Del parque a la cama con mi madre

Una cita en el parque y su continuación en la cama marcan el devenir de mi madre en este relato.

(CONTINUACIÓN DE “LOS VECINOS SE FOLLARON A MI MADRE”)

Ya había pasado más de una semana desde que el conserje del edificio y tres vecinos habían violado a Rosa y, desde entonces, la mujer no se había atrevido a salir de su vivienda.

La tarde del mismo día en el que había sido violada tuvo la mujer que llamar al móvil de Oliver, el amigo negro de su hijo, para que no fuera a la mañana siguiente a su casa para follar con ella, como acostumbraba últimamente hacer todos los días laborables nada más salir el marido y el hijo de Rosa de la vivienda.

Aunque el joven, alarmado de no poder follársela, preguntó el motivo de forma insistente hasta que Rosa, reacia al principio, tuvo que decírselo. Aun así, Oliver insistió en ir, pero, ante la rotunda negativa de la mujer, reculó, quedando Rosa que le llamaría cuando pudiera ir.

Estuvo nervioso el joven toda la semana, acostumbrado a follársela. Era un yonqui al que le faltaba su ansiada droga: los polvetes matutinos. No pudiendo esperar más la llamó una mañana por teléfono, sabiendo que no estaban en la casa ni el marido ni el hijo de la mujer. Insistió con vehemencia, incluso con agresividad que iría a verla sí o sí.

Arrinconada, Rosa, cedió en quedar fuera de la vivienda con él, pero insistió que era solamente para hablar, nada más que para hablar. No quería que le vieran el portero y los vecinos entrar al joven en su casa. Además, era necesario que la mujer se atreviera salir a la calle, llevaba mucho tiempo sin hacerlo y necesitaba oxigenarse. Aunque la compra de comida la hacía por internet y se la llevaban a casa, prefería comprar bragas en una tienda próxima ya que se había llevado todas las que tenía la Encarni, una vecina que la odiaba profundamente y que estaba presente cuando la violaron e incluso alentó a hacerlo. Dudó donde quedar con Oliver. Quería que fuera en un sitio público para que no se la follara pero donde pudiera hablar con él sin nadie que los escuchara, por lo que lo primero que pensó fue en un parque, pero no uno cercano donde podían verlos los vecinos o gente que les conociera, sino uno más alejado donde fuera menos probable, así que propuso uno que estaba a más media hora caminando y no era muy concurrido. Oliver aceptó al momento y quedaron para la mañana siguiente lo antes posible sin que levantara sospechas a los familiares.

Esa mañana salió la mujer en compañía de su marido, que, muy extrañado, la preguntó:

  • Pero ¿dónde vas tan pronto?

Eran poco más de las nueve de la mañana y Rosa, que tenía miedo de salir sola y pensaba que su marido era el guardaespaldas más adecuado, tuvo que mentirle, indicándole que quería acercarse al centro y hacer unas compras antes de que se llenara de gente.

Dioni, su marido, se encogió de hombros, pero la avisó que tenía prisa y no iba a esperarla. A Rosa le bastó esa respuesta ya que solo quería salir acompañada del edificio.

Juan, el hijo de Rosa, sí que estaba más atento a las reacciones de su madre y la observaba retraída y preocupada en la última semana, a pesar de que ella intentaba disimularlo. Fue él el que presentó a Oliver a su madre y el que provocó que éste se la follara en muchas ocasiones, presenciándolo él, sí no en todas, sí en varias, y, cada vez que lo vio, sin que su madre lo supiera, disfrutó masturbándose. Le encantaba observar el cuerpo desnudo de su madre y cómo se follaban, por supuesto, sin que ella se percatara.

Por este motivo, aquella mañana Juan espero a que salieran sus padres de la casa para, pasados unos segundos, salir también él y seguirles a distancia, llevando unos pequeños prismáticos por si los necesitaba.

Al cruzarse el matrimonio con el conserje, el marido le saludó escuetamente con un “Buenos días” mientras que la mujer, con el rostro colorado de vergüenza, miró hacia otro lado sin decirle nada. El conserje devolvió el saludo al hombre y, sonriendo irónicamente, miró el culo macizo y respingón de Rosa cuando se alejaba, recordando su hermoso cuerpo desnudo y el polvo que la había echado.

  • Así que al fin se atreve a salir de la seguridad de su casa. A su vuelta tendrá un regalito que la pondrá pero que bien caliente.

Pensó mientras su polla se congestionaba de deseo y se apresuró a llamar con su móvil.

Un par de manzanas después, los caminos de los dos esposos se separaron y el hijo continuó siguiendo a su madre.

Rosa, sin percatarse de que su hijo la seguía, se encaminó a paso ligero hacia el parque donde había quedado con Oliver.

En la misma entrada al parque estaba ya el joven esperándola. Se movía inquieto, dudando si iba o no a venir ella a la cita. Al verla se tranquilizó, dirigiéndola un simple movimiento de cabeza y una mirada de reconocimiento que ella, aunque vio, no correspondió, sino que, disimulando, entró al parque como si no le hubiera visto ni reconocido.

Siguió Oliver a la mujer a pocos metros en su camino por el parque. Bastantes metros detrás de ellos caminaba el hijo de Rosa que, al ver a su amigo, no se sorprendió excesivamente al ya conocer que mantenía relaciones sexuales frecuentemente con su madre.

Caminando por el parque prácticamente desierto, Rosa observó un banco solitario apartado del camino principal, bajo unos árboles, en una zona con una vegetación muy frondosa, y se acercó a él, sentándose con las piernas muy juntas. Como la vecina se había llevado todas sus bragas, iba completamente desnuda bajo su vestido y no quería que la vieran el chocho cuando estuviera sentada y, menos ahora, que se había citado con su amante que seguramente viniera muy cachondo y ella no quería que hoy se la follara.

Pocos segundos después ya estaba sentado Oliver en la otra punta del mismo banco y, mirando en una y otra dirección, la dijo:

  • ¿Estás bien?
  • Tenemos que dejar de vernos.

Le dijo Rosa sin mirarle y sin responder a su pregunta.

  • Pero ¿por qué?
  • Me acosan y siguen todos mis movimientos.
  • ¿Quiénes? ¿Los vecinos y el portero?
  • Sí. Te han visto entrar en mi casa y se imaginan el resto. No me atrevo a salir de casa por miedo a que me vuelvan a violar.
  • ¿No has ido a la policía?
  • No y no voy a ir.
  • ¿Por qué?
  • No quiero escándalos que me marquen a mí y mi familia y echen a perder mi matrimonio.
  • Entonces ¿qué vas a hacer?
  • No verte.
  • ¿No verme? No solucionará nada.
  • Si no ven que entras en mi casa cuando mi marido se marcha, se calmarán y dejarán de acosarme.
  • ¿Qué dices? Lo harán igual. Además, podemos quedar fuera de tu casa, como ahora.
  • No deberíamos haber comenzado nunca, pero tú entraste en mi casa y me obligaste.
  • Eso fue al principio. Ahora te gusta. ¿No lo negaras?
  • Me voy que nos pueden ver.

Y se levantó Rosa del banco para marcharse cuando Oliver, también levantándose, la cogió del brazo y, atrayéndola hacia él, la sujetó por las nalgas, sobre la falda, pegando su verga erecta al vientre de ella, a través de la ropa.

  • ¿Qué… qué haces? ¡No …nos van a ver!

Exclamó aterrada la mujer ante la posibilidad de que sucediera, forcejeando para soltarse, pero el negro, sujetándola fuertemente, la levantó la falda por detrás y, colocando sus manos sobre las nalgas desnudas de ella, exclamó gratamente sorprendido:

  • ¡Si no llevas bragas!
  • ¡Ay, ay, suéltame, por favor!
  • ¿Dónde vas sin bragas?
  • ¡Ay, por favor! ¡Me robaron todas cuando me violaron en casa!
  • ¿Y has estado todos estos días sin bragas?
  • ¡No me atrevía a salir por si me violaban otra vez! ¡Por favor, suéltame!
  • ¡Ah, sí! Pues has salido, ¿no?, y está ahora conmigo. ¿No querrás dejarme ahora así con la polla bien dura?
  • ¡Ay, por favor, déjame, que nos van a ver! ¡Qué vergüenza!
  • ¡Déjame que te la meta y te vas!
  • ¡Ay, no, por favor! ¡Sentémonos, por favor, y te alivio, te lo juro!

Propuso desesperada la mujer y el negro, no muy convencido, cedió y, sin soltarla por si huía, se sentó otra vez en el banco con ella al lado.

Echando una rápida ojeada al camino por si veía a alguien, se volvió hacia Oliver y, dirigiendo sus manos al pantalón del joven, le soltó los botones y le bajó la bragueta, descubriendo una verga enorme, erecta y congestionada que. Al verse liberada de la ropa que la aprisionaba, se desplegó como una navaja de muelle, lista para penetrar en la carne caliente.

  • ¡Ves, como la tengo, como me la pones!

Exclamó exultante el negro dirigiéndose a la mujer, que no dijo nada, solo contempló asustada el enorme miembro que apuntaba orgulloso al cielo.

Cogiendo Rosa con la mano derecha el duro miembro comenzó a jalárselo arriba y abajo, diciendo angustiada al negro:

  • ¡Vigila, que no venga nadie!
  • ¡Con la mano no, con la boca!

Respondió Oliver, al tiempo que la cogía con una mano por el cogote, obligándola a bajar la cabeza hacia su pene inhiesto.

Metiéndose el empinado miembro en la boca, comenzó Rosa a acariciarlo con sus labios y a juguetear con su lengua en el glande del negro, mientras éste la observaba satisfecho y, levantando por detrás la falda a la mujer, descubrió las nalgas desnudas y comenzó a sobárselas.

Levantando la vista, observó Oliver el camino por si veía venir a alguien, descubriendo alarmado a un joven que, entre unos arbustos a unos pocos metros, observaba mediante unos prismáticos la escena, como le comían la polla.

Era Juan, el hijo de Rosa, el que no se perdía detalle.

Al darse cuenta que su amigo le había visto y se había asustado, bajó los prismáticos para que le viera la cara y le saludó, agitando una mano en el aire.

Aliviado, Oliver le sonrió ampliamente y le devolvió el saludo, levantando también la mano, volviendo Juan a colocarse los prismáticos para observar como su madre le comía la polla a su amigo.

Fue Juan el que provocó que su amigo negro se follara las primeras veces a su madre, pero el tema se desmadró y estuvo a punto de provocar una ruptura en la familia, por lo que Juan tuvo que decirle a Oliver que no volviera a ver a Rosa. Ahora al pillar el negro a su amigo y éste saludarle, le daba el visto bueno para que siguiera follándosela.

Rosa, que no se había dado cuenta de que su hijo la observaba, continúo mamándole la polla, deseando que se corriera cuanto antes para que no les pillaran.

Mientras sus labios y su lengua acariciaban insistentemente el enorme pene en toda su extensión, su mano lo frotaba y jalaba ayudando a que se corriera.

  • ¡Más despacio! ¡No tenemos ninguna prisa! Y no temas que yo vigilo.

La dijo el negro para que le comiera la polla no tan deprisa y la mujer, aunque quería acabar cuanto antes y marcharse, aminó el ritmo.

Juan, detrás de unos arbustos, no se perdía detalle con sus prismáticos y, aunque la cabeza de su madre le impedía observar nítidamente cómo le comía la polla a su amigo, se fijaba más en las hermosas nalgas desnudas de ella y como las amasaban insistentemente.

¡Cómo le gustaría poder sobar así el culo de su madre, azotando tan prietas nalgas y metiendo sus dedos por todas sus hendiduras para finalmente follárselo!

A punto de correrse, Oliver hizo detenerse a Rosa y, obligándola a que se incorporara, la atrajo hacia él.

  • ¡Ven, móntate!
  • ¡No, no, que nos van a ver!
  • ¡No te preocupes, yo vigilo!

A pesar de que no quería, la mayor fuerza del negro la obligó a sentarse a horcajadas sobre él, de rodillas en el banco.

Deseando acabar cuanto antes, la mujer agarró con su mano el cipote erecto y se lo metió por el coño, comenzando a cabalgar sobre él.

La pechera del vestido de Rosa se abrió, mostrando sus tetas desnudas y, en cada salto, que daba la mujer, sus grandes y erguidos senos se restregaban una y otra vez por el rostro cada vez más sudoroso del negro.

Las manos de Oliver fueron a las nalgas desnudas de Rosa, bajo su falda, cogiéndolas con fuerza mientras follaban.

Desde los arbustos Juan enfocaba con sus prismáticos los macizos glúteos de su madre y, cómo subían y bajaban, una y otra vez. No pudiendo aguantar más, se sacó la polla y comenzó a acariciársela sin dejar de mirar.

Pocas embestidas bastaron para que el negro se corriera dentro del coño de la mujer, y, notando cómo una potente ráfaga de esperma inundaba su vagina, Rosa le desmontó e incorporándose, se colocó la ropa tan rápido como pudo con el fin de alejarse de allí lo antes posible antes de que la pillaran.

Pero Oliver que, a pesar de que se había corrido, no había descargado con las prisas tanto como hubiera deseado, se levantó también del banco y, cogiéndola en brazos, la levantó del suelo sin que ella pudiera evitarlo.

Sorprendida, Rosa chilló, pateando en el aire y agarrando con sus manos el cabello negro y encrespado del negro.

  • ¿Qué haces? ¡Ay, no … no, por favor, no!

Con el gigantesco pene emergiendo erecto de la bragueta, la llevó el joven en brazos hacia unos tupidos arbustos que había detrás del banco.

La mujer, al resistirse, perdió los zapatos y se soltaron varios botones de su vestido, descubriendo nuevamente sus tetas desnudas.

Mientras entraban entre la frondosa vegetación, Oliver la dijo:

  • ¡Aquí no nos verán!

Obligándola a que se tumbara bocabajo sobre el césped, se colocó entre las piernas abiertas de Rosa y, soltándose el cinturón, se bajó el pantalón y el boxer.

Tumbándose bocabajo sobre la mujer, restregó su pene erecto y congestionado por la entrepierna de ella hasta que, encontrando la entrada a su vagina, la penetró.

Sintiendo cómo la verga erecta del joven se iba introduciendo dentro de su vagina, Rosa abrió mucho los ojos y la boca, conteniendo la respiración.

Cabalgando dentro de la mujer, el negro, utilizando la fuerza de sus piernas, de sus caderas y de sus glúteos, se balanceaba adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándosela a un ritmo cada vez mayor.

Las piernas desnudas de Rosa, abrazaron la cintura del joven, facilitando su penetración, mientras la mujer entregada, suspiraba, gemía y chillaba en voz baja por el placer que sentía.

Apoyándose en sus brazos, Oliver incorporó su tronco, observando cómo las enormes y erguidas tetas de Rosa se bamboleaban adelante y atrás, una y otra vez, en cada embestida.

Juan, que había presenciado todo escondido detrás de unos árboles, ahora se acercaba sigilosamente donde su amigo se estaba tirando a su madre con el fin de presenciarlo sin perderse ni un solo detalle.

Al espectáculo también asistió un perro que, alejándose de su amo que le llevaba de paseo, se acercó a la pareja, atraído por los chillidos de la mujer, olisqueándolos los genitales.

Observando la presencia del animal y cómo su dueño le llamaba, acercándose a donde estaban copulando, Juan se alejó discretamente del lugar y Oliver incrementó el ritmo, corriéndose en un par de embestidas e incorporándose sin esperar más que dos o tres segundos.

También Rosa se levantó rápido y, cogiendo sus zapatos, se alejó con ellos en la mano casi a la carrera del lugar.

Mientras se alejaba se fue colocando tanto la ropa como el peinado y los zapatos

En su camino se la acercó Oliver pero ella, angustiada por si les veían juntos, le suplicó:

  • ¡No me sigas, por favor! ¡Te llamaré!

Y Oliver, esta vez obediente, se alejó, no sin antes amenazarla:

  • ¡No tardes o iré yo mismo a buscarte!

Una vez la pareja se hubo dispersado el perro volvió con su dueño que no sospechó lo que acababa de suceder.

Al ver Juan cómo su madre y su amigo se marchaban cada uno por su lado, también se fue camino del instituto donde estudiaba. Ya hablaría más tarde con Oliver y acordarían los siguientes pasos a dar. Si su amigo quería seguir follándosela, él tenía que ver cómo lo hacía sin que su madre se enterara y perturbara la tranquilidad de la familia.

Caminando por la calle a buen paso, Rosa se fue sosegando sin percatarse que los transeúntes con los que se cruzaba la dirigían miradas, algunas lujuriosas y otras inquisidoras.

Un anciano de unos setenta años la miró lascivo y la dijo:

  • ¡Que se te va a resfriar el conejo! ¡Ven conmigo que te lo caliento!

Aunque estaba acostumbrada a las miradas y a los piropos subidos de tono, se miró el vestido por si enseñaba algo más de la cuenta, pero estaban todos los botones abrochados.

Una mujer que se cruzó con ella la miró con gesto de desaprobación la cadera. Una mirada bastó para que Rosa, horrorizada, se diera cuenta que las costuras de su vestido se habían reventado por un lateral de la cadera, enseñando un buen trozo de carne sonrosada de más de veinte centímetros, desde la cintura hasta casi la rodilla y que, si hubiera llevado bragas, éstas se hubieran visto, por lo que era evidente que no las llevaba, como todo el mundo podía ahora comprobar.

  • ¡Qué vergüenza!

Pensó, gimiendo desesperada, y, sin saber qué hacer, intentó cubrirse con la mano la cadera e incluso con el bolsito que llevaba, pero era demasiado pequeño.

Temiendo que las costuras hubieran reventado por más sitios, se refugió en un portal.

Un rápido vistazo le permitió observar que la costura del otro lado del vestido también había reventado, pero en menor medida, dejando ver apenas unos diez centímetros de carne de su cadera, pero suficiente también para descubrir que no llevaba bragas debajo.

  • ¡Qué vergüenza! Todos se han dado cuenta que no llevo nada bajo del vestido, que voy desnuda, sin bragas ni nada. ¿Cómo no me di cuenta antes?

Pensó abochornada, percatándose que, al forcejear con Oliver para que no se la follara, las costuras del vestido habían reventado y milagrosamente no la había dejado completamente desnuda en mitad del parque. Sin embargo, horrorizada se dio cuenta que había caminado durante unos veinte minutos por la calle exhibiendo su vestido abierto por las costuras, enseñando su cadera desnuda y que iba sin bragas.

La mirada lasciva de un vecino que entraba en el portal la devolvió de sus pensamientos y, temiendo que la quisiera también violar, la obligó a salir nuevamente a la calle donde quizá pasaría más desapercibida al haber más gente.

Sin saber qué hacer, se dio cuenta que su casa estaba apenas a unos diez minutos caminando y, aunque hubiera preferido esperar a su hijo para entrar con un guardaespaldas en el edificio, no tenía ahora opción, así que hacia allí se dirigió a buen ritmo por caminos poco transitados.

Iba a un paso tan ligero y sumida en sus pensamientos que, al cruzar una calle casi la atropella un coche, y el conductor la gritó, mirándola el culo:

  • ¿Te han metido una guindilla por el culo que no miras?

Cruzando un parque la mujer se metió entre unos chiquillos que jugaban al futbol, con tan mala fortuna que recibió un fuerte pelotazo en una de las nalgas, haciéndola trastabillar y chillar, entre sorprendida y dolorida, haciendo que en el rebote la pelota se introdujera en una de las porterías.

  • ¡Gooooooooooool!
  • ¡Goooooooool de culo!

Gritaron los chavales, carcajeándose después.

Se detuvo Rosa un momento, masajeándose el glúteo dolorido, y un hombre de mediana edad, acercándose, la preguntó:

  • ¿Te ha hecho daño? ¿Quieres que te dé yo unos buenos masajes?
  • ¡No, no, muchas gracias!

Rechazó la mujer el ofrecimiento, temiendo que pudiera ir a mayores.

  • Si el balón va más centrado te hace madre.

Continuó el hombre, mirándola lascivamente el culo, pero Rosa, continuó su camino a paso rápido, sin responder.

Ya estaba próxima a su casa y veía la entrada al edificio. Al que no veía era al conserje ni a ningún vecino. Quizá estuviera el portero dentro, esperándola para agredirla sexualmente otra vez.

Con el corazón desbocado entró al portal. No iba esta vez a subir en ascensor, como la anterior vez, que se convirtió en una trampa de la que no pudo escapar y que bien se aprovecharon los vecinos para violarla.

Pero no, no veía tampoco al conserje dentro del portal, y el ascensor estaba ahí, en la planta baja, como esperándola para que se montara.

Dudó la mujer si montarse o no. Eran seis pisos y, caminando, era muy cansado. Además podían esperarla en cada piso para violarla.

Abrió la puerta del ascensor y no había nadie dentro. Tampoco veía a nadie en el portal, así que decidió subir en ascensor.

Cerrando la puerta, pulsó, con mano temblorosa por los nervios, el botón de su piso y el aparato comenzó a subir.

Aliviada respiró profundamente, pensando que lo peor había pasado, que no había nadie esperándola en el portal ni en el ascensor.

Al llegar a su piso, los nervios volvieron a apoderarse de ella, y abrió aterrorizada la puerta del ascensor.

Tampoco había nadie en el descansillo ni en las escaleras próximas.

La mano la temblaba pero estaba próxima a la seguridad de su casa, del interior de su vivienda, e introdujo, después de un par de intentos, la llave en la cerradura y, girándola, abrió la puerta.

Se precipitó dentro, cerrándola lo más rápido posible y, echando el cerrojo y la cadena de seguridad, apoyó su espalda y sus glúteos sobre la puerta, descansando aliviada.

Tomó una profunda bocanada de aire, y otra y otra, sosegándose.

Ya estaba en casa, en la seguridad de su casa, y no … no había tenido ningún problema para entrar, nadie la había atacado ni insultado ni humillado.

Relajándose, se quitó allí mismo, al lado de la puerta de entrada, los zapatos, dejándolos desordenados en el suelo.

Caminando descalza se acercó al salón y, solamente con la luz que entraba por las amplias ventanas, pudo observar los laterales reventados de su vestido.

  • ¡Dios mío! ¡Se me ve todo!

Exclamó espantada viendo las largas rajas que cruzaban ambos lados del vestido.

Desabrochándose los botones de la pechera del vestido, dejó que éste se deslizara por su voluptuoso cuerpo, cayendo a sus pies.

No podía olvidar que se la acababan de follar en el parque por lo que dejó el vestido según había caído al suelo y caminó completamente desnuda hacia el baño con el fin de darse una buena ducha.

Al pasar frente a la puerta de su dormitorio alguien salió rápido de las sombras, colocándose delante de ella, y dándola un susto de muerte.

  • ¡Aaaaahh!

Chilló espantada, saltando instintivamente hacia atrás y cubriéndose con sus brazos las tetas, antes de que el hombre, situado frente a ella, la saludara sonriente.

  • Hola Rosa. Ya veo que me esperabas.

Era Arturo, uno de los vecinos que la violaron en casa hacía más de una semana, y que ahora, frente a ella, se la comía con los ojos.

Aterrada le reconoció al instante e intentó girarse rápido y alejarse corriendo, pero el tipo la agarró por un antebrazo, deteniéndola, y, agachándose, la levantó del suelo, a pesar de la oposición de la mujer, y se la puso sobre los hombros de forma que la mitad superior del cuerpo de ella colgaba por detrás de la espalda del hombre, mientras que la inferior colgaba por delante.

  • ¡No … no … otra vez no!

Chilló Rosa desesperada.

Un par de rápidas zancadas bastaron para que el tipo entrara en el dormitorio y arrojara a la mujer sobre la cama de matrimonio, donde rebotó.

Antes de que se rehiciera, Arturo la cogió una muñeca y, acercándosela a la cabecera de la cama, la apresó a una esposa metálica ya prefijado a la cabecera.

Sin darla tiempo a reaccionar hizo lo mismo con la otra muñeca, aprisionándola con otro juego de esposas, de forma que Rosa se quedó con las dos muñecas apresadas a la cabecera de la cama.

Más rápida fue incluso la maniobra que hizo el tipo para meterla una bola en la boca y fijar la mordaza alrededor de su cabeza, impidiendo que chillara.

Tumbada bocabajo sobre la cama, la mujer intentó, desesperada, soltarse, tirando infructuosamente con sus brazos.

Intentó incorporarse, colocándose de rodillas sobre el colchón pero antes de que se pusiera en pie, el hombre la propinó un par de fuertes azotes en las nalgas, desequilibrándola, y la dijo:

  • ¡Tranquila, Rosa, que cuanto más te resistas más daño te has a hacer! ¡Así que relájate y deja que Arturito haga su trabajo y disfrutaremos los dos!

De cuatro patas sobre el colchón, la mujer giró la cabeza, mirando aterrada a un Arturo que, muy sonriente, la contemplaba desde los pies de la cama y comenzaba a quitarse la ropa.

Desesperada, intentó la mujer sacar las piernas de la cama y apoyarlas sobre el suelo con la intención de dios sabe qué, pero dada la anchura de la cama y el escaso recorrido de las esposas, no lo consiguió.

Nuevamente intentó colocarse en pie sobre la cama para hacer más fuerza e intentar soltarse de las esposas. Consiguió ponerse en pie pero ni la cabecera de la cama ni las esposas cedieron a pesar de las esforzadas tentativas.

El hombre, ya totalmente desnudo, bloqueó una torpe patada que la mujer, de espaldas a él, le dirigió y, agarrándola por los muslos, tiró de ella, obligándola a ponerse a de rodillas sobre la cama y con el culo en pompa.

Otro par de sonoros y fuertes azotes recibió en sus nalgas antes de que Arturo se colocara de rodillas, detrás de ella, entre sus piernas, sobre la cama.

Con su verga erecta y dura pegada al culo de Rosa, el hombre la dijo al oído mientras la sobaba las tetas.

  • Hoy estás solo para mí, Rosa. Disfruta.

Agarrada con sus manos a la cabecera de la cama, apenas resistió que Arturo la empujara la espalda hacia abajo, obligándola a colocarse a cuatro patas sobre la cama.

Sujetándola por las caderas para que no se moviera, restregó su cipote duro y erecto por la entrepierna de la mujer, encontrando la entrada a la vagina y la penetró, poco a poco, hasta el fondo.

Un breve espasmo recorrió el cuerpo de Rosa al sentirse penetrada pero, al tener una mordaza en su boca, no puedo emitir ningún ruido, solo apretaron sus manos con fuerza la almohada donde reposaban.

  • Tú lo que necesitas es una buena polla y no la del cornudo de tu maridito ni la de un negrata. Así que disfrútala, Rosa, disfrútala.

La dijo antes de comenzar a follársela.

Balanceando adelante y atrás, una y otra vez fue el hombre follándosela, lentamente al principio, y poco a poco incrementando el ritmo del mete-saca.

Cada tres o cuatro embestidas, se detenía un segundo y la propinaba un azote en una de las nalgas para continuar follándosela.

La habitación se inundó de los ruidos provocados por los cojones chocando de forma machacona con la entrepierna de la mujer, por los muelles de la cama y por el choque de ésta con la pared, desconchándola.

Gruesos lagrimones surcaban el rostro de una impotente Rosa que, en contra de su voluntad, estaba cada vez más cachonda, más excitada sexualmente.

Observando el reflejo de los dos cuerpos desnudos en el espejo que había en el dormitorio, Arturo se la continuó follando.

Se tomó su tiempo para follársela, para disfrutar del polvo que la estaba echando, y, cuando estuvo a punto de correrse, se detuvo. Sacando su verga congestionada y a punto de explotar, la dirigió ahora al ano de la mujer, metiéndosela hasta el fondo.

Aunque no era la primera vez que la daban por culo, Rosa se sintió dolorida, más que molesta, y, aunque se agitó, aguantó las siguientes embestidas del tipo que no tardó en correrse dentro de los intestinos de la mujer.

Casi un minuto aguantó Arturo con su verga dentro del ano de Rosa, y, cuando la desmontó, otro par de fuertes y sonoros azotes la propinó en una de sus coloradas nalgas.

Mientras el hombre salía completamente desnudo del dormitorio camino del baño para orinar y lavarse el miembro, la mujer, dolorida, se dejó caer bocabajo sobre la cama, cerrando los ojos.

Cuando volvió Arturo al dormitorio se vistió y, una vez vestido, se acercó a ella.

Volteándola sin encontrar ninguna resistencia, la colocó bocarriba sobre la cama, manteniendo las muñecas esposadas y ahora los brazos cruzados entre ellos.

Acercando una silla a los pies de la cama, se sentó el hombre en ella y, dirigiéndose sonriente a Rosa, la preguntó:

  • ¿Te preguntarás, Rosa, cómo he podido entrar? Pero no he venido a responder tus preguntas sino a hacerte una proposición.

La respuesta que no le dio a la mujer era evidentemente obvia. Sobornando al portero consiguió que éste le proporcionara un juego de llaves para entrar en la vivienda y le llamara en cuando Rosa la abandonara. A lo largo de la semana intentó entrar un par de veces en la vivienda de Rosa, pero, al estar ésta en casa, tenía la cadena de la puerta echada por lo que no pudo entrar, hechos de los que la mujer no se enteró. Tuvo que esperar a que el conserje le llamara por teléfono indicándole que la mujer se había marchado de la casa para poder entrar y esperarla.

  • Como sé que tu vida puede ser un infierno en esta casa, con la Encarni deseando haceros daño y los otros vecinos follarte, yo te propongo que solo folles conmigo.

Se detuvo unos segundos para que la propuesta calara en la mente de Rosa.

  • A cambio de te quitaré de encima a la Encarni, a los otros vecinos y al conserje. No te molestarán y, si lo hacen, me lo dices y yo me aseguraré de que no vuelvan a hacerlo.

Se detuvo durante unos segundos, mirándola fijamente, para preguntarla finalmente:

  • ¿Quieres que te lo repita?

La mujer, mirándole, movió la cabeza ligeramente indicándole que no.

  • ¿Estás de acuerdo?

El balanceo de cabeza ahora indicaba que sí.

El tipo continuó detallándola su propuesta.

  • Por supuesto, podrás seguir follando con la polla negrata, pero siempre estarás dispuesta a que yo te eche un buen polvo. Como ahora yo estoy en paro, vendré a tu casa o tú vendrás a la mía para follar por las mañanas. Me da igual si es antes o después de que el negro te eche un polvo pero tendrás que venir bien limpia.

Después de otra breve pausa, continuó diciéndola despacio y con voz nítida y clara.

  • Te llamaré a tu móvil o te enviaré un whatapp para fijar el día, la hora y el lugar para follar. Intentaré que sea el día antes pero no te prometo nada, puede que sea el mismo día.

Una vez detallada la propuesta, el hombre se levantó de la silla y la dijo ahora muy serio.

  • Te voy a soltar. Si te muestras agresiva conmigo, lo vas a pasar pero que muy mal.

Acercándose la quitó primero la mordaza y después las esposas con una pequeña llave que llevaba.

En ningún momento la mujer se mostró agresiva, sino que estuvo quieta tumbada bocarriba en la cama.

Después de guardar la mordaza y las esposas en una bolsa que traía, la preguntó por su número de móvil, y, sin moverse de la cama, Rosa se lo dijo de memoria y Arturo lo guardó en su móvil, haciendo una llamada para comprobar que el número era correcto. Al escuchar el móvil de la mujer, el hombre colgó y se dio por satisfecho.

Antes de salir del dormitorio, la dijo:

  • Considera que es un pacto que nos viene bien tanto a ti como a mí.

Y marchándose de la vivienda, dejó a Rosa, completamente desnuda y follada, tumbada bocarriba en la cama, sumida en sus pensamientos y preguntándose:

  • ¿Tenía alguna opción? ¿Cómo había llegado a esto, a tener que follar por obligación con dos hombres que no eran su marido?