Del paraíso al infierno II

De vuelta al paraíso ...

Había pasado una semana, desde que Sara había aparecido en mi vida, como un torbellino y se había metido bajo mi piel, para irse al día siguiente.

No dejaba de recordar, su sonrisa de niña mala, esa manera tan sexi que tenía, de morderse el labio inferior… su olor, su sabor, todo lo que la rodeaba, parecía un maquiavélico plan diseñado para volverme loco de pasión y deseo. Mi polla palpitaba solo recordándola.

Los días transcurrían grises y opacos, hasta me reía de mí mismo, tras una sola noche con ella, me había convertido en uno de esos “viejos verdes” de los que tanto me había mofado, por considerar que se enchochaban, con alguna jovencita y perdían hasta la dignidad, con tal de poseer algo, que nunca les pertenecería del todo, porque estaba convencido que en el fondo, perseguían su propia juventud perdida.

El tiempo, atenuó el sentimiento de pérdida y más de nueve meses después, esa noche era ya, un placentero recuerdo, que aún me ayudaba a aliviar la tensión de mi cuerpo.

Me encontraba en el atril, en mi primera charla a un grupo de universitarios.

—Buenas tardes, me llamo Gabriel Hernández, y no voy a enseñaros a escribir una novela, pero si os contare como aprendí yo a estructurar mis ideas para otros ¿Alguien ha leído alguna de mis novelas?

A uno le sube el ánimo, ver a casi la totalidad del aula con la mano levantada, pero de repente, se me heló la sangre en las venas. Reconocería esos rizos en cualquier parte del planeta, se giró y esos ojazos color miel volvieron a mirarme.

No sé cómo fui capaz de acabar la clase, solo sé que lo conseguí y salieron todos encantados. Me despedí de todos en la puerta, instándolos a volver a la siguiente, el próximo viernes. Iba a impartir mis charlas dos veces por semana durante todo el trimestre.

—Gabriel…

—Hola Sara, no te preguntó como estas, porque salta a la vista que estas bien. Me alegro de verte –le dije en tono tan gélido que ni sonó a cumplido

—Siento no haberte llamado

—Eso fue hace un siglo, olvídalo Sara, yo ya lo he hecho. Ahora si me disculpas…–le dije cabreado.

Ella se fue cabizbaja por el pasillo y deseé seguirla, pero no podía volver a caer en los caprichos de esa niña caprichosa, no podía volver a caer, en el infierno que dejaban sus ausencias por más que me llevara al paraíso.

Ese día decidí ignorar a Sara y así lo hice, en mis sucesivos encuentros con ella. Esos días descubrí, mi lado masoquista, esa parte de mí que disfrutaba de su presencia, de tenerla cerca, desearla y en cambio, ni siquiera prestar atención a su mano levantada en clase. La deseaba y odiaba desearla, provocando un torbellino de sensaciones en mi cuerpo.

Un par de viernes, al acabar la clase fui a tomar unas cañas, con un reducido grupo de chicos de la clase. Me entretenía charlar con ellos y responder a sus miles de preguntas, cómodamente ante una cervecita o una copa.

—Señor Hernández, los chicos me han invitado ¿viene hoy a tomar algo? –ronroneó María frente a mi mesa al acabar la clase.

María era una de mis alumnas, era el segundo viernes que se apuntaba y el pasado dejó claro que no le importaría, compartir algo más, que temas de escritura conmigo. María, era guapa, un auténtico bomboncito, al que yo no deseaba, pensé gratamente. Salí indemne de sus insinuaciones y me planteaba no ir ese viernes, pero quería darle tintes de normalidad y no darle importancia a esa chica y su último capricho.

—Vas a ignorarme el resto de tu vida –entró Sara como una furia, estaba cabreada

—No te ignoro, simplemente hay más gente

—Claro, ahora esta María, ¿ya la has invitado a uno de tus cafés? Todos hablan de sus tonteos contigo –dijo y sonó rabiosa

—No he invitado a María a nada, ¿pero qué coño me estas exigiendo Sara? ¿Crees que puedes venir, más de nueve meses después de haber desaparecido y pedirme a quien me tiro? –le dije cabreado

—Puedo pedir lo que quiera, tú eres dueño de no contestarme, o hacer como en clase y pasar de mi mano alzada e ignorarme. Pero no puedes obligarme, a que no me cabreé pensar que te la follas.

—Sara, tu escribiste nuestra fugaz historia, decidiste los tiempos y el ritmo en todo momento, ahora no puedes venir a regañarme, por con quién me acuesto supuestamente… a no ser que estés dispuesta, a ocupar su lugar. –le dije con una sonrisa malvada, mirando su mirada encendida por el enojo.

Decidí volver a ignorarla, para que se tranquilizara, en el fondo no podía evitar, sentirme bien al notar sus celos. Recogí mis cosas de la mesa, oyendo su agitada respiración enfurecida y cuando acabé, levanté la mirada y me quedé completamente alucinado.

—Estoy dispuesta, Gabriel –dijo desabrochándose la camisa blanca

— ¿Qué haces Sara? –pregunté, mirando hipnotizado sus preciosos pechos

—Quiero que vuelvas a follarme Gabriel, por favor. Deja que te haga olvidar, lo estúpida que fui, al largarme hace más de nueve meses. –dijo subiendo su faldita

Vi sus braguitas amarillas y la humedad en ellas, entonces supe que estaba perdido, lo había estado siempre. Mi deseo por esa niña era su control sobre mí, solo me quedaba que ella no  fuera demasiado consciente de mi absoluta perdición.

— ¿Quieres que te folle aquí y ahora Sarita? –le dije colocándome a su lado

Pasé las yemas de mis dedos, por la suave piel de sus muslos torneados, ella separó aún más sus piernecitas.

—Sí, no puedo más… –suspiró cuando mi mano, subió por la cara interna de sus muslos.

Llegué a sus braguitas, con mis nudillos y apreté estas contra su sexo, notando su calor en mi mano, quería aullar al notarla excitada. Mi polla, palpitaba dentro de mi pantalón.

Me coloqué entre sus piernas, sus dedos buscaron mi cinturón, torpes por la urgencia, consiguieron su propósito, y bajó mi pantalón a mitad de mis muslos, mis dedos se colaban ahora bajo sus bragas y volvían a tocar su vulva.

Ella le regalaba gemiditos sexis a mis oídos, mientras yo, le regalaba caricias ardientes a su coñito.

Apretó su mano, sobre la tela de mis calzoncillos, agarró mi sexo duro y lo masajeó sobre la tela, mientras mordisqueaba mis orejas y lamia mi cuello...

—Estás loca Sara, puede entrar cualquiera –cosa que no me importaba un comino, en esos momentos, en los que la tenía entre mis brazos.

—Loca, porque me folles Gabriel

Puso su mano sobre la mía, adelantó tres de mis dedos y se penetró con ellos. Dio un alarido y arqueó la espalda, mientras yo entraba y salía de su caliente cueva, haciéndola gemir y retorcerse en el pupitre.

—Saca mi polla, zorrita –le dije intentando tomar el control

Ella metió la mano dentro de mis calzoncillos, agarró mi miembro durísimo y lo sacó. Empezó a tallarlo sin prisas, relamiéndose los labios con picardía.

Aparté su mano de mi sexo, lo agarré y apartando bien sus bragas a un lado, apoyé mi glande en su inflamado clítoris y lo rocé mientras seguía penetrándola con mis dedos cada vez más profundamente, hasta conseguir que se corriera, entre gemidos y jadeos. Saqué mis dedos y llevé mi polla a su sexo sensibilizado, tras el orgasmo y fui penetrándola tan despacio como fui capaz, hasta llenarla. Ella sollozaba y yo apenas podía respirar, sintiendo de nuevo su coñito abrazando mi polla, estrujándola y mojándome con sus juguitos.

Delirante abrí su camisa y metí mis dedos dentro del sujetador de media copa, busqué sus duritos garbancitos y tironeé de ellos, sacando sus tetas por encima del sujetador. Amasé sus senos turgentes, los aplasté frotando sus pezones, en las palmas de mis manos y volví a amasarlos. Empecé a moverme en su interior, bajando a devorar sus tetitas, que tantas horas de mi sueño habían llenado.

Cada vez arremetía con más fuerza, clavaba mis dientes en su carne, completamente fuera de mí, mientras ella, seguía meneando el culito, ayudándose de sus piernas, abrazadas a mis caderas.

—Córrete conmigo Gabriel, quiero sentir tu semen…

Aulló, mientras su cuerpo se ponía rígido, al borde del orgasmo, su mirada suplicante no se apartaba de la mía y no pude más. Un rayo, atravesó mi columna y sin poder ni querer controlarlo, me vacié bramando en su interior, la primera sacudida de mi polla, lanzó su orgasmo y un sinfín de espasmos, ordeñaron mi polla, alargando el mío hasta dejarme mudo, ciego y extasiado de placer, que recorría mi cuerpo entero, desde la cabeza, hasta los dedos de mis pies.

Intentaba controlar la respiración, mirando cómo se colocaba los pechos y se abrochaba la camisa, ya se había colocado las bragas y se bajó del pupitre, para ponerse unos leotardos, que no había visto antes, porque se los debía haber quitado, cuando recogía mis cosas, haciéndome el despistado, sin sospechar lo que tramaba.

—Tenemos que irnos señor Hernández, le están esperando en la cafetería.

Me besó, en los labios y me dejó allí, de pie completamente alucinado, pero más satisfecho de lo que había estado, en los últimos meses.

Cuando llegué, ya estaban todos, incluso mi pequeña ninfa y mi mente, recordó lo sucedido en el aula.

Aunque intenté seguir, las distintas conversaciones del grupo, mi mente se perdía en ella. María, intentaba como la otra vez un acercamiento y pensé que era guapa y lo sabía, se vestía de lo más sugerente, acentuando todas sus virtudes. En cambio Sara, era sexi sin proponérselo, su boca, sus curvas, su manera de sonreír, de morderse el labio como hacía en ese momento…y además, sus braguitas estaban mojadas de mi semen.

— ¿Son manías mías o esta empalmado señor Hernández? –dijo Sara, al pasar a mi lado en un momento, en el que nadie la oía.

— ¿Quieres asegurarte? –le contesté osado

—Te advierto que mi amiga, también se ha percatado y cree que es por su escote, ya que se ha desabrochado, otro de los botones.

—Pues yo, te advierto que lo que mantiene mi polla dura, es pensar en lo mojadas que deben estar tus bragas –le dije en plan burro

—Pues te recuerdo, que no solo es culpa mía esa humedad… –su sonrisa lujuriosa hizo estremecerse mi polla.

Un rato después, anuncié que me iba y María, me pidió si podía acercarla a casa. No me apetecía llevarla, pero tuve escapatoria y salí de allí con ella, esperando que Sara, no se molestara.

—Gabriel, ¿tienes pareja? –me tuteó por primera vez

—Si

—Yo también tengo novio y no sé si a ti te pasa lo mismo, pero a mí,  me cuesta mucho ser fiel, sobre todo, en momentos como estos –dijo inclinándose hacia mí, cuando para en la dirección que me había facilitado.

—María, yo si soy fiel

— ¿No te apetece, ser un poquito malo, aunque solo sea un poquito? –dijo rozando mis labios con los suyos.

—Es un honor, que un bombón como tú, me ofrezca hacer maldades, pero tengo que rechazar tu ofrecimiento, eres realmente preciosa, pero no soy de esos. –le dije apartándome

—Bueno Gabriel, si cambias de opinión… –dijo volviéndome a besar en los labios.

—Lo tendré en cuenta –le dije con una sonrisa a medias

Unos meses antes, habría dado saltos alrededor de ese bombonazo, pero hoy no me atraía, no  después de Sara.

Cuando llegué a casa, la vi sentada en los escalones del portal, estaba acurrucada.

—Hola pequeña, vas a coger una neumonía

— ¿Lo ha intentado verdad?

—Si

—Pero no te has quedado con ella, ¿porque?

—Porque no la deseo a ella –le dije ayudándola a ponerse en pie, agarrándola de las manos enguantadas.

Saltó abrazándose a mi cuello, buscando mi boca, devorándonos allí mismo, como si el mundo entero, dejara de existir y solo importara, lo que sentíamos y necesitábamos.

A trompicones, subimos los dos escalones, sin dejar de besarnos, sin soltarla saqué las llaves del bolsillo, a tientas abrí la puerta y entramos.

La casa estaba helada y maldije, el no haberme acordado de programar la calefacción. Sin soltarla maniobré, para encenderla y me dejó completamente sorprendido, cuando tras desabrocharme la chaqueta, sacó la camisa de mi pantalón y tirando de la tela, arrancó los botones de mi camisa. Me quedé paralizado, oyendo como los botones saltaban y rodaban por el suelo, mientras ella, metía las manos bajo la tela hecha girones y acariciaba mi piel caliente, provocándome escalofríos de deseo.

—Te necesito, Gabriel

—Joder pequeña, eres la hostia

Las manos, me temblaban como un chiquillo, cuando desabroché, con prisas su camisa y liberé sus pechos, aparté la bufanda, para bajar a devorarlos completamente fuera de mí, exaltado. Necesitaba sentirla, pero no quería desnudarla, hacia demasiado frio.

Mordía su carne tersa, el roce de mi incipiente barba, irritaba su suave piel, pero sus jadeos me excitaban y alentaban a seguir devorando su cuerpo.

Ella se desabrochó la falda y este cayó a sus pies, luego se quitó los leotardos y los zapatos. Mirándome se bajó las bragas, a medio muslo y dejó que estas cayeran a sus pies, recorrido que seguí, embelesado antes de volver a abrazarla y besarla apasionadamente.

Desabroché mi pantalón y lo dejé caer a mis pies, junto con mi ropa interior y la llevé hacia un enorme baúl, que tenía en la entrada sobre una tarima, tiré los libros y las cosas, que había encima, la tumbé en él y apoyando sus pies en mis hombros, la penetré con toda la necesidad que sentía, por poseerla de nuevo. Ella gritó y se retorció pidiendo más y la follé, como ella reclamaba y mi cuerpo demandaba. Salía casi por completo y volvía a hundirme en ella, golpeando nuestros cuerpos aun vestidos, hasta con los abrigos, bufandas y ese gracioso gorro que hasta me ponía cachondo.

—Que rico me follas, me encanta Gabriel… -jadeo

Me quité el abrigo y la ayudé a ella con el suyo, mientras seguía follándome su coñito, hasta no poder más. Necesitaba un receso o perdería la razón.

—vamos nena, necesitas quitarte ropa ahora.

La ayudé a ponerse en pie, fuimos al salón y mientras nos desnudábamos me dijo:

— ¿Tienes alguna crema hidratante?

—Si –pensé que había sido un salvaje y fui al baño a por el bote.

Al volver estaba completamente desnuda, en mitad del salón, sobre la alfombra y supe lo que debía sentir un insecto, cuando se queda pegado a una tela de araña. Porque así me sentía yo, en su tela de araña, atrapado. Pero a diferencia de esos infelices, yo no quería escapar, quería fundirme con ella y me daba igual devorarla, poseerla como hacía unos minutos… o por el contrario dejarme devorar, poseer…

Ella cogió el bote, se arrodilló ante mí y abriéndolo, metió los dedos dentro y sin dejar de mirarme con maldad, sacó los dedos llenos de crema y los llevó a mi falo, untándolo de crema me dijo:

—He pensado, que a lo mejor te apetece ser malo, ¿quieres ser malo conmigo Gabriel? –ronroneó como una gatita en celo

—Si gatita, que quieres que haga –me ofrecí sin pensármelo

—Quiero que me destroces el culito –dijo poniéndose a cuatro patas

Me miró, como una gatita en celo, con esos ojos grandes y con el culito en pompa y hasta me marearon las sensaciones.

Me arrodillé a su lado y acaricié uno de sus costados, el relieve de su pecho, sus costillas y ella ronroneando arqueó la espalda, que yo besé agradecido, por ese regalo de los dioses, palmeé su trasero con ganas y aulló, pellizqué su pecho oscilante y me situé a su popa, volví a azotar su trasero y con ambas manos amasé sus cachetes redondos, blanquitos, tersos, duros…perfectos.

Los separé y bajé, para rendir pleitesía y lamer esa rajita que se me ofrecía, ese agujerito virgen, cerradito, estrecho…presioné con mi lengua ensalivada y penetré en su oscura gruta caliente e inexplorada, mojándola, preparándola.

Me incorporé y retomé las caricias, los obscenos manoseos a ese culo precioso y juvenil.  Metí uno de mis dedos en el bote de crema y presioné el agujerito que había lamido con mimo hundiendo la primera de mis falanges, mientras mi mano plana en sus riñones, controlaba sus vaivenes excitados por mis manoseos libidinosos.

—Eres tan excitante, pequeña bruja que me abrumas –le susurré rozando mi polla babeante por sus muslos.

—Métemela Gabriel –dijo con voz ronca

Dos dedos entraban y salían dilatándola, los saqué, agarré mi polla ansiosa, por recorrer el camino de mis dedos y presioné mi glande agarrándolo por la punta, apretando en su ano.

Ella gimoteó, intentando escapar involuntariamente y con mi mano acariciando la parte baja de su espalda, intenté relajarla.

—Tranquila pequeña, relájate…

Conseguí vencer la primera barrera de su esfínter y mi capullo entró, ella dio un alarido de dolor y soltando ya mi falo, acaricié por los laterales sus tetas colgantes, busqué sus pezones doblado sobre ella, besando su espalda, lamiendo su piel salada.

—Así, pequeña, ya casi estoy dentro niña… –le hablaba despacito

Me costaba hablarle, apenas podía respirar, los músculos de su esfínter apretaban mi polla, el placer era desproporcionado, creí no ser capaz de llegar al final sin correrme, como un chiquillo. Pero mis huevos golpearon su cuerpo, paré unos segundos y agarrándola de las caderas, empecé a bombear en su culo. Ella gemía rígida, pero poco a poco fui notando como su cuerpo se relajaba y finalmente este se balanceaba al ritmo de mi vaivén.

Era increíblemente placentero, cada envite, me hacía tocar un poco el cielo con la yema de los dedos, retrocedía y volvía a entrar al máximo. Su respiración, se unía a la mía cada vez más agitada. Su culo ya no ofrecía resistencia a la invasión de mi polla

— ¿Te gusta zorrita? –le dije encendidísimo

—Sí, ahora si –jadeó rendida

Tenerla rendida, sometida, era la hostia, la sentía tan mía… me sentía tan salvaje y excitado…

Me ardía la polla, me dolían los huevos y le daba con toda mi alma, la agarré de los hombros y la subí, pegando su espalda a mi pecho, agarré sus tetas y las sobé, bajé a su coñito y enloquecí al notar lo mojada que estaba, con mi polla bien clavada en su culo.

—Así zorrita, menea ese culito de golfa que tienes, voy a llenártelo de semen

—Sí, si córrete Gabriel, córrete conmigo…

Bramó corriéndose entre mis dedos, mientras yo me vaciaba en sus entrañas.

Caímos desfallecidos en la alfombra, mucho más tarde, la ayudé a meterse en la bañera después de preparársela, la ayudé a asearse, porque apenas podía moverse agotada y la llevé en brazos a mi cama, completamente  extenuada.

Esa noche volví a tener sus rizos en mi almohada y supe, que solo ella me transportaba a ese paraíso, pero también solo ella me dejaba en el peor de los infiernos cuando se iba. La cuestión era, calibrar si el paraíso que me ofrecía, valía el infierno posterior. La miré dormidita, la destape y vi mis marcas en su cuerpo, un latigazo sacudió mi falo dolorido y sonreí pensando en sus marcas en mi cuerpo, la abracé, tapé nuestros cuerpos y me quedé dormido justo después de pensar que iba a arriesgarme y ver qué pasaba, porque estaba convencido que un día en el paraíso, bien valía mil en el infierno…