Del frío al fuego... (2)
La relación con Juan empieza a volverse más dura y caliente, una obsesión que me domina
Del frío al fuego o cómo me inicié en el sexo duro (2)
De algún modo mi relación con Juan empezó a ocupar un lugar central en mi vida. Esperaba impaciente su llamado, ansiosa por su próxima propuesta, presta a cumplir con todos sus deseos, satisfacerlo en todo aunque me tratara mal y me humillara. Cada vez que el teléfono sonaba me daba frío por la espalda pensando que podía ser él. Cuando no era la decepción era terrible. Al mismo tiempo quería que sonara y que no sonara. Tenía miedo de que no volviera a llamarme. ¿Cómo iba a poder seguir adelante sin su sexo? Asimismo me daba vergüenza llamarlo. Raro, porque en general no tenía ningún problema en invitar a mis amantes. No quería que se diera cuenta cuánto me importaba y lo obsesionada que estaba con él. Cuando escuchaba finalmente su voz me emocionaba, como una perra que se hace pis de ver a su Amo. Así estaba yo, que me las daba de liberal e independiente: atada al teléfono, mirando a cada rato el MSN por si se aparecía por Internet. Me ponía nerviosa y tartamudeaba, no sabía cómo responderle por el Chat. El se daba cuenta y se reía.
Ya había pasado una semana y no tenía noticias suyas. Lo torturaba a Ignacio con preguntas sobre su paradero. ¿Por qué no me llamaba? ¿Estaba enojado conmigo? Ignacio no me decía nada o me repetía constantemente que ya iba a llamarme, que Juan era así. Finalmente me dijo que no me preocupara, yo le gustaba mucho a Juan, le provocaba cosas. Dejé de preguntar. Tampoco quería parecer una desesperada. Me armé de paciencia e intenté retomar mi vida anterior. Salía con mi novio y mis amigos, me olvidaba por un rato de mi amante. Lo peor era por las noches, sola en la cama y caliente recordando nuestros encuentros sexuales. Me masturbaba por horas pensando en él, me entraba una angustia de sólo pensar que no iba a verlo más. Me resignaba a su ausencia, me parecía cruel lo que me hacía, pero simultáneamente me obsesionaba más. Sentía que era una prueba a mi deseo, que él me estaba probando o quizás esas eran sólo ideas mías. ¿Cuánto más iba a aguantar sin su cuerpo?
En eso andaba, buscando nuevo amante infructuosamente, uno que pudiera reemplazarlo, que me hiciera sentir de la misma manera: tan frágil, tan deseada, un objeto, una puta, la mejor de las amantes. Sin embargo no conocía otros hombres como él. Tenía propuestas, claro, pero no me tentaban. Y no podía dejar de pensar en él, qué estaría haciendo. De sólo pensar que podía estar con otra, haciéndole las mismas cosas que a mí, se me hacía un nudo en el estómago. Eran celos, los sentía por primera vez en mi vida, nunca me importó que mis novios me fueran infieles. Me daba morbo saber, les pedía que me contaran lo que hacían con otras. Pero ahora me sentía atrapada y por alguien que no amaba, que me capturaba en un deseo inagotable.
Finalmente un viernes por la noche en casa sonó el maldito teléfono y era él. Cuando escuché su voz temblé y el flujo empezó a salirme espeso por la vagina. Me hice la que no lo reconocía. Pero él se dio cuenta enseguida.
¿Quién es?
¡Juan! Sonaba ofendido.
¡Ah! ¿Cómo estás? intenté decir en tono indiferente pero se me notaba la ansiedad
No te hagas.
Perdón. (¿Por qué le estaba pidiendo perdón?)
Me dijo Ignacio que estuviste preguntando por mí
Sí, es un bocón. ¿Cuándo voy a verte? (¿Por qué la pregunta desesperada?)
Tenés muchas ganas, ¿no? se reía, en su voz había un tono de burla que me hacía sentir mal.
Sí, muchas. admití.
¿Querés hacer algo?
Sí. ¿Querés venir?
Estás caliente ¿no?
Sí, mucho.
Entonces mientras me esperás, ponete un hielo en la concha, para bajarte la calentura y aprendas a ser menos puta
Era una broma, lo había dicho en ese tono pero yo quería darle una prueba de cuántas ganas tenía de verlo, hasta dónde era capaz de llegar.
¿Querés realmente que haga eso?
¿Serías capaz?!
No me cebes
Hacelo, entonces hacelo.
Juan vivía como a una hora de mi casa. No se iba a enterar si me ponía el hielo o no, total iba a derretirse, pero lo hice igual. Me quemaba del frío. No podía soportarlo. Tenía que concentrarme para poder hacerlo. Estaba tirada en la cama para poder mantenerlo adentro mío, las sábanas se mojaban. Cuando se derritió el primer hielo me puse otro, ardía más todavía. Seguí poniéndome los hielos hasta que la cubetera se vació. Hacía calor y eso ocurría rápido. Al rato mi clítoris se veía morado y dolorido, un poco hinchado. Apenas podía tocarlo Era una tortura y al mismo tiempo un placer porque hacía lo que él me había pedido y esa era razón suficiente. Sentía muchas cosas al mismo tiempo, contradictorias entre sí. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¡Por qué Juan me hacía esto? Era humillante pero nada podía hacer para evitarlo, tenía que cumplir. Tenía que probarle que era capaz.
Cuando sonó el portero salté a atenderlo. Me puse lo primero que encontré y bajé a abrirle, iba descalza, pensaba decirle que esa no era forma de tratarme pero no lo hice. Lo vi y creí que iba a acabar. No me besó en la puerta. En el ascensor me tocaba los pezones que sobresalían por el vestido pero nada más. Cuando me tocó el clítoris salté, me dolía, estaba sensible. Parecía sorprendido, complacido y algo descolocado.
- Muy bien, putita, sos obediente. No puedo creer que lo hayas hecho, que hayas hecho eso por mí. Me gusta que me obedezcas.
Me sentí agradecida por sus palabras, me hacían feliz. Me estiraba los pezones con los dedos, los hundía para adentro. Me dolía pero me gustaba, me gustaba mucho. Me seguía tocando el clítoris, le daba masajes cálidos que me aliviaban un poco el dolor. Empecé a gemir, una sonrisa iluminaba su rostro. Me empujó hacia abajo mientras se bajaba el cierre del pantalón, me metió la pija entera y de golpe adentro de la boca. Sentí que iba a vomitar e intenté escaparme, pero no me dejó, me dio una bofetada.
- ¡Mirame a los ojos!
Le hice caso y seguí chupando. La tenía muy dura, era increíble volver a tenerla entre mis manos. Me levantó y siguió tocándome, metiéndome los dedos en la concha, desparramando el flujo por mi culo. Me levantó y empezó a cogerme ahí de parados por el coño. Lo hacía con fuerza, sin siquiera apoyarme contra la pared. Estaba a punto de acabar cuando paró y me dijo que todavía no, puta, y me pegaba de nuevo en la cara.
En la cama me puso en cuatro patas y empezó a cogerme de nuevo, me pegaba en las costillas, en la cara, en la cola, muy fuerte, mucho más que las veces anteriores. Me ardía me preocupaba que me dejara marcas. Me pedía que lo mirara mientras lo hacía. Empecé a gritar porque me empezaba a doler mucho, pero al mismo tiempo me sentía excita como nunca, un hilo de baba me corría incontenible por la barbilla. Me dio vuelta, podía ver sus labios apretados que abrió para escupirme en la cara. El orgasmo me llegaba interminable y cruel pero satisfactorio, tan intenso que comencé a lloriquear, me resbalaban las lágrimas, llorando y gimiendo fuerte al mismo tiempo, gritando de placer y de dolor.
Cuando acabé estaba muy agitada y él me acariciaba excitándome de nuevo. Le chupaba la pija y el culo como a él le gustaba, mirándolo a los ojos como me había indicado. Los labios se me manchaban de líquido preseminal, lo sorbía y lo besaba en la boca para que él lo sintiera. Me metía los dedos en la concha y se los pasaba por los labios. Estaba muy caliente de nuevo. El me tocaba el culo otra vez, me lo lamía y lo abría. Yo gemía de nuevo, me pegó en la cara, todavía no, puta. Sentía la punta de su pija entrando en mi culo, despacio primero y con fuerza después. Grité, pero no me soltó, siguió entrando y saliendo de mi culo sin parar, bombeaba con ganas y me dolía, las lágrimas me saltaban del dolor y del placer.
Voy a acabarte adentro. Me gusta tu culo. ¡Me calentás, puta!
Sentí su espema desparramarse adentro, salir dolorosamente junto a su pene. El estaba agitado. Me miraba con sus ojos verdes. Estaba bronceado y le resaltaban más aún. Me gustaba mucho. Me acariciaba la mejilla y me ayudó a levantarme para que fuéramos juntos a lavarnos. Entramos a la ducha. El lavaba su pene y yo mi culo. Lo agarró con las dos manos, me ardía.
Mirá lo abierto que está. ¡Qué lindo! Me gusta así. Me gusta coger con vos, sos mi puta complaciente.
A mí también me gusta coger con vos.
Me besó la boca y volvió a tocarme las tetas. Su pija estaba dura de nuevo contra mi estómago. Sentía muchas ganas de hacer pis. No me contuve. El me miró y me hizo sentar en el piso de la bañera y empezó a mearme. El líquido me corría por el pelo y la cara. Tenía el olor del café que había tomado. Se deslizaba por mi boca, por mi barbilla, seguía entre mis pechos. Me excitaba, me humillaba, me sentía sucia y plena. Lo miraba a los ojos y él estaba complacido. Abrí la boca y empecé a beberlo. Eso lo excitó, me levantó y me pegó una cachetada, me metió la cabeza bajo la ducha agarrándome por el cuello. Su pene estaba de nuevo adentro mío, el agua me ahogaba, sus manos me asfixiaban. Iba a acabar muy rápido de esa manera, lo sentía. Me angustiaba, me debatía por salir pero no quería que se detuviera. Me apoyó contra los azulejos de la bañera, estaban muy fríos y me dolía la espalada. No me importaba, estaba gozando mucho. Cuando acabé, tan fuerte que la cabeza me golpeaba contra la pared brillante de agua, me hizo poner de rodillas para que le chupara la pija, justo debajo del duchador. El agua me entraba en la nariz y me costaba respirar, pero él no me dejaba sacar la cabeza, me tiraba del pelo y bombeaba contra mi boca, empujando mi lengua. Finalmente sentí el gusto de su leche que desparramé en mi cara y en mi pelo.
Después de eso se vistió, hablamos un rato y me dijo que tenía que irse. Le pregunté cuando iba a volver a verlo.
Pronto, me dijo. Me calentás como pocas y lo sabés. Sos muy puta, mi puta.
Le sonreí orgullosa. En la puerta del edificio me besó y ya se estaba yendo cuando retrocedió sobre sus pasos para volverme a besar, su pene se sentía duro contra mi estómago. Me apretó con fuerza el pezón, me mordió el cuello.
- Para que no te olvides de mí. Y ahora masturbate, masturbate pensando en mí.
Subí a mi departamento e hice lo que me había pedido. Tal vez era una estúpida por obedecerlo, pero no podía evitarlo y estaba segura que él también lo sabía. Algo había cambiado un poco entre nosotros esa noche, nuestra relación adquiría nuevos límites y quería explorarlos con él.