Delicadas cerezas frescas
Sicopata deambula en la locura furiosa de quitar la virginidad y la inocencia y...
Delicadas cerezas frescas
Un suspiro se me escapa de los labios hacia el invisible mientras su rojo profundo permanece colgado ante mis ojos regalándome su ininteligible esencia.
Aun estoy alterado y pienso que sin quererlo, también triste. Delicadas cerezas frescas, tiernas y brillantes, iluminadas por un tenue rayo de sol que se le escapa a la cortina, golpean mi cerebro, tibios, trémulos, rosados y perfectos. Mmmm .la imagen indeleble de ese primer encuentro con tan dulce bocado.
Olían a hechizo, tormentas que hicieron naufragar la ropa, cosquilleos electrizantes nacidos de besos con sabor a leche primeriza que milimétricamente abrazan la cúspide de cereza en el escueto mar circular de rosas muy pálidas. Todo ocurre en el centro circunspecto de su pecho, donde me paseo desdoblado, taciturno, concentrado, acariciando tierra inexplorada, dando forma definitiva a carne nueva de una manera sutil y precisa, como un dios que pasea con sus dedos y con cuyo hálito de viento inaugura su creación que se yergue exitada por un temblor que proviene desde su mismo centro .
Su olor, su aroma de niña ignata, era el condimento que me causaba mas deleite. Podía permanecer en él todo el tiempo mientras esperaba que sus jugos me bañaran el rostro.
Le daba leve lengüetazos arrodillado casi como un feto, adorando su entrepierna, el misterio de sus vellos intactos en el monte mas divino, aletargado disolviendo en mi saliva su sexo que se abría poco a poco. Entregado lamía su nata pérfida, rozando lo mas leve posible su piel, para que sólo pensara en su orgasmo, en su sexo, en su placer.
En ese claroscuro su desnudez parecía no realizarse. Su tímida flor crecía junto a sus silbidos sudorosos. Se retorcía sobre sí misma, sudaba enrojecida, su cabello empapado de su sal y de su entrega. Yo no pude conocer el placer sino hasta que contemplé a mi niña egoísta en su genuflexión de infinito inspirado por la cinética del éxtasis.
El cuarto estaba inundado de su aroma de mujer recién descubierta. Su interior se develaba hambriento, rogando mudamente ser penetrado. Ella no había pensado antes, con tanta necesidad, la furiosa impetuosidad de sus adentros, de su genero, de su violenta irrupción caliente de sangre. Era una fierecilla que pedía su carne, la imploraba. El vacío que crecía en su entrepierna la tenía pendiendo de un hilo, ciega de deseo, jadeante, y sudorosa. Electrocutada de gozo, me aferraba para sí, a ella, la mujer, la amante, concentrada en un único deseo.
Me detuve. Ella con los ojos cerrados me buscaba, buscaba la herramienta que solo yo tenía, que le faltaba para sentirse colmada. Y aun no quería penetrarla. Temía no ser cómplice de su belleza, de romper su inmaculada inocencia pero ella lo arruinó todo.
Como yo no fui hacia ella, ella hacia mi miembro vino. Tan caliente estaba que se lo metió en la boca, inexperta, torpe. Masajeó mi pija abriendo al máximo su boquita, con las dos manos me sostenia las bolas y el largo de mi carne. Pero contuve las ganas de penetrarla. Transgredir su piel implicaba desechar la busqueda de su pureza. Solo le ofrecí mi verga, caliente y larga para que saciara su niñez oral de una gran mamila. Succionaba inocente, solo en la punta, dando pequeños besitos y lengüetazos que refrescaba lubricando con saliva. Sólo la admiraba. Veía su tersa piel blanca transpirada sobre su cuerpo que se movía solo para satisfacer su boca.
Lo chupaba despacio, se arrebataba a veces, pero insistía. No se daba cuenta que a mí no me importaba. Decepcionado de mi puta beata, la tomé de la cabeza con mis dos manos y ella automáticamente abrió su boca lo mas que pudo. Succionaba atosigada, le movía la cabeza para que me masturbara su movimiento, su saliva y su garganta, y ella, no notaba mi desprecio. Cansado de dominarla de ese modo, ella continuó por sí sola. Se lo metía y se lo sacaba, chupaba y me pajeaba, a dos manos, poseída, endemoniada de caliente. En medio de sus labios que amé, paseaba mi sexo. Ella solo masturbaba, buscaba su gozo, el clímax del placer mas intenso. Mi caníbal doncella, hurgaba a toda prisa su filete, desconocía que el parásito de mi cuerpo eyectara gotas turbias de aceite lubricante y blancos pétalos pegajosos. Ella no sabía de eso. Sólo quería tragárselo, comer, amar lo que necesitaba. Su apetito irrefrenable atravesaba su boca, excitaba su saliva, cosquilleaba los nervios de sus dientes.
Sofocada, supo que la prioridad de sus afectos no radicaba en la oratoria sino en lo íntimo, entre sus caderas, en el horno inferior de su pelvis. Y de tan sólo pensarlo, sucias cenizas de tierra reventaron como una leche de miel, añejada en oscuros laberintos, coagulando su placer ascendente. Atorándola primero, luego interrogándola el sabor de mi semen que bajaba hacia su estomago, mientras yo retiraba mi verga que derramaba sobre su rostro los últimos escupitajos de jalea tibia.
Ipso facto, quiso introducirse al enhiesto indiferente. Tumbado, dejé que me cabalgara. Nada importaba lo que había planeado. Nada importaba la pureza ni la inocente perra que apelaba a un primitivo orgasmo. Me permitió sin problemas contaminarla, ingresar a su secreto evidente.
Suspiraba, sonreía, gozaba, estaba loca. Saltaba, contorneaba circular su cintura, quería ser penetrada mas profundo, con más fuerza. No tuvo dolor, frunció el ceño al principio luego todo fluyó como la sangre que estallaba al golpetear los sexos espesos. Ella sólo disfrutaba, era normal el movimiento, su búsqueda le daba gemidos inacabables, ronroneos y grititos de gata.
- Ah, querido, no me falles ahora dame, dame mas, cariño, duro sííí, así, sigue aah. -
Yo no hacía nada. La erección estaba ahí, para que ella lo sintiera, para que la piel se frotara y se quemara por el roce. Ya no quería terminar en ella, no disfrutaba sus gritos, su entusiasmo, su amor tan básico. Toda ella era una vagina hambrienta que ansiaba ser follada muy duro.
Su sangre resbalaba desde sus adentros, hedía a tejidos, a entrañas muertas, toda la virginidad deshecha en el acto. La cambié de lado, ella quedo abajo y por primera vez la ví abrir los ojos.
-¿Te gusta así, mi vida, mi niña puta?- Le pregunte mientras el glande de mi verga se abría paso nuevamente en su sexo.
- Sííííí, sigue, quiero quiero aaaaaahhhhh-
Y acabó una vez. Su vagina contrajo los músculos apretando mi pene. No quise salirme. Quería permanecer con ella, y continué el ritmo. Entraba y salía de su sexo humedecido y sangrado, no me rendía, quería llevarla más alto, mas cerca del cielo, y ella pedía el placer, lo disfrutaba, la hería y la colmaba. A esa hora mi putita atravesaba el desvarío de varios orgasmos seguidos, y yo no renunciaba a penetrarla.
Incrustado en ella, el roce comenzó a volverse seco, doloroso, animal. Su interior quería rechazarme, sus músculos contraidos al maximo empezaron a otorgarle el dolor que antes se había negado a aparecer y cuando su llanto le llenó los ojos de lagrimas violentas, me salí de ella sólo para verla sufrir .
La violé tan solo como ella había violado mis sueños de amor puro. Las sábanas blancas del lecho sobre la alfombra, teñidas de su virginidad exangüe, las observo con sarcasmo. Son esas manchas las. delicadas cerezas frescas que en la agonía de mi luto, evocan la dulzura del recuerdo de poseer en la boca el sabor de una muerte.
FIN