Del Chat al Hotel
Lo que empezó siendo una relación virtual se hizo realidad.
No estaba nervioso, era impaciencia y curiosidad.
Nos habíamos conocido hacía varios meses en un chat.
El chat era de contenido sexual, yo escribí en la pantalla general:
- Alguna chica para charla picante??
En unos segundos, un timbrazo me avisaba de un mensaje privado.
No tenía Nick, solamente, un genérico, invitado-60023.
- Hola, que tal?
- Hola, bien.
- Que buscas por aquí?, le pregunté.
- A ti. Me contestó.
Aquello me mató, desde aquel momento lo supe, aquella chica tenía algo especial.
Me dijo que era de Madrid, veinticinco años, morenita, ojos verdes, no muy alta y algo rellenita.
Me gusta, pensé.
Tuvimos una conversación bastante picante, compartimos experiencias anteriores, morbosas.
Al final, los dos, terminamos masturbándonos.
Fue algo muy caliente, inesperado, las palabras que salían de mi cabeza, se deslizaban por mis dedos y terminaban plasmandose en la pantalla.
Un a vez acabada aquella primera sesión de ”sexo”, ella confesó que me había mentido en algunas cosas.
No era madrileña, sino andaluza y no tenía veinticinco años, tenía cuarenta y tres.
Yo confesé tener más kilos de los primeramente dichos.
Aquello fue más bonito, aún, que lo anterior, ese momento de sinceridad mutua, a mí me encantó.
Sobra decir, que no me importaron nada los nuevos datos, lo normal en estas situaciones, es la mentira.
Lo que no es muy normal, es sincerarse.
Los meses siguientes pasaron entre mails varias veces al día, y sesiones de “sexo”, y charlas calientes, casi a diario.
La confianza y complicidad, entre los dos, iba creciendo.
La diferencia de edad no fue un problema, yo tengo treinta y un años.
Un día decidimos que era el momento de conocernos en persona.
Preparamos un encuentro, pensamos que lo más adecuado era quedar en el centro de la península.
Ella, andaluza, yo del norte.
Madrid era el sitio perfecto.
Ella se ha encargó de todo, reservando una habitación, en un hotel de la zona noble de Madrid.
Ella es una profesional independiente, su situación económica es desahogada.
Nos citamos en el bar del hotel.
La cita era a las 13:00, miré el reloj que está colgado en el contra mostrador.Marcaba las 12:45.
Yo estaba sentado en una mesa del fondo del local, de cara a la puerta, quería verla entrar.
Ahí estaba, tal y como la imaginaba.
Nos habíamos enviado fotos.
Era tal cual se veía en ellas.
Morena, media melena, con curvas y bien proporcionada.
Iba vestida con un vestido negro ceñido, con amplio escote, la falda era por un poco más arriba de la rodilla.
Se la notaba algo nerviosa, pero su forma de caminar era decidida y sexy.
Dio un vistazo al local, pero no me descubrió entre el resto de la gente.
Se acercó a la barra, pidió un gin tonic al camarero, se sentó en uno de los taburetes de la barra.
Su vestido, que se subió por sus muslos, al sentarse dejó al descubierto, unas medias de liga blanca.
Yo estaba observándola, cuando ella cruzó las piernas en el taburete, pude ver la cara interna de sus muslos y su ropa interior.
El vestido tenía un escote cuadrado, pero dejaba ver un extenso canalillo, eran unos pechos voluminosos, ligeramente caídos pero se adivinaban firmes.
Me levanté de mi asiento y me acerqué a ella por la espalda.
- Soy yo, nena. Le susurré al oído.
Noté como su cuerpo se tensaba.
Tardó unos segundos en girarse, creo que tuvo sensación de vértigo, no se atrevía a darse la vuelta.
Se giró, pude ver, como aquellos ojos moros, se clavaron en los míos.
Ahora era yo el que me sentía, levemente, mareado.
Puede oler su piel, olía a jazmín, un olor intenso, fresco, pero penetrante.
Aún no he podido olvidar aquel aroma.
- Cariño!!. Me dijo, sin apartar sus ojos de los míos.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
Nos acercamos, por primera vez nuestros cuerpos se rozaban.
Al acercar las caras para besarnos, mi entrepierna, se detuvo en su rodilla.
Sentí como mi miembro se hinchaba, noté que me ruborizaba por un segundo.
Sentí una ligera vergüenza por la reacción de mi miembro, no era el momento.
Por fin nuestros labios se tocaron.
Fue un beso en la boca, era el primero, pero creo que a ninguno de los dos se nos pasó por la cabeza, darnos los dos besos en las mejillas.
Llevábamos demasiado tiempo deseándonos para eso.
No fue un beso muy largo, pero si fue intenso, los labios se juntaron, y solo al separarlos, después de unos segundos, mi lengua rozó su labio inferior.
Las horas siguientes pasaron como en una nube.
Una larga charla en el bar del hotel, no fue muy transcendente, nos contamos nuestros respectivos viajes y las ganas que teníamos de conocernos.
Un paseo por la Castellana, y unas cervecitas en la plaza Mayor. Me encanta este rincón de Madrid.
Según pasaban las horas, era como si nos conociésemos de toda la vida.
Paseábamos por las calles abrazados, como una pareja de novios.
Cenamos en un restaurante con mucho encanto, la decoración no era excesivamente moderna, la cocina si era de vanguardia.
Pedimos una botella de buen cava y brindamos, muchas veces, por nosotros.
Con la confianza y la seguridad que nos daba el alcohol, estábamos muy sueltos.
Nuestras manos se entrelazaban encima de la mesa, mientras mi pie, furtivo, se colaba entre sus piernas y llegaba a notar su sexo.
Tenía las braguitas húmedas y su sexo desprendía un calor muy intenso.
Sus mejillas se tornaban rosadas, y notaba en su pecho, como su respiración se aceleraba.
Se encargó de la cuenta, me cogió, firmemente del brazo y me susurró al oído:
- Vamos al hotel, cariño, no puedo más.
Aquellas palabras taladraron mi nuca, sentí una punzada en mis sienes, y se despertó mi entrepierna.
De camino al hotel, nos besamos en todas las esquinas, estos besos ya no eran como los de antes, intentábamos devorarnos, nuestras bocas totalmente abiertas, las lenguas jugando a pillarse, dentro de ellas.
Llegamos al hall del hotel, nuestro aspecto era un poco desaliñado, mi camisa estaba a medio meter en mis pantalones, el pelo despeinado.
Ella tenía el vestido descolocado, la falda más subida de lo debido, y el pelo alborotado.
No nos importaba.
Llamamos al ascensor, las puertas se abrieron, estaba vacío, pulsamos el botón de la planta ocho, que era la de nuestra habitación.
Nada más subir al ascensor, nuestras bocas se volvieron a buscar, se encontraron.
Por primera vez su mano se posó en mi paquete, yo la tenía agarrada firmemente por la cintura, notaba sus pechos en mi pecho.
Los dos estábamos muy excitados.
El timbre del ascensor, al llegar a su destino, nos despertó del trance.
Salimos de él, cogidos de la mano, y recorrimos los pocos metros que nos separaban de la puerta de la habitación.
Entramos en ella, la puerta se cerró a mi espalda.
Ana se abalanzó sobre mi, mi espalda se posó en la puerta, me besó, su lengua jugaba dentro de mi boca, sus manos se enredaban en mi pelo.
Me quitó la camisa, de forma decidida, y su boca succionó uno de mis pezones.
Su mano, se coló en mis pantalones y agarró mi miembro con firmeza, que para entonces ya estaba muy firme.
La cogí por las axilas, y casi en volandas, la llevé hasta la cama.
La lancé con fuerza sobre ella, me miró fijamente, podía ver el deseo en su mirada.
Su respiración era agitada y superficial.
Me incliné hacia la cama, sin dejar de mirarle a los ojos, recogí su vestido hacia arriba.
Dejando al descubierto, unos muslos generosos pero firmes, la piel era muy fina y suave.
Los acaricié, mis manos se detenían en su pubis.
Besé su sexo, sin quitarle las braguitas, eran blancas, de encaje y tipo culotte.
Las agarré entre mis dientes y tiré de ellas hacia abajo, se deslizaron con facilidad por sus piernas, y mi nariz bajó rozando su sexo.
Pude olerlo, era un olor penetrante, nada desagradable, es más, muy excitante.
Llevé mi boca a él y lo besé, estaba muy húmedo y caliente, su sabor salado, estalló en mi boca.
Ella se retorcía de placer, sus respiraciones eran arítmicas, combinaba unas respiraciones profundas, con jadeos superficiales, y largos periodos de apnea.
Mi lengua se colaba entre aquellos pliegues, buscaba su clítoris y lo encontraba, lo rodeaba con mi lengua y lo presionaba suavemente, lo atrapaba entre mis labios y tiraba de el ligeramente.
Deslicé un dedo dentro de su sexo, pude notar el calor.
Ella soltó un grito sordo, y su cuerpo se contrajo.
Jugué un buen rato, con mi dedo dentro de ella, y mi lengua, con su clítoris.
Me incorporé de nuevo, la miré, todavía seguía retorciéndose de placer.
Me desnudé, mi miembro lucía desafiante, mirando hacia mi barbilla.
Le cogí por las caderas y le di la vuelta, tiré de ella hasta colocarla de rodillas sobre la cama.
Me coloqué detrás de ella, y colé mi miembro en su cuerpo de una certera embestida.
Las siguientes embestidas fueron fuertes y rítmicas, a cada una de ellas, salía un hondo gemido de su garganta.
Mi falo percutía en su vagina, el ritmo se intensifico, yo estaba fuera de mi.
Su cuerpo se desplomó hacia adelante, y el mío, sobre ella.
Seguí penetrándola, mientras mi aliento se colaba por su oído.
- Eres mía, nena. Le susurraba.
Creo que ella no me escuchaba, noté que su cuerpo convulsionaba y los dedos de manos y pies, se contraían.
Noté que de su sexo, manaba un fluido caliente.
Se corrió, en ese momento, yo daba las últimas, y más fuertes embestidas.
Derramé mi semen dentro de su cuerpo, dando unos empujones espasmódicos.
Escalofríos, recorrieron todo mi cuerpo.
Caí a su lado, los dos envueltos en sudor y fluidos.
Nuestras pieles, muy sensibles aún, rozándose y notando el calor del otro.
Aquella noche, fue puro sexo.
No recuerdo las veces que nos amamos, pero el amanecer nos descubrió abrazados.
Nuestros cuerpos, desnudos sobre la cama. Tan unidos que eran uno.
Fue difícil despedirnos después de aquel fin de semana.
Tuve el mejor sexo, de mi vida, no podía borrar de mi cabeza sus besos, su piel, su olor, su sabor, su cuerpo desnudo, el calor de su piel, la miel de su boca, sus manos recorriendo mi cuerpo…..
Seguro que repetimos.
Bonita sensación, sentirse deseado.