Del sexo total a la total abstinencia

Un hombre casado cuenta cómo su vida ha pasado del sexo total a la abstinencia mas absoluta.

Del placer total a la total abstinencia

Soy un hombre maduro de 56 años, casado, con dos hijas y muy enamorado de mi esposa a la que quiero con locura, pero que desde que a su padre le dio un infarto, hace ya algunos años, y se lo trajo a vivir con nosotros, desde entonces, se niega a que tengamos relaciones sexuales de ningún tipo ya que su padre podría enterarse porque ella suele gritar mucho cuando lo practicamos. He pasado de tener sexo casi a diario, (una media de diez veces a la semana), a la más absoluta abstinencia. Para que entendáis mi estado de ánimo, a continuación voy a relataros algunos de los momentos más maravillosos y excitantes de mi vida sexual con mi esposa:

De Novios

Empezamos a salir a finales de Marzo de 1978 ; Ella tenía 26 años y yo 31 y ambos acabábamos de salir de una tormentosa vida amorosa; Una semana después, el día de Jueves Santo paseábamos agarrados de la mano como dos tortolitos por el Parque del Retiro y nos dimos el primer beso. Fue un autentico flechazo, me enamoré nada más conocerla y ella de mí, según me comentó días después. Al día siguiente, Viernes Santo, no se me olvidará en la vida. Llovía a cantaros en Madrid y yo la esperaba enfrente de su casa para ir a bailar a una discoteca cercana. Primero salieron sus padres que se metieron en un coche con destino desconocido para mí y unos instantes después apareció ella debajo de un paraguas y embutida en una larga gabardina. Nos saludamos y me dijo que dado el día que estaba haciendo, le apetecía mejor ir al cine. En aquellos años, en cada barrio había uno o más cines y en el barrio de mi chica había uno a menos de 50 metros.

Nada más entrar al cine, cerró el paraguas y se quitó la gabardina y me quedé de piedra. Llevaba un vestido rojo abotonado por delante muy cortito, que apenas le llegaba a medio muslo y con un escote enorme que dejaba al descubierto la parte alta de dos hermosos y grandes pechos y un canalillo en medio por donde se me iban los ojos. En cuanto se apagó la luz comenzamos a besarnos; la película era de romanos, creo que se llamaba "Quo Vadis" , pero os juro que no vimos ni una sola imagen. Besaba su boca, lamía sus labios, buscaba su lengua con la mía y ella hacía lo mismo. Mi verga se puso tan dura que me hacía daño, allí encerrada entre los calzoncillos y el tejano. Puse una de mis manos encima del escote e intenté colarme dentro del sujetador pero fue imposible, aquello estaba muy apretado y no había forma de meter mano, así que me tuve que conformar con acariciar su pecho por encima del vestido. A ella aquello le estaba gustando porque sus besos se hacían cada vez más voluptuosos y cuando menos lo esperaba sentí su mano palpándome la polla por encima del pantalón. Iba a bajarme la cremallera para que su mano no encontrara ninguna oposición, pero justo en ese momento se encendieron las luces. Estábamos a la mitad de la película y hacían un descanso breve, que aprovechamos para fumar un pitillo fuera.

Ella entró en el baño y yo también, no porque tuviera ganas de orinar, sino porque necesitaba colocarme el paquete que parecía que iba a estallar los pantalones. De nuevo en la sala seguimos besándonos como locos en cuanto se apagó la luz, mis manos se elevaron buscando el escote y cual no fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que ya no llevaba sujetador, -se lo había quitado cuando entró en el baño-; mis manos acariciaron por debajo del vestido las enormes y bien redondeadas tetas, sus erizados pezones amenazaban con agujerear el vestido. Mientras tanto, sus manos acariciaban mi bulto e intentaban sin éxito bajar mi cremallera, dejé de tocarle las tetas para ayudarla a bajar la cremallera del pantalón; no sin esfuerzo lo conseguimos y un segundo después mi polla apuntaba orgullosa hacia el techo. Sin dejar de besar mi boca, tapó mi empinada verga con un pañuelo de seda y amarrándola con fuerza empezó a hacerme la paja más bestial que me habían hecho hasta la fecha. Bajaba poco a poco el prepucio hasta que el glande se elevaba al máximo y entonces acariciaba con la yema de sus dedos la punta; bajaba su mano a lo largo del enhiesto tallo y allí en la base buscaba mis inflados huevos y los tocaba como si quisiera adivinar cuanta cantidad de semen almacenaban; de nuevo subía la mano por el tronco dibujando las palpitantes venas que lo surcaban, subía el prepucio para esconder el glande de nuevo y durante unos pocos segundos dejaba su mano envolviendo la cabeza para sentir los espasmos que a su contacto emitía.

De nuevo a empezar, prepucio abajo, glande fuera, caricia, mano hacia abajo, toque de huevos y otra vez para arriba. Se acercó a mi oído y me susurró: "córrete cariño", y soltando un pequeño gemido inundé su pañuelo con esperma que salía a borbotones y con tanta fuerza que sus hermosos muslos no se libraron de algunas gotas. Me limpió a conciencia con un pañuelo de papel y dejó que mi pene quedara fláccido en sus manos. Ella misma cogió mi mano derecha y la puso en el interior de sus muslos; quería que yo la tocara el sexo, y apenas su vestido ocultaba sus bragas por lo que enseguida tenía mi mano acariciando el surco que su palpitante raja enmarcaba en ellas.

Estaban empapadas, sus jugos se escapaban por las ingles y mis dedos ansiosos se mojaron en ellos. No sé cómo se las apañó para apartar un poco sus braguitas, lo suficiente para que mi mano se instalara en la entrada de la cueva adornada con una tupida alfombra de pelo ensortijado en cuyo centro se abría el abismo de su sexo. Estaba caliente y húmedo, palpitaba como si tuviera vida propia y a medida que mis caricias aumentaban, los labios exteriores se inflamaban y separaban como los pétalos de una flor, y otros labios más finos y sensibles pedían que los acariciara y así lo hice de inmediato. Localicé su clítoris no porque yo fuera un experto en ello, sino porque él mismo asomó al exterior saliendo del capullo donde estaba escondido pidiendo ser acariciado.

En cuanto la yema de mi dedo corazón rozó apenas ese botoncito, ella pegó un respingo y se elevó de la butaca de tal manera que creí que todo el cine se había dado cuenta. Por fortuna nadie parecía reparar en nosotros, por lo que seguí con mis manejos y en un instante tenía primero uno y después dos de mis dedos en el interior de su vagina mientras ella mordía con furia mi chaqueta para no gritar de tanto placer como sentía. Era tal mi grado de excitación que la cremallera del pantalón me estaba haciendo un daño horrible en la polla que de nuevo se había puesto al máximo de potencia. No pude evitar acercar mi boca a su oído y gemir, más que hablar, balbuceando: "Joder, mi vida, estoy loco por lamerte el coño, por meterte la polla en el chocho, por follarte hasta caer reventado".

Nada más decirle esto, me dio un empujón apartándome, se adecentó un poco, agarró la gabardina y el paraguas y se levantó a toda prisa. Me levanté y la seguí, no sin esfuerzo ya que no me había dado tiempo a colocarme bien la verga y llevaba una tienda de campaña colosal que mi corta chaqueta no era capaz de ocultar. Se ha cabreado, pensé, no debí haberle dicho semejante burrada, con lo que me gusta esta chica y me va a mandar a tomar por el culo, -pensaba yo-, mientras corría detrás de ella que ya me llevaba una cierta ventaja. Cuando llegamos a su portal, abrió con llave y me dijo: "sube", y yo temblando porque me pareció verle una cara de cabreo impresionante.

Cuando llegamos a su piso me ordenó que la esperara sentada en una butaca y se metió en el baño. Sentí como se duchaba y me relajé; parecía que se le había pasado el cabreo. Y unos minutos después apareció: La imagen más hermosa que yo nunca habría soñado: con una toalla atada al talle, tan pequeña que no solo no era capaz de tapar sus hermosas tetas sino que tampoco ocultaba en absoluto el felpudo más frondoso que había visto yo en mi vida. Se sentó a mi lado, se quitó la toalla, se abrió de piernas dejando su hermosa cueva al descubierto y me dijo:

-¿ No querías lamerme el conejito, pues a qué esperas?

No tuvo que repetírmelo dos veces, me senté en el suelo y enterré mi cabeza entre sus muslos. Primero pasé mi lengua por entre sus ingles, acercándome poco a poco a su volcán que hervía y palpitaba a medida que me acercaba. Pasé mi lengua sin prisas por los bordes, separando uno a uno los pelitos que se erizaban junto a la entrada. Lamí los abultados labios y fue entonces cuando ella comenzó a gritar, no a gemir, sino a gritar de placer.

No me apresuré; con la ayuda de mis manos separé cuanto pude los labios exteriores y lamí tanto los pequeños labios interiores como las paredes internas de la vagina que ya para entonces estaba a rebosar de jugos que lamí como si de miel se tratara. Metí mi lengua cuanto pude y comencé a bombear como si la estuviera follando con mi lengua. Ella arqueaba el cuerpo cuanto podía y mordía la toalla para que sus gritos dejaran de oírse en toda la vecindad. Estuve así mas de diez minutos hasta que por fin llegué a su erecto clítoris. En cuanto le puse la lengua encima, apenas una sutil caricia con la puntita, mi chica explotó, con una serie de espasmos que me asustaron, creí que le estaba dando un ataque cardiaco o algo parecido, pero no, era uno de los mayores orgasmos que había tenido en su vida. Tuve que detenerme para contemplar extasiado su cara llena de felicidad. Me dio las gracias y me besó largamente en la boca al tiempo que bajaba mis pantalones y los calzoncillos y manipulaba a su antojo mi verga. Cuando creyó que ya estaba lo suficientemente dura, me dijo:

Ahora me toca a mí, relájate y déjate llevar.

Me agarró suavemente los huevos, me bajó el prepucio y se metió el glande en la boca, lamiéndolo, chupando y succionando y lo mismo hizo con todo el tallo. Después, se fue metiendo poco a poco todo el miembro hasta que misteriosamente todo él quedó enterrado en su garganta. Desde luego no era la primera vez que chupaba un pene erecto pues sabía muy bien como retardar el momento del éxtasis final. Apretaba fuertemente en la base de mi polla, con una mano mientras que con la otra subía y bajaba el pellejo sin dejar de lamer todo cuanto podía.

Aparta cariño, voy a correrme, -le dije-

Dejó un momento de lamerme para contestarme:

Córrete en mi boca amor mío, quiero probar tu semen.

Sólo eso faltaba para que de mi polla empezaran a brotar chorros de esperma tibia, que con violencia saltaban desde el interior de mis cojones directamente en su garganta. Ella sonreía mientras lamía las últimas gotas de esperma.

Miramos el reloj; las ocho y media, teníamos que vestirnos a toda prisa, ya que estaban a punto de llegar sus padres. Nos adecentamos y bajamos a una cafetería que había enfrente de su casa. Allí mismo, entre beso y beso fijamos la fecha de nuestra boda. Nos casaríamos el primer sábado del mes de Junio del año siguiente. Y así sucedió.

De casados

Curiosamente, en nuestra noche de bodas no practicamos sexo, simple y llanamente porque estábamos llenos de alcohol y demasiado cansados para cualquier otra cosa que no fuera dormir a pierna suelta. A la mañana siguiente, muy temprano nos fuimos al aeropuerto con rumbo a las Islas Canarias. Desde el principio teníamos muy claro que queríamos tener hijos rápidamente, puesto que lo deseábamos y no teníamos edad para retrasarlo demasiado, así que sin condón nos pusimos a follar como locos, mañana tarde y noche. A mediados de Julio se quedó embarazada pero seguimos follando hasta unos días antes de parir. Respetada la cuarentena nos pusimos de nuevo a la tarea, sin ninguna clase de precauciones ya que queríamos otro hijo de inmediato; pero no sabemos por qué razón tuvimos que esperar casi tres años para que de nuevo se quedara en cinta. Los seis primeros años de nuestro matrimonio fueron los más felices de mi vida. El sexo lo practicábamos a diario a excepción de esos días en los que tenía la regla. Lo hacíamos cada mañana al despertar antes de ir a trabajar, lo hacíamos al mediodía, a la hora d la siesta y lo hacíamos al anochecer antes de caer en brazos de Morfeo. Recuerdo especialmente la noche en la que celebrábamos nuestro quinto aniversario:

Acabábamos de echar un polvo fantástico y ella se encontraba boca abajo dejando escurrir los chorros de esperma desde su vagina hacía las sábanas mientras yo le acariciaba el trasero que me encantaba.

Dime una cosa cariño, - me dijo –

Qué quieres saber

¿Porqué cada vez que me acaricias el culo, se te pone tan dura?

Es que tienes un trasero delicioso y me encanta acariciarlo

Sí, ¿ pero porqué te excita tanto ?

Por que me viene a la mente una fantasía morbosa

¿Qué clase de fantasía?

Me da vergüenza decírtelo

¿Por qué?

No quiero que te enfades conmigo

Venga, no seas tonto, dime lo que sea, te prometo que no me enfado

Pues cuando te veo así, tan expuesto y lindo el trasero, pues...

¿Qué?

No nada, déjalo

Vamos, que te entran ganas de meterme la polla en el culo, ¿no?

Perdóname, es tan excitante...

Anda, tonto, ve al armario del baño y tráete el tarro de mi crema para las manos, a falta de vaselina, utilizaremos eso. Lo intentamos, por intentarlo que no quede, si me duele demasiado, te lo digo y lo dejamos; si no me gusta también lo dejamos, pero si resulta que nos gusta a los dos, ¿porqué vamos a retener nuestros deseos?.

Volé como un loco al baño y cuando regresé con el tarro ya estaba mi esposa con el culo en pompa y la cabeza apoyada en la almohada. Le lamí lentamente la zona, tanto el agujerito como el canal que va desde la vagina al ano; metí mi lengua cuanto pude en el profundo túnel y con el dedo fui bordeando el aro hasta que poco a poco se fue ensanchando. Cuando ella me dijo que ya estaba preparada, unté una buena cantidad de crema en su ano y otra gran cantidad en la punta y a lo largo de mi rabo y puse la punta en la entrada y apreté. Un grito de dolor me anunció que toda la cabeza había entrado y paré de inmediato, no quería hacerla demasiado daño. Permanecí quieto, sin moverme hasta que mi esposa me dijo que empujara. Empujé y empujé y empujé hasta que toda mi polla quedó sepultada en su interior. Le pregunté cómo se encontraba y me dijo: "No pares, aunque me oigas gritar no pares, creo que me va a gustar". Y la obedecí. Saqué y metí mi príapo, primero con cuidado y después aumentando el ritmo y la contundencia de las embestidas, que parecía que se le iba a sacar la polla por la boca. Ella gritaba y gritaba, pero no de dolor, sino de placer:

¡¡Si,siiiii, sigue así, fóllame el culo, siiii, párteme en dos, quiero sentir tu polla en mis entrañas, siiiiiii, sigue asíiiii, Ohhhhhhhhhh, mi vida, es

delicioso, Ohhhhhhhhhhh, dame tu leche córrete en mi culito, siiiiiii,

lo necesito, Ohhhhhhhhhh, me voyyyyyyyyy, Ohhhhhhhhhhhh.

Y me corrí como nunca antes me había corrido y mientras mi semen regaba sus entrañas, ella caía desmayada por el mayor orgasmo de su vida. Desde entonces repetimos la experiencia muy a menudo y no había día en el que tanto su chocho como su culo no quedaran bien regados con mi esperma.

Hasta que llegó el día fatal en el que me comunicó su decisión, hace ya algunos años y desde entonces, aunque ella me dice que no le importa que me vaya de putas, siempre que tome las debidas precauciones, desde entonces no hago otra cosa que pajearme un día sí y otro día también.

Y esta es mi confesión. Si alguna mujer desea chatear conmigo sobre sexo cibernético, ya que físico no es posible por el enorme amor que tengo a mi esposa, esta es mi dirección:

ivanveic@hotmail.com