me decía mientras me tenía bien aferradita por la cintura. Los perfumes del jardín nos rodeaban como si estuviéramos en un lugar encantado. Y Andrés seguía con su ronca voz viril haciéndome su confesión de amigo. "Me quedé obsesionado con tus melones" continuó, "¡Y ese culo...! ¡Qué ganas de meterte mi poronga en el orto!" Yo iba calladita, emocionada por sus palabras tan bellas y llenas de sentimiento. Cada tanto su mano bajaba hacia mi culo, acariciándolo con dulzura. Yo me sentía en el cielo, y casi lamentaba cuando su mano, cálida y fuerte, lo abandonaba para volver a mis hombros y bajar hacia mis pechotes. "Yo también siento un gran cariño por vos, Andrés, te siento un amigo muy cercano..." dije, suspirando con romanticismo, aunque quizá fuera por el modo en que sentía su costado rozando mis caderas. Mis pensamientos volaron hacia mi Armando, y sentí que ya debía andar por su novena paja, o por lo menos eso esperaba mi alma de esposa fiel.

En eso siento, que en medio del aroma de plantas que nos traía la noche, había uno que reconocí inmediatamente, y no era de ninguna planta. Bajando la mirada vi el gran miembro de Andrés al aire, fuera de sus pantalones. "Es por si acaso" me explicó protector, "Estando a tu lado podría ser que me excitara" ese comentario me hizo sentir muy halagada, al punto que cierta humedad se hizo presente en mi entrepierna. De cualquier modo no podía dejar de ver de reojo esa gorda manguera que se bamboleaba al lento paso de mi amigo.

"¿Creés que tu marido se molestará si de doy un beso cariñoso?", me preguntó, volteándose para quedar frente a mí. Pensé un momento en Armando que debía seguir con su novena paja, o totalmente inconsciente en la cama y llegué a la conclusión de que no se iba a molestar porque me estuvieran dando un beso cariñoso, y así se lo dije. Creí que iba a comenzar con el beso inmediatamente, pero antes de eso me levantó la faldita hasta la cintura, y me acomodó la manguera entre los muslos. "Así me sentís mejor" dijo, acercando su boca abierta a la mía. "Y tampoco se arruga mi faldita" iba a agregar yo en concordancia, pero no dije nada. En parte porque mis muslos estaban saboreando la visita, apretándola instintivamente, y en parte porque Andrés había comenzado a darme su beso cariñoso. Su boca cubrió la mía, que se abrió a la penetración de su lengua. Por mi nariz penetraba el aroma embriagador de la piel de mi amigo. Así que me entregué al disfrute de ese momento de íntima amistad. La barba de tres días no me molestaba, y si no fuera porque eso sería un pensamiento cercano a la infidelidad, diría que me excitaba un poquitito.

Naturalmente, una de las manos de Andrés había comenzado a jugar con mis melones, lo que no me extrañó sabiendo de su preferencia por los pechos femeninos. En tanto la otra mano bajó hasta mi cola, llenándola de afecto. La boca que chupaba la mía se sentía caliente, y la lengua que yo chupaba se revolvía apasionadamente dentro de mi boca. Y todo eso estaba bien y me dejé transportar a las alturas de la amistad entre un hombre (¡y que hombre!) y una mujer. Lo que me tensó un poco fue sentir que la cosa que tenía entre mis muslos estaba creciendo, cada vez más caliente. Quizá fuera por el efecto de los rozones con las que yo la amasaba, pero igual me alarmó. Poco a poco esa gran pollota iba enderezándose, y cuando la tuve directamente frotándose contra mi intimidad más íntima, elevé los ojos al cielo, pidiéndole al Señor auxilio para no caer en la tentación, y me corrí. Procuré que él no se diera cuenta, para que no pensara mal de mí. Y seguí abandonada a su abrazo, ahora a caballo de su tremenda tranca, que sostenía mi peso por la fuerza que le daba su erección. Fue un momento de ternura inolvidable.

Su mano, contra la piel desnuda de mi culo, me movía hacia atrás y adelante sobre su caliente tronco. ¡Ese hombre sí que sabía expresar su afecto!

Debo confesar que la escena que estaba viviendo con mi amigo me estaba erotizando un poco, quizá por imaginarme con la falda levantada y a caballito de la tranca de mi amigo.

Para mi sorpresa, Andrés me alzó, desmontándome y poniéndome en el piso. Y tomándome nuevamente de la cintura reanudó nuestro paseo. Yo no podía dejar de mirar su enorme erección apuntando hacia delante. Y le pregunté por qué me había desmontado, si ya no me quería... "No, Julia querida, es que no quiero correrme" aclaró con su ronca voz en mi oído. "Quiero cumplir con vos un sueño que ha estado en mi mente toda la semana..." Yo seguía con el culo al aire, con mi braguita de hilo dental, y la falda en la cintura. Y veía esa enorme cosa bamboleándose al andar de mi querido amigo. "¿-un sueño...?" pregunté, tragando saliva. "Sí, un sueño maravilloso... y sé que como amiga no me lo vas a negar..." dijo, acariciando mi mejilla. Yo sentí que me derretía, de tanto afecto. Y continué caminando a su lado, con mi cadera apoyada contra su cuerpo. Al final me atreví a preguntarle: "¿y cuál es el sueño que acariciaste durante toda la semana...?" "Me gustaría metértela, aunque sea un poquitito..." ahora su caliente mano había vuelto a mis nalgas. Y su dedo medio calentaba el interior de mis glúteos. Mi devoción hacia ese hombre había crecido a pasos agigantados. ¡Qué tierno, que viril, que gentil! Yo no iba a ser capaz de negarle nada a un amigo así, a un hombre tan delicado y capaz de respetar tanto mi condición de mujer casada. Él siguió dándole al dedo, haciendo que por solidaridad me detuviera, empinando el culo para recibir mejor su caricia. Bastante gordo su dedo, que fue abriéndose camino por mi agujerito. Me quedé extásica, saboreando tan íntima expresión de afecto. "¿Te molestaría que te penetre un poquitito, sólo la cabeza?" "N-no sé..." dije mientras sentía como su dedo me cogía el culo. "Sería por adelante y sólo lo que pudieras aguantarme" continuó como si no advirtiera que me había hecho correr de nuevo. Me hubiera deslizado hasta el pasto, si no fuera por ese firme dedo en mi culo.

Al final decidí acceder, yo por un amigo soy capaz de entregar hasta la camiseta. Es un modo de decir, ya que lo que le iba a entregar era otra cosa. Con mucha suavidad, y guiándome con su dedo en el culo, me fue colocando en cuatro patas, y recién entonces me lo sacó. Instintivamente arqueé la cintura, levantando el culo como para ofrecerle la concha, y rogando que no se confundiera. Él me sacó las braguitas, a lo que yo ayudé, levantando las piernas por turno, y me quedé esperando. Pero lo primero que vino fue su boca, besándome la cola con mucha ternura. Ahí comprendí que estaba en buenas manos.

Alguien que hubiera mirado la escena podría haberse confundido con su significado. Andrés con su verga en ristre y yo con la cola casi al aire, en cuatro patas, debíamos dar una impresión como si de algo sexual se tratara. Me pregunté si mi Armando hubiera entendido. Y a mi mente acudió la imagen del rostro semi desvanecido de mi amado esposo, con la expresión de laxitud en que lo había dejado con mi sexta mamada, y sentí que algo me protegía, como siempre, de cometer alguna infidelidad. En eso, fue que sentí la enorme cabezota de la verga de Andrés, en la puerta de mi conchita, que aumentó escandalosamente la emisión de sus jugos. La cabezota comenzó a pincelarme la entrada de la vagina, como para impregnarse de mis jugos. Yo rezaba al Señor, pidiéndole que la experiencia no me resultara dolorosa, además de que continuara protegiendo mi condición de mujer fiel.

Y entonces, con un levísimo empujón, sentí que el enorme glande estaba penetrándome. Sólo la mitad del glande y sentía la concha ensanchada como si me hubieran metido una manzana. Lancé un gemido. Pero Andrés sabía lo que cargaba y no me forzó la concha. En cambio, se mantuvo entrando y sacando su polla en ese tramo ya conquistado, como si se estuviera conformando con cogerme sólo con ese pedacito de su pollota. Pero la impresión fue, igual, demasiado grande, y me corrí.

Se ve que Andrés contaba con eso, porque en ese momento me metió unos diez centímetros más de tranca. Y se quedó, meciéndose como antes, en el nuevo tramo conquistado. Después de cinco minutos me corrí otra vez. Y un nuevo empujón había metido veinte centímetros más en mi entregada intimidad. Las paredes de mi vagina estaban estiradas en toda esa longitud, listas para recibir más. Pero mi amigo parecía no tener prisa y continuó moviendo esos gruesos y calientes veinte centímetros, hamacándolos entre las sedosas paredes que lo estaban recibiendo. Y con eso tenía yo más baile del que me había dado la tranca de mi amado Armando en toda la vida. Así que continué corriéndome, jadeando y gimiendo de tanto placer que sus entradas y salidas me estaban dando.

Claro que entre tantos orgasmos la pija de Andrés había continuado entrando, haciéndome sentir llena como nunca antes. Con los dedos tanteé el sitio verificando que aún le restaban cinco centímetros afuera. Y, ya que estábamos, le agarré los huevos, para reciprocarle los masajes que me estaba dando en los tetones, mientras seguía con el dele y dele. Me puse bizca, como si mis ojos quisieran ver para adentro la cosa que mi concha estaba sintiendo. Aunque más me parece porque había perdido el control, porque la mirada estaba neblinosa, y luego vidriosa, antes de volver a correrme y hundirme en la inconciencia, con ese imponente aparato dándome y dándome.

Cuando volví en mí, Andrés estaba a mi lado, con su gran nabo camino a la normalidad. El pasto, mi vientre y mi cola estaban pringosos de semen, así que mi amigo debía de haber eyaculado afuera. También tenía gotas de semen en los cabellos. Lástima habérmelo perdido, pensé.

Andrés estaba muy agradecido, efusivo y cariñoso. Me ayudó a ponerme en pié donde me quedé algo tambaleante.

"¿Sentiste en algún momento que podías estarle siendo infiel a tu marido?" me preguntó solícito. "¿Cuál marido?" pregunté. Y después me acordé, y me puse colorada por el rubor. Él me abrazó con cariño, y me fue llevando, abrazadita, hasta la casa. Sentía un hueco en la concha, un vacío, completamente imposible de llenar. Aunque ya sabía a quién recurrir en caso de necesidad.

Ya en la casa, sola con Fanny, llegué a la conclusión grande como una casa, de que esa noche me habían cogido. ¡Y muy bien cogida! De mi parte no había sido una infidelidad, de ninguna manera, ya que sólo me llevó el impulso de solidaridad ante un amigo que necesitaba mi ayuda. "¡Veo que te diste el gustazo con la gran poronga de Andrés!" festejó Fanny, divertida con mi aspecto. "Pero no le fui infiel a mi esposo" contesté con la voz algo cansada por el agotamiento. "¿Pero no te sentiste muy putona, dejándote coger por esa tremenda garcha, mientras tu esposo dormía como un angelito?" insistió ella. "No, porque yo lo ayudé a dormirse como un angelito"

"¡Es inútil...!" suspiró mi casi cuñadita, mientras comenzaba a lamer mi concha.

Me gustaría que me hagas llegar los comentarios que te inspira mi conducta de esposa bien portada, y del espíritu de amor filial y solidaridad que conllevan. Eso sí, nada de pedirme fotos, ni chateos, ni nada, aunque no puedo impedir que me envíes tus fotos. Bueno, por cualquier cosa puedes escribirme a bajosinstintos4@hotmail.com . No olvides mencionar el número de este relato.