Deliciosa juventud.

Me encuentro feliz e ilusionado con mi nueva relación. Parece que Julia será la definitiva. Al menos eso creía, hasta que he conocido a su joven hija...

DELICIOSA JUVENTUD

A mis cuarenta años creí haber encontrado el amor. Guapa, atractiva, inteligente, de gran corazón y un buen trabajo. Era la antítesis de lo que fueron todas mis anteriores relaciones, y esta vez estuve casi seguro de que sería la definitiva. Si había que buscarle un pero era que ya tenía una hija, pero tampoco lo vi como un problema porque recién cumplidos los dieciocho se había emancipado para estudiar en la universidad. Entonces no lo vi, pero realmente sí fue un problema.

El amor, la pasión, las ganas de compartir la vida con otra persona afín, nos hizo liarnos la manta a la cabeza e irnos a vivir juntos a un pequeño apartamento de la costa almeriense. Todo salía a pedir de boca: ella era profesora y pidió un traslado; yo era escritor y podía permitirme el lujo de trabajar donde quisiera. Apenas dos meses saliendo y ya vivíamos juntos, y sin conocer aún en persona a su hija.

Aquella primera semana de convivencia fue maravillosa. Julia y yo no nos separábamos nada más que lo estrictamente necesario por razones de su trabajo. Recuerdo que esa semana lo hacíamos todos los días, y varias veces y en prácticamente cada rincón del apartamento. Es una auténtica diosa. Me encanta esa mujer: alta, esbelta, con unos pechos de considerable tamaño y muy firmes aún; e incluso adoro ese culito suyo aunque para mi gusto le falta ser algo más.

Era domingo cuando conocí a Davinia, la hija de Julia. Decidió hacer una escapada rápida desde Granada para ver a su madre y de paso conocerme, por supuesto. Noté que mi pareja estaba entusiasmada con ver a su niña porque aquella mañana, bien temprano, me desperté placenteramente al notar que me estaba haciendo una mamada impresionante. Abrí los ojos despacio y miré hacia abajo para ver como mi pene entraba y salía de aquella jugosa boca. Se me escapó un gemido de placer, señal que hizo que Julia se detuviese un instante al darse cuenta de que me había despertado. Deslizó su labios hacia arriba hasta sacar muy despacio mi pene y, con una sonrisa picarona y voz sensual, me dio los buenos días antes de continuar con la mamada.

Estaba a punto de correrme, tuve que coger su cabeza con mis manos para que dejase la tarea o aquello parecería un auténtico volcán de semen. No sirvió de nada, aquello no entraba en sus planes, no pude detenerla; al contrario, aumentó la velocidad con la que se metía y sacaba mi pene, abrazándolo a la vez con su lengua. No pude aguantar mas que unos pocos segundos más, un cosquilleo invadió todo mi cuerpo y comencé a dar espasmos mientras me iba vaciando en cada sacudida. Julia no se sacó mi pene, lo dejó dentro de su boca mientras con la lengua ayudaba a exprimir hasta la última gota de semen. Cuando se lo tragó todo y quedé rendido en la cama, retiró lentamente su boca y tras abrirla para mostrarme que no había dejado nada, me guiñó un ojo, me sonrió y me dijo:

—Buenos días, dormilón… Venga arriba, que en apenas media hora llega Davinia—espetó mientras se comenzaba a cambiar su pijama por la ropa de calle—. Hoy vamos a desayunar fuera. Invito yo.

—Buenos días, cariño—le contesté con una sonrisa y sin recuperar el aliento todavía—. Creo que tu hija debería venir más a menudo…

—Qué graciosillo… Me debes una, así que otra mañana te toca a ti despertarme de la misma manera…

—Tramposa—me incorporé mientras me desperezaba—. Venga, trato hecho. Te lo has ganado, cariño.

Poco después sonó el timbre y Julia abrió la puerta sin pensarlo dos veces y se fundió en un abrazo con su hija. Después de unos instantes se apartó y por fin pude a ver a su niña. Sorprendido se queda corto para definir cómo me quedé al ver a aquella chiquilla, porque parecía eso, una chiquilla. Era bastante más baja que su madre, con un cuerpo grácil y el pelo largo y moreno. Los ojos eran tan hermosos como los de Julia, aunque de un color verde mucho más claro. Sus pechos no eran gran cosa, la verdad, pero el tremendo escote del top de verano hacía que fuesen muy atractivos. Lo que sí me enamoró fueron sus anchas caderas, signo inequívoco de que debía tener un buen trasero; seguramente mejor incluso que el de su madre.

—Cariño, esta es mi pequeña—dijo Julia dirigiéndose a mí primero y señalándola a ella, y después hizo el gesto contrario—. Hija, este es Quique, mi amorcito.

—Hola, Davinia—saludé levantando levemente el brazo—. Tanto habla tu madre de ti que ya estaba impaciente por conocerte.

—Hola, Quique—contestó lanzándose literalmente sobre mí y abrazándose a mí por encima de mis hombros antes de darme un par de besos en las mejillas—. Vaya, mamá, no me habías dicho que era tan guapo en persona…

—Eh…sí—sonreí mientras la abrazaba por la cintura y le devolvía los dos besos—. Gracias por el cumplido. Ya veo que mientes tan bien como tu madre.

—Qué graciosillo estás hoy…—me dijo Julia a la vez que me daba suavemente con su puño en el hombro—. Venga, chicos, vámonos a desayunar, que estoy muerta de hambre.

Salí de casa pensando «Sí, ya, muerta de hambre, con el vaso de leche que te has bebido hace nada…» Me tiré caliente prácticamente toda la mañana, entre el recuerdo de la mamada al despertar y sin poder quitarle ojo a la hija de mi pareja. En cuanto pude me retrasé un poco para poder confirmar mi primera impresión, y comprobé que estaba totalmente en lo cierto: tenía un culo impresionante, respingón, bien redondo y bien marcado por los leggins. Por dentro me decía a mí mismo que no estaba bien, que dejara de mirarla, y es más, que dejara de pensar en hacerle de todo a aquella chiquilla, pero es que tenía algo que me atraía sin poder evitarlo. Era sensual hasta al hablar.

Pasamos todo el día los tres juntos, comiendo, bebiendo, paseando por el parque natural de Cabo de Gata, contando nuestras anécdotas, algunos secretos, y en definitiva, conociéndonos un poco más los tres. A la noche, cuando llegamos al apartamento, estábamos rendidos y no tardamos mucho en irnos a la cama. Al día siguiente era lunes: Julia tenía que ir a dar clases a primera hora, Davinia regresaba a la universidad, y yo tenía que seguir escribiendo mi próxima novela. Nos despedimos en el salón y nos fuimos a nuestros cuartos.

Estábamos cansados, sí, pero con el calentón que llevaba, no tuve más remedio que convencer a Julia para echar un polvo antes de dormir. No era difícil convencerla, tan solo había que darle los besos adecuados en el cuello, acariciar ciertas zonas de sus muslos, sus pechos, su trasero, para que se encendiera y me lo diese todo. He de reconocer que no duró mucho; entre lo caliente que iba y la prisa por descansar, fue más bien un polvo rápido. Quizás fue eso, pero sospecho que la razón de tanta calentura y tanta rapidez, en realidad fue por lo excitado que estaba de observar todo un día a la hija de Julia. No lo recuerdo, pero creo que hasta me corrí pensando en Davinia.

*   *   *

—Cariño… Tengo que irme a trabajar—Julia me susurró al oído mientras yo abría un ojo con esfuerzo—. Davinia se irá en un ratito, le he dicho que no haga ruido para que no te despierte. Escribe mucho, nos vemos a la hora del almuerzo.

—Vale, mi amor…—alcancé a balbucear mientras le daba un beso y pocos segundos antes de volver a dormirme profundamente.

Lo mejor de dormir solo es que tienes la cama solo para ti y puedes estirarte a tu antojo a lo largo y ancho de todo el colchón. Me giré y estiré mi brazo todo lo que pude, y no pude mucho porque topé con algo. Me sorprendí un poco, lo primero que pensé es que Julia aún no se había ido, pero al palpar con más atención noté que era un cuerpo, y no precisamente el de mi pareja. Aquel pecho que cabía en mi mano, aquel pequeño, duro y erecto pezón, no era de Julia. Abrí uno de mis ojos para cerciorarme de lo que pasaba por mi mente, y allí estaba Davinia, tumbada boca arriba, desnuda, con la cabeza ladeada mirándome fijamente a los ojos.

Iba a decirle algo, preguntarle que qué estaba haciendo ahí, que qué pretendía, que aquello no estaba bien, pero no pude, no sé la razón, pero no lo hice, me quedé en silencio, devolviéndole la mirada y jugando con su pezón entre mis dedos. Primero el más cercano a mí, después al más lejano, recorriendo con mi mano la piel que distanciaba un pecho de otro. Una piel suave, tersa, con algún lunar que sobresalía apenas un milímetro. Me aventuré a recorrer también su delicado cuello, a subir por su mejilla, a jugar con el lóbulo de su oreja y acabar enredando mis dedos en su sedoso cabello. Para entonces Davinia había cerrado los ojos, se mordía suavemente el labio inferior y dejaba escapar unos gemidos apenas perceptibles. Definitivamente, aquello no era correcto, los dos lo sabíamos, pero ninguno decía o hacía nada para evitarlo.

Acerqué mi cuerpo al suyo. Mi erección era ya descomunal y luchaba por escaparse de los bóxer con los que dormía. Lo notaba palpitante y deseoso de ser liberado en busca de su presa. Me pegué a la chiquilla hasta rozar mi piel con la suya, incorporé mi tronco a la altura precisa para dejar sus pezones al alcance de mi boca, y comencé a recorrerlos con la lengua, a dibujar su contorno con mi saliva, a saborearlos despacio, sin prisas, a succionar su areola con mi boca. Eran unos pechos pequeños, sí, pero me parecieron un manjar para privilegiados.

Sus gemidos subieron de volumen, podía escucharlos muy cerca de mi oído, y parecían animarme a que continuase. Lo hice, aumenté la dedicación a su pezón y di permiso a mi mano para que dejase de acariciar el otro pecho y comenzase a recorrer el camino que bajaría por su vientre, y tras hacer una breve parada en el piercing del ombligo, se deslizó por el monte de venus en busca de su objetivo. Sonreí al comprobar que era como su madre, a ambas les gustaba llevarlo bien rasurado, y por la suavidad que sentí en las yemas de mis dedos, aseguraría que le había dado un retoque aquella misma mañana, seguramente solo por y para mí.

Mis dedos encontraron su vulva sin problema, y subió aún más mi excitación al notar como se deslizaban con facilidad. Estaba tan mojada que me dejó claro que ella estaba tan excitada como yo en aquel momento. Cuando introduje mi dedo corazón en el estrecho agujero, noté cómo se arqueaba todo su cuerpo y echaba la cabeza hacia atrás para que pudiera besar su cuello con lujuria. Le metí otro dedo mientras con el pulgar iba jugando con su clítoris, su jadeo se hizo más ruidoso y más rápido, y cuando aumenté el ritmo de mis dedos y de mi lengua, se convulsionó en un orgasmo que le hizo cogerme del pelo con fuerza y besarme hambrienta de mi lengua.

De un empujón me tumbó en la cama dejándome boca arriba y sentándose en mi vientre, en el lugar justo que mi pene erecto se apoyaba entre sus nalgas, siguió besándome con pasión. Mis manos rodearon sus pechos, acariciando sus pezones, que continuaban tan duros como al principio. Deslizó su cuerpo hacia abajo, haciendo que mi pene se doblase un poco al pasar su sexo por encima de él, estando a punto de entrar en su cueva, aunque no lo permitió en ese momento. Al cuerpo le siguieron sus labios dando besos por mi pecho, por mi abdomen, y por mi vientre, hasta apoyar su barbilla en un pene que pedía a gritos perderse en la profundidad de esa boca. Por suerte, no se hizo de rogar, y dejó que entrara entero en su boca, hasta la garganta, justo hasta hacerlo desaparecer por completo. Comenzó a succionar despacio, a lamer desde la base del tronco hasta el glande, a hacerme derretir de placer. Apartó su melena para dejar que la mirase a los ojos, unos ojos cargados de lujuria y deseo mientras me la comía sin prisa pero sin pausa.

Faltaba poco para no poder aguantar más, y creo que Davinia se dio cuenta de ello porque se incorporó y fue subiendo su cuerpo poco a poco, como desandando el camino que había hecho al principio, pero en esta ocasión, en vez de sentarse en mi abdomen, siguió subiendo hasta poner frente a mi boca todo su sexo, colocando sus piernas bien abiertas a los lados de mi cabeza. El mensaje estaba claro, y no sería yo quien lo ignorase. Recorrí su abertura con mi lengua, separando sus labios vaginales y haciendo círculos sobre su clítoris. Saboreé los jugos que bañaban cada pliegue de su sexo y metí mi lengua hasta donde me fue posible. Ella se curvó hacia atrás apoyando sus manos en mi pecho y permitiendo que mis manos envolvieran y jugasen con sus pechos y pezones mientras me deleitaba con su sexo. Sentí su orgasmo en mis labios con toda su fuerza, y temblando dejó escapar un grito de placer que debió escucharse en todo el parque.

Se dejó caer un instante sobre mí, respirando aceleradamente, para a los pocos segundos bajar su pelvis hasta mi pene y metérselo sin miramientos y sin aviso ninguno. Noté una estrechez al principio que la hizo gemir, pero al momento ya estaba cabalgándome como una posesa. Sus movimientos eran acompasados y rítmicos, y mientras apoyaba sus manos en mi pecho yo la cogía de las caderas para intentar seguir el ritmo que marcaba. Tuve que hacer un esfuerzo titánico para no correrme cuando le llegó un nuevo orgasmo que la dejó tumbada sobre mi pecho con mi pene aún dentro de su ser.

Fui yo quién tuvo que sacar mi pene con un movimiento evasivo que hizo casi enfadarla, pero no le di apenas tiempo porque me escabullí de debajo de ella y tras levantarme a los pies de la cama, tiré de su cuerpo hasta el borde y la coloqué a cuatro patas, piernas bien abiertas, y rodillas, pechos y cabeza apoyados en el colchón. La imagen que se presentaba ante mí me hizo pensar que estaba teniendo un sueño, que algo bueno debía haber hecho en vida para haberme ganado aquel momento: tenía un culo respingón y unas caderas generosas. Y lo tenía frente a mí, y todo para mí. Parecía llamarme a gritos, y no dudé un segundo en metérsela entera y del tirón, haciéndola gemir de nuevo y comenzando los dos un vaivén de embestidas que nos invadieron de placer a ambos. Quise correrme a la vez que ella, pero me contuve para un último asalto, y crucé los dedos para que se me concediera ese deseo…

Saqué despacio mi pene bañado por sus jugos y comencé a restregarlo por su ano dejando bien claras mis intenciones y buscando una respuesta afirmativa por su parte, respuesta que llegó en forma de arquear aún más su espalda, abrir un poco más sus piernas y levantar el trasero. Entre sus jugos y los míos fui lubricando su estrecho ano ayudándome de dos de mis dedos, y cuando llegó el momento adecuado, saqué los dedos y apoyé la punta de mi miembro contra su agujero, empujando lentamente hasta que fue entrando poco a poco. Creo que sintió algo de dolor al principio porque se le escapó algún ay, pero al poco ya se había dilatado lo suficiente para que mis embestidas solo se transformaran en placer tanto para ella como par mí. Lo cierto es que no pude aguantar mucho en aquel estrecho lugar, y cuando creí intuir que le sobrevenía un nuevo orgasmo, descargué toda el semen que llevaba acumulado y que andaba deseoso de salir a borbotones. Recuerdo que vacié la mitad dentro de ella y el resto se esparció por su culo y su espalda cuando saqué mi miembro aún palpitante.

Davinia se dejó caer en la cama boca abajo y yo hice lo mismo pero boca arriba. Nos echamos una mirada de complicidad y sonreímos. No hubo ni una sola palabra. Me dio un beso, se levantó de la cama y salió de la habitación. Al poco oí la ducha, y tras unos minutos, asomó a la puerta perfectamente arreglada con un vestido corto y con el bolso al hombro. Nos quedamos mirándonos unos segundos.

—Me marcho ya para granada o llegaré tarde a clase—dijo sonriendo—. Me ha encantado conocerte, Quique. Creo que mi madre y tú hacéis una pareja genial. ¡Nos vemos!

Y así, sin más, desapareció de mi vista. Al escuchar cerrarse la puerta de casa me levanté de la cama y me asomé por las rendijas de la ventana. Davinia se alejaba por la calle contoneando sensualmente aquel hermoso culito hasta que giró una de las calles y dejé de verla. Me quedé solo de nuevo. Me invadieron sentimientos contradictorios: sentía remordimientos de conciencia… pero a la vez me sentía feliz...

Y así quedé: solo y erecto de nuevo...