Delito de Manu (2)

El delito de Manu crece hasta la histeria...

Delito de Manu: Jornada Segunda

1 – Llámame

¡Vengo agotado! – me tiré en el sofá -; traedme algo de refresco isotónico.

Es la primera vez que te oigo decir – exclamó Daniel – que vienes agotado después de pasar cinco días en un hotel de lujo y sin tocar ni una noche. Ten cuidado con esos «agotamientos», que ya tienes mala experiencia.

¡Llaman a la puerta, Alex! – grité -; abre, por favor.

Entró Ramón sonriente al vernos otra vez en casa y nos besó a todos.

¿Y tú, Tony? – me dijo - ¿Vienes enfermo?

Quizá un resfriado – le dije -; ¡no sabes cuánta agua hemos visto caer!

Yo te traigo novedades – me tomó la mano -; ha sido un poco difícil, pero no tanto.

¿Novedades? – pregunté incorporándome - ¡Espero que sean buenas!

Sí, Tony – me explicó -. Me puse una ropa seria y buena y fui a hablar con don Braulio, un hombre que alquila un local en el bloque de al lado, en el sótano. Es un local muy grande y barato, pero dudaba de alquilármelo al verme tan joven y sin saber lo que yo iba a montar allí. Le expliqué que lo necesitabas tú para almacén de instrumentos cuando llegaras; que harías tú el contrato. Le di tus datos y todo, pero no se convenció hasta que saqué el dinero de los tres meses de fianza y los puse sobre la mesa. Luego quiso que firmase el recibo a mi nombre y no puse pegas, pero le dije que tú irías a verlo para firmar el contrato.

¡Muy bien! – le apreté la mano -. Ahora falta firmar ese contrato y empezar a meter ahí cosas.

No, no, no hace falta, Tony – me dijo ante mi asombro -. Manu ha contratado a una empresa de transportes y ya están abajo las cajas de detergente y un colchón que huele… como los del molino.

¿Abajo dices? – volví a sorprenderme - ¡Hay que bajar a ver si está todo el «detergente» y el colchón. Llamaré antes a Manu para darle las gracias.

¿Vas a meterte a representante de detergente? – preguntó Ramón extrañado -.

¡No hombre! – inventé en el momento -; sólo es un almacenamiento temporal.

Llamé a Manu para darle las gracias, pero su terminal estaba fuera de cobertura, así que le dejé un mensaje para que me llamara:

«Churra velluda: los Simpsons ya están aquí. ¡Llama!».

2 – Cien por diez, mil

Todos se pusieron muy contentos, como si yo hubiese alquilado una discoteca, y querían bajar a ver el local.

¡Joder, hijos! – exclamé - ¿No podemos descansar un rato?

Se fueron luego a deshacer sus maletas y vino a verme muy callado Alex, se acercó a mí, me besó y dijo un poco dudoso:

Papá… Ese colchón que dicen que hay abajo

Sí, hijo – lo agarré por la cintura -, es el tuyo. El que estaba en el sótano.

Abrió la boca sorprendido.

¿Me vas a decir que te han dicho lo que hay dentro? – preguntó serio -; ¿o vas a decirme que te hace ilusión tener mi colchón?

Me incorporé asustado y lo abracé.

¡Hijo! ¿Sabes tú lo que hay dentro? ¿Te lo ha dicho alguien?

Me lo dijo mi papá Alexander – confesó -; se supone que no debería decirlo a nadie, pero ahora eres tú mi papá.

Y… ¿Qué te dijo que había? – pregunté con temor -; has dormido en ese colchón más de un año, ¿no?

Lo que hay en ese colchón es sólo para mí – respondió obediente -, pero me dijo que no debería abrirlo hasta que me encontrase muy solo.

No estás solo, precioso mío – le dije acariciándole los cabellos -, pero yo ya sé lo que hay.

¿Ah, sí? – dijo muy contento -; pues en los otros que hay arriba hay lo mismo, pero eso sólo lo sé yo.

Lo miré embobado y apreté sus manos: «¿Lo mismo? No puede ser».

Pues quien te haya dicho eso – aclaró -, debe ser un torpe. En los colchones de arriba hay lo mismo que en ese mío que estaba en el sótano.

¡Alex! ¿Qué dices? – me asusté - ¡Eso es imposible! No recuerdo cuántos había, pero creo que eran nueve ¿Estás seguro de que todos contienen lo mismo?

No – contestó indiferente -, es lo que me dijo papá Alexander.

Hice cuentas de memoria: quinientos millones por diez

¡Tengo que localizar a Manu! – exclamé -. Ve con Daniel y le ayudas. Iré a buscarlo a la comisaría. Te prometo, pequeño, que estaré aquí antes de comer.

En el sótano alquilado por Ramón había muchas cajas de detergente que, presuntamente, estaban llenas de dinero. El colchón de Alex estaba lleno de dinero. ¡Manu me había dicho que había más de quinientos millones de euros! Multiplicando eso por diez… casi me desmayo. De un hombre muy rico griego que no busca sino un lugar perdido y dejar todo a su hijo heredero podía esperarse de todo. Volví a llamar al móvil de Manu (¡Vamos, vamos, contesta!). Esta vez no me salió el mensaje de que el terminal estaba desconectado, pero no contestaba. Creí que el corazón se me iba a salir por la boca cuando descolgó:

¡Hombre, Tony! – saludó -; espero que no vengas muy cansado de tanto «trueno».

Déjate de bromas, Manu – le dije nervioso -. Me dijiste que había más de quinientos ahí abajo y que te habías quedado con un pico.

Bueno, verás… - pensó la respuesta -. No te mentí. Había más de quinientos y el pico era grande, pero te lo devolveré y tú me das lo que creas justo.

¡Un pico! – alcé la voz - ¿De cuánto es ese pico?

Bueno – dijo un poco apurado -; yo te dije que había más de quinientos ¿no? Y no te mentí. Había unos seiscientos cuarenta. Pensé que ciento cuarenta me resolverían la vida en caso de riesgo… pero tú decides.

Sí, yo decido, Manu – le dije con seriedad -. Te quedarás con lo que Alex crea conveniente y, supongo, puede ser más de esos ciento cuarenta.

¿Qué dices? – exclamó - ¿Estás loco?

No, Manu, escucha – no quise decir palabras comprometedoras -; te has traído ya las cajas de detergente y el colchón de Alex ¿No es así?

¡Pues claro! – contestó extrañado - ¡No te he mentido!

Lo sé – le grité -; sé que están ya ahí abajo y nadie sabe lo que hay excepto tú y yo, pero hay algo que quizá me ocultas.

¿Yo? – se sintió ofendido - ¿Cómo puedes pensar eso de mí?

No lo pienso exactamente – suavicé mi tono -, pero ¿has mirado los nueve colchones más que están en la troje?

¿Para qué? – me preguntó ingenuo -; son colchones para dormir.

¡Exacto! – le contesté -, para dormir era el colchón de Alex ¿Comprendes lo que intento decirte? El niño dice que los nueve colchones de arriba tienen dentro lo mismo que el suyo de abajo. Se lo dijo su padre Alexander.

¡Madre de Dios! – le temblaba la voz -; no te muevas de donde estás. Voy personalmente al molino a averiguarlo. A mí no me pueden decir nada por entrar allí. El inhibidor de frecuencias ya está desactivado. Te prometo que en cuanto entre en el edificio te iré narrando cosa por cosa; tal como las vea. Si es verdad lo que dices… ¡Joder! ¡Es muy difícil esconder eso!

Espero tu llamada dentro de unas horas – le dije -; no nos dejes esperando, por favor.

Salgo inmediatamente – concluyó -; no te muevas de ahí y responde tú al teléfono.

3 – La merienda de carne

Pedí a Daniel que llamase a la hamburguesería y pidiese todo aquello que los chavales quisiesen y algo para nosotros dos.

Necesito descansar, Daniel – le dije acariciándolo y besando lo en la intimidad -. Vamos a almorzar algo y dormiremos una siesta. Espero una llamada muy importante de Manu.

¿Pasa algo? – preguntó extrañado -; te noto muy nervioso.

Estoy nervioso, Daniel – le respondí sentándome en la cama -; necesito comer y descansar. Pide esa comida, durmamos la siesta y, cuando llame Manu, te contaré una historia que no vas a creer, pero necesito antes que Manu me confirme ciertas cosas. Ya sabes que yo no te oculto nada.

Vale, tío – me besó -, descansa un poco mientras llega el pedido. Luego dormiremos hasta que tú digas.

Aunque fue un almuerzo abundante para todos, yo procuré comer lo suficiente para poder descansar bien. Daniel me acompañó a la cama y les dijo a Alex y a Ramón que descansasen un poco. Cuando desperté, encontré a Daniel mirándome seriamente. Levantó su mano y acarició mi cabeza.

Has dormido profundamente, cielo – me dijo -; espero que ahora te sientas mejor.

Lo besé y le guiñé un ojo. Sonrió y me pellizcó los huevos.

¡Ehhh, no me hagas daño! – le dije riendo – ¡Mira que te pellizco fuerte donde yo me sé!

¡Muérdemela si quieres! – contestó -; eso significaría que has recuperado las fuerzas.

Me incorporé, tiré hacia debajo de sus calzoncillos y me encontré con su polla flácida. Acerqué mi boca y se la mordí con cuidado con los dientes.

¡Tío – exclamó -, no me dejes canco!

No te la como porque ahora mismo tiene poco que comer – le dije -; procura no empalmarte.

Se subió enseguida los calzoncillos y comenzó a acariciar mi polla.

¡Mi niño! – susurró - ¡No pensaba hacerte daño en los huevos!

No, no me lo has hecho – le dije -. De momento hay que esperar una llamada de Manu, pero cuando me diga lo que necesito saber, te voy a comer la polla; literalmente. Así que ve rezando, que mis dientes son afilados.

¡Qué mala leche tienes! – se dio la vuelta -. Me vas a hacer daño.

No, pero pienso hacerte una mamada que te haga gemir como si te estuvieran torturando en un torno – le mordí la oreja – y te dejaré tan seco que tendrás que beberte un buen vaso de leche entera. Después de eso, te daré algunas novedades que no vas a creer. Espero que las noticias de Manu sean buenas.

¿Pero qué rollo os traéis ahora Manu y tú? – se volvió muy serio - ¿No iréis a darme una sorpresa…?

Sí, te daremos una sorpresa – le dije -, pero no la que estás pensando. Yo, ahora mismo, estoy tan intrigado como tú. Esperemos a que llame.

Vale, tío – se levantó despacio -; voy a avisar a los chicos y tomaremos una merienda para esperar esa llamada.

Nos sentamos en el salón; hacía calor. Ramón y Alex estaban totalmente en pelotas, así que pensé que habrían estado «jugando» un poquito.

Papá – me dijo Alex -, con el calor que hace ¿por qué estáis vestidos?

¿Vestidos llamas a ir en calzoncillos? – exclamé riendo - ¡Vamos, Daniel! ¡Quítate tanta ropa, que hace calor! Pondré el aire un poco.

Aunque Daniel me miró un poco extrañado, se puso en pie y se quitó los calzoncillos. Yo me los quité también y volvimos a sentarnos.

¡Venga, chavales! – dije -, tenéis por delante una deliciosa merienda ¡A comer!

Ramón se echó a reír:

¿No te referirás a…?

Dejaos de bromas – les dije -, que espero una llamada importante y, si es tan buena como espero, os contaré una historia que no vais a creer.

Se miraron sorprendidos y sin hablar y Daniel comenzó a comerse un dulce de chocolate.

Así, pasamos bastante tiempo y, ya cerca de las ocho, sonó mi móvil.

Daniel y yo nos pusimos tensos. En la pantalla ponía «Manu».

4 – Histeria colectiva

Oye, tío – dijo Manu -, como te prometí acabo de llegar y estoy entrando en el molino ¿Qué hacéis?

Pues aquí merendando – le dije - ¿Por qué?

¿Te parece adecuado que Daniel y Alex oigan lo que hablamos? – preguntó - ¿O te retiras y luego cuentas lo que quieras?

Preferiría que me oyesen – le dije -, no voy a ocultarles nada.

Esto ya está un poco oscuro – dijo -, encenderé la linterna para subir las escaleras. ¡Joder, qué oscuro! ¡Ay, coño! A ver si doy con el sitio.

Recuerda, Manu – le advertí -, que la puerta que vale es la segunda; la encalada… si no la han cambiado otra vez

Ya estoy aquí – jadeaba -. Sí, sí, es la encalada. Da al pasillo. Entraré en la primera celda.

Entra en la primera de enfrente – puntualicé -.

Daniel y los chicos me miraban atónitos ¿Qué coño estaría yo haciendo?

¡Joder! – le oí gritar -, esto está como boca de lobo. Miraré como pueda.

Oí que entraba y algunos golpes. «¡Ay!» Me pareció que movía la litera.

Ya tengo el colchón en una mano y la navaja en la otra – dijo muy contento -; veamos esa sorpresa.

Volví a oír algunos ruidos y golpes «¡Leches!», pero intenté saber lo que hacía y no me respondió nada. Esperé un poco y hubo más ruidos. Lo primero que oí fue que jadeaba nervioso.

¡Tony, Tony! ¡Dios mío, no vas a creerlo! -.

¿Qué pasa? – le grité - ¡Aclárate!

¡El primero está lleno de billetes! – gritó - ¡Waaaaoooooo!

¡Sigue, sigue buscando! – le dije – ¡Son nueve!

¿Nueve qué? – preguntó Daniel sorprendido - ¡Jo, me va a dar algo!

Manu pasó a la celda siguiente y oí la misma operación y esperé un rato.

¡Tony, Tony! ¡Otro! – gritó - ¡Esto está lleno!

Me levanté mudo y me fui a la cocina a por un vaso de agua (Daniel, tráete un Valium, porfa). La conversación siguió así hasta comprobar que los nueve colchones estaban llenos de billetes.

¿Qué vas a hacer ahora? – le pregunté -; es tarde y eso pesa mucho.

No, no – respondió enseguida -, ya he dado aviso a una empresa de transportes. Ahora tengo que llamarlos y confirmarles que estén mañana aquí a primera hora. Supongo que llegarán allí entre las doce y la una del medio día. Yo tengo mi equipo y pasaré aquí esta noche.

Pues llámame al amanecer; cuando lleguen – le dije -. Quiero saber qué pasa.

¡Joder, tío, esto es increíble! – terminó -. Mañana te lo confirmo. ¡Ah! y compra champán para celebrarlo ¿eh?

Me eché a reír y colgué. Daniel, Ramón y Alex me miraban atónitos; sin saber qué estaba pasando.

Ahora viene lo bueno, chicos – les dije -; os contaré lo que pasa. Sentémonos en el sofá y escuchad atentamente.

Dimos todos un salto desnudos y nos sentamos en el sofá unos encima de otros.

¡Ehh! – les advertí -, de toqueteos nada ahora, que esto es muy importante.

Se echaron a reír y comencé por comentarles cómo Alexander, el padre de Alex, le había dejado una herencia muy grande al pequeño y que esa herencia era secreta. Nadie debería saber nada sobre eso. Alex me miró sorprendido.

Al principio – les dije -, creímos que el dinero estaba escondido en unas cajas. Había mucho, mucho; pero luego descubrimos que el colchón de Alex que estaba en el sótano del molino, estaba lleno de billetes.

¿Lleno de billetes? – preguntó Alex asustado - ¡He estado durmiendo en una cama de dinero!

Exacto, pequeño – lo besé con cariño -; allí dejó tu padre Alexander un sobre con su voluntad de que todo su dinero fuese para ti.

¿Y es mucho? – no podía imaginar la cantidad -; podríamos comprar algunas cosas nuevas.

Cuando Manu supo esto de la herencia – les dije con misterio -, contó el dinero. ¡Había unos seiscientos cuarenta!

¡Jo! – exclamó Ramón desilusionado -, con eso ni para una cena de lujo.

Espera, Ramón, espera – le tomé las manos -. Hablo de seiscientos cuarenta millones de euros.

Se levantó en silencio y fue a la cocina a por agua.

¡Joder! – exclamó Daniel -, ya podías haber traído una jarra para todos

Ramón se sentó en silencio y con la mirada perdida.

¡Eso es una barbaridad, Tony! – me dijo Daniel casi blanco - ¿No me dirás que esas cajas y ese colchón son los que están en el sótano?

Si no quieres no te lo digo, cariño – dije -, pero no tenía otro sitio donde esconderlo.

¡Waaaaaaaa! – exclamó Ramón -; es una fortuna imposible de gastar. Y yo he puesto algunas cajas en su sitio. Pensé que era detergente.

Eso parece – le acaricié la pierna -, pero sólo hay una capa. Debajo hay billetes. Y las investigaciones nos han llevado otra vez al molino. Manu ha llamado desde allí. No habréis entendido lo que yo decía, pero es que estaba buscando dentro de los otros nueve colchones. ¡Todos están llenos de billetes!

¡Mi madre! – dijo Ramón - ¿Y no os da miedo?

¡Es mío! – le aclaró Alex orgulloso -, y yo no tengo miedo.

Pues esto es para echar unos polvos, tíos – gritó contento Daniel - ¡Vamos todos a la cama!

Siiiiiiiii – se llenó la habitación de gritos - ¡A follar!

¿Pero estáis locos?