Demasiado tímida para oponerme (16)

Tomo mi segunda clase de lucha entre mujeres y termino viendo pajaritos de colores. Mi marido, orgulloso con mis éxitos.

Demasiado tímida para oponerme (16) por Bajos Instintos 4

Bajosinstintos4@hotmail.com

Mi segunda lección de lucha libre entre mujeres.

Mi primera clase de defensa personal había sido muy satisfactoria. Aprendí que una debe aplastar al rival, pegarle, humillarlo, torturarlo y usar todos los recursos que nos permitan vencerlo, sin dejarle dudas de que somos superiores a él.

Y yo entendí plenamente la explicación al respecto, al menos desde el lado del rival, ya que mi profesora, una tremenda negra del doble de mi ancho, me hizo comprender todos los matices de este asunto, torturándome, pegándome, pellizcándome, haciéndome chuparle los tetones, frotándome su concha contra la cara y finalmente aplastándomela con su tremendo culo. Quedé completamente aplastada, humillada, golpeada y convencida de que ella era superior a mí. Así que había entendido la lección. Y además me había gustado mucho, ya que había tenido un montón de orgasmos mientras la negra me daba una demostración práctica y demoledora de sus explicaciones. Me había llevado a estar viendo pajaritos de colores como consecuencia de su contundente lección.

Y no puede considerarse infidelidad nada de esto, sino cuando le dije a Armando, mi marido, que la profesora me había hecho ver pajaritos de colores se habría molestado. Y no se molestó. Aunque no le conté más detalles, para no aburrirlo.

Nos despedimos con un beso tierno, y se marchó para el trabajo. Por mi parte, llamé al consultorio del doctor Martínez para avisarle que esa tarde no concurriría, "pena, Julita" me dijo Gustavito, el menor de sus hijos con el que me unía una amistad desde sus doce años, ahora tenía dieciséis, y éramos cada vez más amigos, si bien Gustavito tiene un modo algo particular de mostrarme su cariño. "pero le diré a papá, cuída ese culo de oro" terminó, recordándome la pasión con que me expresaba su cariño entre mis pompis. "¡Gustavito!" le reproché por su lenguaje, pero sintiéndome íntimamente halagada.

A media mañana, al volver del supermercado, me encontré con el encargado, Roberto, que no vaciló en darme muchas muestras de afecto, luego de arrastrarme al sótano, como venía haciendo desde hacía más de dos años, cuando nos mudamos al edificio. Sospecho que mi faldita cortona, o mi remerita breve, ambas dos talles más chicos que los de mis actuales medidas, por lo que parecen a punto de reventar cuando me los calzo, pueden tener algo que ver con sus insistentes atenciones. Aunque tal vez tan sólo se deban a la elegancia de mis zapatos con tacones aguja. Una persona muy amable y servicial, Roberto. De hecho me hizo varios servicios en el sótano, que me dejaron un poco turulata. De modo que luego, con paso algo inseguro llegué a mi departamento, y me derrumbé en la cama. Y quedé completamente dormida, mientras mis deditos me hacían compañía.

Cuando me desperté, el sol de la tarde iluminaba suavemente el dormitorio, filtrando sus rayos a través de la cortina de enrollar. Me dí una buena ducha y salí rumbo al instituto de defensa personal.

Mi profesora esta vez era la segunda de a bordo, una rubiecita estilo Meg Ryan, pero más menuda aún, que al lado de la contundente negra de mi primera lección, era una insignificancia. "A esta le paso por encima", pensé, mientras nos preparábamos para la clase.

La consigna era vencer a toda costa, usando todo lo que uno tuviera para usar contra su rival. La rubiecita me saludó con un beso suave, cuya humedad me desconcertó un poco, pero no tuve dificultad para imaginar que pronto estaría restregándole la concha contra la cara y luego el culo, conforme a las reglas del buen combate que me había enseñado tan empeñosamente la negra.

Ya en el ring nos desnudamos ambas, como era de rigor en esos entrenamientos, dejando nuestras ropitas en nuestros respectivos rincones. Luego nos saludamos antes de comenzar. Y nos abalanzamos una sobre la otra chocando pechos contra pechos, aferrándonos mano contra mano y extendiendo los brazos a los costados.

En el primer choque mientras yo intentaba intimidarla con mis tetones, ella me dio un rodillazo en el coño. Demasiado leve su rodillazo, casi un rozón. Esta chica, pensé, no tiene fuerzas como para enfrentárseme. Y otra vez su intento. Otro rozón. Me dio pena. "Si cree que con esos rodillazos me va a intimidar, está muy, pero muy equivocada" pensé.

Pero a mi tampoco me estaba dando demasiado resultado mi técnica de intimidarla con mis tetones, ya que ella había pegado mi pecho al suyo, de modo que sólo me permitía pequeñas fricciones, cuyo único efecto había sido endurecer mis pezones y-pude sentir- los de ella. Otro rozón, y otro y otro. "Que error el de esta chica", pensé, "esos rodillazos no duelen nada, son casi placenteros", otro rodillazo y otro y otro y otro. "Pobre chica", pensé, "ella cree que me lastima, pero yo siento como si me estuviera acariciando el clítoris", tanto era así que mi vagina se había humedecido.

Seguíamos con las manos enfrentadas entrelazadas y los brazos extendidos a ambos lados. Intenté empujarla con mis pechazos, pero no conseguí más que un nuevo frotón contra mis ya sensibilizados pezones. Y otro rozón de su rodilla, y otro, otro, otro, otro.

Vacilé un momento, porque mi clítoris seguía acusando recibo. Y otro y otro y otro. Y en ese instante comprendí: ¡esa chica no creía que me estuviera dañando: ¡me estaba excitando el clítoris a propósito! !Traté de zafarme, pero sólo conseguí algunos frotones más en mis pezones. Y la chica arreció con su rodilla. Rozón, rozón, rozón, rozón, rozón. No tenía como contenerla. Rozón, rozón, rozón, rozón, rozón, rozón. Me quedé paralizada sin atener a como defenderme. Rozón rozón rozón rozón rozón, la chica se había dado cuenta de que me tenía a su merced. Rozón rozón rozón rozón rozón rozón, y los ojos comenzaron a nublárseme, los aromas que subían de mi coño me dieron otra señal de alerta, rozón rozón rozón rozón rozón rozón rozón a una velocidad vertiginosa y con los ojos vidriosos sentí que me venía. Rozón rozón rozón rozón rozón rozón y la chica me sostuvo, mientras me corría con temblores espasmódicos.

Me quedé parada sin reacción, y mi rival aprovechó para mandarme una interminable seguidilla de andanadas de vertiginosos rozones de su rodilla en mi concha completamente encharcada, haciéndome volcar por segunda vez, por tercera, por cuarta.

Yo estaba a su merced, tambaleándome sin reacción, con los ojos vidriosos, hasta que la chica me empujó, dejándome de espaldas en el suelo. Y una vez allí comenzó a abusar de mi cuerpo. Comenzó a amasarme los tetones, mientras con boca hambrienta me chupaba los pezones. Su rodilla seguía incansablemente masajeando mi intimidad. Y yo iba de orgasmo en orgasmo en un estado próximo a la inconciencia.

Entonces sentí en mi boca la húmeda boca de la rubiecita, que fue el preámbulo a que colocara su conchita contra mi boca. Olía a esencias florales. Y yo estaba otra vez viendo pajaritos de colores.

Luego de frotarse un poquito alcanzó su orgasmito y luego sentó su culito sobre mi cara cumpliendo con el ritual de triunfo.

Después de unos minutos me levanté, algo tambaleante, y me fui a cambiar al vestuario. Allí vino a felicitarme la negra lustrosa, elogiando mi actuación y reiterando que había salido airosa de mi segunda sesión de lucha, "la próxima vez pelearás con guantes de boxeo" me informó eufórica.

Ya en casa me derrumbé en el sofá y estuve viendo pajaritos de colores, en un entresueño reparador, mientras mis deditos hacian caricias en el lugar apropiado.

Cuando llegó mi amado esposo Armando, me preguntó que tal me había ido en el gimnasio, y le conté que la directora me había felicitado. "¿Y cómo te sentiste?" me preguntó con cariño e interés. "Volví a ver pajaritos de colores".

"¡Esa es mi Julia!" dijo Armando, y se fue a preparar la cena.

Mi tercera sesión de lucha entre mujeres.

Llegué al gimnasio algo ansiosa ya que ese día sería mi graduación en la lucha con mujeres. La directora me recibió efusivamente y luego de que me cambiara la ropa, me puso un par de guantes de boxeo de color rojo, muy bonitos.

"¡Hoy aprenderás box!" y me llevó a presentarme con mi rival. Era una muchacha de más o menos mi estatura y peso, que llevaba ya varios años de práctica de boxeo . "Ella será tu instructora en esta clase", me informó, "y será quien te enseñe las artes del boxeo" Se llamaba Luisa, y se veía poseedora de una buena condición física. Yendo detrás suyo, camino al ring, evalué su cola, por si tocaba tenerla encima de la cara, "linda cola", pensé.

Una vez en el ring, Luisa procedió a explicarme. "Esto es un jab" me mostró. "Esto un directo", "esto es un gancho", "un cruzado", "un boleado" hasta enseñarme toda la variedad de golpes. "Puedes esquivar los golpes con movimientos de cintura, así" y me mostró, balanceando el torso a uno y otro lado, "movimientos laterales de la cabeza", "y palanqueos con los brazos" concluyó. "Luego entraremos en más detalles." "Parece fácil", comenté.

"Ahora comencemos la práctica", mantén la guardia alta." me aconsejó. Y comenzó a bailotear a mi alrededor. "Yo te anunciaré los golpes, así puedes detenerlos o esquivarlos", me avisó. Me pareció muy adecuado. "¡Gancho!" anunció, y me pegó un gancho de izquierda en la mandíbula, que ni siquiera supe de donde había venido. Luego del gancho moví la cintura, "¡Así, así!" aprobó Luisa, "pero hubiera debido ser antes". "¡Directo!" y me llegó un directo a la panza. "Boleado" y me dio un tortazo en la mejilla . "Jab", "directo", "uno dos", "uno dos" , y todos los golpes llegaban y ya estaba medio atontada. "un dos, cruzado, directo, directo, jab" y los golpes llegaban a mi estómago, hígado, tetas, mentón, mentón, estómago, mandíbula, bueno, que me estaba cagando a golpes.

Pronto me tuvo media groggy en medio del ring, mientras seguía colocándome golpes donde se le daba la gana. Cuando caí de rodillas viendo pajaritos de colores, le dije "¿no sería mejor que fuéramos al suelo y me sentaras ya el culo en la cara?" "Sí, me parece que sí" dijo la mujer compadecida. "Pero antes tengo que frotarte la concha en la cara". "Lo que quieras", acepté, aliviada de que le lluvia de golpes hubiera terminado. La frotada de concha en mi cara fue de lo más considerada. Se echó tres polvos uno tras otro, y me dejó la cara empapada con sus jugos y llena de pendejos repartidos. La sentada de culo fue un poco más desconsiderada, ya que me lo estuvo revolviendo sobre la cara durante algo así como veinte minutos, en los cuales me corrí dos veces, hasta que ella alcanzó su cuarto orgasmo, bastante intenso, a juzgar por el modo en que me aplastó la cara con el orto al final.

"¿Y, qué tal" preguntó la negra entrando al lugar. "¡Muy bien!" informó la profesora de boxeo, "para mí, aprobó". "Qué suerte" comenté yo desde el suelo.

"Habrá una clase más, luego de esta graduación, donde probarás tus nuevos conocimientos luchando con un hombre" dijo la directora, señalándome a un fornido muchacho que entrenaba con pesas en el sector de aparatos.

"Apenas si puedo esperar", comenté, mirando al muchachón.

Cuando llegué a casa le comenté a mi esposo que ¡me había graduado! "¡La próxima clase tengo que probarme luchando contra un hombre!", le anuncié orgullosa. "¡Te felicito! ¡Seguramente te irá bien!"

"Siempre me va bien", convine. "Siempre veo pajaritos de colores."

"¡Y la próxima vez seguramente también!" me alentó mi Armando.

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