Delirando a causa de nuestras profesiones...

Como nuestras respectivas profesiones, nos permitieron a esta pareja de fanáticos del sexo, cumplir nuestro sueño de ser amados por nuestros adorados amigos del reino animal.

Soy León C., de 28 años, nieto de Manuel C., uno de los más reputados y más poderosos ganaderos y exportadores de carnes del Uruguay, los que vivimos en una gran estancia ganadera y haras cerca de la frontera con Brasil.

Me recibí de Ingeniero Agrícola con especialidad en ganadería en la Universidad de Wisconsin en U.S.A. hace ya 2 años, y después obtube allí mismo un M.B. A. en reproducción artificial de vacunos y caballares.

Allí además me casé con Heather una americana de California, hija de madre argentina, que a sus 21 años terminaba sus estudios de Veterinaria en la misma Universidad.

Mi abuelo fue mi mentor, ya que mis padres fallecieron de un accidente aéreo en su camino a Europa para cerrar un negocio de mi abuelo, de exportación con Alemania hace ya 10 años.

Vivo con Heather en la casa de un predio cercano a la mansión de mi abuelo, donde hemos instalado una industria dedicada a la reproducción artificial de ganado y caballares, la que administro por encargo de mi abuelo y con su financiamiento, aprovechando mi especialización en la materia.

En los establos y las cuadras del predio, trabajan muy pocos ayudantes, todos muy seleccionados, antiguos y especializados en estas materias.

Aquí se produce y se envasa para el uso interno y la exportación, en recipientes especiales enfriados a 170ª bajo cero, el semen de los carísimos y seleccionados toros y potros de razas especializadas, para la fecundación de las hembras respectivas en muchos países del mundo y en el Uruguay.

La faena de la extracción del semen de los sementales es sumamente delicada y requiere de un trabajo cuidadosísimo del personal encargado y de este administrador, el que es secundado desde el punto de vista administrativo por mi esposa Heather, la cual además de esta actividad ha fundado aquí mismo una clínica para la curación y el cuidado de los perros y gatos que traen sus clientes para aprovechar y mejorar sus estudios.

Para este propósito se cuenta con más de 30 caniles y jaulas donde se cuidan los animales después de las operaciones y cuando tienen que ser internados, por lo que siempre existen animales de gran pedigree que están a su cuidado antes de devolverlos a sus propietarios.

Heather resultó ser una mujer de gran actividad y empuje que lleva su clínica con gran éxito médico y financieramente perfecto, por lo que los clientes abundan y pagan muy bien, para gran placer de mi abuelo que nos visita bien a menudo para supervisar nuestros negocios.

En nuestra vida matrimonial Heather resultó ser una mujer muy amorosa, agradable y cumplidora la que tiene para mi un solo defecto, el cual me complicó bastante la vida al cabo de un tiempo de convivir, y es que es insaciable sexualmente, lo cual fue magnífico en los primeros tiempos del matrimonio, pero que terminó por cansarme algo.

Me exigía que tuviéramos relaciones amorosas por lo menos dos veces al día, mañana y tarde y según supe después, en el intertanto ella se calmaba usando en los momentos más álgidos unos dildos vibrantes gigantes que tenía ocultos en la oficina y en la casa, su actividad sexual estaba casi al borde de la fiebre uterina.

Cuando ya me cansé de tanto juego amoroso, le dije que se las arreglara con sus dildos ya que yo solo podía una vez por día, por lo que ella me dijo que iba a ver como lo haría para no serme infiel con otro hombre, a lo cual yo solo me reí muy divertido de la idea.

Al poco tiempo me di cuenta que, además de los dildos de marras, había adiestrado a los perros nuestros en el arte amatorio, y que éstos gozaban de lo lindo lamiéndole el clítoris y la vulva.

Eso no me produjo ningún problema de celos, ya que comprendía que le era imprescindible el tener una actividad sexual más seguida, por esa obsesión tan fuerte que tenía que calmar su exacerbada sexualidad, de tal modo que no fuera una traición del corazón para mí, ya que eso es solo puro sexo, sin involucrase sentimentalmente con nadie, lo que nos dejaba tranquilos a ambos.

Por eso, en un momento de reposo después de una sesión amorosa, le dije que yo sabía que usaba los perros para que la lamieran la vulva y que eso no me importaba ya que no se involucraba sentimentalmente con ellos, y que aprobaba de todo corazón su modo de calmar su instinto sexual tan desarrollado.

Ella a su vez espoleada por mi franqueza, me confesó que también sus canes habían aprendido expertamente a poseerla con su extraño miembro, lo que le resultaba muy delicioso, porque el engrosamiento central es muy gordo y le frota muy fuerte el clítoris, ya que le entra y sale en cada movimiento, el cual es muy rápido y por mucho tiempo.

Y confesión tras confesión, me contó además que había descubierto en cierta ocasión en que uno de sus perros se equivocó de hoyo y se lo introdujo por el ano, que eso era mas fabuloso todavía ya que si bien le había dolido en un principio, ella podía retener ese pene de perro por su enorme ensanchamiento central, apretando su esfínter como le sucede a las hembras de perro, lo que le causa una sucesión de clímax casi interminable por un larguísimo rato. Todo lo cual me causó mucha curiosidad y me permití rogarle que me invitara a una de sus sesiones para ver tal cosa de cerca, se lo aprobé muy contento.

Yo por mi parte me dedicaba con mucho interés a obtener y conservar el semen de mis reproductores. Para ello el sistema era lo mas seguro posible y consistía para cada raza su usaba una firme estructura de concreto y madera, entre dos varas que guiaran al macho, con la forma posterior de una vaca ó yegua, forrada con una piel de ese animal, la que tenía el hoyo correspondiente y a la cual se le untaba en cada oportunidad un poco de la secreción de esa clase hembra en celo.

El semental mete su miembro por el hoyo y por el interior hay un tubo forrado en cuero muy blando y suave terminado en un embudo invertido y bien lubricado el que tiene la longitud suficiente para que solo asome unos 30 cm. por su extremo interno, la punta del miembro del macho, en ese extremo de coloca una probeta de vidrio también esterilizada la que contendrá el semen hasta que sea distribuido en varias otras probetas más delgadas con una dosis suficiente para la preñez de la hembra, todo lo cual se refrigera a 170ª bajo cero.

En cada eyaculación de un toro se juntan unos 200 cm3 de semen, el que sirve para unas 50 inseminaciones, a su vez las de un potro son mas menos unos 500 cm3 que sirven para preñar unas 50 yeguas.

Los toros se pueden vaciar una 10 a 15 veces al mes sin que le baje la densidad de los espermios, y los potros pueden hacerlo algo mas a menudo con igual condición, a pesar que eyaculan mucho más semen.

Heather presencia a menudo esta operación ya que ella lleva un control exacto de su frecuencia para impedir que baje la densidad de los gametos por un posible uso excesivo de un cierto semental, con lo cual se guarda cuidadosamente la calidad del producto ofrecido, y sucede que su líbido le jugó una mala pasada.

Una noche muy calurosa en que desperté a las 4 AM. Vi que ella no estaba a mi lado y al buscarla la encontré en el descargador de los potros, mirando el dispositivo sin el embudo de plástico final, tomando posición como si fuera ella la que iba a recibir el semen directamente desde la monstruosa punta, mientras se masturbaba frenéticamente, había despertado muy caliente y como yo dormía, había ido a ese lugar a hacer lo que había imaginado que sería una cosa nueva y muy deliciosa según imaginaba, mientras descargaba su libido super excitado por su calenturienta imaginación desbordante.

La pillé con las manos en la masa, o sea en su vulva, y sin miramiento alguno la eché al suelo y le di un polvo memorable en medio de sus chillidos de gozo, después del cual le prometí que iba a participar más en sus experimentos en adelante y que trataría de ayudarla en todos ellos sin que tuviera dificultad alguna en aceptar y aún aplaudir sus locas ideas, que le calman su desbordante libido.

En otras noches en que estabamos solos en el establo de los potros, la preparé muy bien para su estreno, primero, desnuda completamente en la tibieza de la noche la propiné un polvo de órdago sobre el tibio lecho de paja, el que recibió con verdaderos bramidos de felicidad y luego la empecé a preparar lentamente.

Primero le llené la vulva y el ano con vaselina entibiada y enseguida con un guante quirúrgico en la mano izquierda le comencé a meter primero mis dedos índice y del corazón, y luego el anular, girando en redondo en todo momento la mano para ensanchar su vulva, enseguida le entré el meñique y juntando el pulgar empecé a empujar lentamente la mano en punta girándola continuamente.

Hasta que suavemente se empezó a deslizar muy apretadamente hacia el interior de la vulva, mientras ella chillaba como posesa por el placer de los múltiples orgasmos que estaba sintiendo, luego cuando llegué a tener la muñeca apretada por su vulva, comencé a cerrar el puño y a bombear con él,

así ensanchado, causándole nuevos alaridos de placer y más orgasmos.

Enseguida retiré lentamente la mano empuñada girando el puño de continuo, hasta que al comenzar a salir, su placer empezó a convertirse en un dolor profundo que ella aceptó con felicidad resignada y apretando fuerte sus lindos dientes con quejidos y convulsiones de placer, acompañado de mucho dolor.

Al salir mi puño, su vulva estaba totalmente dilatada y un poco sangrante pero ella aguantaba feliz el dolor por la expectativa sensacional de ser por fin la mujer que recibiría ese pene fabuloso tan anhelado.

Mientras ella esperaba ansiosa, yo fui a la caballeriza a retirar a "Fogoso" uno de los más lindos potros que teníamos, un esbelto potro inglés de fina raza y pedigrí con una alzada de casi 2 metros, al cual llevé a la estructura para inseminación caballar la cual ya estaba perfumada con la exudación de una potranca en celo.

Fogoso, empezó a relinchar con ansias y tuve que retenerlo de las bridas, amarrándolas con un lazo deslizable cuyo extremo lo llevé tensado conmigo al irme al lado de mi mujer que tiritaba por su reprimida ansiedad.

La puse agachada, pero de pie, bien adosada al embudo y solté el lazo deslizante, no tardó en asomar el extremo del tremendo falo del potro y yo la tuve que sostener contra el embudo al comenzar a ingresar arrolladoramente en su palpitante vulva el formidable miembro del potro.

Ella se estremeció y palideció por el dolor insoportable al sentir que casi se le partía el cuerpo en dos, por ese gordísimo miembro que era aún más grueso que mi puño cerrado, y el que la llenaba tanto que parecía como si el mundo entero le estuviera entrando, por su túnel del amor atiborrado de vaselina.

Pero el bruto que había encontrado ese estuche apretadísimo para su miembro gigante, empezó rápidamente a bombear su miembro con violencia y a empujarlo a fondo en golpes que resonaban al empujar el firme armatoste de cemento y fierro y logrando refregar fuertemente la enorme cabezota de su vástago gigante dentro de esa, mi super sensual mujer.

Ella empezó a tolerar mejor el tremendo dolor que le causaba y sus delicados tejidos internos estirados al límite comenzaron a aceptar ese estiramiento a su máximo calmando lentamente y poco a poco su atroz sufrimiento, al mismo momento en que comenzaba a sentir intensamente la delicia que le causaba ese miembro que tan increíblemente le había invadido su mas íntimo espacio.

Su exacerbado libido comenzó a desencadenarle una serie interminable de sucesivos clímax, más poderosos de todos los había sentido jamás anteriormente al mismo momento en que su euforia sexual la hacía temblar y suspirar con ansias y luego le provocaba unos estertores convulsivos que culminaban en fuertes gritos de avasallador placer inenarrables.

Fue tanta la cantidad de clímax que tuvo, que las piernas le comenzaron a temblar y a flaquear, pero en ese instante el animal empezó a lanzarle en lo más profundo de su intimidad un verdadero río de chorro seminal.

Esos cálido jugos la rebalsaron de tal manera que con la presión interior que le causaba, salió disparada hacia delante sin que sus temblequeantes piernas fueran capaces de resistirla y cayó temblando al suelo, mientras la bestia que continuaba eyaculando su tibio y blanco semen, la bañaba de pies a cabeza con esos tibios jugos.

En el intertanto, yo que presenciaba ese tórrido espectáculo a un costado del suceso, me mantenía de pié con mi verga desnuda en la mano, atiesada al máximo por el exacerbante espectáculo y masturbándola con furia desatada lancé también mi semen sobre ella.

La dejé descansar derrengada sobre el suelo de mullida paja húmeda salpicada por el semen de ambos, y mientras es tanto, yo fui a dejar a su pesebrera al noble bruto que piafaba por el placer que había sentido al estuchar su gigantesco miembro en esa húmeda gruta tan estrecha, que le había causado el derramar todo su abundante semen de una sola vez.

Cuando regresé, ella ya estaba sentada en el suelo lamiendo golosa los restos del semen sobre su cuerpo con una sonrisa cansada en el rostro, completamente relajada y satisfecha al máximo del fabuloso momento de lujuria que le había proporcionado ese gigantesco pene de ese precioso equino su nuevo amante.

Todavía temblorosa, la ayudé a levantarse y a secarse los restos de la humedad del semen y entonces pude ver que por las piernas le corría un hilito de sangre que salía lentamente de su torturada vulva, por eso la tendí en una mesa vecina para ver la importancia del daño.

Pude ver como su vulva todavía estaba abierta completamente, por lo cual con mi linterna pude examinarla y ver que las paredes estaban rojas, pero que no había ninguna herida importante que sangrara profusamente, solo era cuestión de esperar que su cuerpo sanara las sangrantes excoriaciones causadas por el violento roce del gigantesco glande.

Ella me dijo que ya no le dolía casi nada y que esperaba repetir pronto esa inolvidable experiencia, ahora que su cuerpo se había adecuado para resistir sin grandes traumas ese maravilloso poste del amor de su nuevo amante, ya que esa enorme invasión le había causado el placer más fabuloso que nunca hubiera sentido, y le fascinaba esa cantidad increíble de semen que la había rebalsado completamente y le había permitido además beberlo con fruición.

Pero es sabido que el ser humano es el único ser de la creación en el cual la curiosidad es una conducta innata y recurrente, así es que al poco tiempo mi mujer me estaba pidiendo que la ayudara a satisfacer la curiosidad de lo que sería es tener una experiencia anal con el mismo bruto.

Ahora sabía muy bien lo que era el tenerlo dentro de la vagina, y como ambos orificios estaban muy próximos, ella creía que la experiencia anal sería más sensacional todavía, porque ella sabía que gozaba analmente mucho más que vaginalmente cuando teníamos sexo.

Y así influenciados por la curiosidad y el deseo casi insensato de ella y porqué no decirlo también mío, ambos empezamos a prepararnos para la prueba de fuego que significaba esa experiencia, eso si que en mi caso tenía que tener mucho mas cuidado ya que no había tenido mas experiencia que los consoladores gigantes con los que ella me había sodomizado anteriormente.

El mas grande que ambos habíamos usado antes era de PVC del diámetro de una botella de vino, o sea de 3 pulgadas de diámetro ( 75 mm), igual a 9,42" de contorno ( 24 cms.), juguete con el cual ambos habíamos gozado revolcándonos con cerdos en el barro.

Pero ahora el asunto era más serio, ya que si bien la cañería de PVC es rígida y el pene de potro es relativamente blando, no es menos cierto que no sabíamos cuanto era el máximo que podíamos recibir sin destrozarnos el esfínter del ano por la dilatación extrema a la que sería sometido.

El intestino es más elástico y es seguro que acepta bastante más diámetro que su esfínter, por lo que si no se rasga el músculo del esfínter anal, el intestino no tiene problemas hasta por lo menos 5" (13 cm.) en el diámetro y unas 12" (30 cms.) en la longitud, llegando al recodo, fin del recto.

De todos modos ambos, nos sometimos a unas pruebas graduales, entrándonos en el esfínter anal hasta 4" (10 cms.) algo que solo logramos después de muchas sesiones con consoladores cada vez un poco mayores,

gozando muchísimo y con un poco de dolor en cada reensanchamiento.

Por fin una tibia noche del último verano nos sentimos listos para la prueba de fuego, para la cual habíamos preparado dos armatostes en forma de yegua, uno enfrente del otro a una distancia tal que ambos quedábamos juntos y enfrentados, con la posibilidad de estar abrazados, al mismo tiempo que entre la dos barreras, antes de cada armatoste había unas puertas operables a distancia con el control de un alambre que llegaba al centro del pasillo, entre ambos armatostes, donde estaríamos nosotros.

Nos untamos mutuamente los orificios con mucha vaselina y después de encerrar entre las puertas a dos de los potros más bonitos, habiendo untado previamente con olor de yegua en celo los armatostes, nos pusimos en posición de pie contra el embudo y tirando de los extremos de los alambres esperamos ansiosos y bastante temerosos sendos penes gigantes.

Primero llegó el potro de mi mujer, la que gritó muy fuerte y me abrazó convulsivamente muy fuerte mientras sentía que su ano era invadido por el vigoroso ingreso del glande, dilatando su esfínter terriblemente y traspasándolo de un envión, quedando el pene entero dentro de su intestino.

En mi caso, distraído por la sensación de mi mujer, el golpe llegó intempestivamente unos segundos después y me dio un dolor tan espantoso que sentí como si me hubieran partido el cuerpo en dos pedazos, lo que me hizo gritar estentóreamente y casi me hizo desmayar, creí que me iba a morir del dolor tan atroz, pero mi mujer me abrazó con mucho cariño y me consoló en medio de mis sollozos tratando de calmarme.

Pero casi inmediatamente empecé a sentir que el dolor era substituido gradualmente por el comienzo de un placer sensacional que me subía dentro del cuerpo en oleadas cada vez más grandiosas y que terminó por hacer desaparecer todo vestigio de dolor, entonces comencé a gozar y a besar y a masturbar el clítoris de mi mujer que frente a mí, estaba ya gozando en pleno ardor el gigantesco pene de su potro.

Fue algo delirante, un placer sensacional, un gozo inenarrable, oleadas del placer más intenso que haya sentido jamás, y mientras besaba con frenesí a mi pareja, ella me tomaba el pene y lo masturbaba frenéticamente y ambos gritábamos a todo pulmón lanzando al viento la felicidad que nos aturdía.

Fue la noche más inolvidable de nuestras vidas y fue también el comienzo de un sinfín de placeres nocturnos en la compañía de nuestros animales, los que hemos seguido teniendo por muchos años de placer y felicidad mutua.