Delito de Manu

La primera parte de una historia tormentosa...

Delito de Manu: Jornada primera

1 – La confesión

Se acababa ya el mes de más trabajo y preparábamos el equipaje para unas galas de cinco días, cuando recibí una llamada de Manu. Apenas habló. Yo entendí que, ocurriera lo que ocurriera, no nos fuésemos hasta hablar con él. El lugar de la cita sería mi pequeño escritorio en la salita que habíamos dejado para estudio de música.

Ramón se ofreció a ayudarnos; muchas cosas estaban perdidas con la mudanza y las maletas iban a ir muy llenas de cosas. Daniel gritaba de vez en cuando muy enojado:

¡Hijo de la gran puta! ¡Si yo lo había puesto aquí!

No te pongas así, precioso – le dije -, que si falta alguna cosa que no sea imprescindible nos vamos sin ella y si necesitamos alguna cosa más, se compra.

Entre carreras y discusiones, pusimos el piso patas arriba, como si nos hubieran robado y registrado cada cajón, pero se puso Alex en el centro del salón y comenzó a oír nuestras quejas.

Papá – me dijo con seguridad -, cuando os falte algo me lo decís. Yo os diré dónde está.

¿Te has dedicado a registrar toda la casa, pequeño? – me eché a reír -. Lo que falte se compra. No se ha perdido nada importante.

En pocos minutos apareció Manu. Empujó la puerta, que estaba abierta, y entró con la cara descompuesta en el salón. El pequeño Alex corrió a abrazarlo y Manu lo apretó contra sí conteniendo el llanto y besándolo. Me di cuenta de que algo no iba por su camino.

Daniel, por favor – le dije a mi querido en el dormitorio -, mete lo que sea en las maletas y entretén a Alex. Necesito hablar con urgencia con Manu. Luego te contaré las novedades… si las hay.

Pasamos al estudio y cerré la puerta. Mientras nos sentábamos en silencio uno junto al otro, oíamos mucho trasteo en el piso. Manu acabó en mis brazos apretándome contra él y llorando.

¿Qué te pasa? – le dije asustado -; ya sabes que somos amigos y me tienes para ayudarte ¡Cuéntame!

Respiró profundamente y comenzó a hablar:

No, Tony, no pasa nada malo para nosotros. Déjame contarte. No entiendo cómo me metí en aquel lío de Matacabras, pero alguien se enteró de que yo conocía bien el asunto y me envió a estudiar el terreno. Descubrí cosas muy extrañas. En el sótano del molino había unas puertas de madera llenas de especias; parecían botes muy antiguos o abandonados. En una de las puertas no había especias, sino que encontré algo muy especial: un inhibidor de frecuencias ¿Sabes lo que es?

Me parece que sí, Manu – le dije -, pero eso necesita electricidad para funcionar

¡Baterías! – dijo -; funcionaba a baterías. Alguien las recargaba o las cambiaba. Estaban nuevas. Con ese aparato no se podía hablar por teléfono estando cerca del molino. Alguien quería aislar a los que estuvieran allí. Es un aparato caro ¿Lo sabes? Las pistas me llevaron a Ernesto, el joven del bar que resultó ser doctor. Se estaba especializando en psiquiatría ¿Te suena?

¡Joder! – exclamé - ¡En la aldea se iba a construir un centro psico-penitenciario!

Sí, sí – respondió más sereno -; y eso vale mucho dinero. Aquí aparece la clave de todo esto. El dinero. Descubrí un almacén de Ernesto lleno de cajas y con un colchón en el centro de la sala. El colchón, olía sospechosamente a canela y… estaba lleno de dinero también; mucho, mucho dinero. No dije nada de esto a mis superiores hasta saber lo que tenía entre manos. Precinté el local para estudiarlo más tarde. Ahora sé lo que ocurría.

Te traeré agua o un refresco – le dije -, te veo sofocado.

Le llevé un vaso de agua fresca y se sintió más tranquilo. Siguió relatando:

Sólo yo sabía lo que había en aquellas cajas y dentro del colchón. Pedí a mis compañeros que vigilasen el molino y aproveché para abrir el colchón. Era uno de los colchones estrechos y duros que había en el molino para dormir y, por el olor, me pareció que había estado mucho tiempo en aquel sótano. Dentro de él, esto es lo más importante, encontré un sobre. No ponía nada; no ponía para quién era. Sabía que cometía un delito, pero lo abrí. En su interior estaba esta carta escrita en tres idiomas: griego, francés y español. Esta copia que te traigo es de la parte escrita en español. Lee.

Era una fotocopia de un manuscrito. Había estado escondido dentro del colchón muchos años y decía así:

" Todo mi dinero ha venido de Grecia buscando un lugar olvidado, pero he encontrado a una mujer que ha sabido que traía dinero. Sólo quería un hijo, un heredero. Le puse Alex. La madre se encarga de hacernos la vida imposible. Matilde piensa que todo mi dinero será para ella, pero todo esto es para mi hijo. Mi última voluntad es que todo mi dinero sea para mi hijo y que nadie más ponga sus sucias manos sobre él ".

Estaba firmado con letra legible por Alexander Dináderakis.

¿Dónde está el dinero, Manu? -. Yo vi aquel almacén lleno de cajas y el mismo Ernesto me dijo que todas las cajas estaban llenas de dinero. Alexander era su amante y, dice él, se las había dado. Esta carta no dice lo mismo.

¿Cómo? – dijo casi gritando -. Por muy amantes que fueran, Alexander dice aquí que todo su dinero es para Alex. Tenemos suerte por un lado porque tu hermano se llama Alex, pero habría que demostrar que era hijo de Alexander para que heredase. El ADN, ya sabes

Yo. Yo mismo le ayudé a llevar el colchón a aquel almacén. No sabía esto ¿Qué vas a hacer entonces? – le pregunté con intriga -; el nombre de mi niño es Alex Terreros, pero ya no es hijo de Dináderakis.

Me convertiré en un delincuente por él – dijo tajantemente -. Nadie sabe que esas cajas y ese colchón están llenos de dinero. Quiero que se cumpla la voluntad de Alexander y quiero que todo ese dinero sea para Alex, pero es muy joven para tener eso entre sus manos.

¡Manu, Dios mío! – exclamé - ¡Te juegas tu puesto y tu vida!

¡Déjame hacer lo que pienso! – me respondió enfurecido -. He dicho que todo ese dinero es para Alex.

No supe qué decir durante unos minutos y Manu agachó la cabeza hasta que farfulló tomándome las manos:

Quiero que se cumpla la voluntad de Alexander. Si ese dinero vuelve a caer en manos de Ernesto, os encontraréis en peligro. Si me pillan, tengo escapatoria. No te preocupes.

Pero… ¿cuánto dinero es? – le dije -. El dinero no se esfuma así como así sin que Hacienda lo siga

Se puede hacer; ya me he informado. La cantidad es… ¡astronómica!, pero es de Alex ¿Me entiendes bien? ¡Es de Alex!

Te confesaré – le dije – algo que no sabes. Ernesto intentó sobornarme para que dejase a Daniel y me fuese con él. Me entregó un maletín con un millón de euros. Lo tengo escondido.

¡Ah, mira por dónde hay otra cosa que me cuadra! – dijo intrigante -. He encontrado allí escondido el cartel de una orquesta; la tuya. En él te ves tú muy bien y, no parece posible, pero eres el vivo retrato de Alexander. El niño encontró a su «papá» y Ernesto creyó encontrar a su amante ¡Bah! – respondió dejando el vaso en la mesa con un golpe -; eso del maletín con un millón es una migaja. Alex heredará, porque a mí me da la gana, todo lo que se trajo su padre de Grecia: ¡más de quinientos millones de euros!

Me levanté tembloroso y me fui mudo a la cocina a por dos vasos de agua.

¿Qué haremos con tantísimo dinero? – le pregunté - ¡No puedo meter eso en un banco!

Si lo metes en un banco habrá investigaciones y, finalmente, Hacienda se llevará la mitad por incremento de patrimonio o impuesto de sucesiones o… ¡Es igual, coño! ¡Busca un sitio donde guardarlo! Yo daré las órdenes necesarias para que se lleven las cajas al sitio que tú digas.

Manu – exclamé casi sin voz -, pones tu vida en peligro por mi niño. No sé por qué lo haces, pero veo en ti más mérito que delito. Iremos a tocar. Haremos estas últimas cinco galas. Nuestro trabajo es bello, pero es peligroso y un día tendremos que abandonarlo por la edad. Te ayudaremos si haces esto, pero también necesitaremos ayuda tuya.

¡El local debes buscarlo tú y, además, inmediatamente! – dijo -. Yo no puedo aparecer por ese sitio.

Tendría que ir a tocar y volver todos los días para buscarlo – le dije -; tocamos a unos ciento veinte kilómetros.

¿Y qué vas a decirle a Lino? – preguntó intrigado -. No podéis decirle que habéis pensado de momento en dejar la orquesta.

¡Déjame pensarlo! – le aseguré -; conozco a Lino muy bien.

¿Puedo besar y abrazar a tu hermano un poco? – preguntó con timidez -. Siempre lo he querido más que a nadie.

Ahí tenéis su nuevo dormitorio – miré al suelo -; cuéntale algo, pero recuerda que puede decir cualquier cosa sin darse cuenta. Bésalo, abrázalo. Disfruta de él, que ya sabes que él disfruta de ti. No importa la hora; no pasará nada porque lleguemos un poco tarde. Arriesgas tu vida por él. Dásela y verás que él te la da. Te quiere tanto como a nosotros.

Lo sé, lo sé.

2 – La tarde oscura

Estuvieron Manu y Alex bastante tiempo encerrados «estrenando» el nuevo dormitorio del pequeño. Cuando salieron, los dos tenían una agradable sonrisa en su rostro.

Terminamos de recoger lo poco que nos faltaba y fuimos a por el equipo para comenzar el viaje. Le pedí a Daniel que condujese él; de esta forma, iría yo todo el tiempo junto a mi pequeño buscando un hueco para insinuarle ya algo de lo que había pensado Manu.

Manu me quiere, papá – me dijo en cierto momento -; me lo ha dicho.

Sí, hijo – le contesté feliz -; eso ya lo sabemos y tú sabes que a mí me gusta que te quiera tanto como yo.

Sí – se abrazó a mí -, y me ha dicho que te va a ayudar para que no me falte de nada.

Mientras hablábamos de esto, vimos cómo el cielo se oscurecía poco a poco en el horizonte hasta verse de color negro con algunos destellos de relámpagos y rayos que caían uno detrás de otro. Comenzaron a caer goterones y luego fue lloviendo cada vez más fuerte, hasta el punto de que Daniel tuvo que reducir la velocidad porque no veía.

Para a un lado y esperemos a ver si pasa – le dije -, aunque cada vez veo esta tormenta más cerrada.

Puedo parar, Tony – me dijo -, por seguridad, pero me da la sensación de que nos vamos a quedar ahí parados mucho tiempo.

Llamaré al pueblo para avisar de este retraso – dije mirando un tanto asustado afuera -; esperemos que no se asusten

Saqué el teléfono de mi bolsa y llamé al delegado que nos esperaba, pero hablar con él me costó mucho trabajo. Me dijo que la tormenta era tan fuerte en el pueblo que si no paraba pronto habría que suspender el baile de aquella noche. Yo le dije que estábamos atrapados en la autovía. Una corriente de agua como un río enfurecido pasaba bajo nuestra furgoneta arrastrando tierra y hierbajos. El viento nos balanceaba a rachas más o menos fuertes y tuvimos que encender las luces de afuera para dejarnos ver y la de dentro para ver algo. Alex temblaba en mis brazos.

Papá – me dijo al oído -, me estoy haciendo pipí.

No importa, cariño – le dije -, tomaremos una botella vacía de refresco, lo haces ahí y luego la tiramos.

Es que me da vergüenza hacerlo delante de estos – siguió hablándome al oído -, pero si no lo hago ahí, me mearé encima.

No importa – le dije acariciándolo -; yo te taparé con un paño para que no te vean.

De pronto, Daniel arrancó la furgoneta y comenzó a moverse lentamente.

Avanzaremos poco – dijo -, pero no pienso pasar ahí unas cuantas horas en estas condiciones. Me aterra pensar que se haga de noche.

Me parece bien, Dany – tuve que alzar la voz -, pero ten mucha precaución. En el pueblo la tormenta es muy fuerte y todavía nos faltan unos cuarenta kilómetros. Ve despacio, sin prisas. Al menos dormiremos en el hostal.

Íbamos desplazándonos solos por la autovía y a poca velocidad. Daniel llevaba el cuerpo inclinado hacia adelante para poder ver bien las líneas de la carretera y guiarse por la exterior, la del arcén. A veces parecía llover menos y podía aumentar un poco la velocidad, pero lo que nos tenía a todos aterrados era el río de agua que atravesaba a veces toda la autovía. Apenas se oyeron palabras sino exclamaciones de alguien que había visto un rayo muy cercano o algún grupo de coches parados al lado de la carretera. Fue un viaje muy lento y muy largo, pero llegamos al fin al pueblo. Estaba desierto. Buscamos el ayuntamiento y vimos luces encendidas. Tomé una de las lonas de la parte de atrás y salí cubierto como pude y corriendo a buscar a alguien.

Las puertas estaban encajadas, pero pude entrar sin tener que llamar. Me presenté y salieron varias personas a recibirme: «¿Estáis bien?».

El delegado de festejos se ofreció a llevarnos al hotel. Primero pensé que allí le llamaban a todo «hotel» en vez de hostal, pero me equivoqué: era un hotel.

El personal nos esperaba muy asustado. Nos dijeron dónde meter la furgoneta y bajarnos para llegar secos a la entrada. Deberíamos llevar todos las caras descompuestas porque al momento nos ofrecieron mantas y refrescos o algo caliente.

Me tomaré un café con leche – dijo Daniel -; ahora lo que necesito es entrar en calor.

Se nos avisó de que no habría baile. La tormenta no cesaba.

Les llevaré a las habitaciones – nos dijo un conserje – para que puedan cambiarse y reposar un poco, pero creo que deberían pasar pronto al comedor y cenar. Después de una charla, lo mejor será retirarse a descansar.

El delegado me avisó de que había anulado la fiesta y nos había cambiado al hotel. La diferencia nos pareció a todos muy buena.

Papá – me dijo Alex aparte - ¿puedo dormir contigo y papá Dany esta noche? Me da miedo la tormenta.

Ya, pequeño – le dije besándolo -, pero no nos dejarás follar

¡Jo! – exclamó - ¿Tú crees que vais a follar con esta tormenta?... ¿Y si follamos los tres?

3 – La noche clara

Dejamos el equipaje en las habitaciones.

¡Joder! – exclamó Juan Luís (que hablaba poco o nunca) -, esto sí que es un lugar donde descansar.

¡Por supuesto! – le contesté seguro -, pero da la casualidad de que no en todos los pueblos hay hoteles. Ya sabes que en algún lugar tuvimos que dormir en un molino.

Se sentó a nuestra mesa el delegado en recibimiento y pidió el mejor menú para nosotros, pero siendo el segundo plato de pescado, dijo Alex que no le gustaba aquel comedor, así que le cambiaron el pescado por un solomillo.

Haremos lo que podamos – nos dijo el delegado a Daniel y a mí -; parece ser que esta tormenta tiene kilómetros y kilómetros de diámetro y, lo peor, está cargándose y dando vueltas siempre sobre este sitio. Según lo creamos conveniente, decidiremos si hay fiesta mañana. Si no la hay, tendremos aquí mismo una cena (sin pescado, dijo mirando a Alex) con los más importantes representantes del Ayuntamiento.

¿Ha hablado usted con Lino? – le pregunté - ¿Quién ha hecho estos cambios?

Yo mismo – contestó -, que bien sé que si hablo con Lino hubiese dicho que se suspendieran las galas y que la orquesta volviera. Se pagará cada noche de actuación aunque no se haga. Lo del hotel es mejor no comentárselo a él; querrá también comisión.

Nos echamos a reír. Se notaba claramente que aquel hombre conocía bien a Lino.

Tras los postres y una larga y amena sobremesa, se despidió el delegado deseándonos una buena noche. Un coche oficial le esperaba bajo la marquesina de la entrada.

Subimos al dormitorio y comenzamos a desnudarnos. La humedad aún nos mantenía sudorosos. Alex oyó que Daniel y yo nos ducharíamos juntos y se coló en el baño con nosotros. Al final, fue la ducha mucho más divertida que de costumbre. Pero cuando nos secamos unos a otros y nos fuimos a la cama, no preguntó el pequeño nada, sino que se subió a nuestra cama, se echó sobre mí como la primera vez y apoyó su cabeza sobre mi pecho. Daniel, que estaba a mi lado boca abajo, comenzó a acariciarle los cabellos aún húmedos y luego la espalda. Alex se incorporó y nos besó en los labios a los dos, dejó su cabeza otra vez en mi pecho y comenzó a acariciarle las nalgas a Daniel. Éste, me apretó el brazo, volví mi cara y nos besamos.

Se sentó Alex sobre mi vientre y comenzó a acariciarme el pecho y Daniel, con mucha sutileza, acercó su cara y observó la polla de Alex, que parecía un poco mayor ahora. Levantó su brazo y llevó su mano hasta ella. Alex se estremeció sonriendo, como si sintiese cosquillas o placer.

Nuestro niño – dijo Daniel – va a tener una polla muy linda.

Le tomó el prepucio y lo bajó con cuidado. Alex le miró sonriendo y Daniel abrió despacio su boca y comenzó a hacerle una suave mamada. Mi niño me miraba sonriente. Poco a poco, nos fuimos moviendo en la cama y Daniel no cesaba de comerle la polla a Alex, y yo comencé a comérsela a Daniel y Alex se sintió apartado de todo aquel juego: no llegaba hasta mi polla para chuparla. Hice unos movimientos y me di cuenta de que el triángulo de nuestra particular mamada se había cerrado. Mi pequeño se la chupaba a Daniel, yo a él y Daniel a Alex. Entre destellos de relámpagos y truenos encadenados unos con otros, nuestra mamada triple duró un buen rato.

A Alex le llegaba el placer y se estremecía, pero aún no se corría. Avisaba cuando notaba mucho placer y parábamos. Daniel no podía aguantar el placer que le daba Alex. Yo sabía que el pequeño tenía sus trucos y retiraba su boca de la polla de Daniel de vez en cuando, entonces, me incorporaba y lo besaba con todo mi cariño.

¿Nos follamos? – preguntó Alex con naturalidad -.

¡Pues ya nos dirás cómo lo hacemos, chico! – exclamó Daniel -, me parece un poco difícil.

No – dijo el pequeño -, dejadme que os diga.

Colocó a Daniel sobre mí preparado para que yo se la metiera y luego se sentó sobre Daniel. Ya sabíamos lo que había que hacer. Daniel se fue metiendo mi polla con cuidado sin dejar de mirarme asombrado y abrazó por el pecho a Alex que, con una de sus manos, fue metiéndose la polla de Daniel. Estuvimos un rato en esa postura hasta que sentimos que cada polla había entrado en su sitio hasta el fondo. Alex se agachó y me besó y yo le apreté su polla y comencé a hacerle una paja. El trío comenzó a moverse entre suspiros y respiraciones agitadas. No puedo describir la sonrisa de mi pequeño. Daniel se lo estaba follando por primera vez.

Después de aquella corrida tan especial y placentera, volvimos los tres al baño envueltos en destellos y en truenos. Cuando volvimos a la cama, me pareció que Alex intentaba seguir… ¡Qué noche!

4 – La mañana lujuriosa

No sabíamos a qué hora habíamos dejado de follar los tres. Llegada la mañana, el día seguía oscuro, lluvioso y tormentoso. Bajamos a la hora del desayuno y, al ver nuestras caras, alguien preguntó: «¿Habéis dormido bien?».

No hemos pasado la noche en blanco – dijo Daniel -, pero tengo que reconocer que no recuerdo una tormenta como esta.

Nos fue servido el desayuno (bastante copioso y delicioso) y nos dijo otro conserje que había recibido un aviso del Ayuntamiento de que nos quedásemos allí descansando, que no estaba el día para paseos. A medio día, aparecería por allí el delegado para hacernos compañía. Y eso de «hacernos compañía» me sonó a que quería estar con nosotros.

Nos sentamos en unos butacones muy cómodos en un extremo del salón de la entrada y pidió que se nos sirviera algún aperitivo. La luz eléctrica comenzó a debilitarse cada vez que veíamos un relámpago.

Me da la sensación – dijo – de que la tormenta está aún más fuerte. Tenemos un grupo [electrógeno], no hay miedo a quedarse a oscuras.

Y dirigiéndose a mí amablemente, me invitó a ver alguna parte del hotel.

Se ve que en el pueblo le conocen bien – le dije -; puede usted moverse libremente por el hotel

Lo que usted nota – me respondió sonriente – es que el hotel es mío. El hostal de doña Teresa no es malo, pero no deja de ser un hostal y, siendo este un pueblo grande, decidí poner un buen hotel.

Buen gusto tiene – le respondí -, pues desde la entrada, todo es cómodo y muy nuevo.

Abrió una puerta que daba a una habitación que parecía un despacho, cerró la puerta cuando entramos y me quedé mudo al ver que el techo era de cristal, inclinado y cubierto parcialmente por plantas. No encendió la luz y, mientras yo miraba hacia arriba embobado, sentí que me rodeaba por la cintura con sus brazos.

Tony – me dijo -, pagaré toda la fiesta y el hotel está a vuestro servicio, pero no os vayáis aunque no se pueda tocar. Por favor.

Inmediatamente me di cuenta de que aquel joven delegado quería en realidad tenerme a su lado unos días. Apretó algo más sus brazos acercándose a mi cuerpo y, todo hay que decirlo, el delegado no estaba para hacerle ascos, así que esperé por ver lo que hacía, pero le miré a sus ojos fijamente.

Si esto te molesta, Tony – exclamó -, no tienes nada más que decírmelo. No intento hacer nada que pueda molestarte.

No le contesté, pero le sonreí y puse mis manos también sobre su cintura. Miró hacia arriba y suspiró profundamente.

Acerqué mi boca a su mentón y lo besé ligeramente. Ya sabía que podría tenerme entre sus brazos como, quizá, habría soñado muchas veces.

Me empujó con cuidado hasta la pared (que estaba forrada de tela) y comenzó sin hablar a moverse. Antes de besarme siquiera, fue desabrochando cada botón de mi camisa y flexionando sus piernas para ir bajando. No llevaba cinturón, así que desabrochó entonces el botón de mis pantalones. Pegué la cabeza a la pared y seguí mirando aquel techo maravilloso que dejaba ver cómo caía el agua y los relámpagos iluminando a cada momento la sala mientras bajaba la cremallera de mi portañuela muy despacio y tiraba hacia los lados de la cinturilla para ver mis calzoncillos. Yo ya estaba bien empalmado; lo vio y puso sus labios sobre mi polla con suavidad. Estaban cálidos y comenzaron a moverse haciéndome un masaje. Tiró luego de los pantalones hasta dejarlos caer al suelo y acarició mis piernas. No pude aguantar más mi quietud y puse mis manos sobre sus cabellos y comencé a acariciarlos. Miró hacia arriba y me sonrió. Se puso en pié y me miró durante (al menos) un minuto.

Daría lo que fuera por tenerte a mi lado todos los días un momento – dijo -; cuando vi tu foto no imaginé que aún eras más bello.

Tú también eres muy bello…. (no sabía su nombre y no seguí hablando).

Jorge – me dijo -; me llamo Jorge. Quedaos aquí estos días aunque no trabajéis y, si no te importa… me gustaría tenerte un poco cada día. Un minuto.

Me gustas, Jorge – le dije -; eres discreto, pero recuerda en estos días que Daniel es mi pareja y no quiero perderlo y Alex es mi hermano que, por su edad, me llama papá, pero soy soltero. No me importaría nada estar una hora, si hace falta, cada día contigo. Eres guapo.

¡Joder! – exclamó -, no esperaba esto… ¿Puedo entonces tocarte un poco más?

Fue entonces cuando lo agarré por el cuello, incliné mi cabeza y comencé a besarlo bajo los relámpagos. Su respiración se entrecortaba e iba pasando sus manos por mi espalda hasta llegar a mis nalgas sin atreverse a nada más. Me separé un poco de él y me quité los calzoncillos. Me miró impresionado y hacía un gesto con la cabeza que me pareció que decía: «¡No puede ser, no puede ser!». Luego, le fui desabrochando los botones de su camisa, pero se quitó él el cinturón antes porque era difícil. Hice el mismo juego; fui bajando poco a poco hasta sus pantalones, le desabroché la cinturilla y tiré de ella hacia los lados bajando la cremallera sola. Se adivinaba su bulto allí debajo y puse mis labios sobre él dándole un pequeño bocado con mis labios. Tiré luego de sus pantalones hasta el suelo y, sin levantarme aún, le bajé los calzoncillos y me metí su polla en la boca al instante. Me agarró la cabeza y se le entrecortó la respiración.

¡Joder! – exclamó en voz baja - ¡Cómo la mamas!

Seguí dándole el placer que esperaba y notaba que aguantaba el placer por hacer más larga aquella relación, pero cuando me di cuenta de que ya le era difícil aguantarse, dejé de chupársela y me puse en pie. Como asustado, me preguntó que si lo iba a dejar así. Noté que era un joven algo tímido para sus relaciones y que de verdad estaba deseando tenerme a su lado y aterrado de que lo dejase a medias. Me volví de espaldas sin decir ninguna palabra, la cogí la polla con delicadeza y me incliné apoyándome en la pared poniendo la punta de su polla dura y caliente en mi agujero. Noté que me agarraba por la cintura con cuidado y comenzaba a apretar.

¿Te duele? – me dijo al oído -; no quiero que te duela. Avísame.

Deja el dolor para otras cosas – le dije -; disfruta de mí cuanto quieras.

Comenzó a penetrarme con mucho cuidado y no dejaba de decir «¡Gracias, gracias!».

No le costó (evidentemente) mucho trabajo penetrarme hasta el fondo y noté su punta rozar mi interior en su parte más sensible. Parecía que sabía qué sitio rozar para darme placer y comenzó a moverse primero con cuidado y luego frenéticamente, tanto, que me corrí yo antes que él llenando su preciosa pared de tela. Esperé un poco más hasta que sentí su leche caliente golpear mi interior y apretó hasta el fondo un rato con la respiración muy alterada.

Poco a poco, la fue sacando y me dijo que si yo quería penetrarlo, pero le advertí que ya me había corrido y le señalé la pared.

Jorge, bonito – le dije -, sabes cómo hacerlo; sabes dónde dar el masaje para no ser tú el único que siente placer. Vamos a vernos esta tarde si quieres y hacemos algo más.

Me miró sorprendido y feliz: «¿De verdad?».

¡Por supuesto! - le dije -. Ya me has probado tú a mí ¿Me vas a dejar sin probarte? Me gustas.

¡Vaya! - miró al suelo -, pensaba que iba a ser imposible darte un besito. Pensaba que iba a tener que limitarme a mirarte.

No – le respondí enseguida -, pero seamos discretos. Ahora cuando salgamos diré que me has enseñado algunas instalaciones del hotel.

¡Eso! – dijo muy contento -; y yo aclararé que el hotel es mío y estáis invitados.

Al decir esto, recordé lo que había hablado con Manu. Se suponía que debería volver todos los días para buscar un local, pero no era el momento de hablar de estas cosas. La lluvia no me iba a dejar ir y venir.

Llegamos al salón y hablamos algo sobre lo que habíamos tramado. Yo me limité a decir que el hotel era muy grande y muy lujoso. Volvimos a sentarnos en los butacones y fue entonces cuando me di cuenta de que Jorge llevaba la portañuela abierta. Intenté hacerle señas, pero no dejaba de hablar con los demás y no me miraba. Poco después, se levantó Alex y se sentó a su lado haciéndole preguntas y le habló algo al oído disimuladamente. Jorge miró hacia abajo rápidamente y cruzó sus manos por encima de sus piernas.

Perdonen ustedes un momento – dijo – voy a la cocina a avisar de que se nos prepare un aperitivo especial.

Cuando volvió, ya traía la bragueta cerrada y Alex, ya sentado otra vez a mi lado, me dijo al oído:

¡Jo!, papá. Ya te lo has follado ¡Qué suerte!

¡Niñoooo!

5 – El arrepentimiento

Aproveché unos minutos en solitario para llamar a Manu. Tardó en contestar.

¡Dime, Tony! ¿Pasa algo?

No, poli – le dije mirando alrededor -; no pasa nada que tú no sepas. La tormenta que se nos ha puesto encima no me va a dejar ir a buscar el local que hace falta.

Lo sé, Tony – suspiró -; nosotros estamos bien informados de eso. No vengas. Hay tramos de la autovía muy peligrosos y ha habido varios siniestros ¿Se te ocurre otra solución?

Sí, creo – le dije -. Ve a casa y busca a Ramón. Podrías pedirle que buscase él ese local… de unos seis a ocho metros por cada lado. Dale dinero de sobra y que pague por adelantado en mi nombre ¿Puede ser así?

¿Vas a meter a Ramón en esto? – exclamó casi gritando -. ¡Es muy joven!

No, no quiero meterlo en nada – le dije -; él no tiene por qué saber para qué es el local. Si acaso le preguntan, que diga que lo necesito para meter instrumentos cuando vuelva. Que pregunte por un sótano de nuestros bloques; sé que los hay. Si paga en mi nombre por adelantado no le pondrán pegas. Te daré mi número de identidad y mi móvil ya lo sabes. Que diga que llamaré. Cuando encuentre el local adecuado, llamaré a la inmobiliaria para confirmar mi deseo de alquilarlo.

Se quedó callado unos momentos y siguió hablando.

Podría enviar a alguien mayor y muy bien trajeado – dijo -, pero no quiero que intervenga nadie más en esto. La idea de que lo busque Ramón es… bueno, se lo preguntaré. No quiero obligarlo a hacer algo que no le guste.

Dile que le pago lo que quiera si hace los trámites en mi nombre – concluí -. No puedo ahora hacer otra cosa. También a ti te daré alguna recompensa por ayudarnos.

No hace falta, querido amigo – dijo antes de colgar -, ya he tomado una parte sustanciosa de ese dinero. No lo he descontado de esos quinientos, sino que había un pico grande. De todas formas, si crees que debo dárselo también a Alex, deberás tú decidir si quieres darme algo.

¿A estas alturas me preguntas eso? – terminé la conversación -; nuestra amistad no puede permitirse esas dudas. Coge lo que te haga falta, no lo que sobre. Un beso.

El día parecía ponerse aún peor. Hubo tal granizada, que el río torrencial que bajaba por la calle comenzó a entrar en el hotel y los coches que subían y bajaban por la calle tuvieron que detenerse. Me fui al dormitorio con Alex y Daniel. Como Alex dormía cansado de la noche anterior, Daniel y yo conversábamos a media voz echados en la cama y mirando al techo.

¿No está mal ese delegado dueño del hotel, verdad? – preguntó Daniel -.

No, no está mal – le dije – y además es muy educado y amable. No se encuentran personas así por todos lados.

Lo sé; es difícil – se volvió y me abrazó -, y además sé que ya te lo has follado. Pero tú sabes que confío en ti; espero que no me defraudes.

Yo te quiero a ti, Daniel – lo besé delicadamente -; lo demás, tú mismo lo haces; con tus primos y con algunos que no son tus primos. Creo que a veces en la variedad está el gusto.

Aquello de «el gusto» le hizo gracia y empezó a forcejear conmigo y a besarme y a apretarme la polla y los huevos. Estuvimos riendo un rato y acabamos en un abrazo serio y profundo que nos llevó hasta un polvo que no era sino el producto del verdadero amor que nos teníamos.