Del otro lado del teclado

En busca de la pareja perfecta un chico de lo más normal se encuentra maniatado en el despacho de sus padres.

Era Diciembre, hacía frío y la humedad bañaba con un fino manto toda la superficie de la ciudad. Mi única compañía era una pequeña estufa negra, el ruido de la cual camuflaba con la música de Spotify, y unas cuantas mantas que junto a las sábanas de la cama me arropaban de una forma que nadie ha sabido hacer aún.

Ya había acabado los deberes, y el clima no invitaba para nada a salir a la calle, por lo que cogí el móvil y abrí Tindr, tenía una nueva “pareja perfecta”. Por tres fotos y una descripción insulsa ya lo consideraba automáticamente mi pareja perfecta.

Empezamos a hablar, realmente era una persona vacía, estudiaba Derecho porque sus padres tenían un bufete, vestía de señorito y era la discreción personificada, de lo normal y común que era traspasaba lo aburrido.

Quedamos para ir a tomar un café en el centro de la ciudad, nuestros estilos eran chocantes, él, vestido de muñequito de tarta y yo representando la escena más circense actual, aun así si se había asustado lo había disimulado muy bien, y la conversación fluía perfectamente, parecía diferente.

En seguida salió el tema de las ex parejas, y él mismo se consideraba infiel…perfecto, pensé, otro más… aun así seguí la conversación de la forma más normal posible, mientras él me explicaba la forma tan perfecta en la que había arruinado una relación de más de 3 años por un calentón momentáneo.  Visto esto ya sabía que a lo máximo que podía aspirar con él era un mísero polvo que seguramente no llegase ni a la mitad de mis expectativas, aun así, accedí.

Cogimos un taxi que nos dejó  en el bufete de los padres, donde el, como no, tenía una oficina propia para poder estudiar con tranquilidad, apartada de todos los despachos restantes. Allí, sirvió una copa de vino de una calidad que seguramente yo no pudiese apreciar y llamó a la secretaria para que le trajese una cena más que de costumbre.

Mientras llegaba la cena el no paraba de hablar de todos sus pequeños triunfos en la vida mientras yo asentía con la cabeza, cuando en esta lo único que rondaba era el cómo y por qué podría haberle puesto los cuernos a su ex sin necesidad alguna, por lo que iba a ser yo en unos minutos, un calentón momentáneo con el que seguramente no se volvería a ver…

Llegó la cena, perfectamente enplatada y con una cubertería de lo más elegante. La cena pasó rápido, y cuando me di cuenta ya estábamos liándonos en el sillón del despacho:

-          Me pones mucho- decía mientras yo le iba besando el cuello, bajando poco a poco y desabrochando los botones de su camisa uno a uno.

Le quité la corbata, que iba a conjunto con el vino;

-          ¿Te gusta jugar?- le susurré en la oreja mientras sujetaba la corbata.

-          Sí – contestó con firmeza mirándome a los ojos.

Le cogí las dos manos y las amarré con la corbata al reposabrazos derecho del sillón. Y ahí estaba el, con la camisa desabrochada, que dejaba ver a la perfección un cuerpo trabajado por el gimnasio y a la vez atado al reposabrazos de madera oscura del sillón.

-          Vas fuerte- me dijo con una media sonrisa en la cara.

-          Y más fuerte voy a ir- contesté.

-          ¿Qué pretendes hacer?- decía en tono jocoso y sexy.

Me arrodillé ante él y empecé a besarle el pectoral que sus brazos dejaban al descubierto, bajando poco a poco por cada uno de sus abdominales hasta llegar al ombligo, donde mirando hacia arriba hasta encontrarme con su mirada, agarré el cinturón y desabroché la hebilla que poca resistencia opuso. Estiré de ella y saqué el cinturón entero del pantalón. Desabroché el botón del pantalón y fui bajándolo poco a poco hasta los tobillos, donde se encontraba con los mocasines impolutos del muchacho. Agarré el cinturón y le até los dos tobillos a la pata izquierda, del mismo color que el reposabrazos.

-          ¿No te parece surrealista?- le dije

-          ¿Por qué?- pregunto él.

-          Te tengo atado, en diagonal, en el sofá de una de las oficinas de tus padres, en ropa interior, sin apenas conocerte, y te podría hacer cualquier cosa.

-          A eso hemos venido, a que me hagas cualquier cosa, solo me tienes que quitar los calzoncillos y empezar.

-          ¿Eso quieres?- pregunté mientras le bajaba los bóxer negros de marca que llevaba.

La tenía grande, y como todo su cuerpo estaba completamente depilado. Su mirada estaba cargada de vicio, se veía que quería que empezásemos ya, pero tendría que esperar.

Me levanté y le besé en la boca, mis labios atrapaban su labio inferior, le mordí levemente, y soltó un suspiro de placer que me encantó. Repetí la acción, pero con más fuerza. Él se apartó rápido:

-          ¡Joder! ¿Qué haces?- gritó.

-          Jugar- contesté con una voz tímida pero segura. Le caía una pequeña gota de sangre del labio, con mi dedo índice la cogí y me limpié restregando el mismo dedo en su cuello.

-          ¡Qué asco macho!- dijo mientras ponía cara de repulsión.

-          Me gusta que te des asco a ti mismo- conteste mientras me acercaba a la mesa donde anteriormente habíamos comido y cogía un cuchillo de aquellos tan elegantes con los que habíamos cenado.- Me gusta tu vajilla, y el cuchillo aún no lo he usado.

-          ¿Qué dices tío? Va para, me estás cortando el rollo.

Me acerqué a él con el cuchillo en la mano, me senté encima suyo, y le besé el otro lado del cuello. Su mirada estaba perdida, era una mezcla entre miedo, desconcertación y morbo. Me acerqué a su oreja y mientras deslizaba el afilado cuchillo por la superficie de su cuello y torso le susurré:

-          ¿Te sigues dando asco?

-          ¡¿Pero qué haces tío?! ¡Desátame y pírate de aquí!

-          Te concederé lo segundo, me iré, pero no te daré lo primero, te quedarás aquí atado.

Tenía un corte muy superficial en el cuello y torso, y unas gotas de sangre se deslizaban por su clavícula y pectoral descendiendo hacia el esternón.

-          ¿Qué coño dices? ¡Suéltame ahora mismo!

-          No, haremos otra cosa, -contesté- mientras yo apretó el botón del telefonillo, tú le dejarás un mensaje a la secretaria diciendo que venga  a tu despacho en cuanto escuche el mensaje mañana por la mañana; yo me iré, y tu mañana les explicarás a mamá y papá cuando te vean así, como un niño tan perfecto como tú se ha dejado hacer esto.

-          ¿Por qué me haces esto?

-          Por lo mismo que tú le hiciste a tu ex lo que le hiciste, por un calentón momentáneo.

Le acerqué el telefonillo, y mientras el dejaba el mensaje a la secretaria yo lo miraba, y la imagen que verían sus padres era dantesca, su hijo atado en el diagonal del sillón, desnudo con sangre en el labio y cuello, completamente desamparado…

-          Por cierto- dije- cuando te pregunten dónde estoy o de dónde me sacaste, contéstales “del otro lado del teclado”.

Salí por la puerta del despacho, lo miré por última vez,  y me puse los guantes y el abrigo y bajé con el ascensor a la calle. Era tarde, ya no había metro, por lo que cogí un taxi que me llevó hasta casa, cuando en medio del trayecto vibró mi teléfono, tenía una “pareja perfecta”.