Delicioso y Prohibido I. La seducción de Juan

Mi hijo Juan me recriminó que era una amargada y que no encontraba pareja desde mi divorcio por que no había quien me aguantara. Yo le demostré todo lo contrario

Delicioso y Prohibido I. La seducción de Juan

Mi nombre es Sonia, tengo 36 años. La historia que les voy a contar empezó cuando todavía estaba casada con mi marido.

Una vez me contó que tenía la fantasía de verme manteniendo relaciones sexuales con nuestros dos hijos, Juan y Diego. Desde entonces tratamos ese tema a menudo. Hablamos tanto de ese tema que empecé a mentalizarme, y porque no confesarlo, a sentirme excitada cuando hablábamos del tema. Pero nunca fue más allá de una fantasía de mi marido.

Han pasado tres años y las cosas habían cambiado mucho. Mi marido se había ido con otra, y aquí estaba conviviendo con un hijo de 16 años, Juan,

y otro de quince, Diego.

Mi marido se había ido. Es cierto que me daba una buena pensión alimenticia; es cierto que me había dejado la casa y uno de los coches, (el más chico, pero más nuevo), pero intentaba, a mi modo de ver, robarme a mis hijos. Se los llevaba el fin de semana y las vacaciones y les proporcionaba cosas que yo no podía. A su nueva mujer empezaron a llamarla mamá, como a mí.

Por otro lado, yo me quedé destrozada sentimentalmente y entré en una depresión, y esa forma de estar no les podía atraer a mis hijos.

Un día entré en el cuarto de baño y dentro estaba Juan, desnudo, en la ducha. Se había dejado las cortinas de baño mal cerradas y pude verle el culo. Me pareció hermoso, me acordé de las fantasías sexuales de su padre, del morbo que me habían producido y cómo había tenido que quitármelas de la cabeza pro haberme parecido insanas. Hacía doce meses que me había divorciado y desde entonces no había tenido relaciones sexuales.

Estuve pensando toda la noche. No podía pensar acordándome del cuerpo masculino pero suave de Juan. Me imaginé como sería su miembro. Me excité y entonces me propuse morder la manzana prohibida, y hacer que él la mordiera.

Soy morena, no muy alta. Juan ahora me llega a la altura de la nariz. Tengo un cuerpo muy sensual, con las caderas anchas pero la cintura estrecha, unos pechos grandes rematados por unos pezones grandes y claros. Los muslos, como los hombros, son gorditos, pero luego se estrechan en los brazos, las muñecas u los tobillos. Mis manos y pies son cortos pero elegantes. Siempre llevo las uñas pintadas de rojo. Tengo un culo respingón y bien hecho. Soy de cabello oscuro con ligeros rizos que me caen más allá de los hombros, de boca grande y sensual, nariz respingona, ojos negros y cara redonda y creo que la gente me considera muy guapa, y muy sensual.

Juan y Diego son rubios y de ojos marrones claros como su padre. Los dos son muy delgados y no tienen realmente una figura atlética. No van a ser muy altos. Yo creo que son muy inteligentes y por supuesto, los más guapos del mundo. Juan no es muy estudioso, pero Diego sí. Los dos son unos ángeles de chicos y no me parecía nada bien que su padre los estuviera consintiendo y echándolos a perder.

La gota que colmó el vaso fue aquel domingo que me llamó mi marido para pedirme si podía devolverme a los chicos el lunes por la mañana, porque se lo estaban pasando muy bien. Lo había pedido otras veces y yo le ponía pegas, porque el lunes los chicos tenían que ir a la escuela. Él no los iba a dejar en el Instituto, y me los traía a casa, y para ello tenían que levantarse antes. Le dije que no porque luego pasaban todo el día atontados. Noté que se molestaba.

Cuando los chicos llegaron por el domingo por la noche, Juan estaba muy enfadado. Quise acercarme a él varias veces pero me rechazaba. Al final le pregunté de malas formas-

-¿Qué mierda te pasa, niño? ¿Qué pasa? ¿Qué te querías quedar esta noche con tu padre y venir mañana muerto de sueño? ¿Es que no ves que luego te pasas el día en el instituto atontado?-

Juan me miró con rabia y escupió unas palabras hirientes.- ¡A ti lo que te pasa es que estás amargada! ¡No has sido capaza de pasar de papá y buscarte una pareja como él y la estás pagando con nosotros! ¡Eres incapaz de pasarlo bien! ¡Papá te dejó porque eres una estrecha!

Cuando terminó de decir esto, puede ver en la cara que se estaba arrepintiendo y que se avergonzaba, pero el daño ya estaba hecho. Sabía que la culpa de todo la tenía mi marido, que había soltado todo aquello y se había explayado delante de ellos. No hablamos más que con monosílabos en lo que quedó del día.

La dureza de sus palabras me provocaron una sensación que mezclada con la imagen de su cuerpo joven en la ducha me martirizaron durante toda la noche. Recordé la fantasía de mi marido, la excitación que llegó a producirme la idea a mí también.

Bueno. ¿Juan se lo pasaba bien con él? Pues conmigo se lo iba a pasar mejor. ¿Yo era una estrecha mojigata incapaz de encontrar un macho? Ya le iba a demostrar al niñato de Juan

que no.

Y el idiota de mi ex se lo iba a perder.

Me tracé una línea de acción para seducir a Juan. Lo primero era llamar la atención

y despertar su interés.

El lunes por la mañana, fui a despertar a los chicos. Entré en el dormitorio de Juan y encendí la luz. Ya

estaba despierto, porque tiene un despertador. Juan se llevó una sorpresa cuando me vio aparecer en sujetador y bragas. Elegí un conjuntito atrevido.

Miraba la silueta de mi cuerpo, deslizando la mirada por mis pechos, las caderas. Me di la vuelta y me alejé moviendo las caderas provocativamente. Después fui a despertar a Diego con la bata puesta.

Durante el desayuno, me coloqué al lado de Juan, con la bata muy abierta por debajo. Separé la silla y lo observaba de reojo mientras me tomaba la tostada. Juan no le quitaba ojo a mis muslos. Estaba callado, absorto.

Cuando salió de casa le di un beso y se le iluminaron los ojos. Me convencí de que lo conseguiría. Esperaba que este tipo de acciones tuvieran el resultado deseado. Seguí realizándolas durante un par de semanas, hasta que se operó de la fimosis.

Quería seducir a Juan solamente, y no quería soliviantar a Diego, así que, cuando Diego salía a jugar a la calle, con sus amigos, o a casa de uno de ellos, comenzaba a exhibirme delante de Juan.

El martes fui a despertarle otra vez en ropa interior, pero esta vez me puse unas tangas. Me recreé subiendo las persianas.

Me incliné hacia delante, frente a su cara para darle un beso, algo que no hacía desde hacía años, para que pudiera ver bien el canal de mi pecho.

Durante el desayuno, tiré disimuladamente un poco de mermelada en mi muslo, y como tenía la tostada en una mano y el café en la otra y le pedí a Juan que me limpiara. Cogió una servilleta de papel y casi temblando la pasó por mi muslo.

Luego lo abracé por detrás. Abracé a los dos, para no herir la susceptibilidad de Diego, pero el abrazo fue muy diferente. Con Juan me froté; froté mis tetas contra su espalda.

Luego, después de clase, Diego iba a

recibir clases particulares. Lo apunté por que no se le dan bien y así tendría un rato a solas con Juan, además de los entrenamientos en el Instituto, porque a Diego le gusta el deporte. De esta forma, todos los días me quedaba, entre una cosa y otra, una hora y media a solas con Juan.

Después de comer me echaba la siesta. Siempre me la echaba vestida, con la ropa que llevaba pero comencé a hacerlo en ropa interior y camisón, mal tapada con una corta mantita. Me quedé despierta un rato a ver si Juan venía. No vino.

Me levanté y me paseé en ropa interior por delante de la tele. Me puse a buscar algo en los cajones del mueble, justo al lado de la tele. Me incliné y pensé en el efecto que aquello haría en Juan.

Me senté a su lado y dejé caer disimuladamente la tira del sostén. Para llamar su atención comentaba lo que decían en la tele. Juan me miraba a la cara, miraba mi cuerpo y se callaba. Me miraba de una forma que me excitaba.

El miércoles repetí más o menos la escenita del desayuno. Cuando se fueron al colegio quité el cerrojo del baño con la excusa de que se había roto.

Luego, cuando Diego se marchó a sus cosas, me eché la siesta. Esperé un rato despierta. Juan se asomó a mi dormitorio. Estuvo un rato mirándome. Me las apañé para que no pensara que estaba perdiendo el tiempo y retiré la manta disimuladamente y me subí el camisón. Me di la vuelta y le ofrecí la visión de mis nalgas, desnudas a ambos lados del tanga.

Cuando me levanté me paseé con una toallita hacia el baño. Le dije que me iba a duchar.

Cuando estaba en la ducha, le llamé para que me trajera del mueble un bote de champú nuevo, pues se había acabado el que estaba usando. La ducha tiene una mampara traslúcida. La abrí más de lo necesario para recoger el bote de champú que Juan me extendía, sin apartar la mirada de mi coño y mis pezones. Le sonreí, le di las gracias.

El jueves le obligué a entrar en el baño poniendo como excusa que quería que me dijera si tenía algo en la espalda. Me di la vuelta y le enseñé la espalda, y las nalgas. No encontró nada. No tenía ninguna berruguita rara que me había parecido.

-¡Espera!- Le dije -¡Alcánzame la toalla! – Y Juan fue a por la toalla que había dejado yo un poco lejos de mi mano a conciencia, -¡Ábrela!- La abrió y salí de la ducha desnuda y me arrojé a sus brazos, para que me arropara con la toalla.

Sentí su contacto y Juan debió de sentir el mío. Parecía que le había dado un chispazo, porque me soltó de golpe, pero le costó salir del baño.

-Este verano vamos a ir de vacaciones y me parece que voy a hacer top-less- Le dije-¿Qué te parece?- Juan meneó con la cabeza embobado diciendo que sí. -¿Tengo las tetas bonitas?- Se puso colorado, pero dijo que sí.

-A lo mejor debo ir a una playa nudista ¿Crees que haría el ridículo?- Sin articular palabra meneó la cabeza en sentido negativo. Le besé en la cara.

Me siguió como un perrito hasta el cuarto. Haciéndome la despistada tiré la toalla en el dormitorio y me puse a

mirar mis bragas. Me puse unas normalitas. Y me hice la sorprendida al mirarle, como si no supiera que estaba allí. Luego me puse el sujetador. Juan estaba boquiabierto.

Sabía que ya lo tenía en el bote pero necesitaba la excusa para pasar a lo siguiente. Me acordé que mi ex se había tenido que hacer la fimosis para poder tener relaciones, porque cuando se le bajaba la caperuza le dolía.

Así que el viernes, cuando nos quedamos a solas le pregunté –Oye Juan ¿Tú has tenido algún rollo con alguna chica?- Yo sabía que me iba a responder que no.

-Te lo digo porque tu padre

tuvo que operarse de fimosis. ¿No te has acostado con

alguna chica?-

-Mamá. No. Soy virgen, o célibe mejor dicho-

-Pero a ti ¿Se te baja bien la caperuza?-

-Es que…- Empezó a tartamudear.- Me cuesta un poco… Me tira-

Quise ser más incisiva, porque el tema ya me preocupaba como madre.- Cuando te masturbas ¿Te baja la caperuza?-

Juan se estaba poniendo incómodo.- Es que… me tira y me hace daño.-

Mira, vamos a que te vea el médico la semana que viene. No vaya a ser que tu estreno sea un desastre.- Luego me acerqué a él y persuasivamente comencé a quitarle el pantalón. Juan de buena gana se hubiera alejado. Lo normal es que me hubiera echado un exabrupto, pero yo estaba en bata, y eso pudo más que la vergüenza de adolescente.

Le saqué la picha de los calzoncillos. Todo era muy ecléctico. Comencé a tirar de la capucha hacia detrás mientras sostenía su miembro con los dedos de la otra mano. Juan no estaba cómodo. Le retrocedió.

-Pero Juan, cuando esta se ponga flamenca, cuando sufras una erección, esto te tiene que doler.-

Juan dijo que sí. De hecho, me sentí sumamente complacida al ver que su miembro crecía entre mis manos.- La semana que viene te llevo al médico.

Cuando vino el padre a recogerlos para pasar el fin de semana le comenté el tema y me dijo que estaba de acuerdo en todo, pero que en lugar de a la seguridad social, que eso iba a tardar unos meses, él estaba dispuesto a pagar la operación en una clínica privada, porque la operación no era tan cara.

Acompañé a Juan al especialista, y me llevé a Diego también. A los dos los operaron a la semana siguiente, uno detrás de otro. Hasta que se operó estuve en el mismo plan, luciéndome delante de él. Siempre me inventaba algo para hacerle entrar en el baño mientras me duchaba. Siempre me inventaba algo para que tocara mi cuerpo.

Un día le preguntaba si creía que las mujeres debían ir depiladas, totalmente depiladas, otro si le gustaba el color de las uñas de los pies que acababa de pintarme. Le ponía un par de tangas delante de las narices y le preguntaba qué color pensaba que iba mejor.

Me percaté de que cuando me acostaba la siesta, esperaba a que pareciera que estaba dormida y se quedaba mirándome. Y nunca lo pillé masturbándose, pero estaba claro que lo hacía, de noche, porque al sacar sus calzoncillos de la cesta de la ropa, podía ver la mancha y oler su semen seco.

Durante unos días, después de la operación, dejé tranquilo a Juan, por caridad, aunque estaba deseando tener su tesoro de nuevo entre mis dedos.

Entonces, dado que no era conveniente que se excitara hasta que no le cicatrizaran los puntos, me inventé un novio, para ponerle celoso y que no dejar caer en el olvido mi pretensión.

Cuando el viernes los recogió su padre, comencé a maquinar este nuevo plan. Al llegar el domingo, Juan se encontró una sorpresa en el

aseo pequeño al que le gusta ir a orinar. Un preservativo en el inodoro. Naturalmente, él no sabía que no estaba usado.

Luego, cogí el teléfono disimuladamente mientras él estaba orinando y me llamé al móvil. Cuando él salió, con la cara descompuesta comencé una conversación imaginaria con una de mis mejores amigas. –Ahí, chica; No sé. A mí me pareció muy simpático- Silencio

al otro lado del teléfono. -Sí, sí. Me trajo a casa, pero se quedó abajo…. No, no. Ya sé que se le veía lanzado, pero la primera noche…-

Toda la pseudo-conversación rondaba en torno a mi ligue imaginario, a que negaba que había lo que a todas luces había sucedido para Juan, y en torno a la posibilidad de quedar otro día.-Sí, sí. Me llamó esta tarde … es encantador, sí.-

Cuando colgué, Juan estaba preocupado. Era un golpe bajo. Le pregunté a los dos qué tal se lo habían pasado y como estaba su cosita de ahí abajo.

Me estuve inventando conversaciones sobre mi hipotético ligue hasta que les cicatrizaron los puntos a los chicos. Unas veces fingía hablar con mi amiga, otras veces fingía que era mi ligue el que me llamaba. Incluso Diego me preguntaba por él. Juan siempre se ponía muy serio y se metía en su cuarto y yo me divertía mucho haciéndole chinchar.

Cuando el especialista me había indicado, llevé a los dos chicos a que le mirara como estaba la cosa. Los metió tras un biombo y al cabo de un ratito dictaminó que las flautas de los dos chicos estaban listas para ser usadas y que sin duda, sonarían muy armoniosamente.

Les dije en el coche que no sabía si fiarme del médico. Al llegar a casa le dije a Diego que me enseñara el pito. Le dio un poco de vergüenza, pero me lo enseñó, y después de decirle unos cuantos piropos cariñosos, se lo metió en el pantalón. Lo hice en un momento en que Juan estaba en casa y para que se enterara. Por la tarde, cuando Diego se había marchado a su entrenamiento, me acerqué a Juan y le hice la misma proposición.

-Anda, Juan. Enséñame eso a ver cómo te ha quedado.-

Me había vestido para la ocasión. Llevaba unos leggins ajustados y un suéter escotado. Me había deshecho del sujetador para que Juan pudiera verme mejor las tetas. Juan se sacó el miembro. Nada más cogérselo con los dedos se le empezó a poner dura.

-¿Tú crees que funcionará bien?- Le dije mirándola fijamente. –Vamos a probar.- Y lo empujé ligeramente para que se sentara en el sillón. Me agaché delante de él. Me puse de rodillas.

Comencé a pasar la yema de mis dedos por su escroto, y luego deslicé la mano por el tallo de su pene, con suavidad. Recorrí su pene suavemente varias veces mientras lo sentía crecer, y yo sentía con ello, una gran excitación. –Parece que funciona bien, pero vamos a llegar hasta el final.-

Al oír esto, Juan suspiró. Me agaché y puse la cara en frente de su miembro. Le miré a la cara y abrí la boca. Antes de que se diera cuenta tenía su glande entre mis labios, y mi lengua empezó a estimular la parte de abajo del glande, como su padre me había enseñado a hacer unos años antes.

Le miraba a los ojos fijamente mientras mi boca recorría la parte superior de su pene, sujeto por mi mano en la base.

La sentía crecer. Juan no hacía nada por separarse. Estaba inmóvil, incrédulo. Le cogí la mano y la metí dentro de mi suéter. Sus dedos apretaron mi pecho y comenzaron a jugar con mi pezón. Sentí su otra mano en mi nuca, acariciando mi pelo.

Me afané entonces en hacerle una mamada fenomenal.

Tan pronto lamía con mi lengua todo su glande como me la metía entera hasta la base, y comenzaba a ordeñarle con la boca.

Juan estaba cada vez más tenso, más acelerado, hasta que en un momento dado susurró – ¡Me corro! – Aquello era un dulce quejido. Arqueó la cintura y recibí el primer chorro dentro de la boca. Me aparté para sacarla y me tiré sobre él. Lo abracé y sentí caer el semen caliente en el canal de mi pecho, y cómo se escurría hacia mi ombligo. Estuve abrazado a él hasta que terminó de vaciarse.

Me alcé sobre las rodillas y busqué su boca. Le di un beso apasionado, metiendo mi lengua entre sus labios entreabiertos. No sabía besas, pero ya le enseñaría yo.

Estuvimos un buen rato abrazados besándonos.

-Bueno, dije al fin. Parece que sí que funciona bien- Y luego, quitándome delante de él el suéter manchado le dije.- No le digas a Diego ni a nadie lo que has hecho.-

-¿Yo?- Respondió extrañado. No le respondí.

Esa noche me metí los dedos bien profundos en la vagina para masturbarme pensando en mi hijo.

Desde ese instante volví a comenzar con las provocaciones, de nuevo. De nuevo iba a su cuarto a despertarle en paños menores, de nuevo le llamaba al cuarto de baño mientras me duchaba. Era aún peor cuando Diego no estaba. Yo estaba segura de que Juan estaba deseando que le volviera a hacer una mamada, pero es muy tímido, y todavía no me había perdido el respeto como yo quería.

Así que el jueves, aprovechando que él estaba en la ducha, y que la puerta del baño no se podía cerrar, me desnudé antes de entrar, y cuando me vio entrar desnuda se le pusieron los ojos como dos farolillos. Fui directa a la ducha, moviendo las caderas y sonriéndole y mirándole pícaramente. Me metí en la ducha a su lado y le estreché contra la pared de mosaicos. Le besé en la boca largamente, con besos tiernos y apasionados mezclados y luego, fui agachándome dándole besos por su cuerpo de incipiente masculinidad hasta llegar a su pene, que estaba ya a medio gas.

Repetí la misma operación de su estreno. El agua me caía en la espalda. Metí la cabecita de su miembro en su boca después de haberla lamido cuidadosamente. Comencé a mover mi boca, pero quería algo más. Me puse de pie y lo saqué de la ducha. Lo llevé a mi dormitorio. Recorrimos el pasillo los dos desnudos y mojados. Lo eché sobre mi cama y me tendí a su lado.

Comencé a masturbarlo con mi mano mientras le besaba. Entonces él comenzó a acariciarme. Me cogió de la cintura y comenzó a acariciar también mis pechos.

Me puse de tal forma que mientras le masturbaba, mis tetas caían sobre su cara, y el empezó a mamar de mis pezones, como un niño chico.

Comencé a frotarme contra él. Volví a besarle mientras frotaba mis pechos contra su cuerpo delgado y mi sexo contra la parte alta de sus muslos. Él deslizó sus manos por mi cintura para cogerme fuertemente el culo. Volví a sentir que se tensaba y comencé a sentir en mis dedos la fuerza de su miembro sacudiendo el semen. Me tiré sobre él y comencé a frotar mis senos contra su vientre. Sentía su pene duro y rígido y el líquido caliente entre mis pechos, de nuevo.

Comencé a tocarme, mientras él se corría. Estaba muy excitada, así que me corrí, agitándome contra su cuerpo y susurrando su nombre. –¡Juan…Juan…Juan!-

Nos quedamos tumbados en la cama sin decir nada, abrazados. No sé lo que pensaba. Supongo que se debatía entre un mar de dudas, entre aceptar o rechazar aquella fruta tan deliciosa como prohibida, como yo misma había estado luchando durante mucho tiempo, hasta que la final el duendecito rojo pudo con el duendecito blanco.

La inminente llegada de Diego nos hizo volver a la realidad. Él a sus estudios, y yo a mis labores.

Al día siguiente, ya había yo decidido acabar con los disimulos si Diego no estaba. En cuanto Diego se marchó, fui en busca de Juan para comerle la boca. Estaba sentado, así que me senté en sus rodillas y lo abracé. Fue un muerdo lleno de ternura y pasión. –Tengo una sorpresa para ti.- Le dije

Lo cogí de la mano y lo llevé al dormitorio y me desnudé. Se quedó con la boca abierta al ver mi pubis desnudo, pero le tuve que coger la mano para que comenzara a acariciarme. Notaba la inexperiencia de sus manos, así que comencé a enseñarle lo que tenía que hacer. Le enseñe a separar mis labios para que me tocar el clítoris, que creció de tamaño con sólo sentir la yema de sus dedos. Le enseñé cómo meter el dedo suavemente en mi vagina, primero poco a poco, y luego cada vez más profundamente.

Me tumbé en la cama y ahora era Juan el que me besaba encima de mí, en la boca, en los pechos. Sus dedos comenzaron a meterse y sacarse.

-¡Ay Juan…sigue….Así- Le animaba.

  • ¡Ay… que me haces….Ay!- Le repetía para envalentonarle.

Sin que yo le dijera nada, noté que un segundo dedo recorría mi coño. Me abrí bien de piernas y me abandoné. Comenzó a frotarse con mi cuerpo mientras me masturbaba, y cómo su pene duro detrás de su ropa. Le desabroché la cremallera del pantalón y saqué de los calzoncillos el pene. Se lo cogí el pene y comencé a masturbarle con la mano también.

Los dos nos corrimos a la vez. Gemíamos. Yo susurraba su nombre, pero él no se atrevía a decirme mamá ni a susurrar el mío.

De nuevo nos quedamos abrazados.

Lo eché mucho de menos durante el fin de semana. No dejamos de estar conectados a través de diversos chat. No decíamos nada de lo que ocurría entre nosotros, pero me sentía enamorada de él, y yo creo que él

de mí. Cuando el domingo vino de regreso me preguntó si había quedado con ese amigo, le dije que no. Que no pensaba volver a quedar.

Estaba ya decidida a hacerlo. Cuando esa noche estimé que Diego ya dormía, me metí en su dormitorio. Le desperté sigilosamente y lo cogí de la mano para llevarlo al dormitorio. Yo sólo llevaba unas tangas. Lo llevé a mi dormitorio porque mi cama es más grande y porque está alejado del de Diego.

Cerré el pestillo de la puerta y nos abrazamos, recorriendo nuestro cuerpo mutuamente con las manos. Sentí sus manos apresando mis nalgas y estrechándome contra él. Sentí su

cuerpo en mi pecho y sus labios calientes y húmedos en mi hombro y en mi cuello. Busqué su boca y la encontré apasionada y con mucha hambre de la mía.

Nos acercamos a la cama y nos dejamos caer. Me tumbé

y abracé su cuerpo con mis piernas. Sentí su miembro llamando a mi puerta y lo cogí suavemente para que encontrara el pasillo de entrada, y noté que poco a poco, su ariete se hacía paso en mi vulva. Mientras, no dejábamos de besarnos. Sentía su cara suave para ser un hombre, sus manos delicadas comparadas con los hombres que me habían penetrado, una dulzura en las embestidas que vinieron cuando nos acoplamos que me parecieron lo más dulce y delicioso que podía sentir una mujer.

Juan se esforzaba en estar a la altura. Estaba segura que era su primera vez y yo quería obsequiarle con el polvo más maravilloso del que pudiera disfrutar un muchacho. Comencé a moverme suavemente, como si estuviéramos bailando los dos una canción lenta de una forma apasionada.

Me fijé en su cara mientras me embestía. Era para mí, el macho más hermoso que podía montar a una mujer. Tenía toda la dulzura con el que yo le miraba como hijo mío, y toda la cara de lascivia del hombre que sacia sus instintos.

Me iba excitando cada vez más, y cuando lo ví moverse fuera de sí, y sentí el semen caliente en mi interior me corrí. Le mordí el hombro con los labios y le hice un chupón en la clavícula. Quería dejarle claro que yo era suya, pero él era mío. Todo quien se lo viera en los próximos días le preguntarían que quién se lo había hecho, y él no podría decir a nadie que se lo había hecho su madre. Tenía que ser consciente de que era un secreto que debía guardar.

Desde ese día, Juan y yo no convertimos en amantes. Hacíamos el amor siempre que teníamos ocasión, y ya nunca más me llamó mi exmarido para preguntarme si podía traerme a los críos el lunes.

Pero esta historia, la historia con mis hijos continúa…

Helius1000@outlook.com