Del tormento al éxtasis
Cambiar de punto de vista
Mi nombre es Begoña. Soy una mujer de 39 años, casada, trabajo en una cadena de televisión local de esas con poca audiencia pero con mucha tarea, precisamente para ir captando esa audiencia. Mi marido se llama Alfredo. Nuestra vida no es monótona, pero sí bastante regulada.
A causa de nuestros trabajo no teníamos una vida social demasiado intensa, Pero sí teníamos un amigo entrañable: Pablo, que llenaba casi todos nuestros ratos libres. Venía con frecuencia a casa, donde jugaba al ajedrez con Alfredo, o a las cartas con los dos. Salíamos los tres a cenar, incluso a bailar ; y bailaba conmigo en lugar de sacar a cualquier otra chica. En fin, Pablito era casi como nuestro hermano.
Por eso lo que sucedió aquella tarde que llegue a casa mucho antes de lo acostumbrado por problemas técnicos en la emisora, me dejó completamente anonadada.
Como suponía que a esas horas; eran las cinco de la tarde; no habría nadie en casa, no me molesté en dar mi acostumbrado grito: “¡Ya estoy aquí!”, sino que me fui directamente al dormitorio para cambiarme de ropa…
El ‘espectáculo que me encontré allí me dejó de piedra: ¡Pablo estaba sobra la cama, a cuatro patas, y Alfredo le estaba metiendo el pene por el culo! Ambos completamente desnudos. Estaban tan ‘entusiasmados’ que ni se dieron cuenta de mi presencia
No sé cual hubiese sido mi reacción si hubiese encontrado a Alfredo con otra mujer, pero el verle en aquella situación con nuestro mejor amigo me llenó de indignación y rabia.
Sobre todo porque en todo el tiempo que llevábamos juntos jamás había tenido el más mínimo atisbo de homosexualidad en ninguno de los dos.
Mi primer impulso fue dar media vuelta y marcharme de allí, tal vez para no volver nunca, pero algo enfermizo me retenía allí mirándoles.
Mi cabeza daba vueltas como un molinillo, sentía que estaba a punto de explotar, pero no podía moverme de allí. ¡Y para más sorpresa e indignación me di cuenta de que, sin entender por qué, mi sexo se estaba humedeciendo!
Aquello me molestó tanto que no pude por menos que saltar:
-¡Sois los dos unos guarros hijos de puta!
Sólo en ese momento se dieron cuenta de mi presencia y se volvieron hacia mí sorprendidos. Yo quería tirarles algo a la cabeza, matarlos… Pero por el contrario sentí que me humedecía tanto al ver la enorme polla de Pablo; que naturalmente nunca había visto antes; que la humedad ya corría por mis muslos. Afortunadamente ellos no podían saberlo, y yo tenía que seguir dando rienda suelta a mi indignación.
-¡Maricones de mierda! –Grité-¡Al menos podíais haberos ido a daros por el culo a otra parte, no en mi propia casa!
-Recuerda cariño –Dijo Alfredo con una frialdad incomprensible-, que también es mi casa.
-Y no somos maricones –Apostilló Pablo-. Por ejemplo: tú nos pones muy cachondos.
-¡Pero qué cara tenéis!
-No amor –Dijo Alfredo-, ven aquí con nosotros y te lo demostraremos.
-¡Pero, pero! –Quise protestar, pero me di cuenta de que mi deseo de tener el pene de Pablo dentro de mí se estaba haciendo irresistible, y sin darme cuenta me estaba desnudando mientras me acercaba a la cama. Sin acabar de hacerlo, aún con las braguitas puestas, me lancé como loca a saborear aquella hermosa polla con mi boca.
Alfredo no perdió tiempo en clavarme su rabo mientras se la mamaba al otro. Estaba tan ‘a punto’ después de haber enculado a Pablo que no tardo nada en derramar su leche sobre mi espalda.
-Ven mi niña –Dijo Pablo-, que ahora te voy a llenar yo el coño.
-¡Síii! ¡Méteme esa enorme polla cabrón!
Me tumbó de espaldas sobre la cama, hizo que levantase mis piernas hasta la cabeza, y me metió aquel enorme miembro.
Alfredo, que no había perdido la erección pese a la corrida, se colocó en la cabecera para poner su polla al alcance de mi boca, que no dudó en apoderarse de ella. Sentía un placer indecible con el coño roto por aquella verga y mi boca llena de otra polla.
Las variaciones fueron infinitas durante aquella memorable tarde-noche. En mi vida me había sentido tan bien ‘atendida’. Mis orgasmos eran continuos en medio de mis gritos de gozo…
A partir de aquel día nuestros frecuentes encuentros ya no fueron lo mismo, sino mucho más placenteros.
Incluso alguna vez Pablo, tras consultármelo, se trajo a algún amiguito; siempre bien dotados; para que me sintiese más plena con tres hombres a mi servicio.
FIN