Deliciosa Extorsión. Capítulo I

Mi historia con Paula, la practicante que se ganó un puesto y un buen sueldo a base de trabajo duro.

Soy un tipo de más de 40 años, casado, con hijos, dueño de mi propio negocio e inteligente… o al menos eso creía.

No hacía mucho tiempo que había logrado que inscribieran mi negocio en el programa de practicantes de una prestigiosa universidad de la ciudad, donde nos asignaban jóvenes para que realizaran sus prácticas a muy bajo costo, y que estaba representando un gran beneficio económico para nosotros.

En un año habían desfilado por la oficina alrededor de 10 chicas y chicos, algunos de ellos brillantes, otros que requerían mucha supervisión, y tal vez solo uno o dos con los que quisiéramos quedarnos de forma permanente.

Paula, una chica diseñadora gráfica, es sin duda una de las que pedí a mi equipo que intentara retener. Una chica de 20 años, de buena familia, inteligente, habilidosa, bonita y con una vida estable. Cuando revisé sus cuentas en redes sociales antes de contratarla me llamó la atención, pues a pesar de que en la entrevista la había sentido aniñada e inocente, tenía algunas fotografías públicas en donde aparecía en diminutos trajes de baño o poses un tanto sugerentes, y aunque siempre estaba acompañada de su novio, me parecía que no iba tan de acuerdo con los valores que decía tener. En fin, no le di más importancia de la que debía, pues los jóvenes requieren atención y con esas fotos la recibía en comentarios y likes.

En la práctica Paula resultó sobrepasar las expectativas, pues no solo era creativa, sino eficiente con tiempos y recursos. Muy pronto le pedí a su jefe que me la cediera para tomarla yo como aprendiz personal y poder darle un seguimiento de cerca para al final ofrecerle que se quedara en la empresa.

“Jefeciiiiiiiiitoooooo” llegaba un mensaje de WhatsApp cada mañana, seguido de una serie de resultados de pendientes que un día antes le había encargado. Todos impecables, así que cada que leía ese mensaje sentía una cierta emoción, porque aun que trabajaba casi siempre desde su casa, las conversaciones virtuales con esa niña se habían vuelto un bálsamo de juventud para mi.

Paula me pedía consejos profesionales, ayuda con sus tareas de la universidad, tips y, después de algunas semanas, consejos personales para mejorar la relación con su novio o con su padre, que cabe mencionar que apenas era 4 o 5 años mayor que yo.

“Jefecito miraaaaaaaa jijijij” decía el mensaje de aquella mañana de lunes. Cuando abrí la conversación me encontré con una foto de ella, tomada frente al espejo, vistiendo una playera de esas para andar en casa y debajo solamente ropa interior. Ella quería que viera un raspón que se había hecho en la pierna cerca de una nalga, pues un tema en común era que ambos nos gustaba la bicicleta de montaña. “Me caíiiiii” decía después de enviar la foto.

Ni siquiera vi el raspón. ¿Porqué me enviaba eso? Hacía zoom en la fotografía y lo único en lo que podía poner atención era en su piel, en su nalga derecha reflejada en ese espejo y cubierta por un breve calzoncito en tono rosado, que si bien no era muy diferente a verla en Instagram en traje de baño ¡era ropa interior y no un bikini!

Caray Paula, ten más cuidado, qué bueno que estás bien, le respondí, pero no pude detenerme ahí, y continué: Pero Paula, me estás mandando fotos en ropa interior jejejej, yo se que es para mostrarme el raspón, pero no es correcto. “Ay perdón jefecito, se me hizo fácil, pero ahorita la borro” me contestó.

Esa noche, cuando entré a la regadera en casa, tuve una erección pensando en esa fotografía, y terminé masturbándome pensando en una chica 20 años menor que yo.

Un día después comenzó a formarse una bola de nieve que no podría detener más.

Me siento muy mal por lo de ayer, me escribió Paula, lo consulté con la almohada y me di cuenta de que fui una estúpida, nunca debí enviarte una fotografía mía en calzones, eres un hombre casado y eres mi jefe.

La conforté un poco, le dije que no se preocupara, que todo seguía como siempre. Pero ella no paraba de auto flagelarse por lo que había hecho. Tanto, que llegué a pensar que perdería un gran elemento profesional en cualquier momento.

“Mándame una tú” me dijo después de unos minutos de silencio. ¿Perdón?, respondí, ¿Una qué? Una foto en ropa interior, y luego la borras, para no seguirme sintiendo mal por lo que hice.

En ese momento perdí la batalla.

Estando en casa antes de vestirme para regresar a la oficina por la tarde, su mensaje me hizo tener una tremenda erección que me nubló la razón. Fui hasta el espejo del vestidor, me puse unos boxers ajustados e hice exactamente lo que ella había hecho un día antes; agregando el texto a la fotografía: Solo lo hago para que veas que no pasa nada, todo seguirá igual que siempre. Esperé a que salieran las dos palomitas, y borré la foto.

Dos horas más tarde, Paula me envió un mensaje diciendo: Wow jefe, ya quisieran muchos chicos de 20 años tener las piernas y las (Emoji del durazno) que tienes tú. Gracias por haber hecho eso, me hizo sentir mucho mejor.

Cuando apenas comenzaba a sentirme tranquilo por la idiotez que había cometido, Paula envío el pantallazo que le tomó a su celular antes de que borrara yo la foto. Con mi teléfono, ni nombre y mi avatar a la vista, seguidos de una fotografía donde no se veía mi rostro, pero se veía el fondo  de mi vestidor, y mi cuerpo. Añadió el Emoji de la berenjena, haciendo alusión a que se alcanzaba a ver una parte de mi paquete en la imagen, y nadamás.

Esa tarde Paula, a pesar de que su trabajo era principalmente remoto, se presentó en la oficina y pasó a visitarme.

Me quedé helado cuando entró en mi oficina con una naturalidad y frialdad que le envidié. Me saludó, se sentó sin preguntar si podía, abrió su computadora y comenzó a mostrarme los diseños de los últimos folletos que le había solicitado.

Por cierto, se interrumpió a si misma, me gustaría ver si me pueden pagar un poco más, porque no me alcanza para darme mis gustos, me dijo mientras me mostraba fotografía por fotografía de los folletos en la pantalla de su computadora.

De pronto las fotografías de sus diseños se terminaron, y comenzó a mostrarme una galería de fotos de ella, en su habitación, vistiendo un sinfín de diferentes atuendos de ropa interior de todo tipo. Como verás jefe, me gusta mucho comprarme conjuntitos “cute”, pero son caros. ¿Te gustan?

En menos de 10 minutos, aquella estudiante de 6to semestre me había aplastado, obteniendo no solo su aumento, sino habiéndome dejado con la verga dura sin poder levantarme de mi escritorio mientras le miraba el culo al alejarse de mi oficina, y con el terror de que tenía en su poder un pantallazo donde yo le había enviado una foto impropia.

La siguiente semana fue una locura. Me enviaba los diseños por Whatsapp y “se le escapaba” una foto de las que me había mostrado. “Oops” decía, y continuaba hablando de otra cosa. Fue una diaria de lunes a viernes, y también una diaria la que yo, un hombre maduro e inteligente supuestamente, le dedicaba por las noches encerrado en el baño de mi habitación mientras mi mujer leía en nuestra cama.

El lunes siguiente se volvió a presentar en mi oficina y se sentó sin preguntar si podía. Vengo a agradecerte en persona, pues ya me llegó mi primer sueldo con el aumento, y ya me compré ropa el fin de semana.

Asentí con la cabeza pero no alcancé a emitir palabra alguna, pues Paula continuó diciendo que  también en agradecimiento le gustaría mostrarme la ropa, pero no en fotografía, sino en persona. Luego se levantó, se giró y mientras decía “te mando ubicación para hoy en la noche”, salió de mi oficina.

A las 6 en punto de la tarde, hora de salida, recibí mensaje de Paula con la dirección de un departamento en una zona exclusiva, mismo que al investigar supe que estaba en renta en AirBNB, y un escueto: 8 PM.

Fui corriendo a casa, me duché, le dije a mi mujer que tendría una cena de negocios, me puse ropa elegante y me fui.

La puerta del departamento estaba abierta y adentro se escuchaba música. Entré sigilosamente y mientras lo hacía escuché la voz de mi practicante pidiéndome que cerrara la puerta.

Cuando entré en la sala del departamento la vi. Estaba simplemente de pie mirándome, con una sencilla e inocente sonrisa en la boca, vistiendo un conjunto de ropa interior en color negro, con encaje y transparencias que me permitían ver sus pezones en la parte superior, y sus labios vaginales en la inferior.

Caí sentado en el sillón, helado, sin poder quitarle los ojos de encima, mientras ella comenzó a bailar suavemente al ritmo de la música.

El espectáculo no era ni cercano a lo que puedes ver en un salón de strippers, pero quien lo estaba dando hacía la diferencia. Ver aquellas blancas nalgas tan cerca de mi, sus tetas que tantas veces quise ver por entre la blusa saliéndose del ajustado bra y ese rosado par de respingados pezoncitos, me tenía bastante mal.

Se acercó a mi y me dijo en voz baja: Puedes masturbarte si quieres, está permitido… Hacía mucho que había perdido la batalla, así que nada podía humillarme más.

Me saqué la verga delante de mi empleada y comenzó a crecer entre mis manos. Ella la miró y les juro que su expresión fue de sorpresa, como si nunca hubiera visto una, pero ya no me tragaba sus mentiras.

Siguió bailando sin quitarle la vista a mi verga y yo comencé a masturbarme delante de ella.

De pronto ella se detuvo y comenzó a acercarse a mi, le quitó un segundo la vista a mi verga para mirarme a los ojos y decirme: nunca he visto a un hombre jalársela, ¿te puedo ver hasta que te vengas? Y se sentó a un lado mío llevando solo su ropa interior y su celular en la mano, como esperando ver si alguien la llamaba.

Esperó pacientemente y yo la obedecí. Me masturbé mirando sus tetas, sus piernas y su rostro. Me la jalé tan duro como cuando era un adolescente y me sentaba frente al televisor con una película porno, hasta que después de unos minutos, comencé a lanzar leche por todos lados, causando que mi practicante comenzara a festejar y aplaudir entre risas, como si estuviera viendo como su equipo favorito anotara un gol o la banda tocara su canción favorita en un concierto.

Al menos me ayudó a limpiar el desorden rápido para no dañar los muebles, y lo hizo con una tremenda sonrisa en la boca, una sonrisa de triunfo.  Cuando terminamos me pidió “ayuda” para pagar la renta del departamento y yo saqué mi cartera para darle 3 mil pesos.

Al día siguiente amanecí con 20 mensajes de Paula. Emojis de la berenjena y del agua salpicando, la carita que se le escurre la saliva y mensajitos como “me acuerdo y wooooow”…. Y al final, tres fotografías que había tomado mientras traía el celular en la mano sentada a un lado mío, en dos no se distinguía nada, pero en la tercera se veía mi cara con una expresión de enfermo sexual que ni yo mismo sabía que podía hacer.

Aquello cada vez era más complicado desde el punto de vista que fuera, pues no solo tenía imágenes que me comprometían, sino que había empezado con sexting sin importarle el día y la hora.

Acabo de masturbarme riquísimo, ¿sabes cómo? Pensando en como te la jalaste para mi aquel día. Decía un mensaje que recibí mientras comía con mi familia un domingo. Y luego un miércoles por la noche, mientras miraba TV con mi esposa, recibía un mensaje diciendo: Estoy tan húmeda que voy a tener que ir por la secadora de cabello para solucionarlo, o ¿Sabes tú de qué otra manera se me puede quitar? En fin, me tenía emproblemado hasta la nuca, pero hacía muchos años que no era tan feliz encerrándome en el baño a arrancarme la verga a jalones pensando en una muchachita como Paula.

Como cada lunes, Paula llegó a mi oficina para ver pendientes a las 9 de la mañana. Radiante, aun con el cabello mojado y con un aroma a cítricos que me puso a pelo sin siquiera mirarla. Se sentó en su silla de siempre, abrió su computadora, y en vez de mostrarme el diseño de los catálogos en los que estaba trabajando, había un colorido diseño con letras muy grandes que decía: TE QUIERO MASTURBAR, y acto seguido cerró su computadora.

Me miró con esa carita de inocencia y me dijo: te mando ubicación para hoy en la noche, pero en esta ocasión fue diferente, pues me armé de valor y le respondí que no, que no quería esperar hasta la noche.

Su expresión cambió. Por primera vez no estaba en control y no la dejé que me respondiera. Voy a bajar al estacionamiento del edificio, le dije, tu ya sabes cual es mi camioneta, te espero para que me hagas lo que me tengas que hacer en el asiento de atrás. Y estiré mi mano señalando hacia la puerta de mi oficina indicándole la salida.

Me subí a mi camioneta, que para suerte tiene vidrios polarizados, y me pasé al asiento trasero. Dos minutos después vi a Paula venir, caminando muy lentamente y mirando hacia todos lados. Se puso a un lado de mi camioneta y desde dentro le abrí la puerta.

La expresión de no tener todo bajo control seguía en su rostro, y eso me hacía feliz. Se sentó unos segundos junto a mi mirándome a los ojos y yo me limité a preguntarle si tenía que explicarle cómo hacer las cosas, ¿o ella sabía ya?

Me recargué y puse mis brazos detrás de mi cabeza. Paula miró un segundo mi entrepierna y luego llevó sus manos hasta ella. Me desabrochó el cinturón y luego el pantalón. Con mis piernas me apoyé para levantar las caderas y que ella pudiera tumbármelo, y así lo hizo, lo bajó hasta mis rodillas y se quedó unos segundos mirando mi flácido pene que descansaba hacia el lado izquierdo.

Nunca había visto un pito que no estuviera duro así en persona, dijo Paula en voz baja, y yo le creí. Le dije que lo agarrara para que se pusiera duro, y tan pronto puso su mano encima de él, mi pene se empezó a endurecer arrancándole unas risitas de emoción similares a las de cuando me vio eyacular.

Si la chica tenía experiencia previa sabía esconderlo a la perfección. Tocaba mi pene suavemente y luego lo apretaba como sintiendo qué tan duro estaba. Lo jalaba de arriba abajo moviendo el prepucio y miraba fijamente cada uno de sus movimientos. ¡Me tenía loco!

Poco a poco comenzó a tomar ritmo y a masturbarme como se debe. Se acercó un poco más a mi, y por momento hasta se recargó en mi hombro mientras con mano jugaba mi verga y observaba lo bien que estaba haciendo su trabajo. ¿Te gusta? Me preguntó con una vocecita inocente, y le respondí que sí, que no se detuviera.

Me entregué al momento que mi practicante me estaba regalando. Dejé escapar gemidos y frases trilladas, mientras ella me miraba por momentos y luego regresaba a su trabajo. Cuando más se me acercaba por momentos estuve tentado a intentar besarla, pero hubiera sido demasiado. Simplemente la dejé continuar y seguí dándole ánimos con frases de esas que escuchas en películas pornográficas, lo cual parecía gustarle, pues sonreía y le daba con más ganas.

¿En dónde los vas a aventar? Me preguntó apresurada cuando sintió que mi respiración se agitaba. Preguntar es gratis, así que no dudé en preguntarle si se los quería comer, a lo que de inmediato respondió que no, así que simplemente le dije que la apuntara hacia el asiento, y tan pronto lo hizo, dejé salir el primer chorro de leche que fue a parar hasta el descansabrazos de mi camioneta.

Lancé un grito de desahogo y ella me miró fijamente, luego acercó su rostro al mío y muy rápidamente me dio un pequeño beso en la mejilla, para luego sacar un bulto de papel de baño que traía en su bolso – chica previsora, pensé – y comenzar a limpiar mi auto mientras yo me subía los pantalones.

Regresé a mi oficina con una gran sonrisa en la boca, mientras ella esperaba su Uber en la banqueta.

El juego de “aquí no pasa nada” continuó, pues al día siguiente me envió diseños por Whatsapp para que los autorizara. Le di el visto bueno, y le pregunté si iría al día siguiente a la oficina. Ella respondió que no, que solo iba los lunes, y yo me limité a contestarle que los diseños los podía autorizar vía remota, pero había cosas que teníamos que ver en persona.

Las siguientes fueron las dos semanas más felices de mi vida – hasta ese momento – Recibí tratamiento personal cada lunes, miércoles y viernes; en mi camioneta, en la bodega de papelería o en el baño de mi privado. Los lunes y miércoles le daba 300 pesos para “ayudarse con el Uber”, y los viernes le daba mil, para que se comprara algo el fin de semana.

Ese viernes de la segunda semana, mientras yo estaba recargado con los brazos detrás de mi cabeza en el asiento trasero de mi camioneta, Paula se detuvo y me miró durante unos segundos con una expresión que no le había visto antes, una como de susto. ¿Pasa algo? Le pregunté, y sin responderme nada, se inclinó poco a poco y fue abriendo su boca en el camino hasta llegar a su destino.

Sentí mi verga empaparse con la saliva de Paula y luego una especie de chupetón mal dado para sacarla de su boca. Por un momento pareció que en realidad no sabía lo que estaba haciendo, pues miraba mi verga y luego la lamía, la besaba o le chupaba solo la cabeza, pero a la vuelta de unos cuantos segundos, tomó un ritmo aceptable y comenzó a comérsela mientras yo veía como su cabello se despeinaba y descansaba sobre mi cuerpo en cada movimiento.

¿Se dieron cuenta que hasta este momento yo no le había puesto una mano encima a mi practicante? Pues así era, y principalmente porque tenía un pavor enorme de que me denunciara de alguna forma, pero en ese momento decidí hacer una pequeña prueba.

Bajé una de mis manos y la puse sobre la espalda de Paula, suavemente, y esperé su reacción. No hubo reacción alguna, así que comencé a acariciarla suavemente desde el cuello hasta justo antes de sus nalgas, y su respiración se agitó.

Me acomodé mejor para que mi brazo tuviera un mayor alcance, y sin que un movimiento previo avisara lo que iba a hacer, puse mi mano sobre el culo de mi practicante y le di un apretón dejando que mis dedos entraran suavemente entre sus nalgas y sintiendo por primera vez un culo que al tacto era más firme de lo que imaginaba cuando lo veía.

Paula comenzó a respirar mucho más rápido de lo normal, a lanzar pequeños gemidos cuando se sacaba mi verga de la boca, y a comérsela con mucho mayor intensidad mientras yo la manoseaba por todos los lados que alcanzaba.

En pocos minutos sentí que empezaría a soltar la leche, y tuve la cortesía de avisárselo, diciendo en voz muy baja “estoy por venirme Pau”; pero ella no se detuvo. Recibió como una guerrera cada descarga dentro de su boca y los tragó a como pudo, pues al final fue muy poco lo que quedó escurriendo por mi verga cuando Paula se levantó.

Para ese momento mi vida sexual se había convertido una montaña rusa. El sexo con mi mujer estaba mejor que nunca, pues mis bríos me hacían recordar la aventura con Paula y ponerme juguetón con ella, lo cual no parecía disgustarle, así que a mis 43 años – cosa que jamás imaginé que pasaría – había días donde por la mañana Paula me descargaba, al mediodía yo me masturbaba pensando en ella, y por la noche montaba de lo lindo a mi mujer. Estaba exhausto, pero más feliz que nunca.

¿Qué si así siguieron las cosas? Pues no. Como habrán esperado, lo de Paula se volvió cada día mejor.

Habían cesado los mensajes de sexting, porque habían aumentado las visitas de Paula a mi oficina. “Se la chupé a mi novio”, me dijo un día cuando se sentó a revisar pendientes. ¿Y qué tal te fue? Respondí, seguido de una conversación donde mi practicante me dio santo y seña de como su noviecito se venía después de algunos segundos que terminaba con las risas de ambos y algunos consejos de mi parte para mejorar las experiencias de sus encuentros.

¿Tu novio te ha hecho un oral a ti? Le pregunté al final de una de las juntas un lunes. Y después de que me respondiera que no, le dije: Te mando ubicación para hoy por la noche.

No renté un AirBNB como ella. Preferí pedirle a uno de mis mejores amigos, quien estaba enterado de mi situación, su lujoso departamento de soltero.

Paula entró mirando a todos lados. Se sorprendió de la exquisita decoración, preguntó por cada uno de los cuadros de las paredes, y al final fue a la cocina para abrir el refrigerador y darse cuenta de que estaba lleno de cerveza y refrescos.

Te invité aquí para hacerte sentir tan bien como tú me haces sentir a mi, le dije. Los ojos de Paula se iluminaron y me preguntó cómo sería eso, a lo que respondí con la pregunta de ¿Quieres que te coma hasta que tengas un orgasmo?

Sin juegos previos, ni palabrería, Paula comenzó a desabrocharse el pantalón hasta que lo dejó caer en el piso. Luego, mientras caminaba de un lado a otro, se sacó el calzoncito y de una patada lo aventó para que cayera sobre un sillón.

¡Por fin pude verla como siempre quise! Aquel breve cuerpecito que siempre imaginé se paseaba frente a mi. Su firme culo, sus perfectos labios vaginales, y sus duras piernas me estaban llamando.

Tras varias vueltas al departamento ella tomó la decisión, se subió de un salto a la barra del bar, se colocó en el borde de la misma, y con una elasticidad que mi mujer jamás había logrado, abrió las piernas de par en par poniendo una en cada lado de la barra y dejando a la vista una húmeda y rosita raja que estaba lista para recibir mi lengua.

La recibí con una lamida casi desde su culo hasta la vulva, que le sacó un suspiro honesto que jamás le había escuchado. Y a partir de ese momento, la tomé firmemente de sus piernas y me comí su rajita a lamidas, chupetones y pequeñas penetraciones de lengua durante largos y largos minutos.

Los disfrutó ¡Si señor! Los años te dan la sabiduría para saber cuando una mujer finge, y esta no era una ocasión de esas. Entonces ese “nunca nadie me había hecho sentir así” que me dijo entre suspiros después de tener un tremendo orgasmo y casi ahogarme apretándome entre sus piernas, fue lo más creíble que había recibido de parte de Paula hasta el momento.

¿Sexo? Bueno, eso viene acompañado de otras tantas historias, que con gusto les contaré más adelante.