Del frío al fuego o cómo me inicié al sexo duro
Durante años apenas si disfruté del sexo hasta que lo conocí a Juan y me enseñó qué era lo que realmente me gustaba.
Del frío al fuego o cómo me inicié en el sexo duro
Siempre hablé mucho de sexo y lo mucho que me gustaba pero la verdad es que, a pesar de que tuve varios novios, no siempre llegaba al orgasmo y cuando tenía uno no era lo que esperaba. Viví todos estos años con la sensación de que el sexo tenía que ser más que lo que yo experimentaba cuando estaba con un hombre en la cama. Llegué a pensar que tenía un problema porque cuando me masturbaba el placer era mayor que cuando cogía. No me consideraba frígida pero algo en mí no se liberaba en el momento del éxtasis. Una represión que no podía evitar, que no dejaba que me soltara y disfrutara de mi cuerpo y del cuerpo del otro como yo lo deseaba. Esta sensación continua me llevó a ser incontrolablemente infiel. Pensaba, que quizás si estaba con desconocidos, iba a sentir menos pudor e iba a liberarme más. Sin embargo eso no me sucedía. No quería darme por vencida en mi búsqueda porque sentía que me estaba perdiendo algo muy importante de la vida.
Finalmente empecé a ir al psicólogo. Quería contarle que no había recibido una educación rígida. Mi familia era muy liberal y el sexo no era un tema tabú pero que me costaba llegar al orgasmo. Sin embargo terminamos hablando de mi relación con mis padres, de mis problemas laborales y de mi infancia. Una vez le insinué que tenía un amante pero no pareció interesado en que le contara mis problemas en la cama. Así que no abordé nunca el tema directamente. Y a medida que avanzó la terapia me avergonzaba más la idea de confesarle que a pesar de todos mis intentos no llegaba a tener relaciones satisfactorias. Parecía que mi problema no tenía solución, así que con el tiempo dejé de pensar en eso y a concentrarme en mi trabajo y en mis actividades sociales. No dejé de ver a mis amantes y de histeriquear a todos los hombres que se me acercaron, pero lo hacía más por costumbre.
En ese momento, me cambiaron de oficina en el trabajo. Tenía nuevos compañeros. Uno de ellos era Ignacio, que siempre me contaba de sus aventuras sexuales. Me divertían y debo admitir que en un punto lo envidiaba. Había participado de tríos, orgías, cosas que yo nunca había probado. Me hablaba también de su amigo, Juan, con el que había compartido la mayoría de estas experiencias. Me contó que una vez habían estado con una actriz de unos cuarenta años, muy fiestera, que les pidió que le pegaran. Ignacio no pudo pero Juan sí. La mujer le pedía que le pegara más y más fuerte. La situación se volvió tan violenta que Ignacio se tuvo que retirar del cuarto. A mí me excitó mucho el relato, mucho más que otros que me había contado. Me imaginaba a Juan como una animal furioso y potente y esa imagen me excitaba.
Un día, Juan vino a ver a Ignacio y la verdad es que me causó una sensación muy extraña. Mientras lo saludaba, recordaba todo lo que me había contado Ignacio de él. Entre otras cosas que tenía un pene muy grande y que era insaciable, y sobre todo cómo le había pegado a esa mujer. Me gustó mucho. Sentí, cuando me besaba la mejilla, el flujo correr por mi bombacha. Estaba sorprendida por mi reacción. Esa noche cuando llegué a mi casa me masturbé pensando en Ignacio mirando cómo Juan me pegaba en las costillas y en la cara.
Varios días más tarde estaba sola en la oficina y Juan llamó a Ignacio. Nos quedamos hablando.
¿Cómo estás? me preguntó.
Muy caliente. - Le contesté sin pensar. No me avergonzó decírselo
Yo también. ¿Siempre estás caliente?
Sí, cuánto más avanza la semana, más caliente estoy.
Al tiempo le conté a Ignacio mi conversación y me dijo que a Juan lo había calentado y me alegré. Unos días más tarde volvió a la oficina. Esta vez, apenas lo vi entrar, sentí cómo me mojaba entre las piernas. Me puse muy nerviosa cuando se acercó y se me cayeron todos los papeles. El hacía como que no se daba cuenta. Estábamos solos y supe que Ignacio lo había hecho a propósito para que su amigo me pidiera el teléfono.
Pasó una semana y no me llamó. Me desilusionó pero no era la primera vez que un hombre me pedía el teléfono y no me llamaba. Finalmente lo hizo y quedamos en vernos ese mismo día. Me sentía muy emocionada como hacía tiempo. No entendía por qué la idea de ver a Juan me ponía de esa manera. Eran todas esas historias que Ignacio me había contaba, pensé de nuevo.
Me arreglé mucho y fantasee toda la tarde en lo que iba a pasar esa noche. Pero en el fondo sentía que iba a ser como en mis otras aventuras, pero no me importaba. Cenamos en un restaurant, y mientras salíamos para ir a mi casa sin darme vuelta, le dije:
Podés hacerme lo que quieras pero no me dejes marcas.
Cuando salimos a la calle, lo besé en la boca. Estábamos en un lugar céntrico y no me importó que algún conocido de mi novio pudiera vernos. El me apretó el culo y un hombre se tropezó por mirarnos. Yo estaba muy caliente. Paramos un taxi y empezó a besarme con fuerza, me tocaba las tetas y yo sabía que el taxista nos estaba mirando por el espejo retrovisor. Esa idea me excitó más todavía y empecé a tocarle el pene por encima del pantalón. Las cuadras y el tiempo se volvían infinitos pero llegamos a mi departamento. Me siguió besando y me mordía los pezones en el ascensor. Entramos a mi casa y me desnudó enseguida. Me agarró del pelo y me hizo poner de rodillas. De verdad que tenía un pene grande, ancho y muy hermoso. Se lo chupé con ganas. Me empujaba para que me entrara todo en la boca hasta darme arcadas. Empecé a gemir y eso lo calentó más todavía. Me levantó y empezó a cogerme contra la pared. Sentía venir el orgasmo y me escuchaba gemir como si fuera otra. Era estupendo. Estaba totalmente liberada y no intenté entender bien por qué. Sólo podía pensar en su pene que se hinchaba adentro mío y me empujaba contra la pared. Cuando acabé me soltó y me llevó hasta mi cama. Yo tenía que ir al baño. Me miré sorprendida al espejo, no me reconocía.
Cuando volví estaba recostado en las sábanas y parecía un animal hermoso, con su piel cobriza sin vello, y sus ojos que cambiaban de color con la luz de mi velador. Me sentí hervir de nuevo. Quería cazarlo, devorarlo. Me le subí encima y él me acariciaba las tetas que estaban grandes y pesadas, apretándome los pezones, pero al rato me sacó y me puso en cuatro patas. Quería hacerme el culo pero me dolía. Así que me siguió cogiendo por la concha y empezó a pegarme. Primero en la cola y después en las costillas. Al principio despacio pero a medida que la excitación subía empezó a pegarme más duro. ¡Y cómo me gustaba!
- ¡Más, más! le pedía. ¡Más fuerte!
Me sentía terriblemente excitada, cada golpe me provocaba un espasmo de placer que me parecía siempre inesperado y que terminó en otro orgasmo intenso. Entonces se retiró y empezó a masturbarse contra mi lengua sin dejarme que se la chupara, hasta que acabó en mi cara manchándome el pelo. Me dejó muy excitada y cuando se fue me masturbé recordando esa noche y esperando que me llamara de nuevo.
El jueves pasado llegó a mi casa y empezamos a coger en el ascensor. Yo no llevaba ropa interior. Me desnudó enseguida y apenas entramos me obligó a chuparle la pija. Me apretaba la nariz para meterla toda adentro de mi boca. Me daban arcadas y la piel se me erizaba. Eso lo excitaba más y lo ponía más duro. Me levantó y seguimos cogiendo contra la puerta del cuarto. Me hacía sentir muy puta y eso me calentaba mucho. Le sacaba la pija del coño y me la metía de nuevo en la boca para sentir el gusto de mi flujo. Me llevó hasta la cama y seguimos adelante. Fue más fuerte que la primera vez. Yo estaba más desinhibida y más caliente porque había pasado toda la semana recordando nuestro primer encuentro. Le lamí el ano mientras se masturbaba. Eso lo calentó y a mí también. Sentí que él iba a acabar porque tenía el pene muy duro y el culo se le contraía. Me agarró la cabeza y me cogió la boca, creí que iba a vomitar pero él siguió adelante y, como la otra vez, empezó a masturbarse sobre mi cara eyaculando sobre mi pelo y mi cuerpo.
Yo seguía excitada y empecé a tocarme, él me miraba y se acariciaba y rápidamente tuvo una nueva erección. Me dijo que me besara las tetas, que me sacara los pezones para afuera. Se me acercó por detrás y empezó a meterme los dedos en la concha. Sentía su respiración contra mi cara y me excitaba más y más. Me metió los dedos en el culo e intentó penetrarme pero me dolía y le pedí que no siguiera. Entonces volví a chuparle la pija, me pidió que se la escupiera y me gustó. Me empezó a pegar nuevamente y cogimos una vez más. Repitió la rutina de acabarme en la cara. Me decía puta y me gustaba. Era su puta y estaba dispuesta a hacer todo lo que me pidiera. Mientras se bañaba escuchaba como cantaba bajo el agua. Me tentaba mucho meterme con él pero me reprimí, no sé bien por qué. Después se fue y prometió llamarme nuevamente. Me calentás mucho me dijo y sentí que me mojaba una vez más.
Esta semana fue interminable. Ayer vino de nuevo y ya estaba húmeda, sentía la concha pesada, el flujo espeso corriéndome entre los muslos. Quería devorarlo, le comí la boca apenas entró al edificio. En el ascensor empezó a tocarme y a manosearme las tetas. Le dije que esa noche podía hacer lo que quisiera conmigo. Quería que me desnudara, que me cogiera ahí nomás con fuerza, que me acabara adentro. Había tomado alcohol y me sentía más relajada que las otras veces. Más relajada y más excitada. Me siguió cogiendo en el comedor levantándome y apoyándome contra la pared. Me bajó para que se la chupara y lo hice como a él le gusta: escupiéndosela y hasta el fondo. Ya en el cuarto me metía los dedos en el culo y me sentía más y más caliente: no me dolía para nada. ¡Tanto me había masturbado pensando en él durante toda la semana! Había sentido como el flujo me resbalaba entre las piernas y se me mojaba el pantalón en la oficina, en todas partes. Y ahora estaba ahí, chupándome y pegándome, cogiéndome con su pija bien dura. Me aflojaba el culo con los dedos y yo sentía como poco a poco se dilataba. Tenía un poco de miedo y cuando lo intentó la primera vez grité.
¡Por favor no sigas!
Calmate, vas a ver que no te duele, ¡si sos tan puta que va a gustarte!
Me siguió cogiendo despacito, ablandándome más con los dedos. Y muy lentamente empezó a meterme la pija en el culo, mientras me decía cosas dulces en el oído y me besaba en la espalda y en los hombros. Yo hacía fuerza para relajarme más y me ponía más caliente, tanto que el flujo dejaba aureolas en las sábanas, y al final pudo meterla toda. Yo le pedía que por esa vez fuera despacio y él se reía, me decía que era su puta y que tenía que hacer lo que él me pedía. Al principio me dolía mucho y le pedía que parara pero él seguía adelante, bombeando cada vez más fuerte hasta que me cogió entera hasta el fondo y empecé a gozar más y más. Me dio vuelta y me siguió cogiendo por el culo pero desde adelante. Tenía los ojos turbios de la excitación y yo estaba acabando.
Cuando llegué al orgasmo se fue a lavar y yo fui a servir whisky con Coca. El vino y terminó de preparar los tragos. Tomé un poco y se lo escupí sobre la verga y empecé a chupársela. Tenía un hielo en la boca y se lo frotaba contra la punta. Me empezó a coger de nuevo y me golpeó más fuerte. Me tiraba whisky con Coca sobre la espalda y el olor de la bebida lo excitaba y me embestía más duro todavía. Me caía al piso y él me levantaba, la cabeza me chocaba contra la pared. Me calentó de una manera terrible, nunca me había sentido así. Sentía el orgasmo como un dolor profundo y placentero en medio de mi sexo, quería que brotara de una vez y al mismo tiempo que nunca terminara. Cuando acabé no pude más levantarme del piso. Entonces él me alzó, me llevó al cuarto y me siguió dando. Eyaculó en mi boca y me pidió que se lo mostrara. Se lo escupí sobre el pene y volví a chuparlo. Nos bañamos juntos y empezamos de nuevo. Me parecía increíble que pudiera tener una erección tan rápido. Nos secamos y él se sentó frente a la computadora para revisar sus mails. Empezó a chatear con una pendeja, le escribía cosas obscenas para excitarla.
Chupame la pija. me ordenó.
Y eso hice mientras él le describía a la chica qué es lo que estaba haciendo conmigo. No hace falta decir que la situación m e excitó mucho. Me le subí encima y empezamos de nuevo. Cuando estuvimos en la cama le di un libro y le pedí que me leyera uno de los relatos que figuraban. Mientras leía le chupaba la pija y me subía encima alternativamente. Cuando paraba de leer por la excitación que yo le causaba, yo también paraba hasta que retomaba la lectura. Eso parecía calentarlo más todavía. Estuvimos largo rato. Se trababa cada vez más y empezaba a gemir despacio, pero yo no lo dejaba, porque quería que leyera hasta el final. Su calentura se me contagiaba. Le chupaba los pezones duros como los de una mujer, se los mordisqueaba, la piel se le erizaba y trataba de agarrarme pero yo me escapaba y seguía chupándole la pija, se la golpeaba con la lengua, se la pasaba por los huevos y por el ano. La voz le temblaba y leía de forma entrecortada. No pares le pedía, hasta el final. Su pene estaba muy duro y morado, de la punta le salía líquido preseminal, se lo chupaba y lo besaba en la boca para que lo bebiera y lo incitaba a seguir leyendo mientras me le sentaba encima, arriba y abajo, con ganas. Empecé a gemir, estaba muy excitada y no podía controlar el orgasmo, sentía la concha abierta, un mar de flujo se me escapaba mojándole las piernas, cuando finalmente terminó de leer.
- Sos muy puta pero me calentás mucho, ¡cómo me calentás!
Entonces me agarró del pelo y empujó mi cara contra su pene que estaba muy duro y tenía gusto a flujo espumoso. No me dejaba levantar la cabeza y me tiraba del pelo, no paró hasta que eyaculó y me levantó la cara para que se la mostrara. Se la escupí encima y me froté contra su cuerpo. Fuimos juntos al baño y me senté a hacer pis, él me miraba hacer y empezó a orinarme encima.
Nos bañamos y fuimos a dormir. Cuando nos despertamos cogimos de nuevo. Salimos juntos y nos despedimos en la esquina de mi casa. No me importó que nos vieran, no creo que mi novio vaya a enterarse. Y ahora voy a masturbarme pensando en Juan y lo que hace conmigo.