Delante de mí

Cumplo la fantasía de una mis lectoras masturbándome justo enfrente de ella.

Algunos probablemente recuerden lo que me sucedió con aquella sorprendente y caliente lectora hace algún tiempo. Pues bien, parece ser que la cosa ha traído cola, y otras simpáticas lectoras han decidido ir un paso más allá y eliminar la frontera entre el autor y el lector.

Esther es una chica de mediana edad y buen ver, y con las ideas muy claras. Recibí un e-mail suyo preguntándome cosas acerca del relato anterior en el que cumplía una fantasía a una supuesta lectora. Se interesó aún más cuando le hice saber que aquello no era para nada supuesto, y que había sucedido tal cual lo conté. Fue entonces cuando me describió su fantasía y su interés en llevarla acabo conmigo.

En un principio, la fantasía me pareció una niñería, algo digno de hacer cuando se es un adolescente con la cara llena de granos, pero tras releer la propuesta, un extraño sentimiento de morbo iba invadiendo mi cuerpo y mi mente.

La cosa era muy simple. El asunto consistía en encontrarnos en un hotel y, sin mediar palabra en ningún momento, subir a una habitación, donde nos masturbaríamos el uno frente al otro durante el tiempo necesario. A continuación, cada uno se vestiría y se marcharía por donde había venido. Sin más. Sin palabras. Rápido y sencillo, pero a la vez con un cierto aire de inocencia y una pequeña dosis de morbo. Asi que acepté.

Y llegó el día esperado. Habíamos quedado delante de la puerta 114 de un céntrico hotel. Ella se suponía que se había encargado de la reserva y traería la llave. Yo no tenía ni idea de cómo era, de forma que cada mujer que pasaba por allí era una posible candidata. A decir verdad, no apareció ninguna. El hotel parecía mayormente vacío, y aunque hubiera los suficientes huéspedes para llenarlo, no era precisamente una hora en la que pudieras encontrar a alguien en su hotel. Así que la primera mujer que vi fue Esther.

Esther es una mujer morena de pelo negro liso largo, muy largo, ojos también negros y piel morena. Era guapa de cara, aunque ninguna belleza especial. Sus pechos eran lo suficiente grandes como para llamar la atención cuando te la cruzas por la calle, y sus caderas daban unas curvas interesantes a su cuerpo, ni delgado ni gordo, aunque quizá algo rellenita, con un culo al que poder agarrarse sin miedo. Vestía un estimulante top blanco de tirantes que condensaba toda la belleza de su escote, una falda larga y amplia de tonalidades granates y unas sencillas sandalias planas; todo rollo muy alternativo.

Como habíamos acordado, no intercambiamos ni una sola palabra. Cualquier infracción por mi parte, ella se largaría inmediatamente. No tenía mayores razones para confiar en mí, pero lo cierto es que lo hizo.

Puede que por el morbo acumulado, o puede porque realmente me resultara una mujer bastante atractiva, la verdad es que cuando estuvimos a solas dentro de la habitación yo ya tenía una considerable erección. Y bueno, ni qué decir tiene que los pezones de mi compañera de habitación se marcaban visiblemente en el top blanco, aunque en este caso sí que puede atribuirse exclusivamente al morbo.

A causa de la ausencia de palabras, hubo unos instantes tensos en los que no sabíamos qué hacer. Finalmente, Esther tomó la iniciativa y acercó un sillón a la cama, dejando una separación de un metro aproximadamente. Me hizo señas para que me sentara en la cama, y ella hizo lo propio en el sillón. Acto seguido se recostó y comenzó a acariciarse los pechos mientras me miraba fijamente a los ojos.

A mí me hubiera gustado hacer lo mismo y mirarla a los ojos, pero mi mirada a duras penas conseguía separarse de sus tetas dulcemente acariciadas y, en ocasiones, oprimidas por las palmas de sus manos. Al tiempo, comencé también a tocarme, como si hiciera falta que trabajara mi erección.

Di un respingo en la cama cuando Esther se sacó un pecho y acercó la punta de su lengua al pezón, intentanco lamerlo. Para entonces, tenía ya un empalme total y completo. Metí mi mano bajo los pantalones y comencé a masaturbarme lentamente, con parsimonia, esperando nuevos actos de mi compañera de habitación y masturbación.

Siguió tocándose las tetas durante un rato, con ambas ya fuera de los tirantes, hasta que se levantó ligeramente y se quitó la falda. Bajo ella llevaba un escueto y florido tanga. Comenzó acariciándose por encima del mismo con la mano izquierda mientras con la derecha se atusaba el cabello. Poco después, comenzó a tocarse por dentro de la pequeña prenda y su respiración se agitó un poco más.

Yo liberé mi verga de su encarcelamiento, completamente erguida y seguí masturbándome con una mano mientras con la otra animaba a mis pelotas. Nuestras miradas, entre tanto, se cruzaban de vez en cuando, saltando chispas cada vez que esto sucedía. La mano de Esther se agitaba ya con vehemencia por debajo de sus braguitas, y pequeños suspiros escapaban cada vez más altos de su boca.

Casi sin darme cuenta, mi mano se había acompasado al ritmo acelerado de su respiración, que incluía cada vez más a menudo pequeños jadeos. Se detuvo durante unos pocos segundos, y clavando sus profundos ojos negros en los míos, se quitó lentamente el tanga. Ante mí apareció un coñito de lo más apetecible, con una pequeña matita de pelo coronando su monte de venus. Sus labios estaban ligeramente abiertos y húmedos, brillantes y resplandecientes, al igual que los dedos de su mano derecha.

Se lamió ligeramente la punta de los dedos y colocó su mano derecha sobre su pubis, dejando los dedos justo sobre sus labios. Empezó a mover entonces la mano con maestría, rozando la parte superior de su chochito jugoso y separando los labios calientes con los dedos. Con la uña del dedo índice de la otra mano, arañaba con suavidad los deliciosos pliegues de su coño.

En un abrir y cerrar de ojos me vi inmerso en un mar de jadeos y gemidos. Su cabeza se ladeaba de un lado al otro y su pelo se alborotaba sobre su cara. Sus pechos se elevaban con rapidez en consonancia con el rápido ritmo de su masturbación. Yo, sin apenas percibirlo, le seguía el ritmo de igual forma, masturbándome con velocidad y de forma descontrolada.

Según avanzaban los segundos, Esther podía controlarse menos. Sus piernas se cerraban esporádicamente mientras apretaba con fuerza su mano a su pubis. Podía ver a la perfección la forma en que acariciaba su clítoris, llevándose a sí misma a la cumbre del placer de una forma desmesurada. Sus jadeos se fueron haciendo más pausados y largos, parando sus caricias durante breves e intensos segundos.

Se encontraba muy cerca del clímax y tan sólo estaba retrasando la llegada. Finalmente, se corrió violentamente con su mirada clavada en mí, reteniendo la respiración con cada espasmo que emitía su coñito. Una sonrisa fue apareciendo por su cara mientras recuperaba la respiración.

Yo aún no había terminado, y durante su clímax había ralentizado mi ritmo, saboreando cada centésima de segundo de su orgasmo. Cuando se hubo corrido bien a gusto, se puso de rodillas a un lado mío, me miró a los ojos durante un instante y luego clavó sus ojos en mi verga dura sostenida por mi mano.

Reinicié el movimiento de vaivén y en apenas un par de minutos estallé en un enorme y abundante orgasmo, soltando chorros de leche a diestro y siniestro y regando el suelo de la habitación. Cuando terminé, dirigí mi mirada a Esther, que observaba fascinada mi corrida.

Poco después, Esther se vestía de nuevo y salía por la puerta, dejándome sólo en su interior. Algunos minutos más tarde, yo también me marchaba.

Al llegar a casa comprobé el correo electrónico y vi que había recibido uno de Esther, en el que me daba los gracias por cumplir aquella fantasía y me comentaba que tenía otra fantasía que quería cumplir. Misma mecánica, mismo lugar, mismas condiciones... pero en lugar de masturbarnos, echaríamos un intenso y salvaje polvo. No podía esperar a que llegara el día. Cuando terminé de leer el correo, una poderosa erección se marcaba en mis pantalones.

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