Delirios febriles

Un dia que me tuve que quedar en casa porque tenia 40 de fiebre, me sucedió algo extraordinario que nunca olvidaría.

Aquella noche de jueves llegué a tener hasta 39º de fiebre. Todo el cuerpo me dolía enormemente. A la mañana siguiente le dije a mi esposa, que naturalmente, no iría al trabajo. Tras avisarle a mi jefe de que no podría asistir, mi mujer se despidió de mí y se llevó a los niños al colegio y acto seguido se fué a su tienda que tenía a dos manzanas de donde vivimos.

Tenía mucho calor. Y para que me bajara un poco más la temperatura, me destapé un poco y me quité el pijama, quedándome así solamente en unos calconcillos tipo boxer de algodón bastante olgaditos. No tardé en quedarme dormido.

Pasaron unas 2 o 3 horas, creo yo, cuando oí las llaves en la puerta de entrada y observé que alguien entraba a la cocina con unas bolsas. ¡Qué raro es mi mujer! ¿A quién habrá dejado al cargo de la tienda?

Como noté una cierta mejoría, se me vinieron a la mente pensamientos que lograron subirme unos grados más mi cuerpo. Qué maravilla, los niños en el colegio, y mi mujer aquí, en casa... No tardó mi miembro en ponerse duro recordándome que llevaba una semana sin hacer sexo. Cuando mi mujer se dirigía hacia mi habitación, yo, pícaro de mí, me hice el dormido con el cuerpo hacia arriba y mi cabeza mirando hacia el otro lado. Mi polla palpitaba de deseo asomándose todo el glande por el lado de mis bóxers.

Se paró en la puerta durante un buen rato. Mi corazón bombeaba a una velocidad de vértigo imaginándome cómo estaría ella observando tal monumento.

Se acercó hasta mi mesita de noche dejándome una bandeja y se sentó en la cama, a mi lado... 1 segundo, 2, 3... 1 minuto... No sabía cuál era la respiración más profunda que había en la habitación, si la suya o la mía. Sentí su mano en mis pechos como para despertarme suavemente y me dio un beso en la frente a modo de madre. Posteriormente con un susurro me dijo: "Hola hijo, despiértate, que te tomes un poco de leche caliente con un bizcocho y una pastilla antigripal."

¿Hijo, leche, pastilla? ¡Esta voz no es la de mi mujer! Abrí los ojos, giré la cabeza y fingí todo lo que pude de que me estaba despertando. No era mi madre, ¡era mi suegra!

  • ¿Qué tal estás, hijo? - Me miraba con los ojos muy abiertos, con la mejilla sonrojada y con una tímida sonrisa adivinado que era consciente de tal hallazgo.

  • Mejor. He pasado una noche fatal - Balbuceaba, no sabía si tenía la cara roja de vergüenza o por la fiebre. Mientras, ella no paraba de mirar de reojo aquella zona abultada cuando veía que yo no la miraba, explicándola mi experiencia de la noche anterior.

  • Me ha llamado Celia y me ha pedido que te eche un ojo (y tanto, pienso yo) mientras que ella no está. Venga, tómate esto que se enfría - Acto seguido me acercó su mejilla a mi frente y exclamó - ¡Jesús qué caliente estás, ¿dónde tienes el termómetro?

  • En el cajón de abajo de mi mesita de noche - Tosí con fuerza. - ¡Oh cielos!

  • exclamé para mis adentros - No me acordaba de que hace un par de semanas nos regalamos por nuestro aniversario un lote de juegos amorosos (1 consolador, 1 clítoris de látex, unas plumas y unas cuantas cremas estimulantes) que pedimos por teléfono. - No déjalo no creo que haga falta.

  • Que sí, que sí, que te tengo que tomarte la temperatura. - Insistió.

He de aclarar, que mi suegra tiene 50 años bien cumplidos y que nos llevamos muy bien. Siempre hemos hablado abiertamente de todo tipo de temas sin ningún tapujo y que conoce cosas que jamás mi madre la hubiese contado. Mi suegra, siempre que viene a mi casa a echar una mano, se suele poner una bata de faena de manga corta para estar más cómoda. Era verano y hacía algo de calor, para colmo no llevaba la blusa debajo.

Pues muy bien, se agachó suavemente al cajón dejando un hueco de la solapa de su bata de tal forma que me dejaba ver buena parte de su voluptuoso pecho derecho y asomando una parte de su tornasolado pezón.

Temblaba de placer, no podía controlar las señales de mi débil cuerpo.

Ella abrió el cajón al máximo, echó un vistazo y como si tuviera un resorte acoplado a su espalda se irguió llevándose la mano tapándose la boca. Yo miré hacia otro lado. Mi suegra, volvió a inclinarse dejando de nuevo entrever todao su hermoso pecho. Comenzó a buscar, eso sí, muy detenidamente el termómetro. No dejaba escapar ningún detalle... Yo tampoco. Mi verga volvía a estar en acción. Un liquidillo de placer salía de mí.

  • Aquí está, ¡me ha costado encontrarlo! - Me miró percatándose de las amplias vistas que yo había descubierto. Estaba muy sonrojada. Mientras que agitaba el termómetro con firmeza, no paraba de mirar mi suplicante verga. - Te deberías tapar un poco, vas a coger frío. - Paró de agitar el termómetro y me dijo - Abre un poco la pierna - Levantó un poco una de las patas de mis calzoncillos y me lo dejó en la ingle izquierda y me tapó con mucha delicadeza.

Yo como buen hijo político, hice caso, sin rechistar, ante tal petición. Total, uno de los sitios donde se puede medir el calor es en esta respetable parte del cuerpo. En ese momento perdí el control de la situación, de mi cuerpo, de mi mente, de todo. Mis espasmos corporales (y no debidos a la fiebre) eran aún mayores.

  • ¡Jesús! Debes de estar muy malito - Una caricia suya recorrió toda mi cara
  • Veo que esta hijita mía no te cuida muy bien.

  • Últimamente hemos tenido mucho trabajo, y los niños están cada vez más revoltosos...

Miró la hora de su reloj y me levantó la sábana con la intención de coger el termómetro. Sin querer (o no) rozó dicho artilugio por todo mi mojado pene. Yo pegué un respingo y tosí fuertemente.

  • ¡Uy, perdón! veo que esto va a peor. - Opinó mientras miraba al trasluz la temperatura que tenía.

La situación para mí era cada vez más crítica. Mientras que ella levantaba el dispositivo en alto, yo podía discernir claramente, pero que muy claramente, dos descomunales pezones erectos. Guardó el termómetro en el cajón juntos con los otros dispositivos de amar.

  • 39 y medio... ¿Te unto un poco de Vip Vaporús? - Viendo que lo tenía encima de mi mesita de noche.

  • Vale - Afirmé sin hablar.

Me destapó, abrió el bote. Cogió un poco del balsámico ungüento. Y comenzó a hacerme las friegas de rigor.

  • A ver, incorpórate. Extendió buena parte por mi espalda, mientras agarraba cariñosamente mi mano, mirándome y sonriendo.

  • Ahora, échate - Después, pasó muy lentamente sus manos por mis pechos, insistiendo repetidamente por mis pezones. Yo no podía evitar jadear.

Cuando terminó, cerró el bote, me volvió a tapar rozándome lentamente las sábanas por todo mi cuerpo. Se levantó y se fue al baño a lavarse las manos.

Yo no hacía más que pensar en otra cosa para bajar tal tensión. Era la madre de mi mujer. Y yo las quiero mucho, a mi suegra como una segunda madre y a Celia, como esposa. Nunca la pondría los cuernos con nada más y nada menos que con mi suegra, aunque más de una vez hubiese fantaseado con ella en mis pensamientos nocturnos.

Volvió de nuevo a mi alcoba. De nuevo se sentó en mi cama. Abrió de nuevo el cajón de turno, pero, esta vez percibí que ¡no llevaba sujetador!

También se había quitado las medias negras que llevaba puestas. Tenía unas piernas algo gruesas, pero tersas, con algo de varices, pero a mí las imperfecciones me ponen mucho más que un cuerpo perfecto. Cuando levantó la mano, vi que no cogía el termómetro, si no la vagina de látex. La miró con mucha curiosidad.

  • ¿Y esto, para qué sirve? - Me preguntó con cierto tintineo.

  • Pu, pues, pa, para bajar algunas inflamaciones, todavía no lo hemos usado - No sé cómo me salieron esas palabras.

Ella, sonriente, activó el chocho de látex y comenzó a vibrar. No podía reprimir su risa. - Entonces, ¡qué mejor momento que este para hacerte una cura milagrosa!

Yo me tapé los ojos con mi brazo y me quedé mudo, dejándome abandonar a toda clase de suerte. Acto seguido, mi suegra me destapó, bajó mis calzoncillos yo la ayudé levantando un poco mis caderas dejando totalmente desamparada mi explosiva estaca. Untó el interior con un poco de vaselina que previamente calentó con sus manos y me la introdujo dentro. Al ritmo de mis jadeos, yo decidí introducir mis manos por su escote para acariciar ambos pechos. Me paraba especialmente en sus pezones, apretándolos dulcemente. Esto le gustaba, porque oía sus unos tenues gemidos. Más tarde, aproveché para llevar mi mano por su entrepierna. Ella no dudó en abrirlas. Tampoco tenía las bragas puestas. Tenía su coño tan, pero que tan húmedo que podía meter sin ningún problema tres de mis dedos. ¡Madre mía! ¡Qué pedazo de clítoris!, pero si casi era tan gordo como una haba. Me esmeré en frotar dicha zona, untandola de vez en cuando con sus propios jugos. ¡Cómo jadeaba la muy suegra!

No tardó en chorrear de orgasmo, poniéndo todo perdido y llenando la habitación con olor a sexo del 10. Casi igual o más que lo hacía mi mujer. Yo me corrí dentro de la vagina de látex. Mi polla no paraba de contraerse durante al menos un minuto.

De repente, me agarró la mano y me dijo: Me gustaría probar el consolador.

  • Ya sabes dónde está - Bromeé.

  • Sí pero quiero que tengas el honor de usarlo tú en mi chocho - Me llevó mi mano con el vibrador entre sus piernas y yo hice lo que pude.

Yo ya estaba apunto de estallar de nuevo, y mi señora suegra no dejaba de pegar grititos y moverse. No salía de mi asombro al ver qué profundidad de campo tenía esta mujer. Todo el vibrador estaba dentro de ella y yo ayudaba haciendo movimientos circulares. Me incorporé y me acerqué a lamerla el clítoris. Sus gritos, gemidos, y jadeos, provocaron que yo rompiera en grandes espasmos de placer, eyaculando como un animal. Segundos después, ella también llegó al orgasmo, tragándome todo su chorro como si de un maná se tratara. Nos quedamos unos diez minutos extasiados, sin hablar, acariciándonos y dirigiéndonos miradas de complicidad.

  • ¿Sabes? mi hija debe de estar muy orgullosa de ti.- Mi entras me limpiaba la polla de restos de mi semen - Tal vez tendré que proponer a tu suegro que compremos estas maravillas para ver si reavivamos nuestra pasión. ¿Por qué no harán más publicidad de estas cosas?

  • Esto más bien se vende por "el boca a oreja", bueno, en este caso por "El polla a coño" - Bromeé.

  • Estás mejor, la fiebre ya te ha bajado, duerme un poco. - me dió un dulce beso en mi boca impregnada de sus propios fluidos, se abrochó su bata y se fue al baño a recomponerse un poco.

Tan sólo treinta minutos después mi mujer llegaba, hablaron entre ellas un poco en el salón y oí a mi suegra decirla: "Ahora duerme, está mejor".

  • Muchas gracias, mamá. ¡Que sería de mí sin ti! Eres una enfermera de lujo - Afirmó inocentemente mi mujer.

Mi suegra se marchó, y Celia entró en mi habitación, me dio un beso de llegada, me desperté y se dio cuenta de que la sábana que me tapaba estaba muy mojada. Me metió mano en todo mi morcillón bulto.

  • Uf, pero bueno, ¿qué es esto? has debido de tener un sueño erótico, mientras dormías. Pobrecito mío, la fiebre te ha jugado una mala pasada.

Afirmé avergonzadamente.

  • Veo que te has tomado un poco de leche caliente con una pastilla - Observó mi mujer, cambiando un poco la conversación tensamente.

  • Sí, tu madre me lo trajo.

  • ¿Qué? ¿que mi madre ha estado aquí? ¡Pobrecito mío debes de haber estado delirando! ¡Si mi madre ha estado esta mañana haciéndose unas pruebas ginecológicas, en Madrid!

Yo no sabía lo que pasaba. ¿Había sido un sueño o realidad? Estaba aturdido. Pero sea una cosa u otra, tuvo un final muy febril.

Un beso de placer a tod@ aquel/lla que le haya excitado este relato.

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