Del sexo al amor

Fernando, un chico que abandona la prostitución para estar con Rolando, el amor de su vida.

DEL SEXO AL AMOR.

«¿Qué yo hago aquí en esta calle solitaria?» – me pregunté cuando abrí los ojos y me di cuenta de que había pasado la noche dormido en el frío suelo de una calle solitaria, a merced del mundo. Al intentar recordar lo que había pasado me dolió mucho el corazón, sobre todo por él, que tanto me había ayudado…  a él, quien me rescató de ese cruel y vacío mundo de la prostitución y luchó contra todo y contra todos para estar conmigo, simplemente porque había amor…

Me acomodé en el suelo para quedar sentado en él, mientras apoyaba mi espalda en la pared “Amor” – sonreí irónicamente – una palabra que jamás había entendido, hasta que lo conocí a él… ¿Qué hago ahora? – me pregunté mientras enredaba mi cabello entre mis dedos con desesperación «le he dicho que lo odio, y que jamás lo amé» pensé mientras una lágrima empezaba a rodar en mi mejilla «pero claro, todo eso fue una gran mentira… ¡No puedo entender por qué lo hizo!» pensé sin querer en voz alta.

-      Quizás fue porque eres el único que me hace feliz - dijo Álvaro, devolviéndome a la realidad.

Me levanté del suelo y lo miré fijamente, verlo ahí me hacía sentir cómodo… podría lanzarme a sus brazos si pudiera… pero no debía, no lo lastimaría ¿Cómo pudo fijarse en mí? Él, un hombre guapo, de 35 años, soltero, gay, de tez morena, ojos marrones, cejas delineadas, labios gruesos y rosados, nariz achatada y cuerpo delgado; se había fijado en mí, que no soy más que un joven de 20 años, un prostituto de quinta, de tez morena, ojos cafés, cejas pobladas, nariz afilada, extremadamente flaco y desnutrido, y sin ninguna ropa decente que pueda usar.

«Me has dado una vida que no me corresponde» le respondí con un tono de voz vacío, mientras sentía que una lágrima más empezaba a salir, me limpié con rapidez y añadí «mi lugar está aquí, en las calles» le dije molesto «¿no lo has entendido aun? – pregunté con enfado – ¡Vivo de esto!»

-      Pero tú lo hiciste por necesidad – me respondió, con un semblante de comprensión – no porque te guste la prostitución.

-      Pero no sé hacer otra cosa… - dije sollozando - ¿No entiendes que nací en este mundo?

-      A mí no me importa – respondió mientras se acercaba a mí – yo confío en ti, y sé que eres diferente a los que están ahí – sonrió.

Álvaro se acercó a mí y me dio un beso en los labios que me hizo olvidar el reproche, mientras con sus brazos me pegaba más a su cuerpo, sintiendo su calor corporal envolviendo por completo mi ser. Cuando deshizo el beso, una lágrima empezó a resbalar por mi mejilla mientras veía su hermoso rostro moreno y sus hermosos ojos marrones; junto a él me sentía protegido pero, al mismo tiempo, me sentía el ser más repugnante del planeta.

-      ¿Por qué lloras? – me preguntó.

-      Lloro porque jamás podré hacerte feliz – le dije sollozando, mientras agachaba la mirada.

-      Tú ya me has hecho feliz al permitirme estar aquí contigo – dijo – te amo.

Estaba por responderle que yo también lo amaba cuando llegaron tres tipos y nos rodearon, y uno de ellos era Hugo, un señor de 38 años de edad, con cuerpo fibrado, facciones toscas y de pésimo humor, quien me reconoció de inmediato.

-      Así que es cierto – dijo – lo has dejado por éste – me dijo mientras empujaba a Álvaro al suelo.

-      ¡Déjalo en paz! – le grité – ¡Tú no tienes ningún derecho a interrumpir mi trabajo!

-      ¿Trabajo? – dijo Hugo mientras sonreía irónico y me agarraba con fuerza – ¡Esto no es trabajo!

-      ¡Suéltame! – le grité mientras trataba de zafarme - ¡Me haces daño!

-      ¡No te soltaré! – gritó - ¡Encárguense del tipo – ordenó a los otros dos – Y tú y yo nos vamos de nuevo a la casa de citas – me dijo - de donde jamás debiste salir.

-      ¡Déjame! – grité una vez más - ¡¿Qué van a hacerle?! – pregunté asustado, pues sabía lo insensible y maldito que puede ser Hugo.

Hugo me observó fijamente con demasiado enojo, y después, fijó su mirada en Álvaro, mientras seguía sujetándome del brazo.

-      Lo que se le debe de hacer a ese tipo de personas que solo arruinan el negocio – dijo malhumorado – si vuelves a hacer esto te mato – me dijo, fijando su mirada en mí.

Las lágrimas empezaron a correr de nuevo a través de mis mejillas, mientras sentía cómo mi corazón se rompía en mil pedazos gracias a la incertidumbre de no saber qué podría pasarle a Álvaro; Hugo me llevó de regreso al cuarto donde yo atendía a los clientes y se empezó a desvestir.

-      Recuerda que eres mío – me dijo – jamás te alejarás de aquí

-      Sólo mi cuerpo es tuyo – le respondí – a la fuerza, pero es tuyo.

Hugo se acercó a mí y me golpeó, haciendo que cayera en la cama, acto seguido se acercó a mí, me levantó y acercó mi rostro a su palo, el cual tuve que acoger en mi boca, haciendo lo que hacía con todos mis clientes.

-      Así me gusta – me dijo – que obedezcas y hagas lo que sabes hacer.

Yo no dije nada, tan sólo seguí con mi labor para satisfacerlo, sólo así me dejaría en paz unas cuantas horas, después de un rato así, Hugo tensó su cuerpo e instintivamente quise hacerme a un lado, pero él no me dejó.

-      ¿A dónde crees que vas? – me preguntó mientras me metía su palo en mi boca de nuevo – sabes que no me gusta desperdiciar mi líquido.

Al terminar me obligó a tragarme todo su semen y, una vez haberlo hecho, revisó mi boca para asegurarse de que lo había tragado e, inmediatamente, giró mi cuerpo haciendo que cayera recostado boca abajo en la cama mientras me empezaba a acariciar con sus asquerosas manos.

-      Me encanta que seas tan dócil – dijo – ya sabes que si cooperas no te pasa nada.

-      Es lo que debo de hacer siempre – le dije – no hay otra forma de sobrevivir.

-      Y lo haces muy bien – me respondió.

Hugo dejó de acariciarme y me obligó a separar mis nalgas para que él metiera sus dedos en mi culo, no me gustaba cómo lo hacía, ya que él era demasiado brusco y me lastimaba mucho; yo solo me quejé mientras sentía cómo esos dedos se clavaban y exploraban mi interior, quemándolo con cada movimiento y cada roce de sus dedos.

-      Ya estás listo – dijo, mientras sacaba sus dedos y me daba una palmada en mis nalgas – ahora sí, compláceme.

-      Lo que usted diga – respondí y separé más mis cachetes con mis manos.

-      Así no – dijo – levántate y siéntate en mi palo.

Al escucharlo, me levanté de la cama para que él se pudiera recostar; una vez así, me acerqué a él y me empecé a sentar en su verga, la cual me lastimaba mucho debido a su grosor y longitud; cada vez que bajaba, sentía un gran dolor que parecía que me estaba clavando una estaca en el culo.

-      Eso es – me dijo mientras me acariciaba el cuerpo – siente mi palo en tu culo, entiérratelo tú mismo.

Seguí tratando de hundirme sus 25 centímetros, era doloroso; una vez adentro, empecé a moverme de arriba hacia abajo mientras lloraba de dolor doble, ya que me dolía clavarme su estaca en mi culo, sobre todo porque no hubo lubricación previa; pero también sentía un gran dolor en mi corazón.

Todavía recuerdo cómo empezó todo; aquel día que atendí a Álvaro, era un día normal como cualquier otro, y Álvaro no era más que un cliente para mí, pero todo fue diferente; cuando llegamos al cuarto, me empecé a desvestir esperando que él se desvistiera también y se acomodara en la cama para que pudiera sentarme en él, pero me sorprendió su actitud cuando se acercó a mí y me ayudó a desvestir lentamente mientras me veía fijamente con sus ojos cafés; al terminar, me recostó en la cama y yo me acomodé boca abajo esperando la penetración, pero él me giró de nuevo para verme una vez más.

-      Hazlo ya – le dije.

-      Antes de eso, quiero hacer algo más – me dijo.

-      ¿Qué quieres hacer? – le pregunté – lo que quieras hacer te lo cobraré como servicio extra – le respondí.

-      Pagaré lo que sea por esto – dijo y acto seguido se acercó a mi rostro para besarme en los labios. Traté de resistirme pero me atrapó con su calidez y su ternura.

Álvaro me empezó a besar todo el cuerpo con ternura y delicadeza, como si él quisiera estar así por siempre, mientras yo disfrutaba cada roce de sus labios elevándome a una sensación tan placentera que me hubiera gustado seguir así por siempre, pero Álvaro fue moviéndose hasta llegar a mi pene, el cual tomó con delicadeza y lo colocó en su paladar, proporcionándome el mejor sexo oral que haya tenido en mi vida, haciendo que el tiempo se detuviera hasta que me sentí a punto de estallar, así que se lo hice saber, a lo que él se hizo a un lado y dejó que saliera todo mi esperma, dejándome exhausto.

-      ¿Estás listo? – me preguntó.

-      Debo de estarlo – le respondí.

-      No te obligaré a nada – me dijo – si no lo quieres hacer, me iré.

No pude decir nada, tan sólo cubrí mis ojos con mis manos y rompí en llanto, entonces él me sentó en la cama y me abrazó, me sentía tan frágil, me sentía una basura…

-      Lo lamento – le dije – yo no debí…

-      ¿No debiste qué? – preguntó confundido - ¿Llorar?

-      Acomódate – le respondí mientras me separaba de él – yo…

-      Tú estás haciendo esto por alguna razón que desconozco – empezó a decir – y tú no eres de aquí.

-      No digas eso – le dije – no conoces mis motivos…

-      Pero me gustaría saberlos – me interrumpió - ¿Qué te hizo llegar a este lugar?

-      Mi madre – le respondí.

-      ¿Tu madre? – preguntó – ¿acaso ella no te quiere?

-      Ella está muerta – dije con pesadez – murió años atrás por una infección.

-      ¿Infección? – me preguntó – ¿Qué tipo de infección?

-      Ella trabajaba aquí – le dije.

-      ¿Y tú por qué sigues aquí? – me preguntó.

-      Porque no tengo a nadie – empecé a decir – no tengo familia, no tengo amigos, no tengo nada más que este sucio cuarto donde trabajo para vivir.

-      Yo puedo darte la vida que tanto anhelas – me dijo – si tú quieres, puedes venir conmigo.

-      No puedo irme – le respondí – me gustaría irme contigo, pero no puedo dejar este lugar.

-      ¿Por qué no? – me preguntó – ¿Qué te detiene en este lugar?

-      No puedo decirte nada – le respondí – has pagado por un servicio, así que lo voy a hacer.

Él iba a decir algo pero yo lo acaricié y empezó a gemir, poco a poco lo fui acomodando en la cama de manera tal que quedé sentado encima de él, rozando mi raja con su miembro, el cual ya estaba reaccionando a mis movimientos… hasta que regresé a la realidad, y me di cuenta de que Hugo estaba ahí en la cama, penetrándome cada vez con más rapidez.

-      Ya casi – dijo Hugo – estoy por correrme.

Hugo tensionó su cuerpo e inundó mi cavidad con su denso semen, una vez vaciados sus testículos, me movió bruscamente para que él pudiera levantarse.

-      Sigues siendo mi favorito – me dijo mientras me daba una nalgada.

-      Con permiso – le respondí mientras me levantaba de la cama.

-      ¿A dónde vas? – preguntó.

-      A trabajar – le respondí mientras me ponía de nuevo mi ropa – a eso me has traído ¿no es así? – pregunté despectivo.

-      No olvides que eres mío – dijo con una sonrisa burlona – y de nadie más.

-      Yo no pertenezco a nadie – le respondí con un tono de amargura que no podía disimular – sólo soy un objeto de placer que brinda sus servicios a quien solicite sexo, nada más. Soy de todos y al mismo tiempo no soy de nadie.

Hugo quiso decir algo más pero no lo quise escuchar, estaba rabiando de coraje e impotencia por no poder liberarme de esta vida, pero si algo tenía bien claro era que sólo trabajando juntaría dinero suficiente para poder escapar.

5 AÑOS MÁS TARDE.

Me sentía en mi punto máximo de placer, mi cuerpo ya se había tensado mientras mi pene soltaba mi semen en enormes cantidades que mancharon la pálida piel de mi cliente, quien también estaba ya dejándome su semen en mi interior.

-      Hemos terminado – me dijo.

-      Sí, ya lo sé – respondí mientras me sentaba en la cama y tomaba un cigarrillo de una cajetilla que reposaba sobre la mesita de noche de la habitación - ¿Quieres? – le pregunté, ofreciéndole la cajetilla, pero la rechazó.

-      No – dijo – gracias, no fumo.

-      Da igual – respondí.

Reposé mi espalda sobre la cabecera de la cama mientras cruzaba mis piernas para poder fumar a gusto, pero no pude hacerlo porque sentí su mirada cuestionando cada uno de mis movimientos.

-      Eres muy guapo – me dijo Rolando, con su moreno rostro ligeramente iluminado por la esperanza de que quizás, algún día, pueda estar conmigo.

-      No empecemos – le respondí mientras observaba sus ojos miel – ya te lo he dicho muchas veces, sabes que mi respuesta es “no”.

-      ¿Por qué no me das una oportunidad? – me preguntó mientras trataba de acercarse a mi, buscando algo de afecto de mi parte - ¿Te da miedo amar?

-      ¿Amar? – pregunté irónico mientras aplastaba la colilla del cigarrillo en un cenicero que reposaba sobre la mesita de noche – no sé qué sea eso, ni me interesa.

Rolando es un chico de mi misma edad, de piel morena, ojos miel, labios delgados, orejas pequeñas, cuerpo atlético, alto y un pene de 17 cm; suspiró y se acercó a mí, buscando mi boca, pero yo me levanté de la cama, apagué mi cigarrillo y busqué mi ropa.

-      ¿Vas a algún sitio? – preguntó.

-      Anticipaste el pago del servicio – le respondí – no tengo nada qué hacer aquí – dije con naturalidad – me espera otro cliente, uno que paga lo suficiente para que pueda vivir cómodamente.

-      Te amo – me dijo – quédate aquí – me pidió mientras me observaba con ojos de súplica.

Tan sólo me detuve unos instantes para verlo y me dispuse a salir de la habitación, pero él me sostuvo el brazo, impidiéndome seguir adelante. Cuando giré visiblemente molesto vi su triste cara esperando un poco de piedad en mí para decirle lo que él quería escuchar; como pude, logré zafarme e intenté seguir mi camino, pero nuevamente su mano me impidió seguir adelante.

-      ¿Ahora qué quieres, Rolando? – pregunté malhumorado.

-      Ya lo sabes – me aseguró mientras seguía observándome con un claro semblante de tristeza, miedo e incertidumbre.

-      Me estás haciendo perder tiempo, y no puedo perder a mi siguiente objetivo – le aseguré.

-      ¿Qué necesitas? – me preguntó – ¿Qué te hace falta?

-      Déjame – le dije – mis clientes son primordiales ante todo.

-      ¿Incluso ante mi propuesta? – me preguntó – ¿No quieres escuchar mi oferta?

-      ¿Vas a ofrecerme más dinero? – pregunté - ¿Es eso?

-      Puede ser… - empezó a decir mientras se acariciaba la barbilla – pero eso depende de ti.

-      ¿De mí? – pregunté asombrado mientras me sentaba en la cama - ¿Qué debo hacer yo? ¿Algún servicio adicional?

Rolando se levantó y empezó a recorrer la habitación, que se había quedado en silencio, se detuvo en el marco de la ventana mientras miraba la acera desierta de la avenida, en aquella calurosa tarde de otoño; y exclamó, después de un leve suspiro:

-      Yo no sé qué más puedo hacer – empezó a decir – he  tratado de entenderte, de saber tu vida, tu historia, tu pasado… - dijo mientras giraba para mirarme de nuevo, esta vez con una mirada triste – y no puedo saber nada de ti porque no me permites ver lo que hay dentro.

-      No hay nada que ver – le dije – sólo borrosos recuerdos de alguien a quien amé hace mucho – dije – y ya no está.

-      ¿Qué le pasó? – preguntó mientras se sentaba en la cama.

-      No lo sé – respondí – en aquella época yo era joven y mi antiguo jefe no me permitía amoríos con mis clientes, sin embargo…

-      ¿Sin embargo, qué? – preguntó una vez más, atento a cualquier respuesta que pudiera darle - ¿te enamoraste de alguno de los chavos con los que estuviste?

-      Si – respondí – pero eso fue hace mucho – dije – es parte del pasado.

-      No te creo – me dijo – no puede ser parte de tu pasado.

-      Pero ¿qué estás diciendo? – exclamé sorprendido mientras me levantaba de la cama y movía mis brazos – Aquel fue solo alguien a quien alguna vez amé, pero ya no está en mi vida nunca más.

Rolando no dijo nada, tan solo se acercó a mí e intentó besarme, pero yo me aparté de inmediato, pues tan sólo era un cliente más para mí; sin embargo, Rolando lo intentó de nuevo y lo logró, cuando me soltó, empecé a sentir algo extraño en mí que hace tiempo no experimentaba… y me dio miedo, así que lo aparté de inmediato.

-      ¿Qué tienes? – me preguntó - ¿Por qué te apartas?

-      No puedo más con esto – dije – no permitiré que se repita la historia.

-      Sólo quiero que estemos juntos – dijo – no hay nada de qué temer.

-      ¿Estás seguro? – le pregunté – ¿así tan fácil?

-      Sí – respondió – así tan fácil.

-      Está bien – sonreí.

Rolando y yo nos vestimos y él se fue, no sin antes darme un pequeño y rápido beso en los labios, el cual me provocó una sensación agradable en mi cuerpo. Apenas salí de la habitación, me encontré con Gonzalo Utrera y Romina Becerra quienes, al verme, me preguntaron todo lo que había pasado.

Les conté todo, incluyendo detalles, después nos fuimos a comer los tres juntos y me desearon la mejor suerte del mundo para que pudiera estar con él y salir de ese mundo para siempre; pero no iba a ser tan fácil, ya que aún faltaba conocer a la familia de Rolando… y no quiero imaginar qué pasará si se enteran de quien soy.

A pesar de tener 25 años, he vivido demasiadas cosas, mientras Rolando es un chavo que no ha conocido mucho de la vida, espero que sus padres no me rechacen… y, si lo hacen, lucharé por él hasta el final.

UN AÑO MÁS TARDE.

Por fin estoy bien con Rolando, y lo mejor de todo es que sus padres me terminaron aceptando al ver que he cambiado mi estilo de vida. Hoy me siento libre, feliz y con el enorme deseo de casarme, pero aún falta un poco para ello.

Regresé a casa con rapidez y me sorprendió ver a mis futuros suegros en ella, los saludé y ellos me recibieron con enfado, no entendí su actitud hasta que me mostraron una nota de amenaza; al leerla, me di cuenta de que mi pasado había regresado, y no podía escapar de él… ni de Hugo.


Llegué puntual a la cita en una vieja bodega cerca de una playa, debido a que necesitaba arreglar la situación lo más pronto posible; apenas llegué, Hugo trató de besarme otra vez, pero yo le solté un golpe a puño cerrado en su mejilla, y de inmediato cayó en el piso; lamentablemente, él no estaba solo, sino que también estaban sus guardias, quienes me sujetaron con fuerza de los brazos y Hugo aprovechó la ocasión para golpearme.

-      Intentas hacer esto de nuevo – empezó a decir – y no tendré piedad de ti.

-      ¿Por qué me molestas? – pregunté enojado - ¿Qué quieres de mí?

-      Ya sabes lo que quiero – respondió lascivamente – y sólo tú me lo puedes dar – dijo mientras se acercaba para apretarme mis glúteos – ¡Desvístanlo!

Sus guardias me rompieron la ropa y me sujetaron con fuerza, exponiendo mi ano al máximo, gracias a que uno de ellos separó bastante bien mis glúteos con sus manos; entré en pánico y traté de forcejear, pero fue inútil… no había forma de escapar de esos gorilas.

Hugo se acercó y hundió sus dedos en mi ano, provocándome ardor y dolor con cada movimiento que él hacía, hasta que se cansó de jugar y sin contemplaciones hundió su pene en mi culo hasta el fondo, provocándome un intenso ardor combinado con dolor que casi me tiraba.

Hugo estuvo penetrándome por un buen rato, hasta que eyaculó en mi interior; cuando retiró su pene, sentí mi ano completamente adolorido; ese maldito me había lastimado demasiado. Apenas me dejaron descansar cuando uno de ellos me soltó y de inmediato empezó a penetrarme, mientras que Hugo se acercaba para sujetarme con fuerza.

Yo sentía un terrible dolor, ya no soportaba más, pensé que iba a morir cuando escuché el sonido de las patrullas de la policía y de inmediato supe que venían a rescatarme; los dos guaruras se espantaron y me soltaron, para correr apresuradamente, dejándonos a Hugo y a mí solos en la bodega.

-      ¡Tú no escaparás de mí – dijo – sólo muerto lo podrás hacer!

-      ¡Suéltame! – grité - ¡Por fin tendrás el castigo que te mereces!

-      ¡Cállate! – dijo mientras me golpeaba el pómulo – no te irás hasta que yo diga.

-      ¡Déjame ir! – grité - ¡Suéltame!

En ese momento se escuchó un fuerte golpe en la puerta; los policías por fin habían llegado, con los cómplices de Hugo ya arrestados; uno de ellos apuntó su arma directamente hacia nosotros, y Hugo de inmediato me puso en frente de él mientras apuntaba su arma y pedía que lo dejaran ir o si no me mataría.

Los policías trataron de negociar, pero fue inútil, el tipo no cedió y los policías dejaron que Hugo y yo saliéramos de la bodega; apenas salimos, Hugo me arrastró hasta su automóvil, y encendió el motor, pero un disparo dio directamente a la llanta delantera, lo que impidió el escape.

Hugo me obligó a abrir la puerta y me empujó hacia el exterior, saliendo junto conmigo; me sentía en pánico y estaba completamente inmóvil; ambos empezamos a caminar sin rumbo, pero Hugo se tropezó y cayó, arrastrándome con él.

Aproveché el momento y me liberé de él, me levanté del suelo como pude y empecé a correr; en eso escuché el gatillo y giré «Es mi fin» pensé cuando vi que Hugo estaba dispuesto a disparar; pero una bala le atravesó el pecho y de inmediato soltó el arma, cayendo con pesadez en el suelo. Al final, mis piernas y mi cuerpo no dieron más de sí y terminé desmayándome ahí mismo.

2 MESES DESPUÉS.

Me desperté feliz, a pesar de estar en el hospital; sólo faltan dos días para que el médico me de el alta y pueda regresar a casa con Rolando. Cuando giré mi rostro, lo vi ahí sentado, tenía el rostro cansado y ojeroso, además, tenía rastros de lágrimas.

Me observó detenidamente y bajó el rostro, mientras empezaba a explicarme que no podía regresar con él a casa, pues debían hacerme unos estudios, ya que el resultado de los análisis de VIH resultaron positivos. Escuchar esto me puso el rostro pálido «No puede ser» pensé «¿Por qué ahora que quiero rehacer mi vida pasa esto?» y rápidamente mis lágrimas empezaron a salir.

Días después, Rolando estaba en la habitación del hospital acompañándome, mientras esperábamos al médico; cuando entró en la habitación, me sonrió y dijo «No tiene nada de qué preocuparse, los últimos tres análisis han resultado negativos.

Rolando y yo nos pusimos felices y el médico me permitió regresar a casa con él, y apenas llegamos, Rolando y yo tuvimos sexo, usando condón por si las dudas.

Fue el día más feliz de mi vida, poder estar con él así no tiene precio. Después de hacerme tantos análisis, por fin podía estar completamente seguro de no tener ninguna enfermedad y, de este modo, vivir junto al amor de mi vida, Rolando.

Mi nombre es Fernando, y esta fue mi vida; gracias por leerla.


Bueno, aquí un relato más, es corto y no tiene continuación. Saludos. Espero que les guste.

Con cariño:

Guadalupe.