Del dolor y su oscuro atractivo
A veces, la línea que separa el dolor del placer es muy fina.
Después del episodio del cine, la relación entre Diego y yo atravesó un, digamos, pequeño bache. Apenas quedaban un par de semanas para nuestro viaje a Italia y ese trío proyectado con Fran, algo que, a mí personalmente, me ponía muy nervioso, y me hacía estar todo el día a la defensiva. No ayudaba el haber pillado a mi chico hablando con el chaval por Whatsapp (conversación banal, de hecho me la enseñó y me ponía por las nubes, pero yo qué sé… ya, ya sé que todos pensáis que soy gilipollas ahora mismo). El caso es que tenía unos días insoportables, y Diego, como para tranquilizarme, me recompensó con lo que él creía que necesitaba: cariño, mimos y sexo romántico. Cuando lo que necesitaba, en realidad, era que me diesen caña y me sacasen la mala hostia almacenada en los huevos.
Un buen día llegué del curro, y sobre la mesa había un papel de Diego, diciendo que se iba a entrenar y que no lo esperase para cenar. Bien, pensé, aprovecharía para darme un baño caliente y para acabar de preparar las vacaciones. Fran nos había ofrecido dormir en el piso que compartía a las afueras de Roma, pero ni loco pensaba meterme en su casa. Miré unos cuantos B&B, contacté con los propietarios y comprobé con cierto orgullo que mi italiano seguía incólume. Sorprendido por lo tarde que se me había hecho, cené un bocadillo rápido mientras preparaba la bañera, me desnudé y me metí en el agua llena de espuma y sales. Enseguida noté cómo mis músculos se relajaban y soltaban la tensión acumulada. Una copa de vino tinto terminó de redondear el efecto, y me deslicé poco a poco a la somnolencia. No había pasado demasiado tiempo (el agua seguía bastante caliente) cuando mi chico entró en el baño como una manada de ñus, vestido para hacer deporte y todo sudado.
-Hola, guapo. Me meo desde que salí del gym... - y, ni corto ni perezoso, se sacó la polla y lanzó un chorro de orina al WC a escasos centímetros de mi dormida cabeza. La otra cabeza, que piensa más rápido, se asomó de inmediato entre la espuma. – Hehehe mira, sale a saludar, igual tiene sed – dijo, malicioso. Y apuntó el último resto hacia la bañera.
-Qué bonito, me calientas y mientras me tienes a sexo vainilla… - no podía evitar sonreír. Por un momento pensé que la diversión en casa se había terminado. Ver que aún era capaz de ser cerdo a veces me aliviaba.
-¿Vainilla? Creí que te gustaba que fuese romántico de vez en cuando. ¿Quieres caña? ¿Y has citado 50 sombras de Grey? ¿¿¿Tú???
-No estamos hablando de mí, ni de cuántas veces he leído a Grey. Es lo único que había en tu Kindle cuando me lo prestaste para ir al curso aquél de Valencia. Pero sí, quiero caña. El romanticismo me gusta en las cenas, viendo una peli acurrucados… En el sexo me mola que seas guarro, ya lo sabes.
-Vale, el próximo día follamos a saco hahaha. Ahora estoy cansadísimo, y además no te voy a hacer volver a lavarte después del baño…
Me dio un beso en la frente y salió del cuarto de baño. No me podía creer que me dejase así, con la polla como una piedra y más salido que una mona. Mi genio pugnaba por salir a la superficie, pero me obligué a controlarlo. Como si nada, terminé de bañarme, me afeité y salí a la habitación con una toalla anudada a la cintura, con intención de ponerme el pijama y meterme en la cama. No iba a ponerme borde, pero tampoco pensaba darle la satisfacción de bailarle el agua después de dejarme plantado. Cuando abrí la puerta me sorprendió la estampa: luces apagadas, velas por la habitación, pétalos de rosa sobre las sábanas de vinilo… y mi chico con camiseta de deporte, calcetines y suspensorio. La misma ropa que había llevado para entrenar, salvo los calzoncillos y los pantalones, que yacían a los pies de la cama como una irresistible tentación.
-¿Has pelado los rosales del jardín? – me entró una risita boba, más por la excitación que porque la situación fuese divertida. O sea, era divertida, pero no era ese tipo de diversión, no sé si me explico.
-Sí, los tenía preparados para un polvo romántico. Ahora tendrán que servir como testigos de tus gemidos. – Y me decía a mí de Grey, vaya teatralidad… - ven y túmbate aquí, boca arriba. Las manos por encima de la cabeza.
Obedecí, pues llevaba unos cuantos aciertos totales en el sexo. Cuando me ató las muñecas con un cinturón me puse tenso: no me gusta ser atado, y él lo sabía perfectamente.
-Para, no.
-¿Confías en mí? – la frase era como un mantra. Pronunciada con esa voz de barítono suave y cargada de excitación, confiaba en él sin poder resistirme. Asentí. – Entonces, relájate y déjate llevar. Me dejó entonces desnudo, con las manos atadas (aunque no muy fuerte, me podía soltar si lo intentaba de verdad) en una posición cómoda.
-Ya chorreas, cabrón –dijo, recogiendo con un dedo el precum que me salía del capullo y llevándolo a mi boca. Acto seguido, engulló mi polla de golpe, haciéndome gemir de placer. Estuvo un par de minutos dedicado a ella en cuerpo y alma, hasta que le indiqué que parase o no iba a durar mucho más.
-Vale, ya paro. Es que sabe a chocolate de la espuma del baño. – Dijo, riendo - ¿Te gustan las velas? Me da un morbo tremendo esta luz…
Sí, la verdad es que todo se veía bajo una pátina erótica bajo la luz de las pequeñas velas rojas. Asentí otra vez.
-Bueno, si no vas a hablar, aprovecharé la boca para algo más productivo.
Abrí, feliz de encontrarme por fin con su polla sudada, pero tenía otros planes. Sentado, me puso los dos pies sudados sobre la cara y empezó a restregarlos, metiéndome alternativamente en la boca uno y otro, haciendo que le babase los calcetines. El olor a macho inundaba mis fosas nasales con una fuerza abrumadora, mi polla cabeceaba, intentando alcanzar el orgasmo por su cuenta. Una de las veces se excitó demasiado y me metió el pie hasta la campanilla, provocándome una gran arcada.
-¡Mierda, lo siento! ¿Estás bien?
Tosí un par de veces, medio ahogado, escupí un poco sobre mi propio pecho, y me recompuse; lo miré a los ojos, desafiante, las babas resbalando por mi barbilla.
-¿Ésa es toda la caña que eres capaz de dar?
No era la respuesta que esperaba, pero se recuperó rápidamente. Volvió a embestirme la boca con los pies, mientras mi cavidad bucal se inundaba de saliva viscosa y de bilis que no era capaz de retener. Cuando tuvo los calcetines totalmente empapados, paró.
-¿Te parece suficiente? – esta vez asentí, felizmente sometido. – Entonces, hora de que comas culo.
Quitándose la camiseta (no pude reprimir un suspiro al ver los abdominales, que cada vez aparecían más marcados, aunque manteniendo un cuerpo delgado y no musculado en exceso) se puso en cuclillas sobre mi boca. Se separó las nalgas con las manos, ofreciéndome su ojete, que me lancé a comer como una bestia. Lamía su sudor, embriagándome con el olor a culo, metiendo la lengua hasta donde podía hasta hacerme daño en la mandíbula, mientras él gritaba más que gemía, y cabalgaba mi cara como si lo estuviese follando. Finalmente, se derrumbó sobre mi cuerpo, y empezó un 69 cambiando las tradicionales mamadas por dos desesperados besos negros. Al poco paré, disfrutando solo de la sensación de su lengua penetrándome el ano, del roce de su pecho en mi polla. Del sudor, la saliva y los jugos anales que cubrían mi rostro. Entonces él paró también. Gemí, esta vez protestando.
-¿Te he dicho que parases? Ahora vas a ver.
Se levantó, dejándome una vez más sin saber qué pretendía, y se quedó de pie junto a la cama. El suspensorio aparecía empapado en un delicioso cocktail de todos los líquidos que vertía su excitada polla. Sudor, precum y las últimas gotitas de su meada.
-¿Te depilaste el lunes, verdad?
-Sabes que sí, llevo gastados 400€ porque tú me lo pediste – dije, un poco molesto – Y ayer me rasuré todo ahí abajo, también porque tú me lo pediste.
-Te has dejado esto- dijo, acariciando mi bajo vientre- pero me gusta más así. Solo que tendré que esquivar esta parte…
¿Esquivarla? Que me viole un poni si entendía algo en ese momento. En realidad, tengo una inteligencia considerable, pero cuando se me baja la sangre a la entrepierna, entro en encefalograma plano. Mi mente se desliga de mi cuerpo y dejo de pensar casi por completo. Lo digo porque ya es la segunda vez que estáis pensando que soy gilipollas, cabrones.
Cogió una de las velas, con la cara de perversa concentración que yo conocía tan bien, y que aparecía cada vez que ponía a prueba nuestros límites. Me pidió un consentimiento silencioso con la mirada; un consentimiento innecesario, en realidad, puesto que sabía que yo sería incapaz de negarle nada en mi excitación. Y, con un giro de muñeca, derramó la cera caliente sobre mi pecho. La sensación fue extraordinariamente vívida, un poco dolorosa, pero el placer morboso superaba todo lo demás. Fue esparciendo el líquido sobre mis pezones y después fue bajando hasta el ombligo. Allí, como había dicho antes, esquivó la parte que no estaba depilada… y bajó hasta mis genitales. La primera gota que me cayó en la polla me hizo estremecer, pero ya no había dolor. Cada gota que se estrellaba contra mi cuerpo era un ardiente beso que me llevaba un paso más allá del placer. El dolor había transmutado en oscuro deseo. Comprobó que estaba bien y siguió, derramando gota a gota sobre mi miembro, que cabeceó, al borde del orgasmo, y sobre mis huevos depilados, hasta que se le acabó la cera.
-Estás muy sexy sometido… -susurró – pero veo que te ha gustado demasiado, así que te voy a castigar de verdad.
Yo ya me dejaba llevar. Había perdido el sentido de la realidad, y el mundo me parecía banal e innecesario. Solo era consciente de mi propio cuerpo y de la sensibilidad que me erizaba el vello. De la cera que se iba endureciendo sobre mi pecho y mi rabo, ejerciendo una deliciosa tirantez sobre mi piel desnuda. Diego me agarró de las dos manos, sin soltarlas y me hizo ponerme a cuatro patas. Hundí la cabeza en la almohada para no ver nada, para eliminar ese sentido y ser capaz de concentrarme más todavía en mi culo. Gemí cuando noté el chorro de lubricante preparando mi ano para la inevitable acometida de la polla de mi chico. Noté su mano acariciarme las nalgas, también recién depiladas y de repente… ¡dolor! Un azote fuerte, con la mano firme, que me dejó perplejo, aunque mentiría si dijese que no me gustó nada. Me di la vuelta y lo miré, interrogándolo.
-Dame permiso – susurró, totalmente cachondo, ante lo que solo pude asentir una vez más, despacio, inseguro del resultado final pero ansioso por volver a sentir su mano azotándome.
Sin embargo, no siguió como esperaba. Abriendo un cajón de la mesilla, sacó una pala fina de madera y comenzó a golpearme, más suavemente que con la mano, aunque el efecto era mucho más potente. Miraba por encima del hombro, incapaz de quitar la vista del espejo donde mis nalgas se reflejaban y aparecían cada vez más rojas. Al rato paró y se lanzó a comerme el culo de nuevo. El placer de su lengua adentrándose en mis entrañas combinaba de manera extraña con el ardor que sentía en la zona azotada. Enseguida se levantó, apoyó la punta de su glande a mi ojete, y me la clavó de una sola embestida. Con la racha que llevábamos de sexo, y el trabajo de su lengua, entró como un cuchillo en mantequilla, y grité extasiado. Bombeó mi culo con fuerza, clavándome la polla hasta que notaba golpear su pubis contra mi parte dolorida. No es que notase solo su pubis, es que notaba cada pelo de sus genitales rozar contra la carne tierna y violentada. Notaba las venas de su polla en mi interior, hinchando su pene hasta alcanzar su grosor máximo, nada desdeñable. Notaba la corona de su glande, entrando y saliendo de mi culo como un martillo neumático. Mi polla era un surtidor de líquido preseminal que salpicaba por todas partes a cada acometida. Pronto volvieron los azotes, fuertes y excitados, y adiviné que Diego no aguantaría mucho más. Metió dos dedos en mi culo junto a su polla, haciendo fuerza para abrirlo más y aumentando la velocidad de las caderas. Agregué mi propio movimiento al suyo, e instantes después noté cómo se derramaba en mis entrañas. Seguí todavía unos segundos más, mientras notaba cómo su polla se encogía poco a poco, hasta que se derrumbó, laxo, sobre mi espalda. Entonces salió de mí y, deslizándose bajo mi vientre, empezó a comerme los huevos, alternando con lametazos al frenillo que me hacían enloquecer. Coincidiendo con unas de esas atenciones a mi polla, introdujo de golpe al menos cuatro de sus dedos en mi ano, que permanecía abierto y lleno de su semen, y no pude más. Me corrí como hacía mucho tiempo, expulsando grandes chorros de lefa que cubrieron la cara de Diego, las sábanas e incluso mi vientre. Cuando pararon los trallazos, siguió escurriendo por todo el tronco de la polla a densos borbotones, que mi chico lamía como un auténtico manjar. Cuando recuperé algo el dominio de mi cuerpo, me quedé asombrado de cómo había dejado todo, y me lancé a una cariñosa pugna por la semilla que llenaba su boca, le lamí los párpados y la nariz, dejándole limpio el rostro. Ni vencedores ni vencidos, nos besamos, ya de manera tranquila, cariñosa, olvidada la brutalidad del polvo.
-Uffff… Ha estado bien… ¿Quieres más? – Dejó escurrir los dedos que me había sacado del culo llenos de su lefa, y los dejó escurrir en alto hasta mi boca abierta, ansiosa todavía de más fluido. Lo abracé, feliz, y le susurré un agradecimiento al oído.
-Gracias por nada, cariño. Me lo he pasado yo mejor que tú, y además no te vas a poder sentar en una semana – por el tono de mis nalgas, algo de razón tenía, pero los estremecimientos que recorrían todavía mi cuerpo decían que había merecido la pena.- Bueno, al final creo que vas a tener que volver a la bañera para quitarte toda esa cera. Vamos, que te ayudo.
Me liberó las manos de su cinturón y, perezosos, nos metimos en el baño abrazados de la cintura para darnos una ducha juntos. Solícito, me enjabonó el cuerpo, eliminando todos los restos de cera y semen, me secó con la toalla e inclluso me dio aloe vera en mis maltratadas nalgas. Yo no era capaz ni de hablar: tal era mi estado de agotamiento, físico y mental. Me condujo a la cama, y se quedó abrazado a mí hasta que me dormí profundamente. Hoy no iba a haber segundo asalto.