Delirio

Una chica lleva a otra a su departamento y en medio del sexo ésta se entera del gran secreto de su amante...

Faltaban cinco minutos para llegar al apartamento. Ella estaba callada junto a mí, sentada a mi derecha mientras yo conducía el vehículo. De momentos aceleraba y cuando me daba cuenta bajaba la velocidad. Mi corazón latía. Iba a tener por primera vez relación con otra mujer. El deseo sobrepasaba todas mis expectativas. Dudaba si haría lo correcto.

Estacioné el carro y la miré. Ella me devolvió la miraba sonriendo.

-Bajemos-me indicó.

Abrí la puerta del carro con mano temblorosa. Me acerqué a la acera mientras ella se situaba a mi lado. Sentí que me miraba de arriba a bajo y mis mejillas se ruborizaron. Entramos al edificio y cruzamos el pasillo directo al ascensor.

Escuchaba el fuerte latir de mi pecho. Mi cuerpo se calentaba poco a poco mientras me imaginaba lo que iba a ocurrir. Ella se acercó a mí y yo me pegué contra la pared del elevador. Puso su brazo a mi lado apoyando la mano y con la otra, pasó sus dedos por mi cabello. Posó sus labios dulces, rosados y mojados en mi rostro mientras su rodilla se metía entre mis piernas y subía hasta hacer presión en mi vagina. Esa deliciosa manera de sentirme tan indefensa me excitaba. Le dejé saber que me gustaba lo que hacía cuando volteé mi rostro buscando sus labios. Los probé por tercera vez en la noche. Su lengua llenó mi boca y me besó con un apasionamiento que transgredía los límites de mi propio deseo. Anhelaba que esa mujer me poseyera y sabía que en pocos minutos estaría en la cama con ella, desnuda, abrazándonos y tocándonos.

El sonido que indicaba que habíamos llegado al piso correspondiente nos distrajo, sobresaltándonos. Salimos agarradas de la mano y la llevé hasta la puerta de mi apartamento. Abrí temblando. Entré y me volteé mirándola mientras le sonreía. Ella me devolvió la sonrisa. Era una mujer muy atractiva, guapa. Unos mechones rubios caían sobre su frente. Sus ojos eran grandes y de color miel. Tenía el rostro más bello que yo jamás había visto. Sólo verla me provocaba una mezcla de goce y angustia. Goce por la hermosura que mis ojos admiraban y angustia por no poderla tener cada vez que la observaba. Pero ahora sí la tenía y planeaba disfrutarla todo lo que pudiera.

Cerré la puerta mientras ella caminaba hacia el interior del apartamento. No pude evitar bajar la vista hasta su trasero. La falda que traía puesta me llamaba a indagar lo que había debajo.

-Muy acogedor-dijo refiriéndose al apartamento mientras sonreía.

Tenía una sonrisa muy bella, como toda ella. No puedo dejar de mencionar cuan hermosa era. Se paseó por la sala tocando el sofá con los bordes de sus dedos. Tomó un cojín y lo apretujó contra su pecho.

-Fina tela, muy suave-dijo.

-Como tu piel-contesté.

Me acerqué a su cuerpo y la abracé. Devolvió mi abrazo luego de sacar el cojín de entre nosotras. Deposité delicados besos en su cuello. Lamí su oreja y la repasé con mi lengua. Ella suspiró mientras sus manos descendían por mi cuerpo y me acariciaban. La besé por su mejilla hasta que nuestras bocas se reencontraron.

Era un deleite magnífico el sentir su lengua caliente penetrándome la boca. Me derretía en sus brazos como una niña hambrienta. La besé con el mismo apasionamiento que ella mostraba. Lamentablemente se separó de mi beso y de mi cuerpo. Tomó mis manos y se acercó a mi oreja.

-¿Dónde está tu habitación?-susurró provocándome escalofríos.

La llevé hasta mi cuarto. Estaba medio oscuro, sólo la luz de la luna lo iluminaba. Me tumbó en la cama boca arriba. Se echó a mi lado y con una mano abrió los botones de la camisa. Vio mis senos y cómo subían y bajan por mi agitada respiración. Lamió con delicadeza el pezón izquierdo. Lo succionó haciendo que se arrugara todo su derredor y endureciendo los pezones. Sentía la vagina caliente, palpitante y mojada. Agarró el otro pezón y lo paró provocándome oleadas de placer por todo el cuerpo. Me besó el pecho, el cuello y el lóbulo de mi oreja izquierda mientras su mano desabrochaba mis pantalones. Con los ojos entrecerrados y la boca media abierta, regalándole besos cada vez que se acercaba lo suficiente a mi boca, fui bajando los pantalones moviendo las caderas con la ayuda de mis torpes manos víctimas del temblor.

Cuando mis pantalones cayeron al piso, guíe su mano hasta mi vagina y comenzó a masturbarme a través de la ropa interior. Uno de sus dedos se movía arriba y abajo provocando que mi clítoris se endureciera, excitando mi cuerpo para que de mi vagina salieran los líquidos que me lubricarían para una posible penetración.

Dejó de atenderme con su boca y centró toda su atención en mis genitales. Jugó con el sobresalido clítoris y pasó la lengua sobre la ropa interior. Mis piernas estaban abiertas a más no poder para permitirle todo lo que quisiera con mi cuerpo. Sentí un fresco por esa área que me indicaba que había movido la tela hacia un lado y dejaba expuesta mi vagina. Con la mano libre acarició el clítoris nuevamente de lado a lado, luego de arriba a bajo. Volvió a pasar su lengua y jugó con la dureza que me provocaba tal placer que me hacía gemir. Se levantó un poco y me desnudó completamente de toda tela. Me abrió nuevamente las piernas y situó su cabeza en mi vagina, regalándome calor y humedad con su lengua. La introdujo hacia la vagina, repasó todo el interior, jugó con el clítoris mientras sus manos volvían a acariciar mis senos y a pellizcarme los pezones.

-Esto es como un sueño cumplido-susurré mientras gemía.

No podía pensar, ni analizar nada, sólo disfrutar de este momento exclusivo para mí.

Pasaron minutos en los que lo único que se escuchaba en la habitación eran mis gemidos y el sonido de su boca y su lengua. Parecía que el orgasmo estaba a punto de asomarse cuando sentí uno de sus dedos entrando en mi vagina. El placer fue tal que no quería esperar para agradecerle a ella todo lo que me estaba haciendo sentir. Las ansias que tenía por darle placer a ella eran inmensas.

Acaricié mis pezones mientras ella seguía jugando con mi clítoris y penetrándome ahora con dos de sus dedos. No pude evitar gritar mientras sentía el orgasmo, temblar sobre la cama y moverme sin control en lo que ese placer inundaba mi cuerpo. Todos los líquidos salían de mi interior. Ella se separó de mí sin dejar de acariciarme, sólo para ver mi rostro.

Pasó la mano por mi cuerpo y la subió hasta mi rostro para besarme, buscando obviamente jugueteo para ella. Yo estaba dispuesta a darle el mundo si eso quería. Nos entregamos en un profundo beso lleno de abrazos y paciencia. Su cuerpo se restregaba contra el mío y se movía contra mi rodilla ya que ésta tocaba su clítoris.

La miré, observé su rostro, sus ojos. Gotas de sudor bajaban por mi frente y sentía todo su cuerpo húmedo. Subí el rostro y la seguí besando ignorando el ruido de una cancioncilla que sonaba a lo lejos. Me le puse encima y froté mi vagina contra la suya. Deseaba penetrarla con lo que mi cuerpo ofrecía para ello.

La visión de nuestro amor debía ser excitante para cualquier espectador: dos mujeres desnudas enredadas mientras se provocaban placer y proferían su amor y excitación de forma callada pero apasionada.

Otras vez la cancioncilla a lo lejos. Traté de ignorarla, pero ella no. Paró de besarme y miró hacia un lado.

-Discúlpame-dijo, se levantó de la cama y salió de la habitación.

Me quedé sobre la cama por algunos minutos y cuando la impaciencia me inundó fui a buscarla. Estaba en la sala, de pie, media desnuda, sudada, hablando por el celular. Colgó, se arrodilló para alcanzar su bolso y se volteó hacia mí que la miraba apoyada contra el marco de la puerta.

-Tengo que irme-me informó.

-¿Ahora? ¿Justo ahora?-pregunté mientras una nostalgia me llenaba por dentro.

-Mi hijo está en el hospital. Se cayó y está herido.

-¿Te acompaño?-pregunté.

-No puedes. Mi marido fue quien llamó.

Me entraron unas ganas increíbles de llorar.

Ella fue hasta mi cuarto y buscó su camisa; era lo único que se había llegado a quitar y se la puso.

-Lo siento-dijo antes de irse.

Depositó un dulce beso en mi frente y se marchó. No sabía si quería que volviera a ocurrir, aunque me sentía en la deuda de devolverle el placer que me había brindado. De haber sabido que estaba casada jamás la hubiera invitado a mi casa.