Delicias (2)

De cómo me cogí a goyo, el adolescente deseado...

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UNA DELICIA II

Amorcito querido, deseado... ¡tan lejano físicamente, y tan dentro de mi corazón!!!

Lo prometido es deuda. Te pongo al día de mis... avances en el acercamiento al divino Gregorio...

¡¡¡Ayer vino a mi casa!!!

Era domingo. Papá dormía; mamá salió a las compras. Desde temprano lo vi pasearse por mi acera atisbando hacia mi casa. Yo, decidida a ser paciente, no quise hacer nada para acercarme, atraerlo. Podía haber salido, pero valió la pena esperar. Te diré, con solo verlo espiarme, estaba bien caliente, mi mano derecha no se retiraba del pezón izquierdo. Oculta tras las tenues cortinas, lo veía ir y venir aumentando mi inquietud y mi excitación. Algún ruido dentro de la casa, llamó mi atención; me distraje en mi vigilancia. Cuando volví a mirar hacia la calle, ¡él no estaba!, desilusionada, bajé mi mano del seno, y sonó el timbre de la puerta, lo que me hizo brincar.

Fui a la puerta, abrí... ¡era él! con su infantil sonrisa, y los rubores adolescentes incendiándolo. "Hola... vine a... bueno, dijiste que podía venir... cómo no tuve escuela pos...!, dijo con enorme turbación encima. "Pasa, pasa, no sabes cuanto me alegra que hayas venido... pasa, pasa, no te quedes allí paradote", dije no menos turbada, nerviosa a más no poder; todavía titubeó un instante, luego dio los pasos necesarios para entrar, y para que yo pudiera cerrar la puerta. Hice ingentes esfuerzos para no abalanzarme sobre el precioso, y comérmelo a besos... cuando menos. Con las manos en los bolsillos, me veía sin parpadear... yo estaba solo con una camisita muy corta, leve, sobre el cuerpo; además, de tela muy rala, casi transparente; todo se me veía, la tela no cubría nada... él pelaba los ojos, sonreía arrobado, también inquieto, sonrojado a más no poder, asustado.

Sin poder contenerme puse una mano en su cabeza, al mismo tiempo le decía: "No sabes el gusto que me da verte aquí... ¿quieres algo de comer?, ¿un refresco?", no hablaba, solo miraba mis chichis casi desnudas; se veía que estaba excitado, también muy asustado. Intenté detectar una erección, algo había de eso, pero no pude comprobarlo a simple vista, los pantalones que vestía eran muy anchos, sueltos pues..."pero ven, ven, siéntate... ¿no quieres nada?", continuaba mudo, solo tenía ojos, lo demás, creo, se le había olvidado.

Lo tomé de la mano para saber sus reacciones, y para guiarlo. Lo llevé al sillón de la sala, lo senté, me senté a su lado... sin soltar la mano; apretaba mi mano, me sentí feliz con ese hecho; él, con los ojos clavados en mis pelos que se habían descubierto cuando me senté. Sonreí diabólica... ¡me estaba acercando a...!, retiró su mano de la mía. "¿te ofrezco algo?, ¿por qué no me dices nada?, dime, ¿a qué veniste?", intentaba por todos los medios que él se expresara aunque fuera solo con las manos... es decir, ansiaba tener esas manitas sobre mis senos, brincaban de deseos... tragó saliva.

Puso la mano sobre el muslo propio, me vio a los ojos; por fin, dijo: "¿De veras quieres que seamos amigos?", suspiré emocionada, sonreí alegre, excitada, y dije: "Claro, mi amor, claro, no sabes mi alegría por ser tu amiga. Me gustas mucho, ¡eres muy hermoso!", incontenible y... arrepentida de decir lo ya dicho.

Lo vi con claridad, los temores acudían presurosos. No supe, en el primer momento, cómo remendar mi metida de patas; mi adorado estaba por emprender la graciosa huída. Me repuse, y dije: "No tienes por qué tener miedo de... nada. ¿Te asusta ser mi amigo?", lo pensó antes de responder, aunque ya la expresión asustada había cesado sustituida por otra de interés y atención a mis ojos, a mis chichitas desde luego. Una idea, dije: "Mira, si somos amigos, estoy segura, siempre me verás... como me estás viendo, y más que... puedo enseñarte..., digo, cuando quieras te ayudo con las tareas" fue evidente, entendió mi intencional ambigüedad.

Moví mis muslos para abrir las piernas y él pudiera atisbar más allá de los muslos, y lo hizo sin tardanza alguna. Lo vi extasiarse, relamerse con deleite casi cínico. Mi fiebre era ya cercana a los mil grados. "Pero no me has dicho nada. Dime, ¿estás asustado porque estás solo aquí, conmigo? Puedes decírmelo sin pena, además, te insisto, no debes tener miedo de nada... en esta casa. Vamos, dime qué piensas", dije casi exaltada, tal vez también asustada. Volvió a tragar saliva... compuso su pelo, y dijo:

"Pos... sí, estoy rete asustado, pero no creas que por ti... para nada, no sé, siento raro, pienso es miedo a... no sé. Soy bien tonto porque... pos, sí, te conozco y... pos ya platicamos, y pos... de veras, no sé, pero me da susto". Yo, feliz, ¡había hablado!, ya éramos ¡conocidos!, admitía, toqué su cabeza suavemente, le sonreí; él no vio la sonrisa, vio mis prietos pelos que estaban francamente al aire.

Vi su mano, iniciaba un movimiento para ir a tocar los fascinantes pelos que lo estaban alucinando, lo sé, esa era su expresión; hasta abrí más mis piernas para que la visión fuera más completa, con la esperanza que mis olores escaparan de su madriguera y fueran a estimular el olfato del efebo. Y sí, movió la mano... hasta tocar mis muslos, y avanzar unos centímetros en dirección a mi sagrada cueva cubierta de hermosos pelos. Cerré los ojos anticipando la caricia tan deseada, tan esperada, tan retardada... ¡y echó a correr hasta salir de la casa!, ¡carajo, me quedé en... bueno, iba a decir en el infierno, pero no es cierto. Quedé rememorando la caricia... que yo sabía era el preámbulo de la segura cogida, ya nos la daríamos en el futuro cercano.

Mamá me bajó la temperatura; me dio una mamada de órdago. Luego que mi Goyo – diminutivo cariñoso para Gregorio – se fue, me quedé bien pendeja viendo hacia la puerta. No obstante mi estado turulato, mi fiebre debía ser atendida, por eso mis dedos estaban bien metidos en la raja y acariciaban muy, pero muy lenta y suavemente el capullo, la cabecita de mi hermoso y gozador clítoris.

Estaba por alcanzar mi segunda venida de obispo, cuando la puerta, en la que tenía fija la vista imaginando a mi Goyo con la verga de fuera, se abrió para mi enorme sorpresa; pegué un grito destemplado. Era mamá; regresaba de hacer las compras diarias. Se asustó con el grito; luego vio mi estado; se carcajeó y, casi a gritos, dijo: "¡carajo!, no tienes llenadera, si apenas acabo de dejarte luego de la cogida matutina, y ya estás de nuevo en eso, carajo, luego te me rajas"; se acercó, besó mis labios, metió su lengua, es una divinidad, apretó una de mis chichis, pellizcó el otro pezón con la otra mano, suspiró, me reclinó sobre el sofá, se montó en mí, se sacó la bata por la cabeza, bajó su boca a mis chichitas y las mamó como sólo ella sabe hacerlo, subió la ropa hasta ponérmela de collar, restregó sus pelos en mi vientre, hizo descender la peluda conchita poco a poco sin dejar de mamar mis chichis, gemía, suspiraba incontenible, movía las nalgas de una exquisita manera tratando de estimular mi clítoris, estaba tan parado como verga adolescente, mordió mi pezón izquierdo, la apreté con mis muslos, gimió levantando el torso – para mi desesperación – agarró mis muslos con amabas manos, los bajó – yo expectante, caliente como caldera – pasó uno de los de ella por encima de uno de los míos, y empezó a frotar la concha en mi muslo de deliciosa manera, es una de sus preferidas, con el muslo de en medio de los míos frotó mi concha como tanto le he dicho que me gusta, gritó su orgasmo, exhalé a gritos el mío,

"eres una puta caliente, cabrona, pero yo te lo quito a mamadas",

dijo bajándose de la gran cabalgata, para colocar la boca en mi hendidura totalmente anegada y muy, pero muy sensible, me lamió los pelos como sabe que me encanta; le tomé la cabeza para obligarla a darse la vuelta para yo poder lamer sus pelos, me mamó y la mamé en ese fabuloso 69 que también sabemos hacer, no salimos de él cuando estamos solas en la cogida; somos adictas al maravilloso 69, la verdad, bueno, al 71, 72, 73, según los dedos metidos en las vaginas o los culos, je, je, je.

Luego de tres – cuando menos – fabulosos, tremendos, prolongados, deliciosos orgasmos, se volteó, y vino a lamer los jugos, parecían brotar de mi boca, y yo lamí su boca y mis jugos, así hacemos siempre que damos por terminada una cogida; si cualquiera de las dos no lame los jugos de la boca de la otra, la mamada, y el 69, la mejor invención de diosito santo, continúan hasta que ambas llegamos a lamer los jugos propios de boca de la otra.

Exhaustas, reímos a carcajadas, también es nuestra costumbre luego de quedar, por el momento, satisfechas. Me dejó más turulata de cómo me encontró, eso sí, ¡bien cogida!. Papá, cuando bajó, nos dijo que no teníamos llenadera, riendo como niño.

No sé por qué, esa memorable mañana, recordé las mamadas de mi tía. Tal vez porque faltó la verga de nuestro Bruno, ese angelical perrito que tan rica verga tiene. Así pensé, y en ese momento se me ocurrió, bien podría inducir a mamá a coger con Bruno. Pero... está mi tía de por medio. ¿Sabes que mi tía es hermana de mamá?, bueno, pues lo es. Te lo comento, porque en ese mismo momento se me ocurrió: ya era tiempo que las hermanas se "conocieran" en la honda cachonda, en la cogida esplendorosa... tal vez para que mamá no esté tan sola en este aquelarre familiar, también para retirar el obstáculo trabador para presentar a Bruno y mamá. No sé, no puedo decidirlo. Tú, mi amor tan alivianado, qué opinas, ¿las junto y me las cojo a las dos en simultaneo?, o traigo a la ciudad al guapo Bruno. ¿Me puedes dar tu opinión bien sincera?, espero que sí, y lo hagas en tu pronta y segura respuesta.

Sigo con la deseada conquista seducción incompleta, esa conquista está resultando aventura imprevista. ¿Sabes por qué?, bueno, pues te cuento.

Ayer, precisamente ayer, salí a comprar no sé qué, al changarro de la esquina. Cuando regresaba, Anita, se llama Ana, estaba esperándome; le decimos Anita, así se acostumbra con las de ese nombre; te informo, Anita es la hermana mayor de mi Goyo del alma.

Desde que nos vimos ese día, noté algo raro en el comportamiento de la muchachita. La razón: corrió a mi encuentro, en lugar de alejarse; irse era lo habitual cuando nos veíamos a lo largo de la calle. Hasta me detuve sorprendida y esperando algo... tal vez algún reclamo por una muy posible indiscreción de mi adorado y tímido muchachito. Cuando nos encontramos, a quemarropa, me dijo: "Oye, ¿es cierto?, ¿eres... amiga de Goyo?", me asuste, te lo digo sin reservas.

Un mucho desconcertada, sin saber exactamente qué había contado el muy indiscreto jovencito, traté de sonreír, y dije: "Sí, somos amigos; Goyo es un chavito muy atento e inteligente", dije mirándola a los ojos, mirada que ella no eludió, pero sí mantenía la actitud hosca tan conocida. Queriendo atemperar una posible distorsión de mi deseado escuincle – forma un tanto despectiva para mencionar a los niños pequeños – le dije: "Y también me gustaría ser tu amiga... eres más guapa e inteligente que Goyito", y le envié la más seductora de mis sonrisas.

Su respuesta me mandó al piso, al infierno de la zozobra, casi a gritos, dijo: "Pero a mi no... yo no quiero ser tu amiga", se dio la vuelta y, corriendo como llegó, se fue. En ese instante pensé, el proyecto de lograr mi primer trofeo de la calidad propuesta por ti, me refiero a Goyo, se había ido al demonio. Me encogí de hombros, y me dije, existen demasiados Goyos en este desgraciado mundo, ya conoceré otro para satisfacer mi enorme deseo por un Goyito.

Te escribo desde el trabajo, casi acabo de entrar. No pude esperar hasta mañana para comentarte lo sucedido hoy mismo, cuando apenas me estaba levantado de dormir y de ser... mamada por mamá.

(Información. Mamá entra a trabajar a las siete de la mañana, papá también; yo, a las cuatro de la tarde. Generalmente papá se levanta primero, y se va al baño, nos da los buenos días con una serie de besos en boca, cuello, chichis y pezones, nalgas, muslos, una ligera metida de lengua en la pucha, luego se va al baño contento, alegre, cantando una copla erótica.

En cuanto papá nos deja, mamá lame mi rostro, abre mi boca con la punta de su lengua, besa mis pechos y los lame; chupa mis pezones y, con las manos, acaricia mis muslos, siempre por la cara interna sin llegar hasta mi bosquecillo divino. Luego se coloca frente a mi concha, abre mis muslos hasta no poder separarlos más, mete la cara hasta casi tocar mi rendija, y aspira mis olores larga y repetidamente; al despertar, dice, es cuando más lindo y rico hueles. Enseguida, lame suavemente mis pelos hasta mojarlos totalmente. Si tienen semen de papá, gime porque aspira ese perfume y el mío revueltos, y lame hasta abrir mi puchita con la lengua estilete, y lame los restos de semen, o jugos copiosos que ya la inundan. Cuando hay semen, primero lame hasta agotarlo, y luego se sigue con la vagina para también dejarla sin el exquisito semen de papá; cuando está convencida que no hay más leche, o cuando no hubo semen, lame mis labios horizontales para que yo también deguste el divino semen, para luego irse a mis labios verticales, y lamer mis preciosas ninfas, con un retardo torturante – yo, desde que la lengua llega a mi raja, muevo las nalgas como loca, desesperada, ardiendo, gritando que me mame – se pone a mamarme como una diosa, hasta saber que tuve cuando menos dos enormes orgasmo, los primeros del día. Luego, me besa con esa ternura inigualable, muy de ella, con lo que me siento la mujer, y la hija, más amada del universo.

En ese primer encuentro del día, mamá no desea ser mamada, solo quiere darme amor y ternura con esas caricias matutinas, por lo que no permite que le sean devueltas. A papá lo besa largamente para despedirlo, nada más. Desearía mamársela también, dice, pero para él es demasiado con las cogidas y la leche que debe entregar cada noche, bueno, casi todas las noches; en cambio, nosotras sí cogemos las noches enteras; papá participa de cualquier maneras, metiendo los dedos en nuestros agujeros... cuando menos. Esta larga explicación para hacerte claridad: estoy sola en casa las mañanas entre semana)

Me hacía la remolona en la cama evocando con estremecimientos los orgasmo matutinos, cuando escuché el timbre de la puerta. Maldije al malvado que se atrevía a tocar a tan temprana hora. Me coloqué mi túnica transparente, y me fui a ver quién era el intruso impertinente. Cuál no sería mi sorpresa, ¡era Goyito! ¡Carajo!, mi vagina, aún caliente, latió desesperada, exigente. Mi mano derecha se fue de inmediato a mi pezón izquierdo, me sucede en los momentos de nerviosismo, pelé los ojos, abrí la boca, y exclamé: "¡Goyito!!!!!!!!!" El pobre pegó un brinco, y a su vez peló los ojos desconcertado por el grito. Continué exaltada: "pasa, pasa, pasa querido, pasa", estaba pendeja de la emoción. Mi pucha estaba arrojando mis jugos y los restos de la saliva de mamá.

El guapo, encogido, con los libros escolares en las manos, dio un paso, titubeó, luego dio los siguientes pasos para entrar. No apartaba los ojos de mi mano, continuaba amasando mi hermosa chichi izquierda. Caminó hasta sentarse el lugar en que ya lo había hecho antes, volteó a verme azorado, tratando de no perder de vista la alucinante visión de mi mano acariciando la preciosa teta; ni siquiera mis pelos al aire lograron quitarle los ojos de mi chichita. Yo no atinaba qué hacer. Para mi enorme sorpresa, él dio el paso siguiente, digo, la acción siguiente se debió a su iniciativa, sorprendente iniciativa.

Rojo como sandía, poniendo los libros a un lado para poder usar las manos, apoyarse en el sofá y así levantarse; las piernas le temblaban; por eso necesitó del apoyo de las manos. Una vez erguido, quedó con su boca a la altura de mis senos... ¡carajo!, presentí, todo estaba consumado como dijo Cristo.

Así fue. Con una vocecita, apenas escuché, dijo: "me dejas quitar tu mano y... poner la mía allí" Sin poder creer lo que estaba pasando, casi sin razonar, retiré rápido mi mano de la chichita. Ni siquiera hice el intento de tomar su mano para llevarla hasta donde quería ir. Goyito ya estaba en el camino. Suspiraba, su respiración era un torrente de jadeos, sudaba el pobre. Pero su mano, con una lentitud exasperante, se dirigió, segura, a mi senito adorado. Casi lo toca, cuando retrocede inseguro, con miedo. Yo continuaba pasmada, por eso no hice ningún movimiento, aunque mi mente gritaba: "¡jala la mano, jala la mano!"

No hubo necesidad. La mano llegó a su destino y tocó... a las puertas de mi vagina, te lo juro. El contacto me produjo una explosión de sensaciones inéditas, y vaya, son demasiadas las manos y las bocas que han adorado mis preciosas chichis, pero ninguna comparada en ese momento con la manita virgen que ya estaba acariciando sin saber cómo proceder, cómo hacer mutuamente placentero ese dulce e inmenso placer de una manita ignorante y una chichi súper experimentada. Mi cabeza se flexionó hacia atrás, me sucede siempre que tengo emociones súper; mi boca se abrió, y mis manos se fueron, por fin, a tomar la cabeza del imberbe para acercarla y hacer a su boca sustituir la mano audaz. Mi chamaco tan esperado, enormemente deseado, solo apachurró mi seno con la cabeza encima de la mano.

Mi rostro volvió a su posición, vi la cabeza pegada a mi tórax y, te juro, tuve mi primer orgasmo. Jadeando, condenada en caso hirviente, con esfuerzo alcancé a decir: "pon tu boca... allí donde está tu mano, por favor, por favor, tu boca, tu boca...", gimiendo de placer por las caricias y por la emoción de, por fin, tener al efebo dándome placer. No entendía el jovencito nada de mis deseos. Ya sin control, sin tener ningún pensamiento crítico, lo separé – eso sí, con ternura y sin prisa – de la chichi, y me quité el pendejo pedazo de tela que evitaba el contacto directo de las pieles. Él se tabaleó cuando vio lo que yo hacía; con la boca abierta miraba ora mis senos, ora mis pelos relucientes después del lavado de ellos: lo hizo mamá; sus manos colgaban, ¡las desgraciadas!, a los lados de su cuerpo. No había más remedio, debía educar; enseñar al que no sabe es una sagrada obligación, ¿no crees?

A partir de esta premisa, tomé sus manos, le sonreí beatíficamente, acaricie su rostro, me lamí los labios; poniendo mis dos manos levantando – no ocupan, están bien firmes, pero era necesario destacarlas – mis dos preciosa tetitas con mis dos manos, enternecida y muy caliente, empecé a decir: "¿Te gustan mis chichis?" – mostrándoselas. Decidí emplear el lenguaje erótico vulgar porque, estaba segura, él lo conocía y, como nos sucede a todas, (os) ese lenguaje nos enloquece de excitación. Mis manos bajaron a mi puchita, abrí un poco los muslos, y, con mis manos, se la mostré; con voz ronca continué - ¿te gusta mi pucha?, ¿te gustan mis piernas? – él solo asentía dirigiendo la mirada a donde se movían mis manos, cada momento más ronca, más caliente, seguí - ¿quieres tocar mis chichis?, ¿quieres tocar mi pucha? – él continuaba afirmando; de la boca abierta le escurrían babas de manera continua, pensé en mis propias babas de la pucha; sus manos, tal vez instintivamente, estaban posesionadas de la verga, cuando menos en ese lugar estaban cuando yo las vi - ¡acércate, no tengas miedo... verás, son ricas... mis chichis, mis pelos, mi pucha!" proseguí implacable, al borde de la histeria febril; mi pucha era ya una laguna hecha y derecha. Él, no se movía; su mano sí hacía movimientos sobando el pene... me acerqué, acaricié el rostro, delineé con mis dedos los labios delgados, tibios, sonrosados; mi lengua hizo movimientos como si fuera ella la que delineaba los deseados labios.

Mi boca ya no quiso esperar nada más, se lanzó al beso iniciático; lo besé con suavidad, tratando de poner por delante la ternura, el afecto, antes del erotismo y la fiebre que me consumía. Cuado mis labios tocaron los suyos, lo sentí temblar, tal vez de temor y excitación, quizás más de ésta que de aquél. Sus manos, tal vez movida por el instinto, pasaron por detrás de mi cintura y se fueron a posar sobre mis soberbias nalgas; mi lengua salió del escondrijo y lamió, como tanto tiempo lo deseé, los labios adolescentes, los temblores del jovencito se incrementaron, sus manos apretaron mis nalgas y las mías lo rodearon para ponerlas en su espalda e iniciar el abrazo. Sus manos iban y venían por mis benditas colinas, hasta los dedos incursionaron por la barranca de separación.

Nuestra respiraciones estaban agitadas, calientes, con intensidad y frecuencia inusitadas. Pensé por un momento cederle la iniciativa al jovencito, ya utilizaba las manos, las manos andaban en ese momento por la parte alta de mis muslos, las sentía con el ánimo de avanzar hacia la parte delantera de mi cuerpo. Pero él ni siquiera había abierto la boca para que mi lengua penetrar en su boca. Desistí, la iniciativa y la enseñanza debería de partir de quien más sabe, aunque yo deseaba tener la experiencia de ser seducida por mi pequeño; más lo deseaba, casi siempre soy yo la seductora. Empujé con mi lengua en sus labios apretados. Lamí una, otra vez, los labios continuaron tercamente cerrados; unos segundos después, la boca infantil se abrió, y mi lengua penetró, trémula, en la gruta tan anhelada.

De nuevo mis dudas, él abrió la boca sin decírselo, funcionando instintivamente, luego reflexioné: si no hubiera persistido con la presión de mi lengua en sus labios, estaríamos todavía pegados en un beso "seco" Lo besé, y me besó largamente. Las lenguas se dieron vuelo lamiendo y abrazando a la otra; su lengua parecía la de un experto, así de rico sobaba mi lengua; más, todavía más, trataba de llegar a mi faringe. Las manos apretaban mis nalgas, luego ascendían hasta acariciar mi espalda con la palma de ambas manos; mientras yo llevaba una de mis manos a explorar la posibilidad de iniciar el retiro de su camisa, las uñas de los dedos en mi espalda me arañaron de una deliciosa manera, me estremecí, casi alcanzo otro orgasmo por esta inédita sensación; inédita porque nadie, hasta mi amado Goyo, me había acariciado rasguñando de esa ruda, primorosa y sensacional manera.

Nuestras bocas se separaron, él puso la suya en mi cuello, y las manos regresaron a mis hombros; trataba de ir a la parte delantera, a mis chichis deseaba yo. Por eso me separé; no me equivoqué; el pequeño casi en el momento mismo de sentir el espacio abierto, apoyó las manos en la parte alta del tórax, y las deslizó hacia abajo hasta llegar a mis preciosas tetitas; al tocarlas, el efebo de mis delicias, levantó la cara, me vio anhelante, sonrió apenas, luego frunció la boquita pidiendo el regreso del fantástico beso.

Entendí; nos besamos, ahora él apretó el beso con desesperación, quizá inmensa pasión. Su lengua fue la de la iniciativa; estaba resultando así por los movimientos del niño superando con mucho mis tímidos movimientos. Las manos amasaban gozosas mis palomos; los dedos aprisionaron mis pezones y, para mi nueva sorpresa, los apretó con delectación, para hacer inmensa mi embriaguez erótica. Bueno, me dije, la seducción es ya, ¡definitiva!!.

Así, dejé a un lado mis temores; sin dejar de besarlo, separé mi torso para poder maniobras y proceder a desnudarlo; no importaba que mis acciones fueran rápidas, hasta bruscas, él estaba entregado al placer del sexo, indudablemente. Así fue. Le saqué la camisa, luego desaté el cinturón, le bajé los pantalones junto con unos curiosos calzoncitos con estampados de figuritas, seguramente comprados por mamá; las mamás no quieren dejar crecer a los hijos.

Y... ¡chingada madre!, la sorpresa más tremenda: me dejó turulata la verga del jovencito, más parecía la de un hombre hecho y derecho, tal vez hasta de un personaje masculino de la pornografía; así de largo y grueso tiene el mosquete; para que veas mi locura, así le vi la verga en ese primer momento. Hasta me separé un buen espacio para contemplar, arrobada, el colosal instrumento, me hacía relamer de gusto y deseo. Bueno, tal vez exagero un poco; en realidad el instrumento de mi pequeño, tenía muy, muy buenas dimensiones, digo, las que corresponden a un pequeño bien dotado desde ésta edad, aunque no pensaba que ya estuviera fabricando leche, esa leche, nuestra delicia cuando es depositada en nuestro hermoso reservorio, nuestra bella y acogedora vagina.

Lo cierto es, mi efebo del alma se alarmó un poco con mi separación, por estar completamente encuerado, estaba ardiente; lo vi, y exclamé: "!Goyito!... ¡eres divino!"

Sonrió nervioso; se tocó con la mano la tremenda erección. Yo, en la gloria. Él, de nuevo él, avanzó a mi encuentro sin retirar la mano de la verga. Sonreía de una manera, ¡sorprendente!, parecía fauno en celo el pinche, el desgraciado escuincle. Yo, pasmada, lo vi venir escurriéndome babas de la boca y de la concha, en esta, a raudales. Pegó su cuerpo al mío, luego se separó para ser él ahora, el que admiraba mi divino cuerpecito. Luego, dijo:

"!Tenía muchas ganas de verte... ¡encuerada!!" , y se acercó.

Soltó la verga para poder utilizar las dos manos; estas, ávidas, se lanzaron a mis senos; los acarició con los brazos un tanto estirados para poder contemplar su propia maniobra placentera; sonreía de placer y gozo. Con ternura sorprendente acarició mis chichis, se detuvo enormidades en mis pezones pasando las palmas de las manos apenas rozándolos, para mi enorme satisfacción y el aumento geométrico de mi excitación, fue tanta esta, que el orgasmo vislumbrado no hacía mucho, con esa sola caricia, y la excitación causada por verlo mirarme y yo miraba cómo me acariciaba, hicieron a mi maravilloso orgasmo estallar jubiloso, potente, enormemente placentero...di grititos, conteniendo los grandes, casi irreprimibles, claro, para no asustarlo.

Estaba segura, nunca había visto una mujer desnuda, y menos todavía acariciado alguna, y todavía mucho menos, tener unas chichis en sus manos y, definitivamente, nunca habría escuchado a una mujer gritar los orgasmos. Tenía razón, mis grititos aceleraron su excitación; vi cómo la verga danzaba en el aire, incluso, distinguí una gotita seminal en el pequeño ojo del cíclope. Asombrada, vi como lamía sus labios y abría una rendija en la boca; seguro me va a mamar las chichis, pensé con esperanza y delectación.

Estuve en lo cierto, se acercó, pasó las manos de las chichis a las nalgas, para luego meterse una de mis chichis a la boca; ¡carajo!, qué placer, qué delicia, qué alegría, cuánto placer me dio la suave boca, la lengua que ya se paseaba por mi montaña y se deleitaba lamiendo mi pezón. Mis manos ya no permanecieron inactivas, una se fue al palo mayor, la otra a las nalgas fenomenales del imberbe, porque, debo decir, tiene una nalgas que bien pueden competir con las mías, así de apetitosa y soberbias las tiene...

¡Cómo me gustan las nalgas... sin importar el sexo!

Bueno, pues de una chichi pasó a la otra. Yo creo sentía con regodeo mi mano en la verga; quiso ser recíproco, y una de sus manos vino a mi pucha, acarició los pelos, sintió la humedad – estoy segura, la sintió – la acarició en toda su extensión con la palma abierta una y otra vez, mientras yo corría mi mano de delante atrás en una tierna masturbada; pero quería, me urgía sentir los dedos clavados en mi raja, él no lo hacía:

Por primera vez me tomé la libertad de decirle con un casi grito de urgencia: "Mete los dedos, mete los dedos, amor, mete tus dedos!, él soltó mi chichi, su rostro indicaba total desconcierto; no sabía qué quería. Sonreí. Un poco me arrepentí de mi impaciencia. Ya tenía la experiencia, siendo paciente, el cachorro tomaba la iniciativa. Estoy segura, si lo dejo actuar, tarde o temprano me hubiera penetrado con los dedos. Pero ya estaba dicho. Entonces, tomé su mano – yo seguía apasionadamente apoderada de su verga – y la llevé hasta la raja inundada. Entendió. El último tramo del camino, lo hizo solo. El ágil dedo medio se introdujo, luego de una rápida búsqueda para detectar dónde meter los dedos, más los metió en la raja ya sin titubeos tratando de alcanzar el fondo de lo desconocido. Creo que no alcanzó fondo; en el recorrido hacia abajo llegó a la vagina y se hundió; sus estremecimientos me hicieron pensar, estaba sorprendido, y más excitado. Luego metió otro dedo hasta que ambos chocaron con los nudillos sobre mi divina, mi hermosa puchita.

Los sacó hasta verlos directamente con los ojos, los volvió a mi peluda raja escandalosamente anegada. Entonces, con el instinto funcionando a toda vela, paseó los dedos por la pequeña raja, chocando de vez en cuando con mi clítoris, eso me hacía retorcer de placer.

Un orgasmo más, y mi decisión de saborear el suculento caramelo que tenía en la mano. Me arrodillé, ya podrás imaginas la sorpresa de mi imberbe. Cuando me metí la verga prodigiosa a la boca, el hombrecito pegó un gritito... y derramó la preciosa lechita en mi boca. ¡Carajo, cuanto placer engullir la deliciosa miel láctea!! Se retorció de gozo, casi se dobló para seguir el destino de la leche. Sus manos tomaron mi cabeza para que no se retirara. Claro, continué mamando y cogiéndolo con la boca.

Yo anhelaba su boca en mi pucha.

Me enderecé, se sorprendió; me vio interrogante, nada dije; lo llevé hasta el sofá, lo acosté boca arriba. ¡chingados, qué mástil, deberías verlo!, se me antojó cabalgarlo, meterme ese tronco hasta mis entrañas, pero debería de continuar con las delicias, a la vez pulcra enseñanza, ya sabes, mi altruismo educativo. Me monté sobre él; ni tardo ni perezoso, acarició mis nalgas, luego metió los dedos hasta mi cueva de los placeres. Recorrí hacia atrás mis nalgas, él se desconcertó, más debe haberlo hecho cuando bajé mis nalgas para hacer que mi concha quedara en su boca. Sentí en la verga, ya la tenía en mi boca, y en su cuerpo, un estremecimiento fenomenal.

Escuché el ruido grueso de sus aspiraciones, seguramente oliendo los olores tan divinos de mi concha, luego, sin titubeos, besó mis pelos ayudándose con una de las manos, peinándolos; enseguida, la lengua imitó a los dedos en el recorrido de la laguna, de sus carnosidades, de sus profundidades. Mi clítoris permanecía inédito. Ducha en estos menesteres, moví las nalgas de tal forma me frotaba con la boca de mi increíble mozalbete, así hice a mi clítoris recibir las caricias necesarias.

Pronto tuve otro medio de litro de leche en mi boca, y él un litro de mis jugos en la suya. Pero seguimos. Él gritó, por primera vez, cuando la leche fue expulsada; yo, ya sin trabas, grité mi fabuloso orgasmo tanto como quería. Endiablada, solté mi presa, me volví, creo para desencanto de mi tierno amante, para ir a besarlo y depositar un poco de su propia leche en la boca, y se vaya acostumbrando al delicioso sabor del semen. Le gustó, seguro le gustó. Lo vi relamerse los labios, y metió la lengua en mi boca buscando más atole propio. Sonreí, me sonrió. Nos besamos.

La verga continuaba incólume, tiesa como brazo de santo, dicen en mi pueblo. Volví a la verga, su boca se enterró en mi pucha. Su lengua ya no se detenía ni titubeaba como la primera vez que probó mis mieles, hasta se introducía en mi vagina de una rica y esplendorosa manera. Pero lo más fantástico fue, su lengua se encariñó con mi clítoris, tal vez por las manifestaciones corporales mías, descubrió esa motita del placer, mis estremecimientos, mis grititos de gozo cuando la lengua tocaba mi arrogante cabecita donde se recoge la sabiduría y la felicidad de las caricias en una buena cogida.

Me sacudí intensamente, hasta casi convulsionar, cuanto me alcanzó el nuevo, tremendo orgasmo provocado por la que estaba resultado ágil lengua. La verga, en cambió, resistía mis caricias a cabalidad, mantenía el orgullo de su potencia, y la leche en los reservorios. Jadeando a mil por hora, casi con lágrimas de goce, placer y agradecimiento, me erguí, dejé la verga temblando de ansiedad, volvía a besarlo con mucha ternura, con mucho cariño, lamí el rostro bañado con mis jugos y, decidida, volví a dar la vuelta para, ahora, clavarme la estaca hasta que los huevos chocaron con mi culo, mi raja y mis nalgas.

La cabalgata fue fenomenal; mis nalgas iban y venía rítmicas, lentas, frotando mis pelos, toda mi vulva en los pelitos apenas visibles en su vientre. Él me miraba con una sonrisa cálida, la mirada lánguida, las manos en mis chichitas apretándolas como si quisiera comérselas con sus tiernas manos.

Se vino a los cuantos minutos de mi cabalgata; sentí los chorros en mi vagina, potentes, gruesos, deliciosos, Mi orgasmo se retardaba; continué cabalgando diciéndole frases lindas, tiernas, amorosas, que sin sentía rico, que si estaba cogiendo como él quería, que si le gustaba mi pucha, que su verga era colosal y muy, pero muy rica, que me la metiera hasta partirme en dos, en fin no dejaba de hablar regodeándome en el placer que ambos teníamos.

Volvió a eyacular; los chorros fueron tan gruesos y potentes como los anteriores – y yo pensaba, no fabrica leche todavía, hasta parecía lechería – y continué en la ya eterna cabalgata. Quizás retardaba mi orgasmo para darle a él mayor placer, que siguiera gozando mis chichis, mis pelos que acariciaba de tanto en tanto con las manos, y mi vagina que alojaba el leño; cuando por fin dejé fluir mi placer supremo, la leche de la nueva eyaculación, tal vez un tanto disminuida, se derramó por las comisuras de mi concha, de mi pucha, de mi vagina. Mi cariñito consentido, mi pequeño, gritó como loco, totalmente desinhibido y gozando a la macho, a lo adulto, a lo cogedor consumado.

Se estremecía, tenía el rostro contraído por la dicha, por su tremendo orgasmo; estiraba los brazos sin aflojar mis tetas tomadas de los pezones, en fin, contorsionaba con todo y manos.

Como debes imaginar, prolongaba mi dicha, mi felicidad, mi regodeo en el orgasmo interminable. Con los ojos cerrados, abrió la boca, y lamió sus labios; lo besé con mucha ternura, casi con sigilo para no sacarlo de ese placer maravilloso, seguramente aún lo disfrutaba. Hasta ese momento sentí el tronco en mi vagina, disminuía su tensión, se encogía lentamente; eso me produjo una nueva sensación, tal vez por considerar la primera vez que ese leño se dormía después del furor de la cogida, me puso, de nuevo, al rojo vivo.

Por fin, la verga salió de donde se había enterrado. Abrió los ojos; me miró sonriente, la sonrisa ocular remató en la boca angelical. Con la manos, nueva sorpresa, tomó mi cabeza, me acercó para besarme con suavidad, como sabiendo, eso debía hacerse. Las manos, todavía en mis nalgas, acariciaron con la misma suavidad de lo terso de sus manos.

Entonces, ¡brincó! ¡Carajo, qué susto me pegó!.

"La escuela!, gritó desesperado. Comprendí. El tiempo, el cabrón tiempo, había pasado, así suele hacer. Su angustia era tanta, creo, casi me aventó para poder salir de debajo de mí. Quedé despatarrada, con los muslos bien abiertos y mi sonrisa vertical presente en su bella magnitud. Crispado – era fácil verlo – se vistió a la carrera; antes de salir, abroché correctamente la camisa. Tomó sus libros... hasta en ese momento los recordó... se volvió, me sonrió como querubín en la presencia de Dios, vino hasta donde mi concha seguí expuesta, bien abierta, acarició mi rostro, besó mis labios con cierta prisa y brusquedad, apretó fuerte una de mis preciosas chichis, luego el pezón, la mano libre quiso participar y apretó el otro pezón; enseguida, los movimientos continuaban rápidos pero precisos, las dos manos bajaron para acariciar mis pelos, sin dejar de meter los dedos en mi concha; los sacó llenos de semen y jugos; se los iba a limpiar en el pantalón; me apresuré a tomar sus manos y lamer los dedos cerrando los ojos; sentí sus estremecimientos; mi mano, se estaba despidiendo del monolito desvirgado, lo sintió: volvía a estremecerse y a cabecear como queriendo emprender una nueva escalda.

"¿Te gustó?", pregunté.

"¡Híjole...!", dijo solamente.

su expresión era maravillosa respuesta.

"Quiero que vengas... siempre que puedas, ¿sí?", dije con la mejor de mis sonrisas, arrobada, agradecida con el imberbe – a propósito, hasta este momento no sé si el malvado tiene pelos, creo que sí, porque sí tiene leche... – satisfizo mi más reciente fantasía; gracias a tu estímulo y consejo, la desarrollé como loca en el averno. "¿Crees que no?", dijo el muy malvado con una pícara sonrisa, y un nuevo agarrón de chichis. Apretó los libros contra su pecho, suspiró y, sin decir ni esperar más, corrió a la salida, la abrió... la luz del sol se lo tragó en cuanto transpuso la puerta.

Hoy, al ir al trabajo, tuve una nueva y sensacional sorpresa... no sé que será, pero voy a ser paciente como hasta ahora. Luego te cuento.

LINDA

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