Del escenario a la celda
Espero que os agraden como me han agradado a mí. Voy a insertar poemas y leyendas que considero de valía, escritas por poetas de otras épocas.
DEL ESCENARIO A LA CELDA (Leyendas de la calle de Las Damas, 1726) I Hermosa como la estrella de la alborada de mayo fue en Méjico hará dos siglos doña Ana María de Castro. Ninguna logró excederle en la elegancia y el garbo ni en los muchos atractivos de su afable y fino trato. Sus maneras insinuantes, su genio jovial y franco, su lenguaje clara muestra de su instrucción y su rango: su talle esbelto y flexible, sus ojos como dos astros y las riquísimas joyas, con que esmaltó sus encantos. La hicieron en todo tiempo la más bella en el teatro, la mejor por sus hechizos, la primera en los aplausos. Los atronadores vivas, los gritos del entusiasmo siempre oyó, noche por noche, al pisar el escenario. En canciones, en comedias, en sacramentales autos, ninguna le excedió en gracia, ni le disputó los lauros. Doña Ana entre bastidores era de orgullo tan alto, que a todos sus compañeros trató como a sus lacayos. Las maliciosas hablillas, los terribles comentarios, los epigramas agudos y los rumores más falsos, siempre tuvieron origen según el vulgo, en su cuarto, centro fijo en cada noche de los jóvenes más guapos. Allí en torno de una mesa se charlaba sin descanso, sin escrúpulos ni coto de lo bueno y de lo malo. Si la gazmoña chicuela del marqués, ama a Fulano, y si éste le guiña el ojo escondido en algún palco; Si la esposa de un marino mira con afán extraño al alabardero Azunza que de algún noble está al lado; Si el Virrey fijó sus ojos con interés en el patio, como en busca de un amigo que subiera a acompañarlo, sobre el último alboroto de tal calle y de tal barrio con alguaciles, corchetes mujerzuelas y soldados La actriz, risueña y festiva oyendo tales relatos, a todos daba respuestas como experta en cada caso. Algunos por conquistarse su pasión más que su agrado, sin lograr sus esperanzas grandes sumas se gastaron; otros con menos fortuna sólo anhelaban su trato viviendo como satélites en derredor de aquel astro. Ana, radiante de gloria, miraba con desenfado a los opulentos nobles que eclipsara con su encanto. Y en la sociedad más alta censuraban su descaro creyéndola una perdida, foco de vicios y escándalos. Mas no hay crónica que ponga tan duros juicios en claro, ni nos diga que a ninguno se rindió por los regalos. Ella protegió conquistas de sus amigos más francos, y quizá empujó al abismo a los galanes incautos. Astuta e inteligente guardó en su amor tal recato que tan valioso secreto no han descubierto los años. Se habla de un Virrey que estuvo de doña Ana enamorado, mas la historia no lo afirma ni puedo yo asegurarlo. Mujer hermosa y ardiente, de genio y en el teatro, por la calumnia y la envidia tuvo medidos sus pasos. II Por sabias disposiciones dictadas con gran acierto las actrices habitaban muy cerca del coliseo. Este se alzó por entonces entre el callejón estrecho que del Espíritu Santo llamamos en nuestro tiempo, y la calle de la Acequia, en los solares extensos que hoy las gentes denominan calle del Coliseo Viejo. Y cerca, en vecina calle, que por tener un colegio destinado a las doncellas "de las niñas" llama el pueblo, las artistas del teatro buscaron sus aposentos, y de las Damas llamóse a tal motivo aludiendo. Una noche gran tumulto turbó del barrio el sosiego, a los más graves vecinos levantando de sus lechos; los jóvenes elegantes formando corrillo inmenso, seguidos de gente alegre y poco amiga del sueño, a la puerta de una casa su carrera detuvieron acompañando sus trovas con sonoros instrumentos -"Serenata a la de Castro", dijo al mirarlos un viejo. -¿Y por qué así la celebran? preguntó un mozo indiscreto. -¡Cómo por qué! dijo alguno; el Virrey loco se ha vuelto y prendado de la dama ordena tales festejos. -¿El Virrey?-Así lo dicen. -¡El Virrey! -Ni más ni menos; y allí cantan edecanes, corchetes y alabarderos. -¿Será posible? -Miradlos... -¡Qué locuras! -Y ¡qué tiempos! -Los oidores están sordos. -Al menos están durmiendo. -¡Turbar en tan altas horas la soledad y el silencio! ¡Y alarmar a los que viven con recato en los conventos! -¡Y por una mujerzuela! -¡Una farsanta que ha puesto, como a Job, a tantos ricos que están limosna pidiendo! -¿Y la Inquisición?-Se calla. -¿Y la mitra?-¿Y el Gobierno? -Doña Ana domina a todos con su horrible desenfreno. -¿Y es hermosa?- Cual ninguna. -¿Joven?-¡Y de gran talento! -Y con dos ojos que vierten las llamas del mismo infierno. -Con razón con sus hechizos vuelve locos a los viejos. -El Virrey no es un anciano. -Ni tampoco un arrapiezo. -Pero escuchad lo que dicen cantando esos bullangueros. -Es el descaro más grande tal cosa decir en verso. Y al compás de la guitarra vibraba claro el acento de un doncel que así decía en obscura capa envuelto: -"¡Sal a tu balcón, señora, que por mirarte me muero, piensa en que por ver tus gracias el trono y la corte dejo". - Más claro no canta un gallo. - Y todos lo estáis oyendo. El Virrey deja su trono por buscar a la... ¡Silencio! -¡Cómo está la Nueva España! -¡Pobre colonia! -Me atrevo a decir que no se ha visto cosa igual en todo el reino. Y los del corro cantaban, y al fin todos aplaudieron al mirar que la de Castro a su balcón salió luego. - "¡Vivan la luz y la gracia, la sandunga y el salero! -Ya asomó el sol en oriente. -¡Ya el alba tiñó los cielos!" Y doña Ana agradecida buscando a todos un premio, llevó la mano a los labios y al grupo le arrojó un beso. Creció el escándalo entonces rayó en locura el contento y volaron por los aires las capas y los sombreros, Cerró su balcón la dama, apagáronse los ecos, dispersáronse las gentes y todo quedó en silencio III Con grande asombro se supo, trascurridas dos semanas desde aquella escandalosa aunque alegre serenata, que las glorias de la escena, los laureles de la fama, el brillo y los oropeles de la carrera dramática, por inexplicable cambio, por repentina mudanza, sin reserva y sin esfuerzo todo dejaba doña Ana. Y alguno de los que saben cuanto en los hogares pasa y que exploran con cautela los secretos de las almas, dijo a todos los amigos de artista tan celebrada que un sermón del Viernes Santo era de todo la causa. El padre Matías Conchoso, cuya elocuente palabra los más duros corazones convirtiera en cera blanda, al ver entre su auditorio a tan arrogante dama atrayéndose en el templo de los hombres las miradas, habló de lo falso y breves que son las glorias mundanas; de los mortales pecados de los que viven en farsas; de los escándalos graves que a la sociedad alarma cuando una actriz sin recato incautos pechos inflama; y con tan vivos colores pintó la muerte y sus ansias y al infierno perdurable que al pecador se prepara; que la de Castro, temblando, cayó al punto desmayada con el hechicero rostro bañado en ardientes lágrimas. Sacáronla de aquel templo, condujéronla a su casa, y temiendo que muriera fueron a sacramentarla. Cuando cesaron sus males, y estuvo en su juicio y sana, en señal de penitencia resolvió dejar las tablas; y vendió trajes y joyas; y las sumas que dejaran se las entregó a la Iglesia de su nuevo voto en aras. Entró después de novicia y su conducta sin mancha y su piedad y su empeño por vivir estando en gracia, abreviaron sus afanes, la dieron consuelo y calma y tomó el hábito y nunca el mundo volvió a mirarla. Fueron tales sus virtudes y sus hechos de enclaustrada, que cuentan los que lo saben que murió en olor de santa. Por muchos años miróse la celda pequeña y blanca que ocupó en Regina Coeli la memorable doña Ana. Y aun se conservan los muros de la antigua estrecha casa en que vivió aquella artista en la "Calle de las Damas". Pasó, dejando animosa riqueza, aplausos y fama, del escenario a la celda ¡por la salvación del alma!
Juan De Dios Peza.