Del dicho al hecho

Nos gustaba fantasear que lo hacíamos con otras personas, pero un buen día pasamos a la acción.

Hace unos mese se instaló en el piso de al lado Juan, un guapo joven de unos 30 años que había venido temporalmente a la ciudad por trabajo.  Lo conocí en el ascensor, además de guapo también era bastante simpático y pronto congenió también con mi marido. Ernesto y yo  ya rondamos los 40, los dos nos cuidamos bastante y nuestros cuerpos lo agradecen, yo voy asiduamente al gimnasio y eso ayuda a que mi figura siga siendo la envidia de mis amigas. Mi culo está duro y erguido, y mis tetas, tienen un buen tamaño y se mantienen firmes. Creo que todo esto no pasó desapercibido a nuestro vecino, que pronto empezó flirtear conmigo. Me alagaba, pero para nada había pensado en poner los cuernos a Ernesto. Mi marido y yo seguíamos manteniendo una vida sexual bastante activa, sobre todo nos encantaba inventar historias mientras lo hacíamos. Era divertido, y a los dos nos excitaba. Fantaseábamos con terceras personas, casi siempre conocidas. Después a veces cuando veíamos a estas personas los dos nos mirábamos y nos sonreíamos.

“Me follaría a tu amiguita Viki a cuatro patas, tiene un buen culo. Se la metería bien adentro haciéndola chillar de gusto.” Decía Ernesto mientras hundía su dura polla en mi coño.

“ Rafa, el frutero, tiene que tener un buen rabo, un día de estos me lo voy a tirar en la trastienda. Allí, sin quitarme la ropa, iré sin bragas para ponérselo fácil…ay, sí más, cariño, me estoy corriendo, más” Nos corríamos los dos como y quedábamos tendidos y sudorosos sobre la cama.

Otro día en una de nuestras sesiones yo estaba subida sobre mi marido, cabalgándole

“Sería genial tener ahora en mi boca el coño mojado de Sandrita” Sandra era una compañera mía de trabajo que ponía cantidad a Ernesto, bueno a él y a todos los tíos, estaba muy buena, irradiaba sensualidad por cada poro de su piel, se notaba que debía ser un volcán en la cama.

“Sí, estaría bien tener ahora en la boca la polla de Juan, está tan bueno…”

“¿te gustaría tener dos rabos para ti sola, ¿verdad?” Me preguntó Ernesto con malicia. “Sí, Juan debe tener una polla deliciosa, me muero por chupársela.” “Comérsela bien y que se corra en tu boca” “Uff, sí, quiero su leche en mi boca.” Fue otro maravilloso polvo, era increíble lo que conseguíamos excitarnos con aquel jueguecito.

Sucedió que tres días después Ernesto me comentó que había invitado a Juan a ver el Barsa-Madrid. Yo me puse algo nerviosa porque la  verdad aquel chico me calentaba sobremanera. Me arreglé algo más de lo normal para estar en casa. Un vestido algo corto y con escote y sin descuidar el interior, unas braguitas negras de encaje y un bonito sujetador que hacía que mis pechos aun pareciesen más grandes y redondos. La cena fue a base de pizzas y cerveza. Los dos hombres se sentaron en el sofá de cuatro plazas frente al televisor y yo en la butaca a la izquierda. Juan de vez en cuando apartaba la vista del televisor para darme un repasito, y yo con actitud coqueta le dejaba ver buena parte de mi muslamen o me inclinaba a coger la cerveza mostrando la amplia abertura de mi escote. Me ponía cachonda pensar que su pito pudiese estar poniéndose erecto. Para la segunda parte servimos unas copas, y casi al final del partido fui a la cocina a por hielo. Estaba terminando de cargar la cubitera cuando entró Ernesto, se acercó a mí desde atrás cogiéndome de las tetas.

“Menuda zorrona estás hecha, mostrándote de es manera al vecino.” Fue bajando sus manos hasta alcanzar mi entrepierna, apreté los muslos intentando cortarle el paso, pero fue imposible. Me había descubierto. “Joder, Mónica, estás chorreando.” Ernesto se arrodilló y me quitó las bragas, se las llevó hasta su nariz y tras olisquearlas se puso en pie, se las metió en el bolsillo del pantalón y se volvió al comedor. Yo regresé poco después bastante turbada por lo que había sucedido en la cocina. Nos servimos otra copa, el partido había terminado.

“Toma Juan” Ernesto le extendió la mano a mi vecino y este recogió sin saber lo que era mis negras braguitas. “¿Qué es esto?” Preguntó algo desconcertado. “Un regalo de mi mujer” Sonrió mi querido esposo. “Están mojadas” Juan se untó los dedos y los acercó a su nariz. Casi me corro sólo al ver aquel gesto. “Acércate cariño” Como hipnotizada obedecí, fui junto a mi marido, el estaba sentado y yo de pié. Entonces él tiró de la parte inferior de mi vestido y mostró al vecino mi desnudo pubis, yo estaba petrificada, jamás hubiese esperado un comportamiento similar de mi marido. Metió dos de sus dedos entre mis muslos y los sacó mojados. “Mónica está muy caliente, se muere por comer tu polla. Anda ve” Con una palmadita en el trasero me invitó a acercarme a Juan. Este seguía sentado, creo que no sabía muy bien como reaccionar. Me arrodillé frente a él, le bajé los pantalones y el slip hasta las rodillas. Tenía una polla magnífica y estaba muy dura. ¡Dios, que buena! Me sabía a gloria aquel trozo de carne caliente en mi boca. No podía parar de mamar. Ernesto se acercó por atrás para sacarme el vestido y quitarme el sujetador. “¿Qué te parece mi querida esposa Juan?” “Es fabulosa” “Y, ¿Qué tal la chupa?” “Uff, de maravilla” Ernesto me colocó a cuatro patas mientras yo no paraba de succionar, entonces noté la lengua de mi marido entrando y saliendo de mi coño, los jugos me chorreaban por la cara interior de los muslos, creo que jamás había estado tan caliente. “¡Para, por Dios! Ven quiero follarte” Juan me hizo colocarme a horcajadas sobre su cintura y su pene se hundió en mi vulva como se hunde un cuchillo en la mantequilla. Empecé a subir y bajar primero despacio y después más rápido hasta alcanzar mi primer y espectacular orgasmo. Grité, chillé mientras me enroscaba como una serpiente sobre el cuerpo de mi vecino. Mientras tanto, Ernesto en el otro extremo del sofá se estaba masturbando.  Juan no se había corrido, así que me hizo poner en pie, a pesar de que las piernas a penas me resistían y colocándose detrás de mí me hizo inclinar para quedar así completamente expuesta. Su polla volvió a entrar en mi chocho aun palpitante. Embestía con fuerza haciéndome sentir un tremendo placer. “¡Oh, Dios, que bueno!” “¿Te gusta mi polla?” “¡Oh, sí, dame más!” Pero estaba claro que no aguantaría mucho. “Espera, córrete en mi boca, quiero tu leche en mi boca” “Joder Mónica, que buena estás y que puta eres” Creo que no se equivocaba, después de aquella experiencia no sé si me podría volver a acostumbrar a siempre la misma verga. De rodillas, recibí mi ración de semen, en la boca y por toda la cara. Fue increíble.

Desaparecí momentáneamente en busca de una toalla con que limpiarme y al volver Juan ya no estaba, me sentí decepcionada. “Le he dicho que puede volver a follarte cuando quiera, siempre y cuando esté yo presente, claro está” “Eres maravilloso cariño” Al minuto volvía a tener la boca llena de leche, esta vez la de Ernesto. Aquella noche follamos hasta bien entrada la madrugada.