Delicias (3)

Cómo se va dando la participación inesperada con los otros miembros de la familia, además de una sensacional masturbada en público..., bueno, dentro de la oficina de un pendejo burócrata.

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DELICIA III

Querida, amada, mi miona amante tan lejana. ¿sabes que? Te soñé vaciando tu vejiga a través de las lindas jetitas de tu concha para depositar chorros ámbar en mi boca.... ¡tuve un fantástico orgasmo al despertar con solo recordar la miada tan cariñosa que diste sobre mi rostro!

Luego de saborear tu orina, y enviarte muchísimos besos y grandes mamadas, te comento los últimos acontecimientos que, en este cogerme a un escuincle, ha resultado, dice el dicho: "el que con niños se acuesta... que con su pan se lo coma" o lo que es lo mismo, puedes amanecer zurrado y miado, pero esto último, no como muestra de amor como sería recibir tu orina en mi boca, sino como un castigo, un reproche, una consecuencia de "acostarse con niños" Pues... te cuento el por qué de mis preocupaciones, no exentas de estimulación erótica:

Al salir de casa para ir al trabajo, casi en la puerta, me encontré a la linda hermanita de Goyo. Me veía con una mirada medio rara, como interrogante, tal vez hasta cierto enojo. Me sorprendió, y más percibir la mirada que, pensé en ese primero momento, no presagiaba nada bueno; verla allí, y luego dirigirse decidida a mi encuentro, me produjo desconcierto, una cierta incertidumbre.

Haciendo gala de "sangre fría" - muy difícil por supuesto, dado lo caliente que soy – sonreí, estiré la mano para saludarla; debía tomar el toro por los cuernos. "Buenas tardes", le dije. "Buenas..." respondió seca. "¿Qué haces?, ¿a dónde vas?, dije tratando de suavizar el encuentro, y otras posibilidades oscuras, no muy claras, pero sí, amenazantes. "Oye, ¿pos qué te trais con el Gregorio, el mocoso ese?", dijo con mirada dura y tono fuerte en la voz. Pálida, creo, tragué saliva. Mi Goyo cogelón ya había cometido una grave indiscreción, pensé. "No te entiendo. ¿qué pasa con Gregorio?", pregunté con mi más preclara ingenuidad. "Cómo que qué pasa, pos... ¡lo invitaste a tu casa...!" Me caí a un hondo pozo de angustia. Hice acopio de serenidad, y dije: "Pues sí, lo invité. ¿Es malo que lo invite? ¿te lo dijo Goyo?", tratando de establecer la traición de mi seducido. "No, para nada, ¿cómo crees? el Goyo no me dice nada de nada...? yo lo vi desde la ventana del carro: se metió a tu casa"

Respiré tranquila, hasta sonreí aliviada. "Bueno, pues sigo sin entenderte. Goyo aceptó mi invitación para ir a mi casa a tomarse una coca. Se la tomó rápido, y se fue a la escuela", ella no pudo haber visto más de lo ya expresado, iba camino de la escuela cuando se percató del ingreso de Goyo a mi casa. Insistí: "La verdad, no entiendo por qué estás así medio enojada porque invito a Goyo. ¿Me puedes explicar?" Ella suavizó un tanto la mirada, se acercó un poco, se quitó un hermoso mechón de pelo que le caía por delante de la cara cubriendo parcialmente el ojo derecho. "¿Quieres la verdad? Bueno, pos... la verdad, me cai bien gordo que le hagas caso al Goyo, es un mocoso, hasta lo invitas a tu casa, y a mí... ¡ni en cuenta!, y eso, es bien gacho, la verdad", dijo remolona, reclamando.

Ahora la sorpresa fue porque la niña se estaba poniendo en el terreno franco de los celos y la seducción. Mi concha se alebrestó, mis pezones acusaron recibo de la insinuación, mi corazón bailó de gusto, y mi boca dijo: "¡Caramba!, si tú no has querido ser mi amiga. Siempre trato de platicar y estar contigo, pero me dejas con las palabras en la boca. Conocí a Goyo porque tú no quisiste conocerme antes. Mira, no hay nada perdido, digo. Desde este momento estás oficialmente invitada a venir a mi casa cuando te dé la gana... nada más que yo esté, y serás, siempre, bienvenida. Si a Goyo le di coca, a ti te doy lo que tú quieras. Entonces, ¿amigas?", dije sonriendo feliz, estirando la mano para cerrar el pacto. Ella sonrió agradablemente, se limpió la palma de la mano en su vestido – frotó a la altura de las naranjas ya notables, para mi contento – y a su vez estiró la mano, al mismo tiempo decía: "Conste, en eso quedamos", luego, entonando la canción de moda, se fue brincando y moviendo las caderas ya bien formadas, atractivas hasta decir basta.

Yo respiré no solo aliviada, sino llena de esperanza. ¡La chica es un verdadero atractivo, un excelente, dulce estímulo para la seducción!, más de lo que fue mi agraciado y cogedor Goyo. No sé cuándo aparezca por mi casa; será esperada con una justificada inquietud de mi concha y mi boca, no digas mi lengua. Me fui al trabajo.

Llegué inquieta, caliente, sudorosa. Me puse el uniforme. Claro, solo la tela blanca. Me encanta enseñar mis manchas negras, por desgracia a su través. Éstas ansias exhibicionistas mantienen linda, bien jugosa, mi concha llena de ricos pelos; se ven de continuo con solo una incidencia benefactora de la luz; además, claro, del inmenso placer por ver y sentir mis pelos en cualquier momento si lo deseo. No sería lo mismo, creo, si tuviera la concha depilada, ¿qué opinas?; espero me envíes tus sabias opiniones respecto a las puchas peludas. Bueno, me fui a mi área de trabajo.

Empezaba a pasar visita a mis enfermos, cuando vino uno de los mensajeros de la dirección para decirme que debía presentarme con el director. "Otra chamba extra", pensé de inmediato; así fue.

  • Señorita Pérez, nos ha llegado una comunicación de las autoridades de la Secretaría de Salud; nos piden rendir un informe, verbal, de la comisión que usted dirigió hace algunos días. Le pido se presente, a la brevedad, con el Sr. X, platique con él. El señor se encuentra en... – Chingada madre, pensé, mira, mandarme a esas pendejadas luego de tan maravillosas cogidas. Pero bueno, trabajo es trabajo, y pagan por hacerlo, ni modo.

La secretaria me pasó de inmediato al despacho del Sr. X; yo, molesta, casi enojada y, lo peor, ¡bien seca!, entré.

Despacho amplio, con el mobiliario habitual de los burócratas. El Sr. no estaba solo, en una mesa, un tanto aislada, había varias personas, tal vez en una reunión de trabajo a las que son adictos estos tipos... bueno, el señor era un tipejo flaco, cara avinagrada, lentes, bigotito ramplón, vestido cual clásico yupie. Al verme, sonrió como hiena, apenas si se irguió sin levantarse del asiento, con una mano me indicó una silla frente a él, y dijo: "Debe ser usted la enviada por el Instituto para ¡rendirnos informe!, ¿no es así?", casi me ahogo de coraje, el tipo, burócrata altanero ponerse a decir eso. Asentí diplomática, pero pensé en hacer pasar un mal rato al tipejo.

Para empezar, puse los informes sobre la mesa; ya lo había rendido ante mis directivos, y dije: "Aquí tiene el informe", me vio con reproche; sonreí pensando, pensando... aparte mi vista del odioso, si no, en ese mismo momento estallo; soy una cabrona, la verdad. Al voltear, mi vista se fue hasta los "reunidos". Por debajo de la mesa, directamente ante mi mirada, y las únicas frente a mí, vi unas piernas femeninas desnudas... abiertas, así pasa cuando se está segura de no ser vista por nadie. Era un panorama avasallador, veía hasta las pantis rosadas de la susodicha. Me interesó. El hombre quién sabe cuántas cosas estaba diciendo mientras leía los papeles. Alcé la vista para ver el porte de la exhibicionista; un rostro simpático, tal vez bonito, con la mirada clavada en los documentos sobre el escritorio. Lo que en definitiva ganó mi admiración fue el largo pelo muy bien recortado, del cual se veía una buena parte; a ambos lados del rostro tenía la melena que casi arrastraba sobre la mesa de trabajo. Mi concha empezó a danzar con alegría, y mi pensamiento decidió el castigo del cabroncito prepotente atrás del escritorio al frente.

El estímulo de los muslos hermosos y las pantis rosadas, habían llegado para que mis ideas surgieran.

Sonreí por primera vez. Mi mano, ya decidida la operación, se fue a los botones superiores de mi uniforme, y empezó un lento desabotonar... al mismo tiempo mis hermosísimas piernas se descruzaban haciendo movimiento propiciatorios para el alza de mi falda. ¡Había decidido darle una sesión de exhibicionismo al pelafustán!

Cuando tuve medio uniforme desabrochado, dije algo para atraer la atención del pendejo, no se dignaba mirarme. Subió la mirada, y yo aparte la tela para que uno de mis incomparables senos escultóricos saliera a tomar el aire, a provocar al estúpido, estaba allí de prepotente mequetrefe. Hasta reparó en el asiento. Tragó saliva, subió la vista para ver a mis ojos, le sonreí cándida, lamiendo mis labios; enseguida bajé la vista para ponerla sobre mis muslos y los pelitos bien visibles disfrutaban por anticipado del bochorno del pendejo de enfrente.

La abultada manzana del cuello, subía y bajaba como escalera eléctrica en cualquier parte... entonces, ya lo tenía a mis pies – tenía que haber dicho o hecho algo en el primer momento; si no lo hizo, nunca lo haría. – una de mis manos fue a los senos para empezar esa caricia que tanto me gusta para empezar a calentarme cuando quiero masturbarme, claro, mi otra mano ya acariciaba mis muslos yendo y viniendo por la tersa superficie; mi concha agradecida se empezó a quitar la sed; acuérdate, estaba más seca que el desierto al medio día.

No obstante mi seguridad, volteé a la mesa de trabajo para asegurarme que yo estaba en la "intimidad", con el mierda del bigotito estrafalario. Cuál no sería mi sorpresa al ver que la chica de los muslos bellos y desnudos, me veía con la boca abierta; claro, mis senos, como los muslos y las pantis de ella, eran bien visibles; la distancia que nos separaba eran, cuando mucho, unos metros. Bueno, ¡me fui al cielo!, la verdad. Es que ahora sí que tenía un buen estímulo para el orgasmo.

Al principio de mis maniobras ofensivas, no pensé en darme dedo hasta el final, masturbarme... pero no hasta llegarle al orgasmo; solo quería que el estúpido varón sufriera, y sufriera por desear mis bellísimas cosas, mi pucha en particular, y no poder hacer nada para tenerlas; ese debía ser su castigo.

Bueno, a partir de ese momento, me acaricié en honor de la bella de allá que ya sonreía; tal vez entendió mis maléficas intenciones. Veía insistente a los tontos compañeros en la mesa tratando de protegerme de la miradas de mirones indeseables. Bueno, para qué te cuento, fue algo celestial. El cuate del estúpido bigotito, verdadero oligofrénico, veía cómo mis manos iban y venían por todos mis encantos – a estas alturas, mi falda ya estaba en la cintura – sin apartar la mirada, sin decir nada, respirando agitado, apretando los puños.

Era un pendejo, nunca pensó en masturbarse para darme en la madre en mis malsanos propósitos. En cambio mi mirona del siglo, con discreción, haciendo movimientos bien perceptibles por mí, hizo subir su faldita y una de sus manos, titubeante, bajó para ponerse a acariciar los muslos iniciando, también, su masturbada. Yo me lamía los labios en su beneficio, y le sonreía al mismo tiempo, con la mirada y ligeros movimientos de mi cabeza, le indicaba seguir, y me acompañara en la ventura de darnos dedo en público; bueno, cuando menos ante una sarta de pendejos que estaban allí en Babia. Es claro, no necesitaba de indicaciones, estaba bien caliente, bien excitada al ver los avances de mis caricias y los suspiros que ya lanzaba al aire aun bajo el riesgo de llamar la atención en demasía. Abrí a totalidad los muslos haciendo una ligera rotación, muy ligera, para que mi dama mirona viera mejor, sin dejar que la fabulosa visión se fuera de los ojos del pendejo.

Deseaba masturbarme solamente para ella, pero no era posible dejar al idiota reaccionar y armara un gran pedo – esta palabra significa conflicto, problema, o connotaciones similares – estuvo bien calculado, la marcha de los estímulos en mi clítoris soberano fueron sensacionales, mi placer subía y bajaba, de la escultural chichita al clítoris y de este a los senitos de regreso. ¡Colosal masturbada, amorcito!.

Mi excitación y disfrute se hicieron fantásticos cuando vi que la mano de mi competidora bajó a los muslos abiertos al máximo como los míos, luego apartaba las pantis – ves, una buena razón para nunca usar esas pendejadas – metió los dedos en su coño peludo, lo imaginé inundado, derramándose.

Hice un esfuerzo supremo para acallar mis gritos orgásmicos, y lo mismo hizo mi interlocutora, pero de que llegó al orgasmo tuve la certidumbre porque su mano, tal ágil como la mía, moviéndose a mil por hora, de un momento a otro la mano se aquietó poco a poco hasta quedar estacionada cubriendo la gran concha, y los muslos se apretaron para retener la mano en el calorcito del chocho masturbado. El rostro serio, solo sus dientes mordían el labio inferior de una cachonda manera, ese estímulo acabó por desencadenar mis estremecimientos del orgasmo fenomenal que ya estaba teniendo.

De reojo vi, el pobre pendejo que estaba de mirón involuntario, bueno, no tanto, pudo irse, pero se quedó el muy cabrón, también fruncía el hocico, hasta la madre de caliente, creo y no creo que haya llegado a la franca eyaculación, era un verdadero oligofrénico.

Cuando la chica empezó a cerrar los muslos y a regresar la mano a la mesa, su sonrisa fue una invitación, la verdad. Entonces, era tiempo, pensé, debía irme con premura; era parte del plan inicial. Digo, era una forma sádica para dejar al pendejo, como pendejo al cubo. Muy seria, viéndolo a los ojos, sonriendo sarcástica, burlona, suspirando ostensiblemente, me chupé los dedos como culminación del espectáculo. Enseguida, inicié el abotonado de mi uniforme, cerré los muslos, jalé mi hermosa faldita, y dije:

"Bien señor, creo que ha terminado de revisar los informes. Debo regresar a mis labores, si usted no tiene ningún inconveniente. Por otra parte, hoy mismo le haré llegar copias de los documentos que "con tanta atención examinó" por tanto tiempo. Gracias por su atención, espero no tenga ningún incidente desagradable esta tarde", dije muy seria y muy, pero muy sarcástica.

Sin esperar respuesta, inicié la recopilación de mis documentos, los puse en su carpeta, lo miré furiosa – me reía dentro de mí – le saqué la lengua y le hice el clásico gesto infantil que pretende ofender a otros escuincles.

Estaba pasmado, turulato, viendo sin ver, escuchando sin oír. Acomodé mi faldita y, decidida, me encaminé a la mesa de trabajo. Tenía que dar la vuelta para llegar hasta donde estaba mi competidora en el concurso de la mejor masturbada semiclandestina del año nuevo, me acerqué.

Ella me veía entre asustada y asombrada. Mi sonrisa era angelical, y mis pasos lúbricos. Me incliné para poder susurrarle al oído: "Gracias, querida, estuviste sensacional... ", y, en voz normal, dije: "Me ha encantado conocerla. Me llamo Linda y espero su llamada... aquí tiene mi tarjeta donde está mi número telefónico. Gracias por todo", y me di la vuelta moviendo cadenciosa y cachondamente mis nalgas para que ella las mirara en directo y por primera vez y, tal vez, pensara en que no podía perderse de acariciar tan monumentales nalguitas. Mis jugos me recordaban el placer al frotarse mis muslos en los vaivenes de mis caderas. Al salir, vi al pendejo: continuaba con los ojos prendidos de mis preciosidades.

No sé qué vaya a pasar, ni lo que el tipo intente; pero, ya fuera de la oficina, será la palabra de él contra la mía, y yo tengo la prioridad para acusarlo de "acoso sexual", además, tengo un increíble e irrefutable testiga, mi admirada masturbadora, casi me gana en la competencia, je, je, je, ¡fue fantástico, querida!

De cualquier forma, mi pucha, mi grandiosa y caliente concha, necesitaba de más... caricias, pero ya no... las mías. Por eso, al llegar, rápidamente informé a mi director de misión cumplida riendo como orate recordando la "misión", y me apresuré a volver a mis dominios.

Allí encontraría a Jovita, una enfermera que está por jubilarse, madura pues, le encanta meterme la lengua; Jovita tiene esa afición... ¡y solo esa afición!, no le gusta que se la mamen, tampoco coger con los machos!, ¿tú crees? Bueno, pues en cuanto llegué y la vi, le hice una seña, ella la conoce a la perfección, y me acompañó al cuarto de control de medicamentos. Cerró la puerta a su espalda ya con la lengua de fuera, gozando por anticipado la gran mamada, me la dio hasta dejarme casi satisfecha, y digo casi, porque es difícil para mí decir ¡ya no quiero!, pero la verdad, mi Jovita mama como las merititas ángelas. Y más, esa tarde me metió dos dedos en la concha y uno, muy largo, en el culo. ¡Me sorprendió, no le conocía esa afición!, pero me regodeé en el placer moviendo las nalgas como yo sé que a ella le gusta, además de gemir cual alma en pena; pienso es la fuente de placer para mi experta mamadora.

Esa noche platiqué el lance en familia. ¡Fue una feria de risas! Y también el detonador de las grandes cogidas que nos dio papá, y el 69 interminable de mamá y mío, hasta casi agotar nuestros jugos y nuestras gargantas de tantos gritos.

Ayer domingo, un poco antes de escribirte, tuve otro sofocón.

Mamá, fatigada por la interminable culeada que le dio papá, completada con la mamada así mismo infatigable que yo le di, tan larga como la culeada, me pidió, luego de darme la consabida mamada de las mañanas, que por favor fuera al súper a comprar el avituallamiento de la semana. Yo, buena y obediente hija, la abracé, le di besitos tiernos, y le dije que se acostara, y se durmiera, y descansara; yo le iba a decir a papá que, por hoy, la dejara en paz. Ella agradeció con un beso, y un fuerte tirón de mi cachondo pezón izquierdo, es donde mejor siento ese tipo de caricia.

Estaba seleccionando las zanahorias – para meterlas en el culo de rico mamá, no para comer – cuando escuché, alguien pronunciaba mi nombre, al voltear vi, ¡Carajo!, ¡era la mamá de Goyito! Tragué saliva, la verdad... ¡bien asustada!. Mi error fue escoger a un vecino para mis alegres y placenteras fechorías, creí.

El rostro de ella, me intranquilizó todavía más. Preocupado, con la sonrisa forzada completando la expresión. ¡Esperaba lo peor!. Sonreí como pendeja; mis manos sudaron; mi vagina, muy expectante siempre que veo una linda mujer, brincó, no sé si de terror o excitación. Ella, caminó en mi dirección intentando ampliar la sonrisa. Su carrito rebosaba. La esperé a pie firme, con una sonrisa espectacular. "Hola", dijo cuando estuvo cerca. Contesté con la mayor aprensión. "Te llamas Linda, ¿no?" dijo, tratando de iniciar la conversación, ella sabía mi nombre, hasta habíamos intercambiado algunas frases con cierta frecuencia. Asentí, todavía turulata y temerosa. "Perdona que te abordé así... pero, bueno, desde ayer hice la decisión de comentar contigo un grave problema; es algo referente a mi familia – mi vientre era un nudo de tripas, y mi vagina se había escondido aterrorizada, la verdad – pero, ya terminé la compra y vamos a salir para visitar a mis padres... por eso te quise pedir que nos viéramos, de ser posible, mañana mismo; a la hora que tú dispongas; digo, no quiero entorpecer tus actividades", dijo sin modificar para nada el preocupado talante.

Ni modo, debía dar respuesta. Muy educada, muy modosita, amplié mi sonrisa hipócrita, y dije: "Como no, señora, estoy a sus órdenes... no sé si le sea posible si nos vemos por la mañana. Sé que está demasiado ocupada a esas horas; usted sabe, yo trabajo por las tardes. Pero, pensándolo bien, si usted quiere, podríamos platicar por la noche, solo que sería hasta después de las diez, a esa hora salgo de mi trabajo. Como usted quiera", dije con la concha retraída, seca como boca de beduino.

Lo pensó unos segundos, seria. Luego, con una sonrisa un tanto relajada, dijo: "Pues... creo, es mejor por la noche. Así podemos extendernos porque... bueno, será necesario, creo; no es nada sencillo lo que quiero comentarte. ¿Cenas en el trabajo, o en casa?", carajo, estaba al borde de la histeria por tantos nervios. Tragué saliva. La cosa estaba peliaguda. No había marcha atrás. Por otro lado, el tuteo era tranquilizador. "Pues no, no ceno en el trabajo; me espero a llegara casa" dije casi solemne, absurdo claro, para el momento; necesitaba dulcificar las cosas. "¡Magnífico!, entonces te invito a cenar juntas... pero no en mi casa. ¿Conoces algún lugar, no muy lejos, donde podamos platicar?", dijo, y su sonrisa ya me pareció hasta alegre.

Le dije el nombre de un restorán, la familia cenamos él con frecuencia. Es pequeño, con pocas mesas, y menos asistencia, con buenos platillos y bebidas; además, hay un relativo silencio y permite las conversaciones muy bien. Estuvo de acuerdo, fijamos la hora a las 10.15, estiró la mano para despedirse sonriendo... bueno, era una sonrisa muy diferente a las primeras del encuentro. "Entonces te espero allí. No me vayas a fallar. Me urge comentar las cosas... contigo", esa pausa, hizo que el nudo de tripas me doliera. Sensaciones desconocidas me invadieron. Entre otras, un silencio sepulcral de mi permanente estado de agitación cachondo, caliente pues...

Hoy, es la noche. Ya te contaré. Le he dado vueltas al asunto, y, creo, no puede ser otra cosa que el famoso Goyito, se está convirtiendo en un placer con angustia constante.

Para finalizar, te describo a mi suegra. Joven, de no más de unos 28 – 30 años. ¡Carajo!, por primera vez reflexiono sobre esto. Creo que la chica se caso adolescente, porque la hermana de Goyo... "en la mira de tu Linda", tiene, cuando menos 14 añitos. Delgada, mejor esbelta; rostro hermoso, de labios delgados y ojos grandes de un lindo azul intenso. Cuello largo, de cisne pues. Pelo largo, ondulado, castaño, haciendo un precioso contraste con la tez blanca y los ojos azules. Pechos como a mi me gustan, firmes, estoy segura, puntiagudos, no muy grandes, con pezones de hierro; de esto estoy segura porque los tuve a la vista debajo de la tela delgada durante la espeluznante entrevista relatada. Cintura sensacional, y unas nalgas que ya quisiéramos muchas. Los muslos, bueno, lo poco que he visto de ellos, son preciosos, gruesos sin exageración, lisos, casi siempre desnudos, sin medias pues. Las piernas son envidia de cualquier modelo en los momentos de la pasarela. Bueno, es una chica sensacional... lástima de... ¡Goyo!, el cabrón de Goyito, carajo.

Bien. Hoy por la noche es el encuentro: ¿fatal?, no lo sé, pero sí sé, no puedo eludirlo.

No quiero que te preocupes; si es algo grueso, de alguna manera salgo del atolladero... ¡estoy segura!

Muchos besos de tu

Linda, en tu concha, seguramente está, como siempre, bien mojada.

LINDA

E – mail : lindacachonda69@hotmail.com